Una mujer casada debe cumplir su palabra
DEBERES CONYUGALES 1.
– Felisa…¿estás dormida?
Le oigo cerca de la cama y siento una mezcla de asco y miedo. Después de cenar sola he acostado a nuestro hijo y me he metido en la cama. No podía dormir, sé que le debo obediencia, es mi obligación de esposa, pero su lujuria que me babosea, me produce repugnancia. Desde el primer día que le conocí, cuando mis padres concertaron nuestro matrimonio, su mirada desnudándome, el deseo de poseerme que no podía ocultar me dieron miedo.
No contesto, me hago la dormida, quizás no quiera tomarme. Me doy cuenta que se está desnudando. No entra en la cama. Retira la sabana que me cubre. Sigo encogida, acostada sobre el lado izquierdo. Tira de mi hombro para girarme y ponerme cara arriba. Hago que me despierto y abro los ojos. Está ahí, desnudo, peludo, con su tranca dura, ese palo que me hace daño cuando entra en mí. Me dolió desde la noche de bodas, cuando me tomó en aquel hotel donde empezamos nuestro viaje de novios camino de la capital. Mi madre, el padre Benito, todos dicen que aunque me duela es mi deber de esposa satisfacer a mi marido.
– Abre el camisón- me ordena.
Lo hago rápido, cuando antes acabe mejor. Sé lo que debo hacer. Abro las piernas, se sitúa en medio de ellas. Pone la cabeza de su miembro entre los labios de mi sexo, empuja y me la mete dentro hasta que choca su vientre con el mío. Me besa la boca, me chupa la cara, vuelve a besarme mientras se mueve adelante y atrás como una máquina infernal que llena mi intimidad de mujer.
Gracias a Dios no ha bebido, sé que va llevar poco tiempo, como una bestia cubriendo a su hembra. Eso es lo que es, y yo así me siento, un animal domado, al capricho de su dueño. Eso es mi marido.
Va cada vez más rápido, le queda poco. Suelta la leche, se queda sobre mí jadeando como si hubiera corrido una carrera. Por fin sale de mi cuerpo y se tumba a mi lado. Busca en la mesita un cigarro, lo enciende, da unas caladas, huelo el tabaco que arde, me da una palmada en el muslo.
– Felisa , ya puedes volver a dormirte. Eres una mujer muy hermosa.
Cierro los ojos pensando que mi premio y mi castigo es mi hermosura que hizo que los padres de Rodrigo, mi marido, se fijaran en mí para que él estuviera contento mientras yo me convertía madre de sus nietos y mujer de su hijo.
Me cuesta dormir, no debo quejarme. Sé que satisfacer sus necesidades de hombre es mi deber conyugal, de esposa, de mujer casada.