Una hermosa relación no siempre está exenta de circunstancias que llevan a una mujer a sucumbir a los instintos más bajos

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Hola, mi nombre es Carmen y la historia que estoy a punto de relatarles es completamente real y sucedió aproximadamente hace un año. Mi vida ha sido y sigue siendo lo más normal y común que puede existir.

Antes de conocer a mi actual pareja, había tenido solamente un novio en la época preparatoriana (15-18 años) y luego por motivos diversos terminé con él. Ingresé con 21 años a la universidad y ahí fue que conocí a José Luis, nos hicimos novios después de casi dos años de conocernos. En el plano sentimental las cosas siempre han sido maravillosas, me trata como princesa y es muy lindo conmigo; en el plano sexual, las cosas siempre han funcionado de manera normal, confieso que me siento satisfecha pero las cosas tampoco son de otro mundo.

Mi novio José Luis tiene hoy día 26 años, es un chico alto, delgado, atlético, muy inteligente y con excelentes notas escolares, no es guapo pero tampoco es feo, un chico absolutamente común en ese sentido, pero con excelente charla y, sinceramente, muy atractivo para muchas niñas de la universidad. Yo tengo 25 años, soy una chica de estatura alta, alrededor de 1.68 cm, y entraría en lo que el común denominador llamaría una chica de complexión delgada, mi pelo es largo y lacio, muy bonito y castaño; soy morena clara y, según mi entorno, una chica muy bonita y de alta atracción para cualquier hombre, sin embargo mi mayor atributo son mis tetas, la verdad que siempre ha sido incómodo para mí ser una talla de brassier tan grande sobre todo por las miradas lascivas y el tormento de encontrar blusas y tops para disimularlas, en cuanto a mi trasero me siento muy orgullosa de él, tengo unas nalguitas bastante paraditas y que, cuando quiero presumir, me basta con unos buenos leggings o una minifalda, no es en exceso grande pero sí llamativo; y, por último, mis piernas son muy largas, algo flaquitas pero muy estéticas, femeninas y sensuales, y que trato en la mayoría de los días de lucir con medias o minishorts que las estilicen lo máximo posible.

Siempre he sido muy tímida en las relaciones sociales, quizá con un poco más de confianza soy muy conversadora pero en términos generales soy introvertida. Como es normal, en la universidad hay chicos muy guapos y atractivos pero nunca en la cabeza me había pasado la idea de ser infiel; es más, ni siquiera en mi círculo cercano de amistades figuran muchos hombres, quizá un par de amigos con los que compartía clase o cosas por el estilo, pero nada más. Eso sí, vía Facebook a veces me llegan mensajes pasados de tono o cuando salgo con amigas a algún bar no acompañada de mi novio se me acercan hombres en plan de ligue; ustedes saben, chicos coquetos que intentan sacarte un beso o, si están en su día de suerte, una noche de sexo casual, pero jamás he pelado a nadie, en gran medida porque con mi pareja estaba y estoy más que satisfecha.

El acontecimiento sucedió cuando nuestra relación acababa de cumplir dos años. Como todas las parejas, con sus problemas y sus obstáculos pero en términos generales un noviazgo muy lindo y sólido, con planes de vivir juntos y continuar nuestros proyectos de la mano, cosa que hoy día se mantiene. Es por eso que cuando recuerdo este desliz aún me ruborizo y me caliento de la situación: una novia feliz y en el apogeo de su relación, entregándose a un momento de pasión con la mayor calentura y desfachatez como si fuera una jovencita puberta.
Atrás de nuestra universidad hay muchísimos bares conocidos por todos los alumnos, donde prácticamente diario se dan cita los estudiantes para ir a tomar, bailar y comer. Los hay de todos tipos de géneros: salsa, cumbia, rock, karaoke, banda, etc. Cuando voy con mi novio, generalmente vamos al de rock porque es el género que a ambos nos gusta; cuando salimos con más amigos elegimos karaoke la mayor de las veces; y cuando sólo voy con mis amigas generalmente escogemos cualquiera de baile, ninguna es experta bailando pero siendo pura niña es aburrido no pararse a bailar.

Cierta semana, por allá de octubre, había pasado la época de exámenes parciales y necesitábamos un viernes de fiesta y relajación. A pesar de que mi novio y yo estudiamos la misma licenciatura, él toma diferentes materias porque va un par de semestres adelantado a mí, así que nuestros horarios nunca son compatibles del todo.

Mis amigas y yo (Gisela y Karen) ya habíamos planeado desde inicio de semana salir el viernes a pasar el rato e ir al karaoke que está atrás de la universidad; nuestros planes iniciales eran ir cada quién con su pareja pero al final no pudo el novio de Karen y decidimos mejor ir las 3 solas a otro lugar. Gisela como pudo se escapó de su novio y yo le avisé al mío que había cambio de planes y lo entendió sin ningún problema. Nos costó un poco elegir pero al final decidimos ir a un bar por el Centro de la ciudad, donde alrededor de las 10 de la noche se abre espacio para bailar, ya habíamos ido antes y creímos que sería buena opción.

Es verdad que siempre he sido muy dedicada en mi forma de vestir para ir a la escuela, pero cuando sé que vamos a salir (sea cual sea el lugar) trato de poner más empeño. Así que ese día me puse unos leggings negros de piel que compré para la ocasión; quizá pueda decir que son mi prenda favorita pues no son tan incómodos como una falda o un vestido, combinan con cualquier cosa y además, en mi caso, enmarcan mi culo de forma casi perfecta, por lo que son básicos en mi armario. Por la temporada del año, los días en la ciudad de México son templados mayoritariamente y a veces por la tarde baja un poco la temperatura pero nada del otro mundo, así que decidí acompañar mis leggings con una blusa tipo animal print bastante cortita y unos flats igualmente tipo animal print que hicieran juego con la parte superior del outfit. La blusa cortita tenía su razón de ser: desproteger un poco la parte trasera y poder presumir mis pompis a placer; por otro lado, la blusa no era para nada escotada y aun así mis bubis lucían espectaculares.

Nada más llegar a la universidad observé las miradas de mis compañeros de clase recorrer mis piernas y todo mi trasero. Miradas que para toda mujer siempre resultan agradables pues suben nuestra autoestima y nos hacen sentir sexys. Mi novio tampoco pasó por alto mi manera de vestir y me piropeó entre clases; aprovechó, además, para decirme que él iba a salir hasta las 7 de la noche de la escuela, que de ahí probablemente iría a tomar algunas cervezas con sus primos y me dijo que me divirtiera.

Llegó la hora, mis amigas y yo salimos de nuestra clase y nos quedamos a comer en la escuela y pasar el rato un poco, platicando de uno que otro chisme y algunos pendientes escolares. Ya alrededor de las 7, vi a mi novio y nos despedimos.

Mis amigas y yo nos dirigimos en transporte público al lugar acordado, y ahí fuimos víctimas de más miradas coquetas y piropos de uno que otro hombre. Una ya no puede salir medio arreglada en esta ciudad porque te dicen y te gritan de todo.

Llegamos allá como a las 9, pedimos dos cervezas cada quien y estuvimos platicando muy a gusto. El ambiente era genial y la música acompañaba bien nuestra noche. Alrededor de una hora y media tarde, cuando empezaron a abrir espacio para bailar, fui al baño y fue ahí que todo cambió.

De regreso de los sanitarios, me di cuenta que a dos mesas de nosotros estaba un grupito de chavos, entre los que reconocí a un chico llamado Daniel también estudiante de mi universidad. A pesar de que Daniel estudia economía igual que yo, nunca había topado palabra alguna con él y sólo lo conocía de mirada y porque lo tenía en Facebook.

No soy muy fan de usar Facebook pero cuando lo hago Daniel es de los perfiles que más visito; no lo voy a negar, no a cualquier tipo de doy like a sus fotos de perfil por más guapo que esté pero la verdad es que Daniel se los merecía. Es un chico muy atractivo física e intelectualmente. Un chico por encima del 1.80, moreno claro, cuerpo de gimnasio, una barba tupida bastante atractiva y unos ojos muy bonitos. Además por sus publicaciones, una intuye que no es el típico galán cerebro vacío, es un chico inteligente. Quizá, el estudiante de economía más guapo que yo conozco de la universidad. Él me había mandado la invitación ya un buen tiempo atrás, y más allá de un par de “likes” que nos habíamos dado entre fotos de perfil, status o canciones posteadas, nada más había entre nosotros. Ni siquiera una clase habíamos compartido. El hecho era que nos identificábamos perfectamente, aunque sólo fuera por esa red social.

No sé si él se dio cuenta de mi presencia cuando pasé enfrente de su mesa. Pero yo quedé medio ruborizada de sólo tenerlo a unos metros. Cuando llegué a mi mesa, lo primero que hice fue contárselo a Karen y a Gisela, ellas obviamente también lo conocían sólo por Facebook. Gisela nos dijo en broma:

—Sólo les recuerdo que todas aquí tenemos novio, pero lo que llegue a pasar en Las Vegas, en Las Vegas se queda.

Estallamos de risa como idiotas. Era indudable que la cerveza empezaba a hacer efecto. Nosotras sólo le habíamos conocido un desliz a Gisela meses atrás, cuando se besó con un tipo en un antro, fuera de ahí siempre habíamos sido fieles y nuestro “coqueteo” se limitaba a salir a bailar un par de canciones con algún extraño o platicar con un chico un rato, nada más.

Cuando se “abrió pista” y empezaron a poner música electrónica, evidentemente nos paramos a bailar las 3 y ya allí estuvimos un buen rato. Obviamente nos dimos cuenta que Daniel y su grupo también lo había hecho, pero la verdad yo nunca me atreví a acercarme o verlo directo a los ojos, me ponía de perfil y de reojo lo buscaba.

Cada vez que iba al baño y lejos del ruido, me ponía mal pensar que ese chico provocara tantos nervios en mí. No soy la mujer más hermosa del mundo, pero chicos guapos se me habían acercado en múltiples lugares y no tenía el menor de los problemas en rechazarlos, pero Daniel tenía esa pizca de chico galán inteligente con la que no podía, simplemente no podía. Uno que otro chico nos sacó a bailar cuando la música así lo ameritaba, y fue entre esos bailes que pude notar bien cómo iba vestido.

Llevaba pantalón de mezclilla con tenis de bota muy bonitos y una playera blanca casual sin estampado. La verdad que el clima no acompañaba mucho para ir con sólo una playera, cosa que pasaba a segundo plano nada más una advertía los hermosos brazos que se cargaba aquel hombre, sin duda resultado de varias horas de gimnasio.

[Dios, qué guapo, está] pensé para mis adentros.

Entre baile y baile, y cerveza y cerveza, ya casi rondaba la media noche. En esas estaba, cuando acabó una canción y me despedí del chico con el que había bailado un par de canciones y sentí que alguien se me acercó. Era Daniel.

—Hola, qué tal, mucho gusto. Espero no incomodar— me dijo mirándome fijamente a los ojos y sacándome de mis pensamientos.

—Claro que no, mucho gusto—dije con la voz más estúpida que pude, la verdad que su sola presencia me había puesto nerviosa otra vez.

Y así fue como bailé con él. Fue sólo una canción. No intercambiamos palabras, sólo una que otra mirada entre vuelta y vuelta, con risitas tímidas. Luego regresé a mi mesa.

Estaba tan ensimismada que ya después mis amigas me contaron que primero se acercó a Gisela y bailó con ella un rato y yo ni por enterada.

—Te juro por Dios que me preguntó por ti y que si veníamos solas—, me dijo Gisela.

—No te creo, idiota jaja—, le respondí.

Ellas juraban y perjuraban que me volteaba a ver y que de las 3 era yo quien más le interesaba, haciéndome burlas al respecto. La verdad la situación ya me tenía mal, ese chico provocaba una sensación (aunque sólo fuera una simple atracción) que ningún otro chico fuera de mi novio provocaba en mí, encima me lo venía a topar en un bar donde no venía José Luis conmigo y, para terminar, ya había bailado con él y era casi seguro que lo volviéramos a hacer. Una parte de mí quería que esto acabara pronto, pero la otra quería seguir con el juego.

Compramos, entre las 3, una botella de vodka; finalmente la casa de Karen quedaba a no más de 15 minutos en taxi, todas habíamos avisado que no llegaríamos a casa y yo ya le había mandado un mensaje a mi novio diciéndole que me quedaría con las niñas en casa de Karen.

Pasado un tiempo, cuando volvimos a la pista, él había quedado paralelo a mí y era imposible vernos de frente. Sin embargo, yo me esmeraba en atraer su atención dándole mi mejor perfil levantando inconscientemente mis nalguitas, sólo por si acaso él volteaba y me veía.

Prácticamente ya no había chicas en el lugar. Para ese entonces, entre baile y baile, ya le habíamos dicho que estudiábamos en su misma universidad y la tensión inicial empezó a relajarse. Seguimos bebiendo a más no poder, juntamos su grupito de 5 amigos con nosotras en una misma mesa y si mis cálculos no fallan, ya rondaban las 2 de la mañana. Bailé con varios de sus amigos pero obvio sólo me interesaba Daniel.

En algún momento, Karen me pidió que la acompañara al baño y me dijo que Gisela ya estaba coqueteando con uno de los chicos. Al volver del baño, en efecto, Gisela ya se estaba besando con uno de los amigos de Daniel y creo que sólo de ver, nos antojó jaja. Me sirvieron otro shot, la verdad ya estaba un poco ebria y mis miradas a Daniel eran cada vez más desinhibidas.

Pusieron salsa y Daniel me sacó a bailar:

—Oye, te vi desde que fuiste al baño por primera vez y sabía que eras Carmen, la chica de la UAM, jajaja.

— ¿Sí? ¿Por qué no me hablaste? Jaja— le contesté.

—Pues no estaba al cien seguro y por eso me esperé hasta que abrieron pista, sí me ubicas, ¿no?

—Pues sólo de Facebook, jajaja, pero sí sé que vas en la universidad y todo eso, luego te veo en los pasillos.

—Ah claro, qué pena que nunca te haya tocado una clase conmigo. Así que me tengo que conformar con tus fotos en Facebook.

—Jajaja, qué cosas dices.

—Bueno sólo me gustan en las que sales tú sola y no con tu novio, debo confesar, jajaja.

[Yo seguí con el juego. Entre el ruido, la música, las risas y su presencia todo me daba vueltas. Yo sólo veía su cara y pensaba por dentro que lo único que quería era que se callara y me besara]

—Jajaja, yo también le he dado “Me gusta” a tus fotos, espero lo hayas notado.

—Claro que sí, es todo un honor recibirlos de ti. ¿Qué te gusta de mis fotos? Dime la verdad, sin pena.

Y mientras preguntó se acercó más a mí, pegándome a su cuerpo. Yo tomé mis dos manos y lo tomé de ambos brazos para sostenerme mejor.

—Pues nada en especial, es un like genérico, no te creas mucho, jajaja.

—Jajaja, pues te diré que a mí me encantan tus labios.

Y dicho eso, acercó los suyos a los míos y me clavó un beso espectacular en plena pista. No sólo era la sensación de sentir su boca y sus labios pegados a los míos, sino además la cercanía de nuestros cuerpos la que me puso totalmente horny. Encima yo con leggings de piel, mis piernas eran un hervidero. Los estragos de ese beso largo empezaron a notarse en mis bragas y en mi zona íntima, llevaba puestos unos calzoncitos diminutos color negro que sentía totalmente húmedos.

Daniel metía su lengua en mi boca buscando la mía, era un beso profundo pero para nada obsceno. Ya no me importaba si ahí seguían mis amigas o siquiera quién pudiera vernos.

Finalmente acabó la canción, dejamos de besarnos y volví de nuevo a la realidad.

—Vaya que besas riquísimo, eh.

—Lo mismo digo Dani, jajaja.

—Qué confianza, ya hasta Dani me dices. Eso me gusta. Te espero en 5 minutos en el pasillo que lleva a los baños de hombre. Si no vas, lo entenderé.

Y se regresó a la mesa con los demás. Yo hice lo mismo, Gisela seguía besando al chico que había conocido y Karen estaba en un concurso de shots con los demás.

—Oye golfa, vi todo, qué pasó. Jajaja—me dijo la muy estúpida.

—Ni yo sé, sólo sé que me gustó jaja. Me voy a perder un poco, pero no me tardo, cuida a Gis, ya es súper tardísimo—le respondí.

—Ok, no te vayas a tardar para ya irnos. Aquí estaré.

Me sirvieron el último shot y me di cuenta que Daniel ya no estaba, así que supuse que ya se había ido al lugar que me había propuesto. Me lo tomé y espere un par de minutos, antes de irme y decir que iba al baño.

Ya no quedaba mucha gente, así que en el pasillo que llevaba a los baños sólo había una pareja besándose y al fondo alcancé a ver a Daniel.

Me recibió con un: —Sabía que no me fallarías—.

No le dije nada, con ambas manos le tomé la cara, lo atraje hacía mí y nos empezamos a devorar a besos. Esta vez, a diferencia de la pista, los besos eran más cachondos, más furibundos y con más pasión. En las pausas, le decía que me encantaba su barba y sus brazos. Él tomó una de mis manos y la puso sobre su abdomen debajo de su playera, me indicó el camino y luego yo seguí sola.

Le toqué su pecho, su abdomen y la parte baja del ombligo sin llegar a más. Después de comerme la boca, sus labios fueron hacia mi cuello y a susurrarme cosas en la oreja.

—Llevo meses soñando con esto, ¿sabes?, me encantas flaquita. Tienes un cuerpo de ensueño.

Una de sus manos se posó arriba de una de mis bubis y con la otra masajeaba mi culo como puberto desesperado. Luego finalmente sus dos manos las colocó en mis nalgas, sobándolas, apretándolas y dándoles pequeñas palmaditas. Estábamos fajando de lo lindo pero muy en el fondo de mí sabía que esto no podía llegar a más, que una cosa era haberme besado con un chico que me atraía, pero llegar a más era impensado para mí. Quizá ya era infiel, pero serlo sexualmente era un paso que no podía dar.

— ¿No te gustaría que fuéramos al departamento de uno de mis amigos? Hay espacio para ambos—me dijo.

—No puedo Daniel, sé que va a sonar ridículo pero tengo novio.

—No pienses en él ahora, él ni siquiera se va a enterar

—La pasé muy bien contigo hoy pero ya debo irme, mis amigas me están esperando.

—Bueno, entonces aunque sea déjame aprovechar estos minutos.

Empezó a meterme mano de lo lindo. Puso uno de sus dedos encima de mi conchita, por encima de los leggings y con la otra mano masajeaba mis bubis como un loco degenerado. Me aseguré que no viniera nadie y me saqué una teta para dársela a probar. Se había portado tan bien que no podía negarle uno de mis dos mayores encantos; la besó, la chupó y la mordió hasta que se cansó. Ya se imaginarán al otro día el dolor y los moretones que traía. Por supuesto que siguió insistiendo en ir al departamento, pero me negué.

Regresamos con los demás. Ya casi eran las 4 y comenzamos a despedirnos. Quedamos en que me mandaría un mensaje por Facebook y eso fue todo. En el taxi de regreso fuimos hablando de nuestras locuras y de cómo Gisela y yo habíamos acabado pasándola tan bien.

Al otro día, ya se imaginarán, la cruda y el dolor de cabeza. Tenía dos mensajes de José Luis que le contesté en la mañana. Por supuesto, ni idea de que su noviecita puteó de lo lindo toda la madrugada. Lo vi por la noche y ni sospechó.

Durante la semana, estuve esperando algún mensaje de Daniel pero no llegó ninguno. Tampoco rastro de actividad en su muro de Facebook, así que decidí esperar. Total, si todo iba a acabar en unos besos casuales, por mí estaba bien.

El martes por la mañana de la siguiente semana, mi madre me informó que para el viernes no hiciera planes pues iba a haber una cena familiar en casa de la abuela y que tenía que ir vestida formal. Le pregunté si podía invitar a mi novio y me dijo que sí, que la reunión era a las 10 de la noche por la zona de San Ángel. Ese mismo día le platiqué a mi novio y me dijo que llevaría el coche entonces, pues ese día sólo iría a una clase por la mañana, regresaría a su casa y luego pasaría por mí a eso de las 9 en el estacionamiento de la escuela, en el lugar donde siempre dejaba su coche. Todo perfecto.

Yo siempre salgo de la escuela alrededor de las 4 de la tarde, pero los viernes me quedó un rato más a comer ahí mismo, a platicar con las amigas o a ir a los bares que están atrás de la universidad. Mi novio pasa por mí a las 9, y ya de ahí nos vamos a cenar, a tomar a algún bar, ver a amigos o simplemente a hacer cosas que hacen todos los novios (tener sexo). En este caso, pasaría por mí y de ahí iríamos a la cena.

A todo esto, Daniel se dignó a mandarme un mensaje hasta el miércoles. Igual yo pensé que sólo sería para decirme que la pasó bien y que se había divertido, o para saludarme. Pero el muy cabrón quería que nos volviéramos a ver, aunque omitió todo tipo de insinuación o proposición sexual:

“Hola Carmen, espero la hayas pasado tan bien como yo aquel día. Te escribo para que vayamos a comer el viernes, a eso de las 2 o 3 de la tarde, si puedes. A partir de la próxima semana entraré a trabajar los fines de semana, así que será difícil que podamos volver a coincidir, prometo que esta vez será la primera y última vez que te invite, vale. Un beso”.

WTF. O sea, ir a comer luego de todo lo que habíamos hecho, jajaja. En fin, pensé que no tenía nada de malo su invitación y que además sería la primera y última vez que saldríamos solos. ¿Por qué no?

Además de la comida con Daniel, para colmo, ese viernes tenía una exposición de 11 de la mañana a 1 de la tarde y la cena con mi abuela. Obviamente no le iba a decir nada a José Luis de ir a comer con otro tipo. Y, por último, tampoco podía quedarles mal a mis papás con la cena familiar.

Pensé que después de mi exposición, saldría a comer con Daniel y que de ahí regresaría a la escuela para ver a mi novio e irnos a la cena. A las niñas tuve que decirles que después del examen, no iba a poder estar con ellas como normalmente lo hacía los viernes y que tenía que regresar a casa para algunos pendientes. A José Luis no tuve que decirle nada, simplemente lo vería a las 9 en el estacionamiento de la escuela donde siempre lo veía.

Así fue como me las arreglé y le respondí a Daniel:

“Claro Dani, solamente que tengo que ver a mi novio a las 9 en la escuela porque de ahí vamos a ir a una cena familiar, así que entre más pronto sea la comida mejor”.

Él me dijo que recorriéramos la hora de la comida a las 2, para que saliendo de mi examen pudiera verlo y tener unas 6 horas de convivencia. Él llevaría coche, así que podía perfectamente regresarme a la escuela una vez acabado nuestro “date”.

Parecía todo perfecto, ¿no? Pues no. Nunca contemplé que tenía que ir vestida desde la mañana para la cena familiar. Desde que mi mamá me había dicho, tenía en mente una minifalda con zapatillas, o algo por el estilo. Pero pues ir así a la universidad sería incomodísimo. Encima por las mañanas hacía frío así que una minifalda no era precisamente lo más conveniente.

Finalmente elegí un vestido rojo ajustado, obviamente con medias negras de seda y unos botines de piel también negros de tacón bajo. De ropa íntima, estrené un brassier negro bastante sencillo pero muy bonito y unos cacheteros de encaje también negros que realzaban mis pompis de forma muy llamativa, mis favoritos para cualquier cita importante. Lucía espectacular, el problema era lidiar con el outfit durante mi estancia en la escuela (y por supuesto en el transporte público).

Mis compañeros de clase no estaban acostumbrados a verme vestida así, ya se imaginarán la cara que pusieron cuando me vieron, igual que mi profesor y los chicos de los pasillos. En fin, cumplí con mi exposición y me despedí de mis amigas.

Le mandé un mensaje a mi novio para que no olvidara la hora de nuestra cita y me dispuse a salir de la universidad y caminar un par de calles donde había quedado de ver a Daniel. Obviamente no podíamos vernos en el estacionamiento de la escuela sólo por si las dudas de que alguien pudiera darse cuenta, ya saben ustedes cómo es la gente.

Él ya estaba ahí esperándome. Estaba fuera de su coche recargado en una de las puertas y cuando se dio cuenta de mi presencia pude notar su cara de sorpresa.

—Uff, luces espectacular Carmen. Sólo vamos a ir a comer, eh, no era para tanto.

—Tonto, vengo así para la cena, no para ti, jajaja.

[En realidad eso de que mi outfit era para la cena, no era del todo cierto. Muy bien pude elegir un pantalón de vestir, otros leggings de piel o algo más conservador, pero el hecho de saber que iba a ver a Daniel fue un plus en mi esmero por vestirme un poco más atrevida. El vestido ajustado resaltaba mi figura de sobre manera, no era muy escotado pero era muy corto, así que mis piernas relucían al cien y cuando me sentaba pues el vestido se subía y mis muslos eran una delicia para los ojos de cualquier hombre, sumado a que las medias daban esas dosis femenina de sensualidad. Además el vestido era de manga larga por lo que no fue necesario llevar algún saco o algún abrigo y así podía lucir mis tetas sin impedimento alguno]

Ya en el coche fuimos hablando de cosas superfluas y sin importancia: mi exposición, el motivo de la cena familiar, cuánto tiempo llevaba con José Luis, algunos de mis gustos, etc. En cierto semáforo, su mano derecha soltó la palanca de velocidades y la puso sobre mi muslo izquierdo.

—Se te ven divinas las medias, ¿son de seda?

[Inserten aquí mi risita nerviosa]

—Así es, pero no era necesario que me tocaras, jajaja. —Y separé su mano de mi pierna.

Era evidente que no iba a mostrarme como una chica fácil, pero confieso que su acto me gustó y encendió mi chip de la coquetería. Invariablemente durante el trayecto se dio un festín viendo mis piernas, el vestido se subía demasiado y me tapaba lo estrictamente necesario.

— ¿Por qué tan coqueta? El clima es más bien frío para un vestido, ¿no?

[Pensé: shit, por qué me pregunta eso]

—En realidad es una especie de competencia con mis primas. Seguro hoy irán a la cena y siempre que nos vemos en reuniones como estas o en año nuevo presumimos de nuestros mejores vestidos y obvio hoy no quiero quedarme atrás.

[Si tú supieras que me vine así por ti] pensé.

—Pues te ves guapísima. Muy sexy.

Él fue vestido de forma mucho más casual. Un pantalón negro de mezclilla, una camisa de cuadros bastante linda y una chamarra negra de piel. Se veía muy guapo, la verdad.

Y así, entre piropos llegamos a la pizzería.

O sea, este tipo me había comido a besos el viernes anterior y me había metido mano de lo lindo, y ahora me llevaba a comer pizza como si fuéramos los mejores amigos o como si fuera mi primo consentido. Por otro lado pensé que era lo mejor, que lo que pasó quedará ahí y no insistiera en algo más; además por su nuevo trabajo, ya no íbamos a poder vernos e ir a comer sería una buena despedida.

Qué equivocada estaba.

Pedimos una pizza de vegetales, una copa de vino y algo de pasta. Seguimos platicando de lo más normal, hasta que las preguntas empezaron a subir de tono.

— ¿Y por qué el viernes no quisiste acompañarme al departamento? Te juro que la habríamos pasado muy bien.

—No lo dudo, pero ya había quedado de regresar con las niñas. Además como te dije ese día, tengo novio y creo que con los besos fue más que suficiente, ¿no? Jajaja— le contesté.

— ¿No te calenté ni un poquito?

—Sabes perfectamente que sí, pero eso es todo lo que puedo hacer por ti. Jajaja.

—Puedes hacer mucho más, yo lo sé.

Seguimos platicando sobre aquella noche, sobre la terrible cruda del otro día y muchos temas más. Su nuevo trabajo, su soltería y demás. Terminando de comer, pasamos a comprar un helado en la misma plaza donde estábamos y entre todo esto ya casi eran las 5 de la tarde.

— ¿Me acompañarías a recoger un documento que necesito? Es en una oficina por aquí cerca y te juro que no me tardó, además todavía tenemos algo de tiempo.

—Vale, no te preocupes.

Y así fue. Nos volvimos a subir al coche, donde me siguió preguntando medio en broma el porqué de mi negativa del viernes y lo arrepentido que estaba por no haberme insistido más.

Estábamos por la zona de la colonia Del Valle cuando se estacionó enfrente de lo que parecía ser un edificio, así que supuse que habíamos llegado al lugar donde recogería su documento. Sin embargo, lo que me pareció extraño fue que prácticamente nadie pasaba por la calle y a decir verdad, tampoco se veía movimiento de entrada o salida de personas del edificio.

Una vez que apagó el coche, pensé que se bajaría y yo ahí lo esperaría pero no fue así.

—Todavía no es hora, no te preocupes, tenemos tiempo para seguir platicando. ¿Puedo hacerte una pregunta? —, me dijo.

Me quedé un poco sorprendida pero accedí.

— ¿Qué tipo de pregunta?—. Y puse de cara de incomodidad.

—Mira, por fuera te ves increíble, el vestido te queda lindísimo, los botines y las medias te hacen ver muy sexy y tu pelo se te ve hermoso, así que sólo quiero saber qué traes debajo de eso. ¿Puedo saber?

Hice una mueca de descontento, mueca que pareció no importarle.

—No, no puedes saber. O sea.

—Dime, llevo días fantaseando con tu ropa interior. Sabes que me encantas y por eso te pregunto. No tiene nada de malo.

Esas palabras hicieron un eco en mí. Inconscientemente me gustaba saberme deseada y más por un chico que, por una u otra razón, me atraía.

Mi tono de voz bajó, y empecé a asumir un rol sumiso.

—Bueno, si te digo, ¿yo también puedo preguntar algo después?

Solamente se rió, asintió con la cabeza y se acercó demasiado a mí. Instintivamente ese acercamiento me puso muy nerviosa y seguramente lo notó. Puso su cara muy cerca de la mía y empecé a sentir por todo mi cuerpo la misma adrenalina que había sentido aquella noche en el bar.

—Traigo un brassier negro y unos cacheteros negros de encaje. Ya, eso es todo. Jajaja. ¿Satisfecho? —, lo dije mirándolo a los ojos pero en cuanto acabé mi oración bajé la mirada.

Con su mano derecha me alzó la cara, me miró fijamente a los ojos y me sonrió. La izquierda la extendió sobre uno de mis muslos y ahora no tuve ningún impedimento en que ahí la dejara.

—No, no estoy satisfecho.

Y entonces se inclinó y, como la otra vez, sus labios se posaron sobre los míos y comenzó a besarme. A pesar de las circunstancias, el beso fue más romántico que intenso. Fue delicioso como todos los que hasta ahora me había dado. Inmediatamente puse mis manos en sus bíceps para sostenerme mejor y que el beso fuera con mayor cadencia.

Nos separamos y le pregunté:

—Ahora puedo hacerte mi pregunta.

—Claro, la que quieras.

— ¿Puedo yo saber lo que traes debajo de tus pantalones?

Ahora que lo escribo me sigo ruborizando. Tomé un par de copas de vino pero ni siquiera eran excusa para que haya preguntado algo así.
Estaba totalmente entregada.

Ni se dignó a contestarme. Simplemente se quitó el cinturón, se desabrochó el pantalón y se lo bajó a la altura de las rodillas. No daba crédito a lo que estaba haciendo, pero lejos de enojarme me gustó.

Por debajo, se escondía un bóxer ajustado Calvin Klein negro seguramente nuevo y a la altura de la cabeza de su pene (que claramente se le notaba) una manchita de líquido preseminal.

Quedé en shock.

—Daniel, qué haces, si alguien pasa te va a ver así. Además ya es hora de que subas por tu documento.

—No viene nadie, princesa. Aquí casi no pasa gente.

Una vez acabó de decirlo, me tomó por la nuca, me acercó a él y siguió besándome pero ahora de una forma súper intensa. Metía su lengua en la mía y sus manos ya estaban por todo mi cuerpo. Con una masajeaba mis tetas por encima del vestido y la otra se perdía en mi entrepierna. Seguíamos en nuestro beso apasionado cuando hundió uno de sus dedos en mi vagina por encima de las medias, sin embargo la sensación fue deliciosa.

Ahí estaba otra vez fajándome de lo lindo, ahora en vía pública. Quedaba claro que me tenía en sus manos y a estas alturas me sentía tan caliente que no pensaba más que en el placer que me provocaban sus besos y sus caricias.

Mientras nos seguíamos besando, tomó una de mis manos y la paseó por su paquete encima del bóxer.

—Mira cómo lo estás poniendo, flaquita—, me dijo.

Estaba totalmente perdida que seguí el juego. Mi mano derecha se dio un festín y sobé todo su pene por encima de su bragueta. Y mis dedos fueron testigos de cómo su verga empezaba a crecer poco a poco; la sensación de tocar la parte más íntima del chico que durante tantos meses atrajo mi atención me ponía muy mal. Él seguía tallándome mi rajita que, para este momento, ya había empapado totalmente mis cacheteros.

Nos separamos por un momento.

—Daniel, ya tienes que subir por eso, ya por favor. No podemos estar haciendo esto aquí. Te lo pido por favor.

El muy cabrón estaba consciente de que en el juego psicológico yo ya había perdido y se aprovechaba de ello. Me sonrío con cara de cínico, agarró una de mis manos y la paseó por todo su abdomen y por su pecho por debajo de la camisa; metió 3 de mis dedos en su boca, los ensalivó y luego volvió a hacer el mismo recorrido pero de arriba abajo metiendo mi mano por abajo del bóxer.

Por supuesto que no desaproveché la oportunidad y mi mano agarró, masajeó y sintió toda su verga a esplendor. Él ya no me tocaba, ahora sólo era yo la que sentía su pene y sus huevos. Aún lo hacía con timidez, consciente de que cualquier persona que pasara podía vernos. Las yemas de mis dedos sintieron su glande y el tronco de su pene, también tocaron su escroto y luego con toda la palma de mi mano lo tomé y lo empecé a masturbar.

Daniel procedió a bajar su bóxer igual a la altura de sus rodillas y acomodó el sillón para quedar en una posición más cómoda; sin embargo, su cabeza sin problema podía verificar que nadie nos viera.

— ¿Te gusta?— me preguntó el muy canalla.

Estaba tan caliente que no iba a mentirle ni a hacerme la difícil a estas alturas. Además su pene, de ser sincera, era lindísimo; no estaba aun totalmente erecto pero se notaba de un buen tamaño, algo parecido al de mi novio en lo largo pero sin duda el de Daniel era más grueso. Por encima de su miembro, una cabeza gorda y brillosa asomaba apuntando perfectamente hacia arriba.

—Es lindo— le contesté de forma escueta.

— ¿Te gustaría probarlo? Puede ser tu dulce todo el tiempo que quieras.

Sólo atiné a verlo a los ojos y a sonreírle. Mi mano derecha por supuesto no había soltado su verga.

—Qué bonito dulce me he ganado entonces.

[Ay, Carmen]

Estiró su brazo derecho y me dio un pequeño empujón por la espalda para inclinarme. Entendí el movimiento de su brazo y me incliné de lado de tal modo que estoy segura que nadie que pasara relativamente lejos del coche pudiera notar cómo probaba su pene.

Al tenerlo tan cerca, lo primero que hice fue mirarlo a detalle antes de llevármelo a la boca. Según yo, su erección no era total y aun así el tamaño era considerable. Siempre me ha dado mucha risa la forma de hongo que tienen la cabeza de los penes y al ver el de Daniel me esmeraba en recordar si alguna vez había probado “un hongo” tan grande.

Fuera de mis parejas formales, solamente había tenido sexo con 4 hombres (siempre estando soltera) y a pesar que varios de ellos tenían buen tamaño, la cabeza de Daniel era algo de llamar la atención. Así que empecé por ahí.

Lo primero que sentí con mis labios fue la curvatura y poco a poco comencé a succionar la cabeza.

—Así chiquita, la puntita primero— me dijo un Daniel que empezaba a disfrutar mi felación.

Así estuve unos segundos probando “mi honguito” hasta que instintivamente mi succión abarcaba parte del tronco, y así más y más.
Conforme seguía chupando sentía en el interior cómo su verga crecía y crecía dentro de mi boca. Era una sensación riquísima. De vez en cuando, sacaba su pene de mi boca para masturbarlo con ambas manos y llevar mi saliva desde la base del tronco hasta el orificio. También probé sus testículos a placer con mi lengua. Le daba besitos a su falo por todas partes y mi labial ya se había mezclado totalmente con sus fluidos. Me gustaba mucho sentir su líquido preseminal.

Daniel sólo sostenía mi nuca con su mano derecha para llevar el control del ritmo. La verdad José Luis me había entrenado perfectamente en las artes del sexo oral y, por azares de la vida, ahora era otro el que disfrutaba de las enseñanzas. Sabía que llegado un punto, las manos salen sobrando y todo el movimiento debe ser con la boca.

Me imagino lo caliente que estaba Daniel: una chica cometiendo su primera infidelidad sexual contigo en plena calle, inclinada en tu coche y comiéndote la verga como toda una profesional. Casi no hablaba y sólo de vez en cuando oía un “Así chiquita”, “Cómo te la comes, bebé”, “Mira que te gusta, eh”. La verdad no sabía y no me importaba lo que decía, yo sólo me dedicaba a disfrutar su tranca.

—Mhh…glmphhh…¡¡¡mmhhhhhhh!!!—eran los únicos sonidos que salían de mi boca.

Si no me equivoco, fueron unos 5 minutos en los que proseguí con mi labor.

—Carmencita, ¡cómo te gusta, eh! Es todo tuyo, princesa—, decía mi amante entre jadeos.

Me lo saqué de la boca, lo miré a los ojos y le dije:

—Claro que es todo mío, es mi dulcecito.

[Ahora más que una novia infiel, parecía una puta a sueldo]

Ustedes sabrán entender, las mujeres nos transformamos durante el sexo o por lo menos eso quiero creer. Sobra decir que seguí chupando sin manos y poco tiempo después noté que la mano derecha de Daniel soltó mi nuca y se dirigió a mis nalgas, subió mi vestido (lo cual no era muy difícil por lo corto) y empezó a sobarlas.

—Mira nada más el culo que te cargas—, me dijo.

Por supuesto que no le contesté y seguí esmerándome en lo mío. Pero algo tenía claro: si quería una chupada y hasta venirse en mi cara estaba dispuesta, pero estaba muy loquito si pensaba que iba a cogerme. Eso sí que no.

—Dije que estás muy buena. Mira esas piernas.

Y entonces sus manos bajaron a mis muslos y a mi entrepierna. No podía a alcanzarme muy bien pero era evidente que el cabrón quería meterme mano.

Yo en mi papel de niña buena, seguí chupando y mamando como una experta. A estas alturas su pene ya estaba a su máxima expresión. Como mínimo eran 20 cm de pura carne rica y fresca.

Como les dije antes, la tenía más gruesa que José Luis y eso me dificultaba más la tarea. Aquel enorme instrumento desaparecía dentro de mi boca hasta llegar a mi garganta y mi cabeza subía y bajaba una y otra vez.

—Carmen, te quiero coger como loco—, me dijo.

Yo me hice la desentendida.

—Te la quiero meter hasta el fondo, chiquita. Mira nada más cómo me pusiste. Niégame que no estás toda mojadita. Anda, dímelo.

—Ya Daniel, en buen plan deja de insistir.

Sus manos subieron otra vez por todo mi culo hasta llegar a mi cintura. Metió la mano por debajo de mis medias, y fue ahí cuando sentí el calor de su piel contra mis glúteos. Creí morirme del gusto y sentí mis pezones duros de la tremenda excitación que estaba experimentando.

Su mano continuo masajeando mis nalgas piel a piel, hasta que el muy coqueto metió la mano también por debajo de mi calzón. Seguramente fue el momento en que perdí los papeles. Los dedos de Daniel buscaron inmediatamente mi vagina y comenzaron a estimularla. Notó mi éxtasis pues al instante comencé a chupar con más vehemencia y rapidez.

—Mira cómo si quieres más, muñequita. Yo sé que quieres más— me dijo.

Mi rajita era ya una gotera, no podía evitarlo.

Le dije tibiamente: —Ya para, por favor—.

Más que una orden parecía una petición para que no dejara de hacerlo. Llevaba ya casi 10 minutos chupándole la verga y debo confesar que lo único que para esos momentos quería era ser poseída por ese hombre. Era inevitable: lo quería dentro de mí.

Sus dedos siguieron con su labor, introdujo uno en mi conchita y yo ya no podía más de placer. Lo metió y sacó duramente por algunos segundos. Luego lo sacó y su mano siguió jugando con mi culo a placer, con el interior de mis muslos y con mis piernas, evidentemente no lo podía hacer con mucha rapidez porque las medias impedían un poco el juego.

—Vaya que estás caliente, bien caliente y mojada.

Yo seguía comiéndole el miembro ferozmente y sin contemplación, además me dedicaba a disfrutar lo que su hábil mano me hacía. Se me escapaban los suspiros y los gestos de placer, gestos que seguro intuía a pesar de no poder verme directo a la cara por mi posición totalmente inclinada de lado.

Daniel sacó su mano de mi intimidad y me ayudó a recuperar la posición. Habían pasado unos 15 minutos desde que empecé a chupar y nunca supe siquiera si alguien pasó o por qué aún no subía a recoger su documento.

—Daniel, ¿seguro que nadie nos vio?—, le pregunté.

—Nadie, bonita. Estuve atento, quizá pasaron dos o tres personas pero ninguna se percató de lo bien que disfrutaste tu dulce, jajaja.

El muy pendejo ahora hasta se burlaba de mí.

Se acercó otra vez y empezamos a besarnos. Ahora era su mano izquierda la que siguió tocando mis partes íntimas pero por encima de las medias. Con la otra mano, intentó sacarme y chuparme las tetas. Estaba como loco de caliente.

Acercó su boca a mi oído y me dijo:

—Vamos bonita, dime que no mueres por tenerme dentro, mira cómo estoy.

Seguía con el pene de fuera totalmente erecto. Lo volví a masturbar con mis manos y fue entonces que acepté su invitación.

—Está bien, pero nada de esto se lo dirás a nadie Daniel, eh. Lo único que te pido es discreción.

Él asintió con la cabeza, quitó sus manos de mi cuerpo y se apresuró a acomodarse el pantalón.

—Y qué, nunca vas a subir por tu documento. Llevamos ya aquí poco menos de media hora y todavía no vas. Vamos, sube y vámonos a un lugar más privado—, le dije mientras yo también me ajusté el vestido, me subí bien las medias y me acomodé el brassier.

Cuando terminó de arreglarse, el idiota se puso a reír como loco. Más que risa fue carcajada. Por supuesto que me quedé sorprendida y lo volteé a ver.

—Anda ven, no hagas preguntas. Bájate del coche, subirás conmigo.

— ¿Qué? No, yo aquí me quedo. Dijiste que no te tardarías. Aquí te espero.

—Es necesario, ven y ahora te explico.

A regañadientes acepté. Me pinté rápido los labios, me miré en el espejo y fuera de mi pelo un poco esponjado ni se notaba que acababa de mamar verga hace no más de 3 minutos. Bajamos del coche, puso la alarma y subimos el edificio. Se me hizo raro que ningún policía estuviera en la entrada y en lugar de eso, era sólo una puerta cerrada que Daniel abrió con una llave.

Fue entonces que subiendo las escaleras me di cuenta que el idiota no me había llevado a ninguna oficina sino a un edificio de departamentos.

—Daniel, esto no es una oficina.

Empezó a volver a reírse.

—Por supuesto que no hay ninguna oficina aquí, es el departamento de mi amigo que le pedí prestado para hoy por la tarde.

Ni me enojé, de hecho seguía tan caliente que me alegró el hecho de que ya no perderíamos más el tiempo en llegar a algún motel o algo parecido. Me paré a mitad de las escaleras, volteé y empecé a besarlo ahí mismo.

—Eres un tonto, ¿sabes? Un tonto bastante guapo.

Mientras me besaba, me agarró las nalgas y las piernas de forma tan morbosa que si por mi fuera ahí mismo me lo tiraba.

—No hay que subir mucho, el departamento está en el segundo piso. Mejor démonos prisa y que nadie nos vea aquí—, me dijo.

Llegamos, abrió la puerta y dejé mi bolsa en el primer sillón que encontré. El departamento era amplio, no lo recuerdo muy bien pero además de sala, tenía comedor, cocina y unos dos o tres cuartos. Había muy pocos muebles pero en términos generales estaba bastante bien cuidado.

Él fue a la cocina y trajo dos vasos de agua. Nos los tomamos. Se quitó su chamarra y su camisa, pude admirar su pecho y su abdomen tan perfecto, me tomó de las manos y me atrajo hacia su cuerpo. Nos besamos con tanta desfachatez que pensé que me cogería en la sala: tocaba mis nalgas como un recluso sin meses de sexo, besaba mi cuello como puberto de secundaria y tocaba mis bubis por debajo del vestido. Entre besos me llevó a la entrada del cuarto que teníamos apartado.

—Mira, este es el cuarto.

Lo abrió, entramos e inmediatamente lo cerró con llave.

—Al parecer no vendrá el roomie de mi amigo pero por si las dudas.

Nada más entré, me senté en la cama y con un dedo le hice la señal que se acercara a mí.

—Creo que debo volver a probar mi dulce.

Se quitó su pantalón y su bóxer al instante y quedó totalmente desnudo. Yo seguía totalmente vestida. Desnudo se veía aún más guapo que con ropa, su piel morena contrastaba con su barba tupida, quería comerme ese cuerpecito entero y para mi solita. Me levanté y empecé a besarle el pecho, luego le besé todo (¡sí todo!): sus piernas, sus brazos, su espalda, sus nalgas. Luego volví a sentarme en la cama para que su verga quedara a la altura de mi cara, ya no estaba tan erecto como lo había dejado así que tuve que levantarlo otra vez.

—Mhmmm, sluppp, mhmmm— era todo lo que salía de mi boca.

Nuevamente yo empecé a mojarme y sentir esa adrenalina que sentimos las mujeres justo antes de tener sexo. Además no dejaba de ser una chica con novio y eso me prendía aún más.

Daniel estaba parado, se inclinó mientras yo seguía succionando y desabrochó mi brassier por la parte de atrás. Fue muy difícil quitármelo porque el vestido estaba muy pegado a mi cuerpo, pero al final logró sacármelo y así pudo tocar mis tetas a placer.

Después de algunos minutos de sexo oral, su verga volvió a mostrarse en todo su esplendor, la carnosidad dentro de mi boca y la sensación de sus venas en mi lengua no tenían comparación. En mis reposos, pude notar que totalmente parada le medía de 20 a 22 cm.

Me sostuvo de los codos para poder levantarme, volverme a besar y agarrarme mis nalgas. Aún ya estando parada, mis ojos no quitaban la vista de su pene. Daniel se quedó mirándome de arriba abajo, admirando mi figura aún vestida. Su polla apuntaba al techo y yo la deseaba tener dentro de mí cuanto antes.

—Ahora sí será toda tuya, Carmen. Jajaja. Ven aquí, muñeca, que vas a ver lo que es tener una verga bien adentro.

Obedecí como niña buena y aflojé mi cuerpo dejando que él me pusiera como se le diera la gana. Daniel me volteó de forma en que yo le daba la espalda y empezó a meter sus manos entre mis piernas, por mis pompis y tocando mis bubis. Hice el movimiento para quitarme el vestido pero inmediatamente me detuvo.

—Te voy a coger así vestidita, amor. No te quites nada. — me dijo.

— ¿Ni los botines ni las medias? — le pregunté.

—Nada, princesa, así te verás más bonita gimiendo, con el vestido puesto, con los botines puestos, con las medias puestas, con los calzones puestos, y con todo puesto. ¿Te gusta que te diga princesa mientras cogemos?

—Jajaja, eres un loquito. Sí, sí me gusta.

—Bueno, pues ponte en cuatro con las rodillas sobre la cama, casi al filo de la orilla— me dijo con voz de macho alfa.

Procedí a empinarme. Primero puse mis rodillas tal como me dijo al borde de la cama, luego estiré mi cuerpo y mis brazos en el resto de la cama lo más que pude para darle mi mejor vista. Mi guapo amante me quería dar “de perrito” y yo no haría más que dejarme llevar.

Una vez empinada, con las dos manos empezó a darme de nalgadas y a disfrutar mis pompis a más no poder. Besaba mis nalgas por encima del vestido, metía toda su cara para embarrárselas y parecía hipnotizado con ellas jugando como niño con juguete nuevo.

—Qué culazo te cargas, mi princesa. Te la tengo que meter, te tengo que coger aunque sea lo último que haga en mi vida.

Por supuesto que sus palabras sólo me calentaban más. Mi vagina era un hervidero que necesitaba sexo urgentemente.

Alzó mi vestido hasta mi cintura y luego poco a poco empezó a bajar mis medias desde la cintura hasta la mitad de mis muslos. Yo, por supuesto, seguía empinada y caliente a mil. Cuando mis medias quedaron a mitad de mis muslos, sentí cómo el aire fresquito se colaba a mis nalgas y a mi rajita; ahora sólo mis cacheteros me separaban de su rica verga.

—Ya Daniel, ya quiero sentirte.

—Jajajaja, quién te viera mi princesita. Ahora hasta pidiéndomela, ¿no que no querías? —. El idiota era arrogante hasta antes de coger.

—Sí quiero, porfita.

[Empezaba a aflorar lo putona que soy durante el sexo]

Cuando sentí la punta de su miembro sobre mis nalgas creí morirme de puro placer. Siguió frotándola algunos segundos mientras yo soltaba mis primeros gemidos.

—Mhmmm. Mhmmm— era todo lo que podía decir.

Por último, me dio un par de nalgadas (nalgadas no, mejor dicho súper nalgadotas) y se dispuso a hacer a un lado la parte de mis cacheteros que cubrían mi vagina. Cuando lo hizo, otro suspiro salió de ser y estuve a punto de gritarte que por favor ya me la metiera.

Estaba ahora a punto de cometer mi primera infidelidad sexual y yo sólo me concentraba en recibir el mayor placer posible. Ni mi novio, ni mi fidelidad, ni mis valores ahora me importaban.

Ensalivó sus dedos, los puso sobre mi clítoris y empezó a darme un pequeño masaje vaginal para facilitar su entrada.

—Ay Daniel, ay. Ay, así. Así.

— ¿Daniel? Soy tu príncipe ahora. Dime príncipe.

—Sí príncipe, como tú digas.

Obedecí a su juego como niña buena mientras sus hábiles dedos seguían jugando con la parte más íntima de mi cuerpo.

Colocó la cabeza de su verga a la entrada de mi vagina y poco a poco mis adentros empezaron a sentir su falo. Mis paredes comenzaron a recibir su glande y entonces mi respiración aumentó, al igual que el volumen de mis gemidos.

La estudiante modelo y la novia casi perfecta empinada en la cama de un desconocido entregándose a un compañero de carrera que ni siquiera conocía bien. Prácticamente vestida y sólo seducida por unos besos en un bar y un faje en un coche. Esa era yo en ese momento. Mi novio nunca me había cogido con la ropa puesta, pero a partir de ahí se ha vuelto en un fetiche que me encanta. Gracias debo darte Daniel.

Una vez que la cabeza entró sin problema, de un golpe me la fue metiendo hasta el fondo y yo iba sintiendo cómo se metía centímetro a centímetro dentro de mí. El placer era indescriptible. Una vez que mi vagina se amoldó a ese tremenda verga, el mete y saca fue cada vez más intenso.

—Ay, chiquito, qué rico— creo que fue lo primero que dije.

Daniel comenzó a hacer su trabajo cada vez de forma más violenta y rápida. Por supuesto que estaba que me moría, su pene entraba y salía de mi conchita con una facilidad inusual dadas sus dimensiones, pero estaba tan caliente y mojada que hasta una de 30 centímetros me hubiera entrado sin pestañear.

Yo arqueaba mi espalda para que la penetración fuera lo más profunda que se pudiera. Él me sostenía de ambos lados de la cintura de forma tan viril que aunque las embestidas fueran brutales, la cadencia de la penetración no se perdiera.

—Ay, ay príncipe. Qué rico siento. Qué rico. Ay. No pares Dani, no pares.

Y así como eso seguramente gritaba más cosas.

“Qué rico siento, príncipe”. “Más duro”. “No pares”. “Coges bien rico”. Algunas frases que se me escaparon.

—Toma, toma, toma…— gritaba Daniel.

— ¡Ah, así! ¡Ay qué rico!—me deshacía de gusto.

— ¿Quieres que pare, princesa?—, me preguntó el muy cínico.

—No, por favor, mi príncipe, sigue, sigue. Dame papito, más, más, más. ¡Así, así! Ay bebé.

— ¿Cuánto te gusta mi verga, chiquita?

La barrera física ya había sido derribada, pero ahora estaba a punto de caer la barrera psicológica de la infidelidad, donde yo renegaba de mi pareja a favor de mi amante.

—Mucho, mi príncipe. Qué pene tan rico tienes.

— ¿Más rico que el de tu novio?— me preguntó mientras soltó una breve carcajada.

—Sí chiquito, más. Ay, ay, ay.

Este tiempo mantuvo un nivel de empujadas bastante considerable, pero de pronto el ritmo de ellas aumentó. Mis gemidos pasaron a gritos desenfrenados. Y así fue que entre muchísimos “Ay” me vine por primera vez.

—¡¡¡¡Ayyyy!!!! ¡¡Sí, mi príncipe!! ¡Argghhhhhh! ¡Ay, Dios, qué verga tan rica! ¡Ay, no pares, por favor! ¡Daniel, Daniel!

Una vez leí en una encuesta por Internet, que los hombres adoran que nosotras digamos su nombre gritando mientras nos cogen así que mientras tenía mi orgasmo no se me ocurrió algo mejor para aumentar el ego de “mi príncipe”.

Daniel, en su papel de macho, de vez en cuando me decía algo o me daba nalgadas pero jamás daba signos de debilidad. Me molestaba no poder verlo a la cara por mi posición pero me gustaba imaginar su cara de placer.

Durante mi orgasmo, los músculos de mi vagina se apretaron contra su poderoso miembro lo más que pudieron y mis manos se aferraron a las sábanas de la cama descargando mi placer. A veces volteaba de reojo para tratar de mirarlo y sólo veía la imagen de un gran hombre concentrado en una de sus grandes labores en la vida: saber coger. Daniel mantenía su mirada en mi culo empinado no perdiéndose ningún detalle de cómo su verga se perdía en mis adentros.

—Jálame el pelo, Daniel. Fuerte— le dije con voz de suplicio.

Daniel no tardó en atender mi petición y siguió cogiéndome de perrito jalándome el pelo durísimo. De vez en cuando, me jalaba con la izquierda y con la derecha me daba nalgadas. Era un maldito maestro del sexo, y estoy segura que el muy coqueto seguramente ya se había llevado a varias colegas de la universidad a la cama y ahora yo no era más que uno más de sus trofeos.

Tras unos 5 minutos en estas condiciones mi segundo orgasmo llegó entre gemidos, gritos y frases dignas de la puta más baja de la ciudad.

Prosiguió así unos minutos más hasta que sentí que su verga salía de mí. Volteé al instante, Daniel me dio una pequeña nalgada y me guiñó el ojo.

—Levántate, quiero cambiar de posición.

— ¿Puedo quitarme las medias?—, le pregunté. Las llevaba puestas desde la mañana, y entre el faje en el coche y la tremenda cogida que acababa de darme sentía mis piernas sudando.

—No. Así quédate. Camina dándome la espalda y pon las manos extendidas en la pared. Te quiero seguir cogiendo por atrás pero paradita. Te va a encantar.

Ya no respondí. Sólo obedecí, me levanté y me puse de espaldas recargada en la pared enfrente de la puerta. A sentir su presencia cerca de mí por atrás instintivamente flexioné mis piernas para que pudiera penetrarme. Y así fue.

Colocó su verga otra vez a la entrada de mi vagina y empezó a meterla. Mientras me penetraba besaba mi cuello y mi espalda dándome una sensación riquísima.

— Ya te había dicho lo zorrita que te ves vestida así. ¿Sólo buscabas calentarme desde un principio, verdad?

[Pues sí, Daniel, tenías toda la boca llena de razón]

—Ay, ay, Daniel, no pares— fue lo único que lograba decir, o mejor dicho balbucear entre gemidos.

—Vaya que eres una adicta a esta verga, eh. Quién te viera tan seriecita.

De mi ser sólo salían gemidos y signos de placer. Mi tercer orgasmo estaba por llegar.

—Sí, sí, cógeme, cógeme papito, así chiquito, ay qué rico, Dios Daniel sigue, sigue, sigue no pares.

Uff, este bombón me cogía como experto.

Seguramente sintió su verga inundada por mis líquidos íntimos porque yo tenía la sensación de estar chorreando. Creo que ser cogida parada y por atrás es mi posición favorita y mis gemidos y palabras sucias así se lo hicieron sentir.

—No pares, cabrón. Qué rico coges, ¿sabes? Me encanta así, así. Ay, ay, ay.

—Jajaja, eres una hembra necesitada de buen sexo y aquí estoy yo para saciar tu sed.

Siguió empalándome varios minutos más, la sensación de tenerlo dentro de mí, de que su glande y su tronco exploraran mis cavidades más íntimas era indescriptible. Daniel era, probablemente, el chico más guapo que me la metía hasta ese día de mi vida.

—Ay, ay, ay, Daniel más duro, más duro, más duro.

Cerré mis puños y, para mi sorpresa, me estaba corriendo por segunda vez en menos de 3 minutos en esa posición. Era mi cuarto orgasmo con Daniel y me sentía capaz de llegar a 10 si seguía empujando con la misma fuerza.

Cada vez que me corría, mis piernas temblaban y pegaba más mi culo a su pelvis para sentir hasta el último centímetro de su verga dentro de mí. Obvio mis jadeos también me delataban. Yo pienso que el hecho de traer todavía puestas las medias a mitad de muslos hacía que mis piernas no pudieran abrirse ni separarse mucho y más estando parada, y eso permitía que mi vagina apretara más a su miembro.

Luego, de un solo movimiento me la sacó y se alejó un poco de mí.

—Princesa, ven. Ahora tendrás que hacer tú un poco de trabajo. Además ya casi me vengo y quiero ver qué tan buena eres. Jajaja. Quítate las medias pero cuando termines de quitártelas ponte otra vez los botines.

Aún me sentía algo aturdida y medio ida después de tremendos orgasmos. Con José Luis a lo mucho alcanzaba uno y ya. Obedecí a lo que me ordenó. Por fin me quité las medias, así que se imaginarán el alivio de sentir la frescura en mis piernas. Mientras me las quité, Daniel se sentó en un sillón grande que había en un rincón del cuarto y desde mi posición veía perfectamente que su erección seguía intacta, eso sí, su pene estaba totalmente mojado y fue entonces que a mi mente vino algo que jamás había tomado en cuenta: ¡Estaba cogiendo sin condón con un desconocido!

Me puse los botines otra vez tal como me había dicho y mientras caminaba hacia él le dije:

—Daniel, estamos cogiendo sin condón.

—Jajajajaja, ¿apenas te das cuenta? Por favor.

Empecé a reírme de mi tremenda estupidez. Nuestras risas fueron de cómplices amantes y entonces me dijo:

—Total, si de esto te sale un bebecito tienes a quien culpar, ¿no? No te preocupes, ven.

—Tomo pastillas, por eso no hay ningún problema— le contesté mientras me iba sentando en su verga.

— ¿Así que puedo venirme dentro? La mejor noticia que he recibido en mucho tiempo.

—Adentro o donde mejor te plazca.

Me senté sobre él encima del sillón y de frente a él. Iba a ser yo quien lo iba a cabalgar y quien llevaría el ritmo de la penetración. También era una de mis posiciones favoritas pues es la mujer quien controla el movimiento y además aprovecha para ver de frente al chico en cuestión.

Agarré la punta de su verga para orientarlo a mi entrada, la pasé por mis labios vaginales antes de sentarme sobre ella. Cada centímetro entró lentamente en mi interior. El placer era increíble. Después de unos dos o tres minutos la cadencia era tan rápida que perfectamente era digna de una película porno.

Ahí estaba yo ahora montándome como una prostituta cualquiera con el vestido y mis botines puestos, así que imagino que la escena era súper caliente.

No hablamos por un buen rato pues mientras cabalgaba nuestras bocas se comían y nuestros besos nos impedían dirigir palabra. De vez en cuando, me separaba a él para mirar su carita de placer, agarraba su pelo y colocaba mis brazos alrededor de su cuello; por supuesto, el ritmo de mi cuerpo no paraba de exprimir su verga y el movimiento de mi cadera de arriba hacia abajo literalmente se “comía” a su pene.

—Eres una diosa, Carmen. Vaya manera de coger.

—Cállate y bésame.

Puse mis dos manos sobre su boca para callarlo y seguí cabalgando hasta que empecé a notar que su respiración se agitaba.

—Ah, ah Carmen, me vengo.

El pobrecito cerró los ojos y yo en ningún momento aflojé el ritmo de mi cabalgada, quería exprimirle hasta la última gota.

—Aaahhhh, Carmen, ah, ah, ah.

Mi amante estaba dejando todo su semen en mí. Sentí un líquido caliente por la zona de mi ingle así que supuse que había terminado. Seguí besándolo en los labios y antes de sacármela y ponerme de pie le susurré al oído:

—Coges bien rico, Daniel.

Me sonrió con la misma sonrisa que me había cautivado meses atrás. Me dijo que tenía tiempo de tomar una ducha si así lo deseaba, que aún era temprano.

Daniel no se bañó, pues seguramente después de dejarme en la escuela podría ir perfectamente a hacerlo a su casa. Yo, por el contrario, tenía una cita y no podía darme el lujo de llegar oliendo a sexo. Agarré la primera toalla que encontré y me fui bañar. Salí, me cambié, acomodé mis medias y mi vestido con tanto esmero como si con ello se borrara la infidelidad que acababa de cometer. Lo que más me costó fue medio acomodar mi pelo y que no diera la sensación de estar recién bañado.

Bajamos al coche y ahí me fui maquillando. Durante la primera parte del trayecto (por Insurgentes) fui insistiéndole que no podía contarle nada de esto a nadie.

—No te preocupes, seré discreto con una sola condición.

—No empieces, Daniel. ¿Ahora qué quieres?

—Algo fácil, que me la chupes ahorita mientras llegamos a la escuela. Eso es todo. Puede ser la última vez que lo hagas así que te conviene.

Se había venido dentro de mí unos 40 minutos antes, así que seguramente habría recobrado fuerzas para volver a levantar su miembro.

En un semáforo, se quitó el cinturón y procedió igual que horas antes cuando se la chupé por primera vez. Era extraño pero el cogidón que me propinó en el departamento me tenía todavía caliente y fuera de un par de miradas “de enojo” accedí a su pedido.

—Me avisas un poco antes de llegar, en la entrada del estacionamiento hay vigilancia y no quiero ningún problema, ¿me lo prometes?

Apenas acabé de decirlo cuando me llevé a la boca otra vez la bonita verga que tanto placer me había dado. Él ni se inmutó en contestar mi pregunta. Apagó el radio seguramente para escuchar sólo el sonido que salía que mi boca probando su virilidad.

No fueron más de unos 15 minutos que duró el trayecto y mi felación.

—Ya vamos a llegar, párate. Ahorita que pasemos la entrada, puedes continuar— me dijo mi Dani.

Me la saqué y me reincorporé. Daniel se subió el pantalón.

Casi por instinto lo primero que hice fue mirarme en el espejo del copiloto y verificar que nada raro me pudiera delatar. Fuera de mi labial casi desaparecido, todo seguía bien.

Daniel le mostró al policía de la entrada su credencial para que pudiera ingresar el coche. El reloj electrónico de la caseta del vigilante marcaba las 20:20 horas. Me quedaban 40 minutos para seguir probando “mi dulce” si las condiciones lo permitían. Pero mi príncipe, al parecer, tenía otros planes.

Apenas dejamos unos metros atrás la caseta y fui yo la que solita volvió a bajarse a su delicioso vicio.

—Hey, jajaja, agresiva te has vuelto— me dijo Daniel.

Estaba claro que esa verga me tenía vuelta loca. Estaba agachada así que nadie podía verme, además viernes y a esa hora las personas que aún estaban en la universidad eran muy pocas, las que estaban en el estacionamiento eran menos todavía. Daniel condujo hasta la parte más alejada de la entrada, donde prácticamente sólo alumbraban las luces del coche.

—Vi la hora, príncipe, todavía puedo disfrutar un poco— alcancé a decirle en una breve pausa de mi chupada.

Daniel otra vez no dijo nada, estacionó el coche y apagó las luces. Proseguí en mi labor unos 5 minutos más hasta que sorpresivamente me ordenó:

—Carmen, pásate para atrás, rápido.

Ni pío dije, pensé que atrás estaríamos más cómodos, me bajé del coche y luego volví a ingresar pero por la puerta de atrás. Él hizo lo mismo pero del otro lado. Durante el corto tiempo que estuve afuera del coche aproveché para echar un vistazo y no había rastro alguno de que alguna persona estuviera siquiera cerca.

Estando ya los dos sentados atrás, Daniel comenzó a devorarme las tetas, a meterme mano de lo lindo otra vez, a besarme salvajemente y a llevar mis manos a la potente erección que mantenía. Por la intensidad del beso, nos acostamos sobre el sillón trasero del coche y yo quedé boca arriba y Daniel encima de mí. La sensación de su boca y de sus manos recorriendo todo mi cuerpo me puso caliente otra vez.

El hábil amante metió ambas manos hasta mis ingles por debajo del vestido y en cuestión de segundos sentí cómo bajaba mis medias de la cintura hasta la mitad de mis muslos. Yo lo dejé hacer, sabía que tenía todavía unos 20 minutos para portarme mal y no los iba a desaprovechar.

Después de darse cuenta que no oponía resistencia alguna, Daniel me dedeó de lo lindo entre mis jadeos y mis arqueos de espalda. Mi chico malo besó todo mi cuello y me susurró al oído:

— ¿La quieres otra vez, verdad? Yo sé que la quieres dentro otra vez.

Yo no respondí, sólo metí una de mis manos en su entrepierna para desabrochar su pantalón.

Cuando así lo hice, él se los bajó hasta los tobillos y lo mismo hizo con su bóxer. Otra vez el aire me llegó a la vagina pues mis medias siguieron a medio muslo y esta vez Daniel también bajó mi calzón a la misma altura. Sólo unos centímetros separaban su poderosa arma de mi panochita y yo ya estaba que me escurría.

El experto de mi amante se acomodó de tal modo que mis piernas quedaron sobre sus hombros, yo las abrí y las estiré tanto que sentí la punta de mis botines tocar el techo del coche. Sin problema, introdujo la punta de su verga en mi entrada y luego de un golpe la metió hasta el fondo.

—Aaahhhhhh, bebé— fue todo lo que dije.

Nuestras intimidades ya se conocían tan bien que no hubo necesidad más que de disfrutar el momento. Mis gemidos lo decían todo. Además la posición ayudaba a que yo sintiera su pene mucho más dentro de mí, y en cualquier momento pensé que su cabeza golpearía mi matriz.

En esas estábamos, cuando un mensaje llegó a mi celular. Daniel encima de mí tenía mayor campo de acción y le dije que sacara mi celular de mi bolsa que estaba en el asiento del copiloto. Paró un poco las embestidas pero nunca me la sacó, encontró mi celular y me lo pasó. Sin embargo a Daniel no le importó el pequeño altercado y siguió bombeándome. Abrí mi bandeja de mensajes y entre gemidos leí el mensaje de José Luis:

«Bonita, ya casi llegó. No sé dónde estés, pero vete despidiendo y encaminándote hacia el estacionamiento. Te amo».

Acabé de leerlo e inmediatamente dejé mi celular en el piso. No iba a tomarme la molestia de contestar en pleno gozo. Cabe agregar que Daniel ni me preguntó quién era y jamás dejó de aflojar el ritmo de su mete-saca mientras yo atendía mi celular.

Luego de esta pequeña molestia, me dediqué a gritar y gemir de lo lindo.

—Ay, ay, ay, Daniel, así chiquito, así—. Fuera de eso no había más.

No sé si era mi calentura pero yo sentía la erección de su verga aún más grande que en el departamento. Mis paredes y mi interior también lo notaron y no tardé más de 5 minutos desde que me la metió en venirme. Fue un orgasmo delicioso, yo enterraba mis uñas en su espalda (por encima de su camisa puesta) y buscaba su boca con la mía fervientemente. No recuerdo bien lo que entre gemidos de placer le grité mientras me venía, sólo sé que cerré mis ojos y mis “Ay” constantes delataron mi orgasmo.

No pasaron más de 2 minutos que después de mí, el orgasmo de mi macho se hizo presente.

—¡¡Ahhhh, ahhhh, bombón, toma, toma, toma…!!— salió de la boca de mi príncipe.

Instintivamente abrí mis piernas lo más que pude para recibir su descarga. Otra vez lo había dejado venirse dentro y sólo después de unos segundos recobró las fuerzas para mirarme directo a los ojos y besarme apasionadamente.

Nos reincorporamos, otra vez acomodé mi vestido y mis medias. Esta vez la situación fue más incómoda pues cuando estuve de pie fuera del coche sentí que un charco de su semen invadía mis cacheteros y, posteriormente, mis medias. ¡No podía ser! El rastro de mi infidelidad ahora se escurría alrededor de mi vagina.

Me despedí de él y le di mi número de celular. Siguió diciéndome que era una princesa muy malvada y que en cuanto nuestros tiempos lo permitieran, le encantaría verme.

—A mí también, Daniel. Pasé una tarde-noche inolvidable contigo— le dije.

Luego le guiñé el ojo y nos dimos nuestro último beso en la boca. Él se quedó en el coche, y me dijo que en unos 15 o 20 minutos se iría para no levantar sospechas ni que lo viera nadie.

Yo me fui caminando como si nada. Recorrí gran parte del estacionamiento notando los pocos coches que quedaban. Cuando pase por el lugar donde vería mi novio, noté que aún no había llegado y me dirigí al baño de mujeres.

Fue en ese trayecto coche-baño que noté todo el líquido que se acumuló en mis bragas y, a puro tacto, me di cuenta que era muchísimo. Inconscientemente empecé a dar pasos más pequeños para evitar una desgracia mayor y que el semen se precipitara hacia afuera.

En el baño tampoco había nadie. Sin problema me metí a un excusado, subí mi vestido, bajé mis medias y mis cacheteros y pude limpiar todo sin problema. Luego volví a cambiarme a placer y asegurarme que nada se viera fuera de su lugar. Me maquillé y me retoqué el pelo. Mi labor de ocultar cualquier rastro de infidelidad me tomó unos 20-25 minutos. Salí del baño y me dirigí otra vez al estacionamiento.

Saqué mi celular y me di cuenta que, aparte del mensaje que me mandó mientras cogía en el estacionamiento de la escuela, mi novio me había mandado muchos más y yo ni por enterada.

Desde algunos metros de distancia, logré ver que mi novio ya había llegado pues su coche estaba en el lugar de siempre. Entré y lo saludé como si nada.

—Hola, amor. Las niñas se fueron hace unas horas y me quedé estudiando un ratito en la biblioteca. No pude contestar porque ya sabes que no podemos sacar el celular ahí pero leí todos tus mensajes, precioso. Te amo.

Y así como lo hice con los mensajes, tuve que mentirle sobre lo que hice desde que salí de mi exposición. El pobre no sospechó ni dudó en ningún momento. Y así fue que entre besos y palabras bonitas, pasé la noche con él y con mi familia sin que absolutamente nadie supiera que debajo de mis prendas, se escondía el líquido de un hombre al que le había entregado todo mi cuerpo.

Por supuesto, al llegar a la casa de mi novio fingí cansancio y dolor de cabeza para que ni se le ocurriera tener sexo y que pudiera notar alguna “anomalía” en la intimidad de su noviecita. Al otro día me bañé y sólo así desnuda me lo cogí, pero les confieso que cuando tuve a mi novio dentro de mí sólo podía pensar en Daniel y su verga.

Después de una semana de lo acontecido, Daniel no se dignó a comunicarse conmigo. Ni por Facebook ni por whatsapp y mucho menos llamándome. Decidí ser yo quien lo buscara, aunque sólo fuera para saludar pero el hijo de puta me dejó en visto en cuanta red social le escribí y un año después jamás se ha tomado la molestia de contestar o de buscar cualquier forma de contacto conmigo.

A veces lo veo en los pasillos de la escuela o en la cafetería y aunque lo busco con la mirada, él simplemente se hace menso como si no me conociera. Es evidente que sólo me quería para pasar el momento y yo caí como puberta de preparatoria. A pesar de que le he guardado un poco de rencor por haberse desaparecido, les confieso que si me buscara sólo para coger aceptaría sin pensarlo dos veces pero al parecer “mi príncipe” no quiere volver a probar mis delicias.

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