Una aventura sorpresiva y cachonda
«UNA AVENTURA INESPERADA».
—Nos vemos, Alex; que disfrutes tu fin de semana.
—Tú igual, Güicho; hasta el lunes.
¿“Alex”?… Sí, no hacía mucho que sus compañeros de la oficina habían dejado de llamarla “Alexa” o “Aleja”, a ella le daba igual; su nombre se escribía “Alexandría”, pero se pronunciaba “Alejandría”, al menos eso le dijeron siempre sus padres.
—Hasta luego, Alexa.
—Adiós, Cleo; que descanses…
Las mujeres, en cambio, la seguían llamando igual, las que le seguían hablando, porque más de una dejó de dirigirle la palabra, otras se volvieron más distantes en su trato. Un par de “despistadas” de pronto quisieron hacerse muy amigas suyas, una de ellas incluso comenzó a acosarla abiertamente ya que quería que fueran algo más que amigas. Tuvo que marcar su raya de manera bastante ríspida.
Tras cerciorarse de que la oficina se había quedado vacía, programó la alarma, apagó la luz y cerró con llave. Era parte de su trabajo ser la última en salir y la primera en llegar. Anduvo por los pasillos solitarios hasta llegar a la caseta de vigilancia, donde tendría que entregar las llaves y registrar su salida. Esta última, era una de las tareas que más la incomodaban. El vigilante en turno no siempre era el mismo, pero su actitud era bastante similar. Lo comprobó en el tipo en turno, que era nuevo: Silencio sepulcral, tensión creciente; un disimulado, pero minucioso recorrido visual de su anatomía, mientras una sonrisa socarrona se le dibujaba en el rostro, a pesar de que pretendía ocultarla. Si se hubiera asomado detrás del mostrador hubiera notado la erección en ciernes que su presencia despertaba en aquel individuo de mediana edad y ojos saltones.
—Que descanse, señorita…
—Muchas gracias —El trató con el personal de seguridad debía ser lo más parco posible, la indicación había sido clara.
Mientras Alexandría avanzaba los pocos pasos que le restaban para llegar a la puerta de la calle, el tipo no separaba la vista de su espigado cuerpo observando el suave contoneo de sus caderas. Una de sus manos hurgaba en su bolsillo y no precisamente porque buscara algo, su otra mano mientras tanto, marcaba un número telefónico.
Afuera estaba haciendo frío, Alexa lo sintió en cuanto abrió la puerta; entonces echó de menos su abrigo, lo había olvidado en la oficina, lo mejor era volver por él. Giró sobre sus pasos, el guardia se había desentendido de ella, dando por hecho que ya había salido y ahora él estaba enfrascado en una llamada telefónica.
—¡Ya la vi, güey!… ¡No mames, es un forrazo de vieja; está re-buena la condenada!… Con decirte que cuando vino a dejar las llaves, la pinche reata se me puso bien tiesa nomás con verla… ¡Pinche suerte de la Chinta, y tan culera que está la cabrona!… ¡No me lo puedo creer, la mera verdad; para mí que se lo inventó!… ¿Las vieron, me lo juras; entonces sí es cierto?
Alexandría azotó la puerta con todas sus fuerzas, el rebote de la misma impidió que se cerrara y quedó completamente abierta a sus espaldas. Ella prefería soportar el frío que seguir escuchando aquellas palabras. Ya habían pasado un par de años, pero las secuelas de aquello parecían interminables.
Su desplante con la puerta no había pasado inadvertido para algunos de sus compañeros que estaban allí afuera. Ultimaban detalles para su “salida”, cosa habitual en ellos, sobre todo cuando coincidían el fin de semana laboral y la quincena. Güicho estaba entre ellos, era el “sonsacador” por excelencia y algunos de los compañeros no se hacían mucho del rogar para seguirlo. Para nadie era un secreto que esos tres gustaban visitar clubes de nudistas y prostíbulos. No eran del ambiente tranquilo del grupo con el que ella solía convivir, que si acaso se reunían en un café, merendero, o a lo mucho en una disco. Pero eso había sido antes de volverse “non grata”, pues ahora ya no había salidas. Nunca había sido el alma de la fiesta y siempre que salía con sus compañeros de trabajo lo hacía en compañía de su entonces novio, ¿o era prometido? Él sí que se llevaba bien con todo mundo, llevaba más tiempo que ella en la empresa y tras aquel incidente se había desterrado de la ciudad. Estaba segura de que el castigo al que la sometían se debía más al daño que le había causado a él que al el hecho mismo.
—Te vas a resfriar si sigues más tiempo ahí parada, Alex.
—Pues no era mi intención quedarme tanto tiempo esperando, pero según veo, los taxis opinan otra cosa.
—Nosotros vamos a caminar un par de cuadras, allá es más sencillo tomar taxi, por si gustas acompañarnos.
—¿Acaso me están invitando a salir?
—¡No! —Güicho se apresuró a rectificar—, me refiero, a acompañarnos a tomar taxi, para que no te quedes sola aquí más tiempo…
—¡Ja, ja, ja!… Lo sé, Güicho; no creo en tanta belleza como para pensar que me van a invitar a donde van…
Mientras caminaban, sus compañeros cambiaron su actitud, pues en lugar de hablar abiertamente entre ellos, comenzaron a cuchichear, y por alguna razón, Alexandría presentía que, mientras hablaban, hacían referencia a ella.
—Bueno, si gustas acompañarnos, nosotros encantados.
—¡Ah, si?… ¿y a dónde van a ir, si se puede saber?
—¡Vamos a “ir de putas”!
—¡Ja, ja, ja! —No pudo evitar la carcajada al escuchar esa expresión, fruto de la estadía que Francisco había hecho en España—. Les agradezco la invitación, muchachos; pero yo no tengo necesidad de eso, a mí sí me pagan bien… ¡Ja, ja, ja!
Los otros dos la secundaron con las risas, a excepción del ocurrente que se deshacía en explicaciones de lo que había querido decir. Todos entendían que “ir de putas” quería decir que ellos iban en su papel de clientes a buscar putas para coger. Pero a Alexa le resultaba más divertido tomar el sentido literal de la expresión y jugar a que eran ellos los que iban en calidad de putas a buscar clientes.
—A nosotros también nos pagan bien, pero este trabajo extra lo hacemos por puro gusto —Bromeaba Güicho, siguiéndole el juego con la broma.
—Es cierto, en una sola noche sacamos lo mismo que en toda la quincena, ya hasta estoy pensando en renunciar para dedicarme por entero al oficio más antiguo del mundo —Agregaba Hugo, sumándose al juego, para mayor disgusto de Francisco.
Y así continuó el juego hasta que finalmente apareció un taxi. Muy caballerosamente se lo cedieron a ella.
—Bueno, muchachos; suerte esta noche, que les caigan muchos clientes… ¡Ja, ja, ja!
Güicho, muy caballerosamente le abrió la puerta, momento que aprovechó para comentarle en corto:
—Es en serio, Alex; si gustas venir con nosotros, adelante. El lugar al que vamos es muy discreto y agradable, también suelen ir mujeres, por si eso te preocupa. Además, nosotros invitamos, ¿qué dices?
—¿Y qué tal están las chavas? —Preguntó casi sin pensar, como si siguiera bromeando.
—Preciosas, ya lo verás… ¡Anda, vamos! ¿O tienes algo mejor qué hacer?
La verdad era que no tenía nada qué hacer, hacía tiempo que no salía y que, en días como ese, su rutina consistía en llegar a casa y ponerse a ver series hasta que el sueño la vencía. Estaba sopesando los pros y los contras de la propuesta cuando el ruido del claxon la sacó de sus cavilaciones. La presión del taxista la forzó a decidir de manera apresurada.
—Bueno… No creo que haya mucha diferencia entre aburrirme sola o aburrirme con ustedes… ¡Vamos!
Ella siempre había sentido curiosidad por saber cómo eran esos lugares. En el trayecto sintió que la invadía un afán de aventura que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. ¿Qué clase de aventura? No lo sabía a ciencia cierta, pero tenía el presentimiento de que algo interesante sucedería esa noche.
Cuarenta y tantos minutos después habían llegado. Era algo así como un complejo de bodegas. Todavía tuvieron que caminar un buen tramo.
—¿A dónde me trajeron, malvados? ¡Les advierto que vengo armada, por si intentan algo!
—No te asustes, Alex… Ahora verás…
Estaban en la puerta peatonal de una de esas enormes bodegas. Güicho pulsó el botón del intercomunicador.
—Necesitamos unas cintas kraft de tres pulgadas…
Unos instantes después se escuchó el peculiar sonido que indicaba que la puerta estaba abierta. Adentro todo era de lo más normal, era una bodega de materiales para empaque, que lógicamente a esa hora no mostraba actividad. Los recibieron en una suerte de oficina donde Güicho complementó una orden de pedido de diversos materiales y luego pagó con su tarjeta.
—La señorita los acompañará para que les entreguen su mercancía.
Una mujer, ataviada con uniforme de guardia de seguridad los condujo por uno de los pasillos que desembocaba en lo que parecía ser una salida de emergencia.
—¿Ya viste?, aquí sí los dejan tener mujeres como guardias —se le escapó el comentario a Hugo, que recibió un codazo por parte de Güicho, indicándole con la cabeza que Alexandría estaba presente.
En cuanto atravesaron la puerta, se comenzó a escuchar la música, descendieron por una escalera de caracol, cruzaron una puerta más y el panorama cambió drásticamente. La guardia les hizo una revisión con detector de metales y los hizo dejar en recepción/paquetería un par de objetos que le parecieron sospechosos, incluidos los celulares.
—Este lugar es clandestino, seguro…
—Es la idea que le venden al cliente, pero todo es enteramente legal. Es un club con alto grado de exclusividad en el que no te vas a encontrar a cualquier hijo de vecino. Por eso hay que dejar los celulares en la entrada.
El sitio estaba acondicionado dentro de lo que alguna vez fue una nave industrial y el concepto de su decoración aprovechaba algunos elementos abandonados para darles un nuevo uso, así sucedía con la barra, que era una vieja máquina remodelada para tal fin. Las mesas eran viejos bancos de trabajo reacondicionados, al igual que las sillas. Llamaba especialmente la atención el escenario, que parecía ser una plataforma de carga y descarga. Desde las alturas descendía un ascensor tipo canastilla, se abrió la reja del ascensor e hizo acto de aparición una chica que con un par de rodamientos se ubicó en el centro del escenario.
—¿Y bien, qué te parece? —Preguntó Güicho a su invitada.
—No me distraigas, que estoy concentrada…
Y no era para menos, Alexandría contemplaba cómo aquella chica, con gráciles movimientos se enredaba en el larguísimo tubo y trepaba hasta la parte más alta, para luego descender con una maniobra que la dejó boquiabierta.
—¡Demonios! ¡Esa tipa no es una teibolera, debería estar trabajando en el Cirque Du’Soleil!
Ellos se acercaron a la barra y pidieron algunas bebidas. Alexandría se había quedado a la zaga, embobada con el espectáculo.
—¡Alex! —Una voz femenina la sacó de concentración.
Al girar la cabeza, se encontró con una chica de sonrisa radiante, que la miraba del otro lado de la barra. Alexandría caminó como autómata hasta la bella cantinera, se recargó en la barra, preguntándose si aquella espectacular mujer era real. Se estremeció cuando sus dedos le acariciaron la mano.
—Tus amigos preguntan qué quieres…
Alexandría, todavía desconcertada, le echó un nuevo vistazo a la chica que continuaba con sus evoluciones en el escenario y luego volvió a posar su mirada en la mujer de la barra.
—Para ser franca, estoy muy indecisa…
—¡Ja, ja, ja! —La cantinera soltó la carcajada, ante el abierto coqueteo—… De beber, mujer, de beber… No de “tomar”…
—¡Ah!… —Alexa fingió decepción—. ¿Qué me recomiendas que no tenga alcohol?
—¡Ah, eres una de esas?
—¿De esas?
—Sí, de esas a las que les asusta embriagarse porque son propensas a cometer locuras.
—La verdad no. Soy de esas de las que prefieren cometer las locuras en sus cinco sentidos… Aunque a veces tenga que aprovecharme de esas otras a las que haces referencia.
—Aquí tienes, un Shirley Temple —la chica le entregó el cóctel, junto con la mejor de sus sonrisas y un nuevo roce de manos.
Se reunió con sus compañeros, sin dejar, a la distancia, de intercambiar miradas con la chica de la barra. Transcurrieron un par de horas durante las cuales estuvieron disfrutando el espectáculo y de algunas bebidas. Además, el volumen de la música no era ensordecedor, por lo que se prestaba para conversar. Alexandría no hablaba mucho, se dedicó a escuchar y a preguntar sobre las aventuras de sus compañeros en esa clase de lugares.
En un momento dado, ella se disculpó, ya que tenía que atender el llamado de la naturaleza. Aunque la señalética era clara, fingió demencia para acercarse a la barra.
—¿Te estás divirtiendo, Alex? —Le preguntó la chica de la barra.
—Algo, aunque podría divertirme más, pero esos tacaños con los que vine no me quieren invitar un privado.
—¿Y por qué no lo pagas tú?
—Ellos me invitaron, además; no vine prevenida… De haber sabido las tentaciones que suele haber por acá. —Alexandría dirigió su mirada al escenario, donde nuevamente hacía acto de presencia aquella chica que la había impactado con sus evoluciones.
—Esa es Angelina… Veo que te ha llenado la pupila…
—Bueno, no solamente ella…
La chica ladeó la cabeza haciendo acuse de aquella indirecta tan directa.
—¿Me podrías decir dónde están los baños?
—Si quieres te puedo dar acceso a los de los empleados, suelen estar más limpios y “discretos”…
Alexandría asintió con la cabeza. La cantinera le susurró algo al oído a su compañera. Agarró un llavero de un cajón y salió de la barra.
—Ven conmigo.
Abrió una pequeña puerta que las condujo por una serie de pasillos, ahí se cruzaron con algunos de los trabajadores del lugar, casi todas mujeres.
Llegaron al baño, luego de abrir la cerradura, la chica la invitó a entrar, ya dentro volvió a cerrar. El lugar no era lo que esperaba, se trataba de un medio baño como el de cualquier casa, con un sanitario, un lavabo y un amplio espejo.
—Adelante, haz lo tuyo… —Le dijo la chica, entretenida ante el espejo, retocando su discreto maquillaje.
Algo turbada, Alexandría deslizó sus pantaletas hasta las rodillas y se sentó a orinar.
—¿Entonces era cierto que necesitabas orinar?
—¿Por qué no iba a serlo?
—Tal vez, porque cuando me invitan al baño no es necesariamente para eso… —Dijo la chica, girando su cuerpo, recargando su trasero en el lavabo, mirándola fijamente mientras se escuchaba el chorro caer.
Ambas se miraban fija, intensamente. Alexandría ya había terminado, pero no se atrevía a levantarse. Tímidamente, cortó un trozo de papel higiénico, lo dobló sin atinar de bien a bien qué hacer con él. La chica dio algunos pasos, contoneándose, con lentitud pasmosa. Se acuclilló, le quitó el papel de las manos. Alexandría se estremeció cuando aquella mano ajena se internó bajo la falda, acomidiéndose a limpiar la humedad de su vulva. Terminada la tarea, se recreó en sus muslos, en la suavidad de su pálida piel y en la firmeza de sus carnes. Alex no recordaba haber sentido un tacto más ardiente que el que recibía en esos momentos. Sus vellos se erizaban a cada milímetro de piel acariciada. Cuando esas manos alcanzaron sus rodillas, tomaron sus pantaletas y las deslizaron mientras acariciaban sus pantorrillas.
La chica la despojó de las pantaletas, se las llevó a la nariz y aspiró profundamente.
—¡Qué bien hueles!
Alexandría permanecía inerte, sin atreverse a mover un solo músculo. Estaba terriblemente excitada, ya casi había olvidado esa sensación. La chica sabía que la mujer sentada en el inodoro ardía de pura calentura. Sonrió, divertida, se puso de pie con mucha lentitud, y con un contoneo casi imperceptible, como simulando un bailecillo por demás sensual, comenzó a desabrochar su ajustado pantalón de mezclilla, bajó el cierre poco a poco y luego fue deslizando su prenda hacia abajo, haciendo que el movimiento durara una eternidad. Alexandría pasaba saliva a cada milímetro que quedaba al descubierto, se quedó sin aliento cuando al fin pudo ver aquellos ensortijados rizos castaños saltar a la vista. En ese punto, sentía que le faltaba el aire y todo su cuerpo latía al mismo ritmo desbocado de su corazón. Al mismo tiempo sentía derretirse por dentro, como si un río de lava hirviente pugnara por brotar de entre sus piernas.
—¿Te gustaría saber a qué huelo yo?, ¿o preferirías comprobar mi sabor?
Alexandría ya no se pudo contener, la tomó por asalto, con ansiedad creciente tomó la prenda por la parte superior y la deslizó con desesperación hasta donde le fue posible. Hundió su cara en aquella húmeda entrepierna que se le ofrecía tentadora. La olió, la lamió, la besó, la chupó, la mordió, la devoró entera, por dentro y por fuera, con frenética pasión. La chica temía resultar herida, pues la fuerza con la que se sentía succionada, le hacía temer que le desprendería algún órgano interno o cuanto menos le provocaría alguna hemorragia. Pero luego, esa larga lengua la acariciaba con tal dulzura que le resultaba un paliativo enloquecedor. Se sorprendió de que en menos tiempo del que creyera posible, ya se sujetaba a la cabeza de aquella mujer para no derrumbarse, porque sus piernas temblaban, flaqueando ante el advenimiento de un orgasmo sin fin. Había estado tan ocupada provocando a Alex que ni siquiera había reparado en la real dimensión de su propia excitación. Y ahora estaba siendo arrastrada por la tormenta que ella misma había desatado, porque aquellos labios y aquella lengua no parecían entender razones, estaban fuera de sí, llevándola una y otra vez hasta los cuernos de la luna.
—¡Ya, ya!… ¡Me vas a matar, mujer; detente ya, por lo que más quieras! —Gritaba la chica, haciendo acopio de todas sus fuerzas para escaparse del dulce tormento al que estaba siendo sometida y al que ya no era capaz de soportar—. ¡Por Dios, mujer; tengo hijos, no los querrás dejar huérfanos!
Alexandría respiraba ansiosa, tratando de recuperar la cordura, con sus manos en el aire, ahora vacías, pero con el rescoldo de aquellos glúteos portentosos todavía latentes en su piel. Era como despertar de un mal sueño, tenía que huir de ahí. Se puso de pie, la llave estaba pegada a la cerradura de la puerta. Abrió y salió, dejando a la temblorosa cantinera ahí dentro, con el pantalón a medio muslo. Apresuró sus pasos, se perdió entre el laberinto de pasillos. La última frase que gritó su improvisada amante le seguía resonando en la cabeza y en el pecho.
—Hola, chica; ¿que haces aquí?, ¿estás buscando a alguien? —Salió a su encuentro una mujer madura. Por su actitud intuía que ocupaba un puesto alto en el negocio.
—Disculpe… Estoy perdida, se me ocurrió seguir a una de las chicas… Sé que no debí hacerlo, pero es que…
—¿A quién?
—Angelina…
—Vaya, Angelina tiene muchos fans…
—Pues yo soy una más. Es que la forma que tiene de moverse en el tubo es sensacional…
—Sí, lo es; aunque tú no deberías estar aquí… Ven conmigo, te acompaño de regreso.
La mujer la llevó de regreso, indicándole por dónde tenía que andar, ella iba todo el tiempo caminando detrás de Alexandría. Le incomodaba la marca personal a la que la sometía y sabía que la observaba detenidamente mientras caminaba.
—¿Con quién vienes?
—Con ellos. —Señaló a Güicho y sus compinches.
—Vaya, con los Sobrinos del Pato… Es la primera vez que vienes, ¿verdad?
—Así es.
—Pues esperemos que no sea la última, y para ello, debes permanecer de aquí para allá… ¿Estamos?
—E-estamos…
Algo intimidada volvió con sus compañeros, argumentando que su tardanza se debía a que había mucha fila en los baños. Rato después les dejó entrever su cansancio y que para ella ya había sido suficiente, que quería irse.
—Está bien, Alex; en un momento más nos vamos, deja que solamente terminemos nuestros tragos, al fin que ya cumplimos con el consumo mínimo.
—No es necesario, ustedes quédense si gustan…
—Es que aquí no es así, si llegamos en grupo, nos tenemos que marchar en grupo.
Terminaron sus tragos y se dispusieron a marcharse, en esas estaban cuando se acercó una chica con una charola.
—“Alguien” les envía esto, es cortesía de la casa.
Era una ronda más de tragos, la muchacha puso el respectivo trago frente a cada uno de ellos. Se miraron entre sí al notar que Alexandría no había sido considerada para tal obsequio.
—¡Ups, lo siento; no hay bebida para ti! ¿Puedes venir conmigo? No estoy segura de lo que pasó.
La chica la tomó de la mano y la llevó a rastras con ella hasta una zona de mamparas. La condujo a un pequeño habitáculo donde había un amplio sillón, al centro destacaba un tubo metálico.
—Que disfrutes tu obsequio —y se marchó, dejándola ahí, sola y desconcertada.
Casi en cuanto se marchó, la perfecta iluminación se atenuó y una sensual música se dejó escuchar, al tiempo que desde arriba, a la usanza de los bomberos, se deslizaba una figura femenina por aquel tubo.
Se trataba, ni más ni menos, que de Angelina, que desde un principio había impactado a Alexandría, quien casi sin poder creerlo, se sentó en el sillón, atenta a las evoluciones de la chica. En un primer momento, mantuvo una distancia prudente entre ambas, pero conforme evolucionaba el numerito, la bailarina se le acercaba cada vez más y con menos prendas. En un momento dado, la chica se sentó sobre las piernas de Alexandría, ofreciéndole la espalda para que la ayudara a desabrochar el sostén. En cuanto las liberó, la bailarina sujetó sus manos para que las palpara, eran dos chiches majestuosas, firmes, naturales, a diferencia de las muchas artificiales que mostraban la mayoría de chicas en ese lugar.
En el contoneo de su baile sensual, la chica se giró, montándose en los muslos de Alexandría, quien cerró los ojos, sintiendo que los dedos de la bailarina se perdían entre su abundante cabellera negro azabache. Y luego sintió la proximidad de aquellos pechos enloquecedores en su rostro. Y no pudo evitar sacar la lengua y apoderase de uno de los turgentes pezones para saborearlo. Luego el otro, con mayor deleite y ahínco. Los gemidos de la chica la espoleaban para que continuara y ella acataba sus deseos, porque en el fondo eran los propios.
Angelina se incorporó, siguió con su danza hipnótica. Las manos de Alexandría recorrían ya las ingles, ya las nalgas de la joven bailarina. Se desconoció cuando en un arrebato sujetó las pantaletas con ambas manos y las desgarró de un fuerte tirón. Dejando al aire libre y a unos cuantos milímetros de su boca el ansiado manjar.
Llevaba un par de años de sequía, y ahora, en un abrir y cerrar de ojos se le presentaba una segunda oportunidad de “alimentarse”. No la desaprovechó e incursionó en la intimidad de una fémina por segunda vez en una misma noche. Luego de mucho tiempo de abstinencia, sentía que se atragantaría por la premura con que se deleitaba en comer aquello.
Recordó lo acontecido con la cantinera y esta vez procuró ser más mesurada, más tierna y dulce. Pero al final no pudo contenerse y acabó devorando a aquella chica con la misma pasión salvaje que le dictaban sus instintos, sus ansias largamente contenidas y ahora liberadas.
Angelina no flaqueó, no se rindió y se entregó a toda la exigencia que Alexandría le prodigaba en caricias, estremeciéndose, alcanzando el cielo una y otra vez. Aunque se quejaba, y gemía, no se vencía y seguía aguantando, estoica, ofrendando a Alexandría todo lo que quisiera extraer de sus adentros.
Y Alexandría se sentía como una vampiresa que había salido a calmar su sed de lujuria, en una afortunada cacería que involucraba a un par de víctimas en una misma noche. Al final se sentía saciada, ella también había experimentado su orgasmo, uno distinto, generado por el placer que producía en el cuerpo ajeno. La abundante humedad en la entrepierna lo atestiguaba, amén de la sensación de saciedad, satisfecha por el “deber” cumplido. Su segunda víctima quedó hecha un ovillo en el sillón.
Afuera del privado se encontró nuevamente a la mujer, que la miraba con un interés profesional.
—Te he estado observando toda la noche…
—¡Ah, sí?
—Así es… ¿Sabes? Me gustas, me gustas mucho…
Alexandría se puso nerviosa. No le estaba gustando para nada el rumbo que tomaba esa “conversación”. Ya había tenido suficiente aventura para mucho tiempo. Y aunque esa mujer madura conservaba un aspecto bastante apetecible, estaba segura de que “alimentarse” por gula no le dejaría nada bueno.
—Me preguntaba si te interesaría mejorar tus ingresos… Eres muy hermosa, tu silueta deja adivinar que bajo esas ropas hay un cuerpo de ensueño… Además, tengo un par de referencias muy buenas sobre ti… Suelo ser muy exigente con mis chicas, pero también suelo ser muy generosa con ellas.
Alexandría guardó silencio, intentando mostrar desinterés, pero un débil dejo de curiosidad se dejaba ver en sus grandes ojos negros.
—Piénsalo, si gustas, después nos podemos reunir para comentarte sobre las bondades de mi propuesta.
—Lo consultaré con mi almohada… —Por supuesto que no tenía nada que consultar, la respuesta era un rotundo “no”. Pero por alguna razón no quiso cerrar la puerta de inmediato.
Se alejó contoneándose más de lo normal, sintiéndose admirada y deseada, como si destacara especialmente entre tanta mujer hermosa. Pero también le quedaba claro el motivo del obsequio recibido y eso la desmoralizó un poco. A final de cuentas se había roto la sequía largamente padecida, lo había hecho con dos hermosas chicas, dos prostitutas al fin y al cabo, pero no había tenido que desembolsar un solo centavo y eso ya era ganancia.
Cuando volvió con sus compañeros lo hizo de nuevo con el viejo cuento de la larga fila en los baños y reservándose la naturaleza de su “obsequio”. Se marcharon del lugar y en más de una ocasión cuestionaron a Alexandría si le había gustado la experiencia.
—No estuvo tan mal, hubiera estado mejor, pero los tacaños con los que iba ni siquiera me invitaron un privado.
—¿Estás loca?, ¿sabes lo que cuesta un privado en ese lugar?
—Con todo gusto te invitaremos un privado la próxima vez, pero eso sería en otro lugar menos caro.
—¿En el charco de las ranas, acaso?
—¡Ja, ja, ja! —Todos soltaron la carcajada porque el lugar mencionado era el de peor reputación, donde trabajaban las pobres mujeres que por su edad o por su aspecto no tenían cabida en otros lugares.
—Bueno, muchachos; les agradezco la invitación, fue una incursión sociológico-cultural muy enriquecedora… —Les dijo antes de bajar del taxi a unos pasos de su casa—. Y no se molesten en volver a invitarme, tenía tentación por saber cómo eran esos lugares y mi curiosidad ya quedó satisfecha.
Pero una nueva sensación de curiosidad la volvió a inquietar. Esa noche, somnolienta, mientras su cabeza se posaba en la almohada volvió a su mente aquella propuesta que la mujer le había hecho. Concientemente la había descartado del todo, pero su mente le hizo una jugarreta y se echó a volar, preguntándose: ¿Y qué tal si?…
VALENTYINA.