Una madrastra como ninguna otra, una demasiado especial

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-¡Me caso!

Fueron las palabras que pronunció mi padre al otro lado del hilo telefónico. ¿Me extrañaba? ¡Y tanto! Sabía que era contrario al matrimonio. Para él solo existía el amor así mismo.

Sí que se había casado con anterioridad, pero más bien obligado. El dejar embarazada a mi madre a una edad en la que los dos eran muy jóvenes, fue motivo para que intervinieran los padres de ambos y concretaran la boda. Eran dos familias muy unidas y no podían permitir que el niño que naciera no tuviera unos padres debidamente casados.

Pero mejor os narro a que se debe mi extrañeza. Mi madre va para ocho años que se nos fue de este mundo y mi padre en su viudez os puedo asegurar que nunca ha dejado de relacionarse con mujeres, pero solo para dar rienda suelta a su apetencia sexual. Bueno, después del fallecimiento de mi madre y antes.

Y digo bien el de no haberse privado de desfogarse fuera del matrimonio porque siempre ha sido un maniático sexual. Lo llegó a saber mi madre y estuvo dispuesta a separarse de mi padre, pero esa repentina enfermedad que le produjo la muerte, evitó tal separación. Y hay quedé yo a mis dieciséis años, al amparo de mi padre.

Para mi padre ante su lema: “buey solo, bien se lame”, yo casi ni existía o por lo menos eso parecía. Al igual que su fidelidad y devoción hacia mi madre había sido prácticamente nula, conmigo también careció de ese amor o instinto paternal. Su único interés era el ir de conquista en conquista para vanagloriarse de su poder de seducción. Lo demás, le importaba un comino.

Como digo, nuestra relación era escasa, entre su trabajo, y el tiempo que dedicaba para conseguir sus propósitos, pocas ocasiones existían en las que estábamos frente a frente en casa. Eso sí, no tenía ningún pudor en aparecer por nuestro domicilio, con la conquista de marras, para tomar una última copa antes de llevarla a su habitación y follársela sin importarle el que yo estuviera dentro de la vivienda.

Como podéis imaginar no era para mí plato de buen gusto la convivencia con mi padre. El hecho de que follase en casa con las hembras que le dieran la gana, más que excitarme esos jadeos que oía desde mi habitación, me producían verdadero asco. El recordar que conviviendo con mi madre también se divertía y follaba con otras mujeres no lo llevaba bien. En esto se me llevaban los demonios y es que a mi madre se la podía considerar como una mujer bandera. ¿Cómo habiéndose casado con una verdadera belleza se permitía ignorarla y serle infiel? Era simplemente para satisfacer su alto ego. Vivía solo para él sin importarle para nada la vida de los demás.

En su favor solo puedo decir que atendió a mis necesidades, tanto en la manutención como en el coste de los estudios, hasta que pude independizarme y dejarle libre de su atadura sobre mí.

Con este historial no daba crédito al oír el querer vincularse en matrimonio a una nueva mujer. ¿Quizás fuera porque se iba sintiendo algo mayor? Ya estaba en los cuarenta y cinco años, pero ese egocentrismo no creía que lo hubiera dejado atrás. Había que conocer a esa mujer con la que se quería unir y saber que motivos impulsaban a mi padre para casarse con ella. Pensándolo bien, me daba igual lo que hiciese, prácticamente no nos veíamos desde que dejé su casa y solo oía su voz a través del teléfono en contadas ocasiones.

En verdad me importaba un pito esa unión, pero mi curiosidad por ver quien era esa mujer, hizo que aceptara acercarme al juzgado dónde iba a celebrarse la boda. Y así lo hice. Algo me extrañó que la ceremonia, se celebrara por la tarde, pero conociendo a mi padre y los contactos que tenía, cualquier cosa era posible. También, que casualidad, coincidió esta celebración con el día que yo cumplía veinticinco años. Casualidades de la vida, pensé.

Bueno, pues en el juzgado indicado me presenté y no podéis imaginar como me quedé al ver la mujer que se iba a desposar con mi padre. Era esa chica que venía a casa de mi padre, una vez por semana, para poner en orden todo el desarreglo que había en esa vivienda.

No daba crédito a mis ojos. ¿Cómo era posible que mi padre se casara con esa mujer? Más de una vez había pensado en ella al ser la primera que de alguna manera quedé hechizado al verla. En más de una ocasión me había desfogado yendo al baño para hacerme una paja. Y es que no era para menos. Tendría yo unos diecinueve años y mis hormonas estaban a flor de piel. Verla subida a una banqueta y alzar sus brazos para limpiar los armarios de la cocina, ponían al descubierto unos bellos muslos que hacían alterar mis instintos primarios.

Pero claro, solo quedaban alborotados mis instintos. Ella estaba a lo suyo. Con los auriculares puestos solo prestaba atención a su trabajo, aunque algunas veces, percatándose de mi presencia, me saludaba con un hola y me dedicaba una sonrisa.

No sé como quedaba mi cara ante esa alteración que me producía verla, pero alguien con amplia experiencia, y no podía ser otro que mi padre, se percató y no dudó en decirme:

-¡Qué, te gusta! ¡Tiene un buen polvillo la chica!

-Eres un cerdo. Te crees que todos somos como tú –le contesté.

El se echó a reír y dijo entre sus risas:

-Todos buscan lo mismo.

Me encorajiné y repliqué diciendo.

-Pero no todos dejan a su esposa de lado para follar con otras. Me gustaría que te volvieras a casar y que alguien en la primera noche se follara a tu mujer.

No dejó de reír y ahí lo dejé. Lo odiaba. No sabía si era por lo que dijo o por deducir que esa chica me gustaba. Poco duró el verla, se acababa el verano y ella volvía a sus estudios para finalizarlos. Aprovechaba el periodo veraniego para sacar un dinero que le iba muy bien.

Volviendo al juzgado, allí estaba esa mujer dando el sí quiero y no me explicaba cómo siendo tan joven contraía matrimonio con mi padre. Había entre ellos una diferencia de edad considerable. Pensé que una buena razón podía ser el haberla dejado embarazada y le hubiera pasado lo mismo que con mi madre, que mi padre se hubiera visto obligado a desposarse con ella. Pero vamos, eso podía ser una posibilidad. Por otra parte, hasta yo marcharme de casa de mi padre, jamás la había vuelto a ver, ni tampoco figuraba en la larga lista de mujeres que calentaban la cama de mi padre.

Bien, por la razón que fuera, esa mujer se había convertido delante de las cuatro personas que asistieron al acto, aparte del juez, en mi madrastra. Eran dos parejas para mí desconocidas y que ni siquiera nos pudimos presentar. La ceremonia comenzó en el mismo momento que yo llegué.

Besos y abrazos entre los contrayentes y los presentes dieron punto final a la ceremonia. Fue entonces cuando mi padre me hizo formar parte del grupo con las debidas presentaciones. La novia me dio un sonoro beso en la mejilla y me obsequió una amplia sonrisa a pesar que yo no moví un solo músculo de mi cara. Me encontraba completamente desplazado.

Nos dispusimos a abandonar el recinto notarial, siendo yo el último en salir. Para mí se había acabado el aguantar ese ceremonial tan sorprendente y confuso. Fui a despedirme, por pura educación, pero tanto mi padre como la reciente esposa, me pidieron que les acompañase, Habían reservado mesa en un hotel y yo entraba, junto con las dos parejas, entre los comensales invitados y no era de buen gusto el defraudarles. Una sonrisa y un agarrarme del brazo por parte de esa mujer convertida en mi madrastra, hicieron que les acompañase. Dos taxis requerimos para llegar al hotel. Se encontraba algo apartado de donde nos encontrábamos.

Un aperitivo tomamos en el salón bar, hasta que nos informaron que la mesa estaba dispuesta para comenzar el banquete nupcial. Desde luego el menú era digno de elogiar, se lo habían currado bien los desposados, aunque más creía que era cosa de mi padre, se le daba bien esos encargos y el dinero no era su gran problema. Se celebraba esa unión y mi cumpleaños quedaba al margen ni yo lo saqué a relucir.

La cena fue trascurriendo y en lo concerniente a mi intervención coloquial fue prácticamente nula. Ya se encargaron los demás de conversar durante toda la cena, hasta llegar a finalizar los postres. Una llamada al móvil de mi padre interrumpió la charla y pareció que la cara de mi padre se descomponía. Se levantó de inmediato y nos dijo:

-Me vais a disculpar, pero tengo que salir de aquí pitando, algo ha sucedido en mi empresa y requieren mi presencia con urgencia.

Todos quisieron sumarse a salir con él, pero fue categórico a que nadie le acompañase.

-Es algo que solo me concierne a mí. Vosotros quedaros aquí hasta que gustéis. Podéis seguir tomando lo que os de la gana y tú –dirigiéndose a su nueva mujer- tenemos reservada una habitación para pasar aquí la noche, así que disfrútala, ya te avisaré cuando vaya a regresar, pero no creo que sea antes de la hora del desayuno.

Bueno, pues ahí nos dejó y poco duró la tertulia del resto de los comensales en su ausencia. Pronto las dos parejas se despidieron deseando lo mejor a la consorte. Yo fui a realizar lo mismo, pero me retuvo agarrándome del brazo.

-Espera, que prisa tienes, todavía no me voy a ir a acostar y bien puedes acompañarme un rato.

Vaya, maldita la gana que tenía de quedarme y encima tener que distraerla en ausencia de mi padre. Pudo más ese deseo de poderla contemplar a solas y nos dirigimos al salón bar para sentarnos en sendas butacas, mientras esperábamos a que nos atendiese un camarero. Ella empezó la charla diciendo:

-Has estado en la cena muy serio y pensativo, apenas has hablado.

-Es que todo esto de la boda me ha pillado desprevenido y ni siquiera sabía que tú eras la mujer con quien se casaba mi padre.

-¿De verdad, no lo sabías? –preguntó como si fuera algo extraño el no saberlo.

No contesté porque en ese momento se acercó el camarero para ver que deseábamos.

-¿Qué quieres tomar? –fue la pregunta que hice a mi acompañante.

-Lo mismo que tú tomes –respondió.

Dos gin-tonic fue lo que solicité. Habíamos bebido suficiente durante la cena, pero no me importaba ingerir algo más. Además, visto que ella no puso ningún impedimento cuando se los pedí al camarero, pensé que con el alcohol que había ingerido y un poco más, serviría para desatar su lengua y enterarme bien del porqué había llegado a contraer matrimonio con mi padre. Todavía no llegaba a digerir bien esa unión.

Seguimos charlando, pero no había manera de introducir alguna de las preguntas que quería formularle. La conversación más parecía un monólogo por parte de ella y yo me limitaba a escucharla y observarla. Esa mujer que tenía frente a mí no era aquella que llegó a alterar mis hormonas y desfogarme con unas pajas colosales, ni yo tampoco era el mismo. A ella la veía más madura y más apetecible, pero para algo más. Por supuesto que los dos habíamos cambiado, los años no pasan en balde y a mis recién cumplidos veinticinco años ya no era ese joven calenturiento que se conformaba con darle a la mano, alguna que otra mujer había sentido mi pene dentro de su cuerpo.

Pero aparte de escucharla y observarla, a veces, sus manos quedaban enlazadas junto a las mías al contarme alguna anécdota divertida de su vida. Esos tocamientos sin más, hacían que mi pensamiento navegara por otros derroteros hasta venir a mi mente aquellas palabras que dije en su día a mi padre: “me gustaría que te volvieras a casar y que alguien en la primera noche se follara a tu mujer”. La veía tan atractiva y fascinante que no me importaría ser ese alguien, aun sabiendo que se había convertido en mi madrastra. Además, serviría para vengar a mi madre al haber sido humillada ante tanta infidelidad. Pero claro, lo difícil era llegar a conseguirlo.

Atónito, perplejo y desconcertado me quedé. ¿Era mi pensamiento un libro abierto? Eso parecía al escuchar la pregunta que me hizo:

-¿Quieres pasar la noche conmigo?

¿Oía bien lo que decía? Claro que oí bien su pregunta y además entendí que la decía muy en serio. La expresó con un insinuante susurro a la vez que enlazaba sus manos a las mías. A la mierda esa explicación que quería oír de sus labios del porqué había llegado a contraer matrimonio con mi padre. Ardía en deseos de estrecharla y poseerla.

-Siempre que a ti te apetezca –dije simplemente para que no pareciera que lo ansiaba.

Se levanto del asiento y se dirigió a recepción para pedir la llave de la habitación que mi padre había reservado. Yo también me levanté y la seguí cuando se encaminó hacia el ascensor, en un momento nos situamos en la planta donde estaba ubicada esa reservada habitación para una noche de bodas.

Traspasamos la puerta y nos quedamos mirándonos como diciendo: “ya estamos aquí para pasar la noche y ahora qué”. Sin mediar palabra me acerqué a ella, la abracé y mi boca buscó la suya para unirse en un acalorado beso. No fui rechazado e incluso sus labios se entreabrieron para llegar a saborear más ese apasionado beso. Ahí comenzó esa noche de bodas y no era mi padre quien la llegaría a disfrutar. Dejando aparte mi venganza, ese cuerpo, una vez despejada de casi toda su vestimenta, era para comérselo a trocitos. Desde luego tenía un cuerpo más que alucinante, superaba con creces esa imagen creada en mi pensamiento cuando me hacía esas pajas en su honor.

Con ella iba de sorpresa en sorpresa, le insinué que ese cuerpo lo había desnudado en mi imaginación con anterioridad y qué fue lo que me reveló: yo también le había parecido un joven apetecible, pero estaba en mi casa para cumplir un trabajo.

Dejamos aparte los recuerdos y me centré en esa hermosura de cuerpo. Mi boca comenzó volcándose en primer lugar en esos labios carnosos para seguir, después de un excitante y pasional beso, absorber cada poro de su cuerpo. No le eran indiferentes mis caricias, sus gemidos lo confirmaban. Llegué al bajo vientre y mis labios chocaron con la única prenda que quedaba por retirar de su cuerpo. La había reservado para que fuera yo quien se la despojara. Y bendito desnude; quedó al descubierto su hermosa vulva que albergaba esos soberbios labios vaginales. Pronto fueron lamidos hasta quedar empapados por mi saliva. Algo más se unió a mi boca y no era otra cosa que su flujo vaginal.

-¡Aaah, que gozo y que placer… -susurraba y gemía al ir extendiendo todo mi lengua entre sus labios internos, hasta llegar a succionar su clítoris.

Mi pene estaba a punto de explotar y pedía a gritos introducirse en esa esplendorosa vagina. Me puse en posición y apunté con delicadeza el glande en esa lubricada abertura vaginal y algo me demoré en ir introduciendo todo mi pene en toda su cavidad, porque un nuevo susurro desprendió de su boca.

-Sigue, mi vida. Dámela toda…

Y se la di. Toda ella entró con firmeza hasta llegar a lo más profundo de la vagina. Todavía no sabia el porqué esta mujer había contraído matrimonio con mi padre, pero estaba claro que me estaba follando a mi madrastra. Mi satisfacción era plena, mi venganza se cumplía y por otra parte me llenaba de placer ese polvo majestuoso en el que ambos estábamos inmersos. Parecía que no era la primera vez que lo practicábamos, el ritmo que imprimíamos era casi perfecto y que decir de los jadeos y gemidos que salían de nuestras bocas. Hasta nuestros orgasmos se produjeron casi a la vez. Al grito que salió de boca de ella, no tardó en salir de la mía un tremendo bufido. Mi pene descargaba todo su semen dentro de su vagina. Ni pensé en correrme fuera de esa cavidad. Tampoco ella me lo pidió.

Desparramados nos quedamos los dos encima de la cama, hasta que me agarró con fuerza una de mis manos a la vez que dijo:

-Ha sido fantástico y delicioso hacer el amor contigo. No podía esperar mejor noche de bodas. ¿Te ha gustado sustituir a tu padre?

¡Pero vamos, qué decía! Yo no era su consorte, ni era mi noche de bodas. Yo solo era ese alguien que con gusto se había follado a la mujer de mi padre. Y para más inri, era mi madrastra.

Lo que oí después de sus labios si me pinchan no me sacan una sola gota de sangre. Ni boda, ni leches. Todo había sido un montaje de mi padre para que celebrara mi cuarto de siglo cumpliendo dos de mis grandes deseos: poder follar a aquella chica que el vio que se me salían los ojos al verla y creer, al mismo tiempo, que me follaba a la mujer con la que se había casado. Me encorajiné, me sentí por completo burlado, solo le faltaba decirme que sus jadeos, gemidos y demás, habían sido puro teatro.

-Y tú te has prestado a ello, ¡eres una puta! –fue mi respuesta ante semejante burla.

-No soy una puta –fue su réplica inmediata –. Me he prestado a esta farsa, porque tu padre se esforzó y mucho en buscarme. Quería de forma especial festejar tus veinticinco años y aunque me pareció un despropósito, me ilusionó el poder ver a ese joven que me gustó en su día. Además, si llegaba a poseerme, no me importaba el poder entregarme a él con verdadero gusto.

Quiso rápidamente abandonar la cama, pero se lo impedí. Mis manos atenazaron su cuerpo desnudo y volví a posarlo de nuevo a lo largo de la cama.

-Déjame, por favor… –fueron las palabras que salían de su boca hasta que se la tapé con la mía.

Ese beso sirvió como disculpa por mi grosera palabra. Aparte, salvé esa ofensa con un “te quiero” dicho con ternura y que salió de muy dentro de mí. Un “yo también te quiero”, dio por finiquitada esa farsa y fue el comienzo de una nueva entrega más impulsiva. Nuestros cuerpos se habían unido por completo y mi pene volvía con más firmeza a adentrarse en esa vagina que ansiaba tenerlo dentro.

Adiós a la madrastra. Esta era mi mujer y esa noche solo podía llegar a ser nuestra luna de miel.

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