¿Un sueño o realidad?
Entre sueño y realidad
Las cosas inesperadas suelen ser las mejores. El morbo de aquel vagón silencioso y con gente alrededor. La joven tan cerca para hacerla provocar y llegar a mi lado. Y de ahí disfrutar de un momento de placer como pocas veces se me había dado…
Solitaria y radiante aparecía la playa bajo la fuerza del caer de los rayos del sol. El calor pegajoso y húmedo de aquellos días no perdonaba. En el relajo de la mañana, un sol ardiente y cegador que te quemaba a través del cristal azulado de las gafas de sol. La mezcla de texturas en la arena y el mar ofrecía a la vista toda una gama de diversas e increíbles tonalidades. Entremezcladas y distendidas, el mar azul y oscuro aparecía envuelto en el sinfín de tonos que la arena iba tomando con el rápido correr de los segundos, minutos y horas.
Arena fina y negra, rebajada al gris oscuro que su pequeño grosor le confiere. También rojo y de un rosa suave para pasar pronto a un verde oliva que con la intensidad del sol la va poco a poco haciendo cambiar. En ocasiones se la ve igualmente de un azul estrellado de belleza resplendente o bien blanca brillante con que deslumbrarte la fascinada mirada. Algunos de los viejos lugareños hablan asimismo de su color púrpura por efecto de las lluvias y también naranja por los acantilados de arcilla que la rodean. Pero y en realidad, lo habitual es el marrón y dorado de sus arenas finas que mezclar en perfecta armonía con el turquesa cristalino del agua.
Y allí, en ese dechado de colores y tonos llenos de psicodelia en su exotismo extraño y singular a la par, aparecías a mi lado. Tumbado en la toalla te veo estirada en toda tu belleza y esplendor. A sus veinte años ella es joven y arrebatadoramente hermosa, con su cuerpo lozano de sinuosas y marcadas formas que me moría por tocar y acariciar.
Con su media melena resbalándole los hombros, una sensual media melenita castaña y lacia que le enmarcaba el rostro ovalado de sonrisa agradable y expresivos ojos de un verde fino, que de qué manera me encandilaban cada vez que los fijaba en los míos. La piel lisa y bronceada por la acción del verano, allí a solas y ensimismada en sus cosas la veía ahora jugar y saltar entre el blanco de la espuma de las olas que el golpear la playa formaba.
Coqueta y risueña se movía entre el fragor del agua cristalina, deslizada transparente y acelerada entre sus pies. Erguida la contemplo sobre lo fino de la arena, entre el agua y el borde de la playa. El gemido inquieto de la brisilla removida llegaba leve a mis oídos. A lo lejos las dunas circundan el espectáculo de la playa en soledad. Al frente queda el mar de tonos azules y verdosos, con su continuo movimiento adelante y atrás según el hacer o deshacer del pico de las olas.
Alzando la vista una bandada de aves marinas puebla el cielo, extendiéndose lejos hasta la línea del horizonte y más allá. Las olas alcanzan la playa, ya moribundas en su proceso, hasta los pies con los que jugar humedecidos por el blanco de la espuma. Suavemente los abrazan ciñéndose a ellos y pronto se repliegan atrás en un murmullo, vencidas en el combate para dar paso a un nuevo y aún débil ataque. Ella ríe, salta, se mueve adelante y atrás con ágiles y resueltos brincos de hembra saludable.
La brisa marina golpea con fuerza su piel. Unos pasos atrás y nota la textura fría de la arena mojada en contraste con lo tibio de sus pies. La arena ahora a distintos tonos, púrpura y verde oliva entremezclados en feliz comunión. Lo intenso de las olas al romper rugientes sobre las rocas, sin nadie alrededor como si de un mundo solitario y del futuro se tratara. Ella y yo, solos los dos disfrutando del agradable y mágico espectáculo que nos rodea.
Los dedos clavados en la arena, hundidos entre lo granuloso de la superficie caliente, puedo ver la imagen juvenil de sonrisa perenne en compañía de alguno de sus muchos gestos. Me sonríe en el deslizar de la humedad salada y el frío apagado de la fina arena expuesta al calor del sol. El sujetador caído a los lados, los pezones rígidos se dejan mecer por la leve brisilla que le llega de la orilla.
Suspira hondamente, haciendo los pechos crecer adelante en una imagen con que conmoverme solo el verla. El sol de media mañana le calienta el cuerpo con placer efímero. Y tumbada en la arena, la veo abrir tímidamente las piernas dejando que ese calor la golpee el sexo. Gimotea herida por la labor ardiente, con la mezcla de sudor y arena cubriéndola la curvilínea figura. Se la ve tan bella y hermosa.
El vello púbico a la vista, oscuro, una buena y abundante mata se deja ver densa y brillante con los pelillos enmarañados envolviéndole por encima la entreabierta rajilla. La humedad de la brisa salada la trabaja rozándola todo lo bello de su sexo hecho un puro lamento. Escalofríos la recorren de los pies a la cabeza, estremecida por aquella dulce e intensa sensación. Ella se deja hacer, haciéndose querer por tan amable caricia con que notarse cada vez más excitada.
El vientecillo malvado la envuelve, bañándola entera en salitre. Desde los pies para subir raudo piernas arriba, lamiéndola la entrepierna y entre los muslos. El contorno del trasero poderoso y firme y todo el abdomen plano, hasta alcanzarle el rostro de ojos entrecerrados por la placentera caricia del olor salado a mar resbalándola cuello arriba. Vuelve a gimotear agradecida, abandonada a ese placer turbio y fascinante.
En otro momento de la mañana la veo sonriendo divertida, con el pequeño bikini blanco y negro que apenas podía cubrirle lo mucho y hermoso que su cuerpo ostentaba. Los senos redondos y firmes buscaban romper la tela que los cubría, los muslos rollizos e igualmente firmes se veían húmedos bajo las tenues gotas que los visitaban.
Las piernas dobladas y echadas arriba, te dejabas contemplar y acariciar por la mirada escrutadora y poco o nada recatada con que mis ojos te miraban. Tumbada a mi lado, te recorría el cuerpo con deseo mudo y mal escondido. Las piernas y los pies llenos del marrón de la arena mojada. Mirándome a través de tus gafas de sol de grandes cristales redondos.
Y de pronto te descubrí, cubierta con el sol fuerte de la mañana golpeándote con su calor sofocante e intenso. Con las piernas rojas y completamente desnudas, pero ahora te cubrías con aquella chaqueta azul marino de punto con la que debías estarte asando. No entendía nada, aquel cubrirte con aquella prenda que no pintaba nada en aquella situación. En medio de la playa y con aquel sol de justicia.
Arrimándome a tu lado te lo hice saber, pero tú solo sonreíste diciendo que no pasaba nada. Que podías aguantarlo y no te molestaba. Sin darle importancia, sin sudar te veía con los cabellos castaños caerte sobre la cara. Traté nuevamente de hacerte ver lo inconveniente de tu actitud, pero como respuesta me besaste por vez primera notándote pegar entre murmullos débiles. Y noté el roce de la chaqueta odiosa, ofreciéndome el calor y ardor que para ti parecían no existir.
Besos y más besos apasionados mientras por abajo me buscabas con la mano. Rozándola sobre el diminuto slip que me cubría. Aguantando la respiración. tan solo me dejaba hacer por la diabólica mano de largos y finos dedos. Las uñas en su granate extremo, que aquel sol de justicia hacía brillar aún más. Excitados ambos, besándonos con descaro y osadía en cada uno de los besos.
Las bocas unidas en un beso prolongado y arrebatador, mientras con las manos nos acariciábamos notándonos cada vez más impacientes por el deseo que nos unía. Y en un susurro me pedías seguir y seguir, enredados en el irrefrenable flujo de los besos y caricias ardientes. Mezclando las lenguas y salivas en un beso mucho más húmedo y perverso. Luego, en voz baja y acercándome la boca golosa, me pediste que te volviera a besar y te acariciara.
Lo hice, aprovechando la debilidad que mostrabas para bajar las manos hasta empaparlas con tus pechos que, bajo la tela del sujetador, marcaban los pezones picudos y en estado de alerta. Entonces bajé la mano aún más, al triángulo que la tela empapada de tu flujo cubría. Excitado como tú lo estabas, sentí la vagina que el tanga mantenía oculta y que los dedos devoraban ansiosos por hacerlo desaparecer.
Pero de pronto cambió la escena y eras Paloma, la sobrina de mi esposa en el pueblo y en la vieja casa de los abuelos. Los dos solos, desde el pasillo en tinieblas te escuché en la ducha canturreando y a tus cosas. Y me excité. Los dos solos y tan cerca de donde estabas. En el pasillo pasando al lado del baño donde te encontrabas completamente desnuda y mojada.
Seguramente enjabonándote toda, ese cuerpo hecho para el pecado y la perdición. Te deseaba, te deseaba desde mucho tiempo atrás. Año y medio, tal vez dos en que aquel verano empezaste a desarrollarte y pasar de joven muchacha a mujer hecha y derecha. Joven en erupción, arrebatadoramente hermosa y de cuerpo lozano y de sinuosas formas como las de la otra muchacha desconocida de la playa.
Con todos tus muchos atributos a la vista y de los que disfrutar en silencio sin poder decirte nada. Masturbándome en silencio en la cama junto a mi mujer, a la que no despertar y que pudiera verme de aquel modo. Masturbándome no con ella sino con su joven y hermosa sobrina, la hija de su hermana ya convertida en toda una mujer a la que desear a todas horas.
En cada estancia de la casa solariega, el salón, la cocina, cualquier rincón en que se encontrara y pudiera cruzarme con ella. Y en mi total turbación veía los rostros de una y otra mezclarse de forma alternativa en mi cabeza. Ahora el rostro de la muchacha de la playa era el de Paloma, mientras la guapa y atractiva castaña de gafas de grandes cristales redondos era la que se duchaba y acariciaba las formas desnudas.
Las imágenes y sonrisas de cada una de ellas provocándome para que las siguiera. En la playa y en la ducha, sus cuerpos sudorosos y brillantes por acción de la humedad que los hacía ver aún más hermosos. Las deseaba, las deseaba a una y otra con locura. Sin pecado alguno por ser una de ellas mi sobrina Paloma, aquella muchachita ya hecha una bella mujer y por la que suspirar más de uno y de dos.
Yo tragaba saliva sin decirles nada, tan solo observándolas sufría en silencio mi deseo por ambas. Empecé a masturbarme sintiéndome ahora a solas y lejos de ellas. La playa y la casa de los abuelos habían desaparecido, pero el recuerdo flotaba en mi cabeza. La chaqueta cubriéndola bajo aquel sol abrasador, sudando yo a mares y sin que me oyera aparentemente ajena a aquel calor como se la veía. Desnuda la otra bajo la ducha, los dos solos en la enorme casa me atreví a traspasar el umbral del baño. De espaldas la descubrí en su rotunda figura, canturreaba a sus cosas evidentemente sin escucharme ni atender a mi presencia.
Desnudo en la playa como me hallaba, la vi mirarme y remirarme la completa desnudez. Recorriendo el cuerpo con la mirada, humedecidos los labios y sonriéndome lasciva al saborear cada una de mis partes al descubierto. La mirada clavada en la mía, para hacerla descender por el torso sudoroso gracias al mucho calor. Los ojos ocultos bajo las gafas, bajaban lentamente devorando cada centímetro de lo que le ofrecía. Lenta, muy lentamente y en silencio haciéndola caer hasta acabar centrada en mi terrible erección por ella.
Con sonrisa maliciosa cayó atrás dejándose contemplar, las piernas dobladas y abiertas pude verle el sexo de abertura cerrada y labios entreabiertos. Humedecidos los dedos entre los labios, los vi caer a esos otros labios rezumantes en deseo. Y empezó a masturbarse como yo lo hacía, uno y otro encendidos por el deseo que el otro le producía. ¿Te gusta lo que ves? –la escuché susurrarme con voz apenas perceptible. ¿Dime estás cachondo? –la misma voz leve y mínimamente apreciable.
Moviéndose a sus cosas, acariciándose la flor rosada hecha un mar de jugos. Gimoteaba y me provocaba con la mirada maliciosa y brillante en puro fuego. Mastúrbate, anda mastúrbate –me decías entre sonrisas ladinas. Cambiándole el rostro, tan pronto era Paloma la que me lo pedía como lo era la joven muchacha de los cabellos castaños.
Y yo me masturbaba frente a ellas, con rapidez y cada vez de forma más furiosa. Como ellas lo hacían, las piernas enteramente abiertas y los ojos en blanco por el mucho placer. Chupándose los dedos envueltos entre los labios, todo aquello resultaba aún más excitante. Yo también les pedía que se masturbaran y corrieran. Suspirando hondamente los tres, gemíamos en el placer que a cada uno nos corría el cuerpo.
La polla entre los dedos me masturbaba entre gemidos y bramidos, viéndolas pajearse al mismo ritmo que yo llevaba. Próximos todos al orgasmo más salvaje y extenuante. Córrete… vamos córrete –las escuchaba suplicarme en su delirio. Ahora una, ahora la otra el rostro cambiaba a velocidad de vértigo contemplando sus bellos rostros de ceño fruncido y la mirada perdida muy lejos de allí. Pajeándome sin descanso las descubrí agarrarme el sexo y ser ellas las que lo hacían.
Al tiempo que ellas mismas se lo hacían, metiéndose los dedillos en las rajas rosadas y enrojecidas por el intenso correr adentro y afuera. A punto de correrme, se lo dije con voz entrecortada y eso las hizo masturbarme mucho más rápido si cabe. Haciéndomelo insoportable como ellas lo sentían, cerca de explotar unos y otros. En mi cansancio extremo, pude ver a Paloma abrir la boca deseosa por mi descarga final. Sonriéndome y pidiéndolo perversa, la boca abierta y sacando la lengüecilla con que golpearme el glande palpitante y cerca de descargar.
Dámelo… dámelo todo, cariño –lamiéndome y chupando el grueso animal, herido por la tensión. Dánoslo… dánoslo –enseguida eran las dos las que me suplicaban. La muchacha de cabellos castaños y gafas de grandes cristales redondos con las que ofrecerme aquel morbillo que tanto me ponía. Me corro… me corro –avisé y entonces todo se hizo oscuro y enteramente negro en mi mente confundida y cansada, en el mismo momento que me llegaba el orgasmo con que soltar ríos y ríos de lava…
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Apoyada la cabeza en el respaldo del asiento, el suave traqueteo del tren fue sacándome poco a poco del sopor de aquel agradable sueño. Inquieto por el terrible final, desperté a la luz del vagón recuperando paso a paso la realidad perdida. Y con una erección de caballo bajo el pantalón. Tan duro estaba que la entrepierna me dolía, recogida en la tela tirante y prieta del vaquero que la oprimía.
Las piernas echadas hacia delante lo que el asiento permitía, la opresión disminuyó dándome un mínimo reposo y alivio. Las bolas me dolían, había sido todo tan cercano y real. El recuerdo me latía aún la mente, recordándolo de forma completa y sin un ápice de nebulosa en el mismo. La playa calurosa y de diversos tonos cromáticos. Una muchacha y la otra, mi linda sobrina Paloma escurriéndole el agua en la ducha ajena a mi presencia.
Con la cabeza echada a la derecha, la noche cerrada hacía el paisaje imposible de discernir a esas horas. En viaje nocturno para aprovechar el tiempo, pues por la mañana tenía visitas a clientes que realizar. En viaje entre localidades próximas me encontraba, unas horas apenas en uno de esos viajes en tren regional, uno de esos viajes que ya casi no se estilaban. Luego tan solo unas pocas horas de un corto sueño en el hotel y una buena ducha fría con que ponerme en marcha al día siguiente. Dos clientes buenos de cartera tenía a los que visitar y sacarles el máximo provecho posible.
Tan solo habían sido veinte minutos de aquel sueño movido y de tan sugerentes escenas. No creo que más, pero aquella pequeña cabezada había resultado tan vívida y real en mi sesera, que aquello entre mis piernas no engañaba viéndose tan real como el propio sueño lo había sido. Excitado al máximo y con un terrible malestar, la polla buscaba escapar a su prisión. El lento movimiento del traqueteo del vagón me excitó más aún. Necesitaba descargar como fuera.
La mirada esta vez caída a la izquierda, el sueño paso a paso fue tomando para mí luz y sentido. Lentamente los recuerdos de la noche fueron llegándome como rápidos flashes. No tendría más de veinte años. Era ella la misma chica con la que había coincidido y subido al tren en la solitaria estación de mi inicio de viaje. Con la que habíamos dejado los pocos bultos en el espacio habilitado para los mismos, y a la que con no poca sorpresa había visto tomar el mismo vagón, a mi altura y al otro lado del pasillo. Una de esas encantadoras casualidades que en ocasiones se dan.
Era aquella la misma chica joven y arrebatadora de la playa, la de la sensual media melenita castaña y lacia enmarcándole el rostro de sonrisa agradable y expresivos ojos. Poco a poco las diferentes piezas del rompecabezas iban casando unas con otras. Me encandilé en el mismo momento en que la vi allí a mi lado. Tan cerca uno de otro, se encontraba tranquila a sus cosas y visionando el oscuro de la noche a través del cristal de la ventana.
Estaba tremenda y no era sorprendente que hubiera formado parte del turbio sueño recién vivido. Tranquila y reposada con la vista echada a la ventana, vestía la misma rebeca azul marino que en el sueño la cubría. Botas militares negras desgastadas por el uso y, sentada con la pierna cruzada una sobre la otra, acojonante era el grueso muslamen que la chavala gastaba. Enfundado en los leggings rojos de piel, sin palabras quedé nada más clavar la mirada en el mismo. De manera que no me extrañaba para nada el haberme excitado con ella. Hermosa, lozana y en la flor de la vida tragué saliva allí tan cerca de ella como me encontraba.
El vagón en silencio y sin movimiento alguno a aquellas horas de la noche, todo se veía tranquilo y relajado por el traqueteo continuo en el que el viaje nos envolvía. Uno y otro a cada lado del pasillo, un hombre de mi edad leyendo delante de ella y frente a mí una mujer de avanzada edad dormía a gusto sin nada que la perturbara. Excitado seguía con aquella enorme erección al que el agitado sueño me había llevado. Aquella erección de caballo con que el pantalón se abultaba, doliéndome aquello horrores y con necesidad urgente por ponerle remedio. Los huevos me dolían y tuve que llevar la mano entre las piernas con cuidado de no ser descubierto.
Y entonces la idea perversa me inundó la cabeza en un rápido y tentador fogonazo. ¿Por qué no poner remedio a mi horrible estado? ¿Por qué no hacer partícipe de ello a la joven muchachita que allí tan próxima tenía? Quién sabe, tal vez acabara todo como el rosario de la aurora, siendo tomado como un sátiro y pervertido para terminar la noche entre rejas por escándalo público.
De todos modos, quien no arriesga no gana y como dicen los economistas hay que jugársela si quiere uno conseguir unos buenos réditos. Así pues y sin pensármelo mucho más, me abrí el botón del tejano y todo el resto para dejar al aire el miembro enhiesto y firme por la excitación. La cabeza al aire y entre los dedos, removí el miembro mínimamente entre ellos viéndose cabecear bien tieso.
La muchacha mientras tanto seguía a lo suyo, esta vez con la mirada al frente. Pajeándome lentamente, la vi echar un segundo la vista a mi lado. Una risilla leve lanzó, observando lo que por mi parte hacía. Ni levantarse, ni un grito con que montar el escándalo que yo había pensado poder darse. Tieso y ufano me mostré ante ella, el miembro entre los dedos apuntaba furioso al techo del vagón. Los dedos arriba y abajo, dejaron desplegar la piel atrás en un correr placentero.
La joven continuó en su postura, una pierna sobre la otra mostrando el acojonante muslamen que tanto me ponía. En silencio y sin decir nada, volvió a echar la mirada a mi lado supongo corriéndole un montón de pensamientos la cabeza. La misma risilla de un momento antes, el mismo morbillo en el rostro que en el sueño había visto en ella. Aquellas gafas de grandes cristales y con las que tanto me atraía hacia ella.
Sin moverse un ápice, la vi cruzar las piernas en sentido contrario. El muslo aquel que tanto me enardecía y que parecía querer romper la piel de los leggings que lo cubrían. Verdaderamente acojonante y arrebatador en su hermosura juvenil. Yo me pajeaba, ya sin vergüenza ni miedo alguno a una posible respuesta negativa por su parte.
Viéndola allí sentada y sin haber hecho ni dicho nada hasta entonces. Más que responder con aquella sonrisilla y cara de morbo a mi total desvergüenza. Sonreía sin apartar los ojos de mi erección, de mi rigidez tremenda envuelta entre los dedos. La cabeza rosada y firme, completamente descapullada. Moviendo los dedos arriba y abajo, la provoqué con ello.
De pronto un ruido extraño y me tapé con el jersey por encima. Oculto y en silencio sin mover un músculo, la muchacha dejó caer de nuevo la mirada a la ventana. Unos segundos notándome el pecho escaparme la boca y todo continuó tranquilo y sereno como momentos antes. Volví a dar salida a mi altanero compañero, arrogante y vanidoso en su altivez extrema.
Y de nuevo lo volví a dejar a su aire, entre los dedos y con la cabeza apuntando firme al techo. Removido entre los dedos, grueso y desplegado golpeé suavemente el tallo procurándole un mínimo desahogo. El glande rosado e hinchado, inflamado en el fiero aspecto que presentaba.
Y la joven lo miraba con interés insano. Sin apartarle los ojos de encima y sonriente con aquella sonrisa maliciosa y llena de atractivo hacia el miembro que tan provocativo se le mostraba. Era hermosa y bella y me ponía, me ponían un montón su frescura y bellas formas de joven veinteañera y en la flor de la vida. Un juego de seducción entre uno y otro, el miembro grueso y excitado palpitando alterado entre mis dedos y ella viéndolo con aquella carita de niña mala llevada por lo pretencioso de mi ofrecimiento.
La pierna bajada junto a la otra, la vi otear el pasillo adelante mientras me rozaba la entrepierna sin dejar de hacerlo. Incorporada adelante, la vi ponerse en pie y como se acercaba donde me encontraba. En el asiento que a mi lado había pronto la tuve sentada. Al instante la enganchó entre los dedos, tomándome el relevo en tan ardua tarea.
– ¿Me dejas que juegue con ella? –su voz un susurro leve junto a mí oído para que no la escucharan.
– La pobre está malita… necesita cuidado y atención –los dedos resbalaban arriba y abajo a lo largo del tallo.
Mirándola abajo mientras me masturbaba complacida. Con aquella mirada de vicio y perversión que era lo mejor en ella. Los dedos pequeños pero firmes, resbalaban abajo y arriba a lo largo del grueso pene. Las uñas cortas y mal cuidadas de un lila poco apreciable en su movimiento cada vez más animoso. A lo lejos unas voces se escuchaban, pero ya poco o ningún caso les prestábamos o al menos en mi caso así era. Disfrutando horrores las caricias de aquella mano desconocida y amiga.
– ¡Qué duro estás! ¿Qué te excitó tanto? ¿Acaso fui yo? –sin parar de mover y remover los dedos sin descanso ni un momento de tregua.
Yo no contesté ni dije nada, dejándome llevar por su experiencia y saber hacer. Pajeándome en silencio y ya en confianza plena con el recio músculo. Arriba y abajo, una y otra vez despreocupados ambos del resto de pasajeros. Ella movía la mano lentamente, muy lentamente y despacio gozando sin duda el grosor y fiereza del duro miembro.
Excitado como me encontraba y más ahora que la tenía allí a mi lado, dándome intimidad y placer exquisitos. Sin preocuparse porque pudieran descubrirnos, entregada a la feliz tarea de pajearme y darme tranquilidad y sosiego. Yo me dejaba hacer, elevada ya la respiración al resoplar nervioso y acelerado por el lento masturbar.
– ¿Te gusta? –me preguntó nuevamente al oído y entre susurros leves.
– Me gusta, sí –hablé por vez primera, disfrutando el lento roce y animándola a seguir.
– ¿Quieres que te haga correr? ¿Necesitas descargar? Pobre…
A mis cincuenta y dos años y aunque uno buscaba aprovechar lo que pudiera darse, desde luego que todo aquello era mucho más de lo que podía esperar a esas alturas de la vida. Era preciosa, vista más de cerca era aún mejor. No era una belleza fuera de lo común, pero sí resultona y deliciosa en extremo con aquella mirada picante y su sonrisa tan encantadora y juvenil.
A mi edad el toparme con una veinteañera como aquella, de forma inesperada y en tan peligrosa situación hacía todo aquello mucho más sugestivo y estimulante. Segundo a segundo, la relación entre ambos se fue estrechando más y más masturbándome la jovencita con lo que darme placer a raudales.
El pene palpitante y firme entre sus dedos, moviéndolos arriba y abajo sin un momento de reposo. La boca entreabierta dejando ver los dientecillos entre los labios despegados, entregada por entero al lento movimiento de los dedos. Sin dejarla un momento libre, moviéndolos ahora con mayor velocidad y ritmo.
Envuelta con la mano por completo, la noche estaba resultando mejor de lo esperado. Al iniciar aquello minutos antes, poco o nada imaginaba el éxito obtenido pero como dije quien no arriesga no gana. Y yo había ganado sin duda alguna, los dos habíamos ganado allí juntos y en tan arriesgada circunstancia. Sigue muchacha, sigue –mi voz entrecortada la alentaba por la cada vez mayor emoción.
Jadeante y respirando con fuerza la incité a continuar. Con el tejano abierto y la polla al aire, todo el dolor del principio había pasado como por ensalmo. Todo lo contrario, la excitación crecía y crecía por lo peligroso del poder ser descubiertos. Pero sin gana alguna por parar y dejarlo estar. Quieto y con las piernas en tensión, solo deseaba que continuara con el rápido y creciente remover de dedos. Era aquella una paja deliciosa y con su picante en el turbio quehacer que se marcaba.
El traqueteo del tren continuaba, acompasado y con el resonar del correr sobre las vías. Echada más hacia mí, la distinguí esta vez mucho más cerca. Sonriéndome feliz y sabiéndose por entero dueña de mi persona. Aquella carita dulce y sensual, esa preciosidad de ojos oscuros y profundos clavados en los míos a través del redondo de los cristales. Me moría por besarla pero no pude hacerlo, tan inquieto y en tensión me notaba que no podía apartarme del estado en que me encontraba.
Aguantaba aquello como buenamente podía, los ojos bien abiertos sin querer perderme detalle del espectáculo. Los ojos caídos en lo recio de aquellos muslos que tanto me habían llamado la atención desde la distancia. Eran verdaderamente tremendos y rotundos, enfundados en la tela de los leggings que tan juvenil y casual aspecto daban a la muchacha.
Sin decirme nada, tan solo sonriéndome feliz allí tan próxima como la tenía y sin dejar de pajearme una y mil veces.
– Sigue, sigue –mi voz en un murmullo leve y excitado.
Ya nada existía alrededor, ni el hombre que leía al otro lado del pasillo ni la mujer que sosegada y plácidamente dormía en el asiento de delante. En esos momentos, estoy seguro que si se hubieran percatado de la jugada ni nos hubiéramos enterado. Tan enzarzados en lo nuestro como nos hallábamos.
Arriba y abajo, una y otra vez los dedos continuaban a lo suyo en el fragor de la batalla. Despacio y deprisa, despacio y más deprisa sabiendo en cada momento lo mejor para mí. Si continuar o parar y darme un descanso y alivio. Aquella manita pequeña y afable me tenía loco con su lento y cadencioso remover. Por encima de la piel hinchada y sin parar de ofrecerme el placer que tanto necesitaba.
El orificio de la uretra viéndose en el glande palpitante e inflamado, con el mover arriba y abajo que los dedos le daban. Desde la base hasta arriba y de nuevo abajo. Y así una y otra vez, en silencio ambos disfrutando el cálido momento. Lo suave de la manecilla a lo largo del tronco, una gran paja la que me daba experta en la tarea como se la veía.
Arriba y abajo, rápido y más despacio unas voces a lo lejos volvieron a escucharse en el silencio del vagón. Y de nuevo la cara de la jovencita que me obnubilaba por completo. Allí pegada a mi lado, con aquella sonrisa que valía más que todo lo que quisiera pretender de su persona.
Con su carita sonriente y pícara, me tenía enamorado y loco por ella. Aquella carita dulce y tierna, de tanto morbillo taimado como la misma encerraba. Me la hubiera comido a besos pero no pude sacar fuerzas de mi persona. Tan solo el poder disfrutar y gozar el masturbar constante con que me hacía rabiar.
– ¡Qué duro… dios, qué duro estás! No esperabas esto… ¿a qué no? –siguiendo con el juego del suave sufrimiento que me regalaba.
Pasándose la lengua por los labios me provocó aún más, apretando el uno con el otro como forma seguramente de sofocar lo excitada que debía encontrarse. El escote medio cerrado por la camiseta blanca que bajo la chaqueta llevaba.
– ¿Tienes teléfono? –la escuché preguntarme en voz baja como siempre lo hacía.
– Que si tienes teléfono, hombretón… quiero que lo grabes todo…
– ¿Qué quieres decir? –pregunté sin entender lo que decía.
– Ya lo verás… así tendrás un recuerdo de mí… dejé el mío en el asiento –dijo sacando la lengua para provocarme hasta el delirio.
Echando mano al bolsillo del pantalón con urgencia, pronto me hice con el móvil que en el mismo se encontraba recogido. Pajeándome sin descanso, entre los dedos que vivarachos se desplazaban arriba y abajo. El sufrimiento en su máxima tensión con el saber llevarlo por la estupenda muchacha.
– Quiero que lo grabes todo… tú déjame hacer a mí… solo disfruta y grábalo con el móvil, ¿de acuerdo? –guiñándome el ojo con aquel toque de perversión que ya conocía en ella.
Arriba y abajo, desplegaba y hacía correr la piel entre los dedos. Creciendo el deseo en ambos, el delicado y tenso animal quejándose al palpitar bajo el poder de su mano. Por un segundo paró, cubriéndome con la mano y los dedos. Dándose y dándome tal vez un breve descanso para lo que vendría. Allí los dos quietos por un momento, con el pene removiéndose inquieto en busca de nuevas caricias que lo calmaran.
De nuevo la mano fuera y enganchado por la otra como me tenía, el lento movimiento volvió a crecer haciéndose para mí más insistente y perspicaz. Aquella muchachita sabía bien como tratarme y ofrecerme el placer que tanto precisaba. La cabeza hecha un champiñón rosado y amoratado bajo sus dedos.
– Sigue muchacha, sigue… dios, qué bien lo haces.
– ¿Te gusta, eh?
– Me encanta… sigue, sigue brujilla –la mirada clavada en la suya, sonriente y lasciva a morir.
Y entonces lo hizo. Sin avisar y ni corta ni perezosa, llegó lo mejor para mí. Abriendo la boca, se lanzó sobre el grueso champiñón amorrada sin pedir permiso alguno. Juro por lo más sagrado que no había pensado en ello ni lo había imaginado por un segundo. Tomado completamente por sorpresa, a poco pierdo el móvil entre los dedos. Ahora sí entendí sus anteriores palabras y el interés malsano porque la grabara.
Con gran dificultad me puse a ello. Metido en la boca buena parte de mi sexo, la observé el agradable deslizar de la cabeza arriba y abajo. Igual que antes con la mano, pero ahora con la boca resultaba evidentemente mucho mejor. Temblé de arriba abajo con la exquisita caricia a que me sometía. ¡Hija de puta, qué bien y cálido lo sentía! ¡Qué perversa y maliciosa en lo inesperado de su lento chupar y succionar!
– Uffff pequeña, ¿qué me haces? ¿Qué me haces? –la mano y los dedos enredados en sus cabellos, empezaba a ayudarla en su movimiento.
Cogida entre los dedos chupaba un gran trozo de mi sexo, envuelto entre los labios con el lento movimiento deslizante. Soltándolo un breve instante y enganchado una vez más, uno y otro empezábamos a tomar confianza y cariño por el otro. Jugaba con el glande inflamado, humedeciéndolo con cada nuevo lametazo. Suave, muy suave y lentamente lo hacía realmente bien dándome placer y deleite cada vez que me rozaba. Metiéndosela en la boca, tomando aire y hundiéndola más de la mitad. La boca bien llena de carne fresca y rígida por mi terrible erección.
Cogido con los dedos como me tenía, la joven viciosilla se abrió levemente la chaqueta para dejar al aire uno de los pechos. Tal como estábamos y con la mujer de delante dormida bien a gusto, era difícil que alguien descubriera lo que allí se daba. Echada a mi lado, el cuerpo de la muchacha tapaba por entero la feliz escena que ambos formábamos. Eso me tranquilizó, animándola así a seguir con lo que hacía. Ella tan solo me sonrió una vez más, de aquel modo tan travieso y picante que sabía ponerle a todo aquello. Mis ojos en los suyos, la empujé a que continuara con la dulce tarea.
Cogido entre los dedos, el glande endurecido y cubierto por su cabeza, tan solo podía verle los cabellos oscuros y lisos en su corta melena. De nuevo adentro, un nuevo y lento chupar como si así quisiera alargarlo y disfrutarlo mucho más. Los labios desplazándose lentamente a lo largo del tronco, la cabeza arriba y abajo llevada por mi mano que la acariciaba.
Jugaba ahora con el recio capuchón, pasándole la lengua por encima en rápidos y excitantes golpes. Eso me enloqueció, el sentir el roce de la lengua golpeándome de aquella manera hizo que el glande respondiera enderezándose bajo sus labios. Sin prisas, saboreándola y sin preocuparse por donde estábamos ni lo que nos rodeaba. Solo entregada al placer de devorarme y hacer palpitar lo duro del miembro.
Ahogada con ella, pajeándola entre los dedillos con un lento y tortuoso discurrir. Meneándolos arriba y abajo para acompañar el chupar y lamer con que de forma alternativa me complacía. Yo con los ojos, imagino abiertos como platos, no me perdía nada de todo aquello que la joven brujilla me hacía. Buffff, espectacular es decir poco… una mamada en toda regla y en situación tan expuesta para ambos.
La guapa y morbosa muchacha siguió a lo suyo. Acariciándome y mamando a buen ritmo, deprisa y despacio ofreciéndome excitación creciente y a raudales. El miembro duro y enhiesto entre los dedos, lo vi aparecer al incorporarse atrás y acercarse lo justo para besarnos con lascivia y pasión. Dándome la lengua para que la tomara con la mía. Un beso delicado y sensual al tiempo, cada vez me gustaba más aquella bella desconocida.
Sin dejar de masturbarme, arriba y abajo, adelante y atrás y sin parar de hacerlo. Despacio, muy despacio para que lo disfrutara hasta el delirio. Quieto, dejaba que fuera ella la que se encargara de todo. Sus bonitos ojos clavados en mi rostro, en aquella sonrisa perenne con que excitarme como loco. Con tranquilidad pasmosa, lejos del resto del vagón, solos los dos en nuestro pequeño rincón de vicio y perversión. Sin decir palabra ni uno ni otro, pasmado como me encontraba y silenciosa pero trabajadora la muchacha en su lento manosear.
Arriba y abajo ahora con soltura y algo más rápido, todo el pene envuelto entre sus dedos y el glande por encima, se veía excitado y brillante por las luces que nos rodeaban. Arriba y abajo y adelante y atrás, los dos muy juntos y comiéndonos las bocas con fruición. Mis labios envolvían los suyos, mordiéndome la chavala la boca en su también evidente nerviosismo. No decía nada, pero con su lento quehacer y sus gestos me hacía conocer lo mucho que aquello le gustaba. No dejaba de pajearme ni me soltaba, nada de eso. Al contrario, divertida ahora con la mirada abajo podía ver la respuesta que mi grueso músculo le presentaba.
Una vez más cayéndome encima, para ahogarse al enterrar media polla en el interior de su boquita. Sin apartar la mirada del móvil, con el que grababa todo aquello para la posteridad. Con dificultad extrema, en algún momento perdía el enfoque al verme engullido por la cariñosa boca.
El verla en tan ardiente estado y tan entregada y complaciente, me enardecía los sentidos. Los cabellos en los que enredarle los dedos, acariciándoselos y ayudándola a mamar y chupar. Las gafas de fina montura y gran tamaño que tanto y tanto morbo me daban. Y aquella boquita hecha para el pecado, dándome tal vez la mejor de las mamadas que nunca había recibido.
Tragando sin descanso, enterrándosela en la boca hasta golpearse el fondo de la misma. Sin abandonarla un momento, se llenaba el interior de la mejilla con el fuerte empuje del miembro encabritado. Y chupaba y chupaba una y otra vez, enfrentada a la cámara del móvil que testigo mudo no perdía detalle de nada de lo que allí sucedía. ¡Aquella dulce brujilla era buena mamando, vaya que sí!
La boca resbalaba a lo largo del tallo, chupando y lamiéndolo todo. Dándole un leve reposo, para cubrirlo de suaves y tiernos besitos con los que hacerlo palpitar hecho un completo basilisco. Acomodado al placer que necesitaba, observándolo goloso y dejando correr la lengua de abajo arriba a todo lo largo del mismo. Cerré los ojos, entreabriéndolos en mi debilidad al notarme la cabeza confusa y dándome vueltas. ¡Joder, joder qué bien lo hacía!
Apartándose el pelo atrás para que no la molestara, chupaba y comía polla con la mirada clavada en la pantalla del móvil. Estirándola y haciéndola contraer con el lento y premioso correr de los labios, que no mostraban el más mínimo interés por soltarla. ¡Cabrona, cabrona qué buena era!
Quieto e inmóvil en mi postura, no podía creer en mi suerte. De una noche aburrida y sin aliciente alguno más que el dejar pasar el tiempo de viaje, los acontecimientos se habían dado la vuelta por entero para que un grato y agradable momento de solaz se diera entre ambos. Cierto era que los dos habíamos puesto todo de nuestra parte y más para llegar a la situación en la que estábamos.
Comía y tragaba, comía y tragaba con maestría y a su placer. La metía y sacaba una y otra vez hasta que una nueva sorpresa me dio al tragarla por entero, haciéndola desaparecer de la vista. Toda dentro de la boca, ahogada y aguantándola unos segundos en su interior. Expulsándola mínimamente entre los labios e iniciando un ritmo rápido y veloz.
Comía y chupaba, sacándola y pasando la lengua por encima. Rápidos y golosos golpes de lengua encima del tallo. Envuelta ahora con los labios, enterrándosela una vez más con prontitud y desenfreno. Adentro y afuera ofreciéndome con su trato el mejor de los placeres.
– Ummm, sigue pequeña –en un susurro y con las manos en su cabeza le pedí continuar.
La soltó unos segundos para sonreírme, al ver el estado febril en que me hallaba. A mi lado y con esa sonrisa malvada que tenía, la vi sacarse un pecho por el escote en forma de pico. ¡Hija de puta, qué morbo tenía!
– ¿Te gusta? –la escuché preguntarme, mostrando el pecho terso y de buen tamaño en el que el pezón grande y oscuro destacaba.
– Ummm, me encanta… eres preciosa pequeña…
– Gracias –simplemente respondió agradecida a mis palabras.
Alargándole la mano, tan próximos como nos encontrábamos, le enganché el pezón tirando del mismo entre los dedos. Pronto lo noté endurecer con el tenso tratamiento. Unos segundos jugamos uno y otro, las manos y los dedos rozándose por encima de la redondez mamaria que tanto me excitaba.
– Basta, basta –exclamó en lo mejor del juego, apartándome la mano y guardándose para mi desdicha el seno bajo la camiseta.
Y de nuevo me tomó rauda el pene, volviendo a pajearme con la misma lentitud delicada. Arriba y abajo tomó velocidad y aliento, masturbándome y llevando la piel adelante y atrás con el ágil remover. Disfrutándolo horrores como todo el rato llevaba haciendo, inmóvil y parado dejándome hacer por las nobles artes de la joven. Y de nuevo agachó la cabeza, tragando más de la mitad de mi sexo. Chupaba y me masturbaba cada vez con un ritmo mayor. Adentro y afuera, acompañada por la suavidad de la mano que tan bien me tenía cogido. Hundiéndosela hasta el final soportándola así un breve instante.
La sacó nuevamente para tomarse un mínimo respiro y sonreírme, al levantar la cabeza mientras me pajeaba una y otra vez sin descanso. Arriba y abajo, hacía la presión más o menos fuerte a lo largo del recio músculo. Una y otra vez, me pajeaba entre los dedos al tiempo que se pasaba la lengua por los labios con gesto de vicio.
– ¿Vas a correrte? –con morbo infinito la escuché preguntar, acercándome peligrosamente los labios a la oreja.
Fue cuando la sentí sacar la lengua y devorarme la oreja, con lo que hacerme notar el aliento ardiente y entrecortado por la pasión. Un golpe de lengua rozándome todo y un enganchón en el lóbulo con los labios que me llevó a un punto de ebullición sin límites. ¡Dios, me tenía loco por completo!
Y de ahí de nuevo abajo, tragó polla volviendo a tomar ritmo y velocidad. Chupaba y lamía, succionándome entero hasta donde la boca le daba. Un ritmo rápido y agotador que era lo que en ese momento yo más necesitaba. La joven muchachita ganaba en velocidad y rapidez, para luego parar en el momento que convenía. Chupaba y lamía, tragando y jugando la boca y la lengua en batalla encarnizada con el grueso animal, erecto y enteramente desplegado.
Yo, estirado en mi asiento, me apretaba los labios con fuerza para no jadear más de lo conveniente o acaso llegar a gritar en mi impaciencia. Con la mirada clavada en el móvil, sacándola y rodeándola con la lengua. El glande, todo el grueso mango en pequeños círculos con los que enloquecerme más si cabe. De ese modo, aumentó la cadencia de sus roces y caricias de manera progresiva haciéndomelo ya insoportable. No tenía duda alguna de cómo acabaría todo aquello.
Tan entregada como se la veía, muy extraño iba a ser si no me hacía terminar de la mejor manera. Y no iba a ser yo quien se lo impidiera. Todo el miembro en la boca, que la lengua enlazaba por abajo. Llenándose el pómulo por dentro con el ímpetu con que la empujaba. Y ambos supimos que me corría.
Las piernas me temblaban y más tenso de lo que ya lo estaba, la muchacha me masturbó sin descanso ni dar posibilidad a dejarlo. La manita moviéndose a velocidad de vértigo y metiéndola finalmente en la boca, unos golpes y roces perversos de lengua y una vez más adentro continuó con el correr de labios y lengua. Con la mano caída en su cabeza, ahogándola y sin permitirla escapar de lo que hacía. Me corría, me corría dios. Las fuerzas fallándome piernas abajo y aquella dulce boquita devorándome hasta lo más profundo.
Y así me supe acabar, explotando en ella sin dar motivo al descanso. Me corrí en su boca sin avisar, aunque estoy bien seguro que ningún interés existía por su parte para ello. Tan embebida en la tarea se encontraba que ni se apartó ni la dejó ir, dejándose llenar por lo espeso y abundante de mis jugos. Pajeándome y masturbándome unos segundos más, como mejor forma de descargarme de todas las fuerzas que guardaba. Y tras el feliz instante y dándome reposo, la sacó de la boca para llevarse los dedos por encima y saborear parte de los pocos restos que los mismos recogían.
Y lo mejor llegó al final, mirándome a los ojos y dejándome ver el abundante y viscoso semen que la lengua le llenaba. Una buena corrida la que me había pegado con su mucha experiencia y saber hacer. Blanco y espeso, sonriente lo hizo circular un fugaz instante entre los labios al dejarse observar por la cámara que todo lo grababa.
En el interior de la boquita, se la veía hermosa y perversa con su cara de vicio en la que los labios abiertos y los dientes menudos se podían ver. Y en un segundo cerró los labios y con un golpe lo tragó todo, haciéndolo correr garganta abajo. Yo flipaba en colores como no podía ser menos. Como final a tanta desvergüenza y depravación, sacó la lengua y me miró una última vez y de ahí a la cámara a la que mostrar el resultado obsceno de su trofeo.
Por último, sin decir palabra y dándome la espalda, se incorporó y sin más marchó a su asiento ofreciéndome la mejor perspectiva de su enorme culo que los ceñidos leggings apenas podían embutir. Cruzadas las piernas como al principio, una mirada postrera hacia mí y sonriente la vi llevarse el dedo a la boca en un más que expresivo movimiento del chupar. Flipado como me encontraba y todavía sin dar crédito a lo ocurrido, fui ahora yo quien le lancé la última de mis miradas al acojonante muslamen que los rojos leggings enfundaban.
Algo más de cinco minutos, seguro no llegaron a diez pero puedo asegurar que fue aquella una de las mejores mamadas de mi vida. Tras lo agradable de lo sucedido, las miradas fugaces y de tanto en tanto se hicieron habituales entre ambos durante lo poco del resto del viaje. Con su parka de invierno puesta, la vi al poco bajar al llegar a su destino. Despidiéndose con una mirada de agradecimiento a mi entrepierna y lanzándome a continuación un leve beso entre los labios.
Desde mi altura y a través de la empañada ventana que el vaho de la noche medio cubría, la vi correr con sus bultos andén adelante hasta encontrarse con un joven muchacho, tal vez su novio, amigo o quién sabe quién pudiera ser. Un beso prolongado y apasionado entre la pareja como la mejor forma de dar pie al encuentro. Cogidos de la mano y con los bultos que ahora él cargaba, les vi caminar alegres y felices hasta perderse en el interior de la estación.
Nada sabía de ella, ni su nombre ni quién era. Tan solo el recuerdo grabado a fuego y flotándome en la mente del tan cálido y agradable momento vivido a su lado. Largo tiempo pasado después y como ven, todavía lo recuerdo con nitidez y excitación malsana. Como ahora mismo y en los gratos encuentros junto a mi mujer, el recuerdo en nebulosa de la sonrisa morbosa de aquella muchacha desconocida, sin remedio me azota y excita hasta acabar corriéndome de forma furiosa en aquella misma húmeda y hambrienta boquita. Vicio inmenso y en grandes dosis el que en su larga experiencia mostraba.
Adiós bella muchacha de sonrisa morbosa, de mi sueño reconfortante y acariciador. ¡Ojalá en algún otro momento de nuestras existencias volvamos a vernos! En verdad, ¿quién sabe lo que la vida en un momento u otro puede llegar a depararnos?