Una niña mala y el acoso de parte de profesores

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(CONTINUACIÓN DE “LA NIÑA MALA Y EL CIPOTE DE PAPÁ”)

No fue Malena la primera que se despertó esa mañana, sino su madre, pero la escuchó cuando bajaba por las escaleras del adosado donde vivían.

Después de la experiencia que tuvo con su padre la cama de matrimonio, la joven pasó el final de la noche durmiendo en el sofá del salón, completamente desnuda como acostumbraba, así que no se cubrió cuando su madre entró a la habitación.

¿Ya estás mejor, mamá?
La preguntó la niña, ya que Elena, su madre, había estado durmiendo profundamente en la cama de Malena desde la tarde anterior cuando, preocupada como estaba, no se percató que mezcló alcohol con ansiolíticos.

Pero … hija, ¿qué haces durmiendo aquí?
En algún sitio tenía que dormir, mamá, si tú dormías en mi cama. Llevas durmiendo desde ayer por la tarde, poco antes de que se marcharan los tíos.
Lo siento, hija. Me entró un sueño terrible y … bueno, me acabo de despertar y, al no verte, he bajado a buscarte. ¡Hija, vístete que ya sabes cómo se pone tu padre si te ve sin ropa!
No te preocupes, mamá. ¿Qué tal te encuentras?
La preguntó la niña, al tiempo que se vestía, recordando cómo su padre se ponía a mil cuando veía o tocaba a su hija desnuda.

Muy descansada, hija. Me ha sentado muy bien dormir tanto. Lo necesitaba.
En ese momento se escuchó al padre bajar por las escaleras, preguntando por su desayuno, y es que era lunes y tenía que ir a trabajar, así como Malena ir a clase de recuperación ya que las notas del curso no habían sido buenas en alguna materia.

La noche les había sentado muy bien tanto a su madre como a su padre que sonreían descansados y satisfechos, y sí sus padres estaban tan bien, no iba a ser la niña menos, por lo que, después de una ducha y de un rápido desayuno, ya estaba Malena feliz y contenta caminando por la calle con su carpeta camino del instituto.

Esta vez sí que llevaba bragas la niña, unas finas braguitas blancas casi transparentes que se perdían entre sus dos perfectos cachetes. También vestía su clásico polo de manga corta y minifalda de estampado escocés, aunque en esta ocasión calzaba sandalias, pero no sujetador que controlara los desordenados vaivenes de sus dos hermosos y erguidos senos.

Transcurrieron las aburridas clases como siempre, con la niña despreocupada en sus ensoñaciones. Recordaba vivamente lo sucedido el fin de semana anterior y la cantidad de penes que había visto o disfrutado. Viéndolo en perspectiva, todas las experiencias que había tenido, aunque algunas desagradables parecían desagradables en su momento, ahora la parecían auténticas gozadas.

Observando el profesor, don Agapito, cómo Malena llevaba toda la clase distraída, la hizo una pregunta sobre el temario que estaba explicando, pero la niña, en su mundo, no se enteró que se dirigía a ella. Solo, cuando sus compañeras de clase, se rieron, fue cuando Malena, se enteró que era a ella a quien se dirigía.

¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza?
Fue lo único que escuchó de la pregunta que le repitió el profesor y la niña, sin pensárselo, respondió despreocupadamente lo que tenía en su pensamiento:

Pene.
Toda la clase estalló en carcajadas, y, cuando don Agapito, con el rostro encarnado de ira, logró restablecer la calma, la preguntó a gritos:

¿Qué … qué es lo que has dicho? Repítelo.
Pero Malena, impasible, le miró sonriente y repitió:

Pene … don … Pene.
Y es que llamaban entre los alumnos al profesor don Agapito: Don Pito. Aunque algunos, como Malena, le llamaban don Pene. Pero, aunque el profesor lo sabía, ninguno se atrevía a decírselo ni en público ni en privado.

Volvieron las carcajadas en la clase y sonó el silbato del fin de la clase, por lo que todos los alumnos recogieron precipitadamente sus cosas y se levantaron para irse, incluida Malena.

Pero, al ir a salir de la clase, a Malena, que era la última, la cogió el profesor del brazo, reteniendo su marcha.

Espera un momento, Malena, que tengo que hablar contigo.
¡Ay! Me hace daño, don Pene.
Se quejó la niña.

Cerrando el hombre la puerta de un portazo se quedó a solas en la clase con la niña que, y, mirándola con una furia nada disimulada, la dijo:

¡Daño es lo que voy a hacerte ahora, malandrina!
Y, sentándose en su silla, la forzó a colocarse bocabajo sobre sus piernas, haciendo que perdiera las sandalias que llevaba, y, levantándola la falda por detrás, dejó al descubierto sus nalgas, apenas cubiertas por una fina braguita blanca, y empezó a propinarla fuertes azotes en el culo con un mano, mientras la sujetaba con el otro brazo para que no se moviera.

¡Ay, ay!
Chillaba la niña en cada azote que recibía, pataleando sus torneadas y desnudas piernas en el aire, hasta que, de pronto, comenzó a reírse, a reírse a carcajadas del profesor, y éste, cada vez más enfurecido, cogió el borde superior de las bragas de Malena y, tirando de él, se lo bajó hasta las rodillas, dejándola con el culo al aire. Nuevamente empezó el profesor a azotarla con su mano abierta las nalgas, ahora desnudas, y la niña, continuó riéndose a carcajadas.

Malena, divertida, no paraba de reírse pensando cómo los adultos le habían tomado con su culo, azotándolo, primero su padre el domingo y ahora el profesor.

Sin saber ya cómo escarmentar a Malena, el profesor, cada vez más excitado, más que iracundo, excitado sexualmente, de azotarla sus prietos y redondos glúteos desnudos, mientras la veía pateando en el aire sus torneadas piernas también desnudas, la metió mano, por detrás, entre las piernas, directamente a la vulva de la joven, haciéndola callar, y empezó a masajearla, entre los labios vaginales. Pronto sus risotadas se convirtieron en suspiros y gemidos de placer, que fueron subiendo de intensidad hasta que, emitiendo primero uno y a continuación otro chillido, se corrió en la mano de don Pene. Debajo de la niña la verga del profesor se fue poco a poco congestionando con el lujurioso panorama y con los lascivos sobes y azotes, hasta que, palpitando a un ritmo cada vez mayor, alcanzó el orgasmo, casi al mismo tiempo que Malena. Los chillidos de ella se mezclaron con los gritos de él, y los tres jóvenes que la esperaban en el pasillo, pegados a la puerta cerrada de la clase, pensaron asombrados que Malena se había follado al profesor para aprobar.

Eran Meche, su compañera de clase que la odiaba, y otros dos jóvenes que estaban en un curso superior al suyo, Esteban, al que llaman Ban, y Rudy. Estos dos últimos la habían violado el pasado sábado en el bosque próximo al adosado donde vivía la niña. Además la habían tomado fotos y vídeos de lo que la habían hecho y los habían compartido con Merche, sabiendo el odio que la tenía. Ahora los tres la esperaban para humillarla y volverla a violar, utilizando el material que habían tomado en el bosque para chantajearla y forzarla.

Don Mariano, el cuarentón e iracundo profesor de gimnasia, viendo a los tres jóvenes, cerca de la clase, les llamó al orden:

¡Venga, chavales, desalojando! ¡que no os lo diga otra vez!
Y los tres, temiendo la mala leche del tipo con el que ya habían tenido alguna trifulca, salieron muy obedientes del instituto, sin rechistar pero con la imaginación volando hacia esa aula donde se imaginaban a Malena follándose al profesor para aprobar. Veían el macizo culo de la niña botando con la verga dentro de su jugoso coño y sus erguidas tetas brincando desnudas y restregándose sobre el rostro baboso del maestro.

Esperando a que saliera Malena se colocaron a pocos metros fuera de la entrada al centro, en el pasillo de un metro y medio de ancho, acotado por una alta valla metálica, y que llevaba a la calle y por donde debía pasar la niña.

En la clase, una vez alcanzado el orgasmo, don Agapito pensó alarmado:

Pero … ¿qué he hecho? ¡dios santo!
Y un torrente de pensamientos negativos inundaron malignamente su mente dejándole a punto de un infarto.

He abusado sexualmente de una alumna. Me va a denunciar. Va a ser un escándalo. Apareceré en los periódicos como un monstruo. Estaré marcado por siempre como un pervertido, un indeseable. Me acosaran e incluso me agredirán. Apareceré en los periódicos y en la televisión. Me echaran del colegio. Iré a la cárcel y allí me pegaran, me violarán y me asesinarán. Tendré que irme de la ciudad, huir con lo puesto, perseguido por la justicia. Me suicidaré.
Temblando y sudando de miedo, sin saber ni qué hacer ni qué decir, dejó que se incorporara la niña que se subió tranquilamente las bragas y se colocó la falda, ante la aterrada mirada del profesor que solo pudo exclamar balbuceando:

¡Lo … lo siento! ¡No … no quería hacerlo! Ha sido un … calentón, te lo juro. Nunca … nunca he hecho nada parecido.
Y llorando a lagrima viva, se puso de rodillas ante la atónita niña y continuó suplicando:

Por favor, perdóname. No se lo digas a nadie. Te aprobaré, que digo, te pondré sobresaliente, pero, por favor, te lo suplico, no digas nada a nadie. No volverá a suceder, te lo juro, te lo juro por lo más sagrado, por mi madre, por todos los santos, pero, por favor, perdóname y no se lo digas a nadie.
Malena, puesta en pie, le dijo como si no hubiera sucedido nada digno de mención:

Ok, profe, pero quiero un sobresaliente.
Y cogiendo su carpeta se dirigió a la puerta cerrada del aula, mientras escuchaba agradecido a un don Pene que se secaba su rostro inundado de lágrimas, babas y sudor.

¡Sí, sí, por supuesto, un sobresaliente, un sobresaliente! Muchas gracias, Malena, muchas gracias.
Y, abriendo la puerta, la niña salió al pasillo camino de la calle.

La esperaban en la puerta del instituto y fueron ellos los que la vieron primero, sonriendo lascivos. Al verlos Malena dudó qué hacer, pero continuó caminando hacia ellos, incluso una sonrisa irónica se reflejó en su rostro.

Los tres la recibieron también sonriendo y, mientras se acercaba, fue Ban el primero que la saludó:

¡Malena! No te habíamos reconocido con tanta ropa.
Y Rudy continuó.

¿Cuánto tiempo sin verte? Desde el sábado, ¿no? Fue en el bosque, ¿lo recuerdas? Ibas exhibiéndote desnuda y nosotros te hicimos un grato favor, te follamos, ¿a qué lo recuerdas?
Sacándose del bolsillo las bragas que llevaba la niña ese sábado, se las enseñó diciéndola:

Te dejaste las bragas, Malena. Aunque, claro, como tú nunca las llevas.
Ahora fue Merche el que la increpó:

¡Qué, Malena, trabajándote también a don Pene!, ¿no? Tu coño no descansa, no. Nunca descansa. ¿le has comido la polla antes o después de que te follara? Te habrás tragado toda su leche calentita ¿a que sí, guarra?
Sin perder su sonrisa y sin decir nada, la niña intentó pasar entre ellos pero Rudy se puso delante de ella, impidiendo su paso, y Ban, situado detrás impidió que huyera.

Las manos de Rudy fueron a los senos de Malena, pero ésta, al tener la carpeta pegada a ellos, se lo impidió, quedándose las manos del joven momentáneamente en el aire, una de ellas con las bragas de la niña.

Ban, por su parte, la levantó la faldita por detrás, viéndola las finas braguitas que apenas cubrían el culo macizo y respingón de la niña, y comentó irónico al tiempo que la sobaba las prietas nalgas:

¡Vaya! Pero si hoy si llevas bragas. No sabía que tuvieras tantas. Dos bragas. Se las habrás quitado a tu madre y ahora es ella la que va sin bragas.
Sí, seguro que su madre es tan puta como ella y todos se la follan. ¿Cómo le sientan los cuernos al cornudo de tu padre? Debe tener siempre la cabeza agachada con la pesada cornamenta que le ponen las dos putas que tiene en casa.
Remató Merche.

Al sentir las manos de Ban sobándola el culo, se giró y apoyó su espalda en la valla metálica, recostándose en ella, con su carpeta sobre sus pechos.

Eres toda una puta, Malena. Ya he visto tus videos del sábado y lo puta que eres, cómo follabas como una puta perra en celo.
La insultó Merche, escupiéndola primero en la cara con desprecio.

¿Qué coño hacías en pelota picada subida a un árbol? ¿Te estabas follando también al árbol o es que eres solo una puta asquerosa exhibicionista?
La preguntó Ban, queriéndola ofender.

Todos estos vídeos y fotos los va a ver todo el mundo, todo el instituto, todo el barrio, tus padres, todos. Te van a echar del instituto, Malena. No quieren putas zorras como tú.
Continuó Merche, mirándola con odio.

Sí, tendrás que trabajar como puta, como lo que eres, una puta. Ancianos babosos te pagarán para que les comas sus decrépitas pollas. Les abrirás tu coño para que lo manoseen con sus manos deformes.
Ahora fue Rudy el que apoyó con sus palabras.

Eso es lo que te espera, Malena. Pero si cooperas quizá solamente seas nuestra puta. ¿Quieres cooperar, putita? ¿Quieres ser nuestra putita? Solamente te follaremos cuando queramos y cómo queramos.
Fue Ban el que la propuso cooperar.

En ese momento apareció caminando muy rápido hacia ellos el profesor, don Agapito. Miraba al suelo como si no quisiera ver nada y todos se callaron, aunque Merche la sujetó por las muñecas, y Ban se fue hacia donde estaba su amigo para dejar paso al profesor.

¡Profesor!
Fue lo que dijo la niña cuando pasaba el profesor muy serio al lado de ella, sin mirar a nadie, solo mirando el suelo, pero el hombre hizo como si no la escuchara, y, cuando Malena comenzaba nuevamente llamándole pero en voz más alta, Merche la tapó la boca con una mano para evitarlo, recibiendo a cambio un fuerte mordisco y un rodillazo de Malena entre las piernas, directamente en su coño, que la hizo doblarse hacia delante, amagando un desgarrador grito de dolor.

Cayó encogida Merche al suelo y la niña aprovechó para echar a correr, entrando en el instituto. Ban y Rudy tardaron en reaccionar, esperando que el profesor se alejara y, cuando lo hicieron, tuvieron que sortear a su amiga que yacía en posición fetal en el suelo, vomitando.

Escapaba Malena, pero … ¿hacia dónde hacerlo? Echó a correr por el pasillo camino del gimnasio, pensando que quizá estuviera abierta la puerta que daba a la calle y huir por allí.

Escuchaba los precipitados pasos de sus perseguidores que la habían dejado unos preciosos segundos que pensaba aprovechar.

En el gimnasio Malena no encontró a nadie, pero la puerta que daba a la calle estaba cerrada con llave. Angustiada, escuchando los pasos precipitados de sus perseguidores, se metió a la carrera en el vestuario, pensando en perderse en el laberinto de las distintas cabinas individuales que había y que no la encontraran.

Todas estas cabinas estaban distribuidas por pasillos, tres concretamente, de forma que cada pasillo tenía unas diez cabinas por lado, y todos los pasillos estaban conectados por el principio y por el final. Estaban abiertas por arriba, ya que tenían como único techo el del edificio, que estaba a más de cuatro metros del suelo. Además estaban separadas por tabiques de poco más de dos metros de altura y, en un espacio de un metro y medio cuadrado, tenían, además de la ducha, un pequeño asiento de mampostería cubierto de azulejos.

No había recorrido ni un par de metros de uno de los pasillos cuando Malena se descalzó en un momento para que no oyeran sus pasos, llevando las sandalias en la mano, y se metió en una de las cabinas. Subiendo al asiento, se encaramó al tabique y caminó ágilmente por él, a más de dos metros del suelo, sin hacer ningún ruido como si de una atrevida gatita se tratara. Ya lo había hecho más de una vez en el pasado para observar, entre divertida y lasciva, a sus compañeros del instituto, desnudos mientras se duchaban o se cambiaban de ropa.

Entraron a la carrera, Ban y Rudy, y, al no ver donde estaba la joven a la que perseguían, se distribuyeron por pasillos, abriendo rauda y ruidosamente una a una las puertas de cada cabina para encontrar a Malena.

Malena, caminando por un tabique a más de dos metros del suelo, contemplaba desde arriba, entre divertida y lujuriosa, cómo sus perseguidores la buscaban infructuosamente. Bajándose las bragas, las dejó caer en una de las cabinas para hacer más divertido y morboso el juego del escondite. Ninguno de sus perseguidores miraba hacia arriba, mientras abrían precipitadamente una a una las puertas abatibles de cada cabina. Mientras ellos iban en un sentido abriendo puertas, ella caminaba en sentido contrario a más de dos metros del suelo. Caminaba sin bragas bajo su minifalda, de forma que, si hubieran mirado hacia arriba, lo primero que hubieran visto era su entrepierna y su coño sin nada que lo cubriera.

Abriendo una de las puertas Rudy encontró exultante las bragas de la niña y gritó:

¡Sus bragas, sus bragas, aquí están sus bragas!
Alertando a su compañero que le respondió entre grandes risotadas:

¡Sigue el rastro del aroma de su coño y te conducirá a ella!
Subiéndose Rudy al asiento de la cabina, miró por encima de ellas, pero la niña, también alertada, ya se había escondido en una de las cabinas que ya habían revisado.

Aprovechando que los dos jóvenes estaban distraídos buscándola por las cabinas, iba Malena a salir por la puerta del vestuario sin que se dieran cuenta, pero, en ese momento, escuchó a Merche entrando por la puerta, mientras gritaba rabiosa con todas sus fuerzas:

¿Dónde está esa puta? ¿Dónde está? ¡La voy a arrancar el coño a mordiscos!
Por lo que la niña consideró más prudente, quedarse dentro de la cabina sin hacer ruido y preparada para subir de nuevo a más de dos metros del suelo en caso necesario.

Fuera, en la calle, Elena, la madre de la niña, se había acercado al instituto donde daban clase a su hija para recogerla. Cruzándose con las compañeras de Malena, la mujer, muy sonriente, las preguntó por su hija y una de ellas la dijo que se había quedado en clase con el profesor. Todas se rieron ante la extrañeza de la madre.

Acercándose al instituto también observó al profesor caminando deprisa hacia ella y, al verla, cambió de acera como si no la hubiera visto.

Como no vio a su hija por el camino, entró al instituto buscándola. Como no la encontraba ni había nadie al que preguntar la mujer Iba ya a salir del edificio cuando la pareció escuchar golpes y voces al final del pasillo, así que se acercó por si estaba allí su hija.

En el gimnasio no vio a nadie y, al escuchar más nítidamente, ruidos en los vestuarios hacia allí fue. Siguiendo los ruidos encontró a los tres jóvenes hablando acaloradamente entre ellos:

¡Aquí no está! Hemos mirado en todas y no está.
Es imposible ¿Por dónde ha podido salir? Esa es la única puerta y por ahí no lo ha hecho.
¡No, no se ha ido! ¡Está por aquí la muy puta pero se ha escondido! ¡Hay que encontrarla!
Era Merche la que muy acertadamente lo decía, ya que la niña, muy ágilmente, se movía sigilosamente por encima de los tabiques, bajando a las cabinas y subiendo de ellas, cuando lo consideraba conveniente para que no la atraparan.

¿Ésta quién es?
Preguntó Rudy sorprendido al observar a Elena, sin reconocerla, y los otros dos, siguiendo su mirada, también la vieron.

¡Es su madre! ¡La madre de la puta!
Respondió Merche al momento y, mientras sus compañeros, se echaban estupefactos hacia atrás, pensando en escapar, la joven les ordenó, al tiempo que corría hacia la mujer:

¡Cogedla! ¡Nos conducirá a ella!
Elena que no se lo esperaba, se quedó inmóvil, sin hacer nada hasta que la joven la agarró furiosa del cabello, tirando de él y, haciendo que la mujer gritara de sorpresa y dolor, mientras la sujetaba como podía las muñecas para que no siguiera tirando.

Mientras con una mano tiraba de su cabello, agachándola la cabeza, con la otra la bajaba la cremallera del vestido por detrás y la soltaba el sostén. Tirando de la ropa, la bajó la parte superior del vestido por arriba así como la quitó el sostén, dejándola con las tetas al descubierto y desnuda de cintura para arriba.

Fue cuando los jóvenes, Ban y Rudy, al ver las tetas a la mujer cuando corrieron hacia ella, y, tirando del vestido de Elena hacia abajo, se lo bajaron, así como las bragas. Cogiéndola uno por las piernas y otro por las tetas, la levantaron del suelo y la acabaron de quitar la ropa y los zapatos, dejándola completamente desnuda.

Dejando a la mujer forcejeando en brazos de los dos jóvenes, Merche la metió las bragas en la boca para que no chillara y ordenó ansiosa:

¡Venga, venid, traedla!
Y, corriendo delante, los condujo al final de las cabinas donde estaban además de los baños, un largo banco de madera acolchado por la parte superior, donde depositaron bocarriba a la mujer que, después del shock inicial, no dejaba de agitarse y de querer chillar.

Antes de que se incorporara, la sujetaron brazos y piernas, contemplando impresionados los dos jóvenes durante unos segundos el hermoso cuerpo desnudo de Elena, siendo Merche la que, una vez más, les animó para que remataran la faena.

¡Venga, coño, tú primero! ¡Fóllatela!
Animó primero a Ban, dándole una palmada en la espalda, y éste, colocándose entre las piernas abiertas de la mujer, las sujetó para que no las cerrara y se bajó el pantalón y el calzón, mostrando una gran verga congestionada y erecta.

Elena, al verle el inhiesto cipote, chilló todavía más fuerte, pero las bragas en su boca prácticamente lo acallaron. Intentó histérica patearlo pero, entre Merche y Ban, la sujetaron las piernas, siendo Rudy el que la sujetaba los brazos, apoyando sus piernas sobre ellos, mientras la sobaba las tetas con las dos manos.

Cogiendo el joven su verga con una mano la dirigió al coño de la mujer para penetrarlo.

En ese momento, Merche grito para que Malena la escuchara:

¡Ven, Malena, a ver cómo nos follamos a tu queridísima madre! Está aquí bien abierta de piernas ansiosa que tus amigos se la follen. Pero si vienes aquí ahora mismo, quizá no nos la follemos.
La niña, escondida en una cabina, lo escuchaba todo pero no se atrevía a intervenir ya que sabía que si la cogían, no solamente la violarían a ella sino también a su madre, además de recibir múltiples agresiones y humillaciones.

Esperaron los tres jóvenes unos pocos segundos sin escuchar nada, hasta que Merche le dijo en voz alta a Ban:

¡Adelante, fóllatela, fóllate a la puta madre de la puta!
Y Ban la penetró ante las sordas negativas de Elena. La penetró hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella.

Tumbándose bocabajo sobre la mujer, mediante rápidos movimientos de pelvis y piernas, se la empezó a follar, resoplando como si estuviera haciendo un gran esfuerzo.

Fue Merche el que le dijo que no se cortara, que gritara mientras se la follaba para que su hija lo escuchara, y eso hizo, gritó con fuerza tanto al meterla la polla como al sacarla, y, tanto Merche como Rudy le jalearon mientras se la tiraba.

¡Bravo, coño, fóllate a esa puta! ¡Lo está deseando!
¡Venga más! ¡Más fuerte!
¡Que sepa lo que es un hombre de verdad y no el cornudo de su marido que es un pichafloja!
Como veían que el rostro de la mujer adquiría un fuerte color morado y se ahogaba, Merche la sacó las bragas de la boca para que respirara, y una profunda bocanada de aire penetró también por la boca de Elena, que continuó cogiendo aire mientras el joven se la follaba.

Tanto Merche como Rudy utilizaron sus móviles para grabar y tomar fotos del folleteo. Ya verían para que lo utilizarían luego las imágenes, aunque en su mente estaba la masturbación, el chantaje, la extorsión e incluso la venta ya que siempre encontrarían bastantes pervertidos dispuestos a comprarlas.

No tardó ni un minuto en correrse el joven, y, cuando lo hizo, enseguida Merche le hizo levantarse para que ocupara Rudy su lugar entre las piernas de la mujer que, al sentir que nadie la sujetaba, intentó incorporarse y se giró dándoles la espalda para escapar, pero la sujetaron nuevamente, obligándola a ponerse a cuatro patas sobre el banco.

Mientras Rudy se bajaba el pantalón y el bóxer que llevaba, Ban, todavía con el pantalón y el calzón bajado hasta los tobillos, observando el prieto culo respingón de la mujer empezó a propinarla fuertes y sonoros azotes en las duras nalgas con una mano mientras la sujetaba por la espalda con la otra, provocando que chillara en cada azote.

Agarrando a Elena por las caderas, se situó Rudy detrás de la mujer, entre sus piernas abiertas, y, de un solo balanceo de pelvis, la metió el cipote por el dilatado y empapado coño hasta que su duro y erecto miembro desapareció dentro. La mujer, al sentirse nuevamente penetrada, contuvo la respiración durante un instante, aunque el frenético mete-saca posterior la hicieron gemir y suspirar, primero por el esfuerzo de intentar no caerse hacia delante en cada embestida y luego por el creciente placer que, en contra de su voluntad, la iba invadiendo.

Sujetándola por las caderas, Rudy imprimió desde el principio una rápida y potente galopada, temiendo que en cualquier momento le interrumpieran y no pudiera finalizar, pero el orgasmo tardaba en llegar, no era tan inmediato como el joven perseguía, por lo que, entre galopada y galopada, se permitía azotarla contundentemente las nalgas, imitando a su amigo y como si de la doma de una salvaje yegua se trata en el lejano oeste.

Malena, escondida en una cabina, escuchaba todo y se imaginaba acertadamente lo que no veía. No se marchaba por si las cosas se ponían incluso peor para su madre y tuviera que intervenir a la desesperada, aunque sin saber exactamente cómo poder ayudar. Ya había visto en varias ocasiones cómo se follaban a su madre y, si su progenitora disfrutaba del polvo la parecía maravilloso, pero en esta ocasión no solamente la estaban violando, sino que además la violaban sus tres más odiosos compañeros del instituto.

Con tantos gritos y ruidos, don Mariano se acercó muy irritado al vestuario para ver el motivo de esa extraña algarabía. Nada más entrar al vestuario se encontró tirado en el suelo del pasillo un vestido, un sostén y unos zapatos. Pasmado lo miró durante unos segundos y, sin emitir ningún sonido, no lo pisó y continuó caminando por el pasillo hacia el origen de las voces.

Al final del pasillo observó a dos de sus alumnos sacando fotos y vídeos mientras un tercero se follaba a una mujer desnuda de amplias caderas y culo blanco y prieto. Se quedó estupefacto, observando hipnotizado y sin moverse durante unos segundos el furibundo folleteo. Y, al darse cuenta que estaban violando a una mujer, reaccionó y grito tan fuerte como pudo, lanzando densos escupitajos por la boca:

Pero … ¿qué cojones pasa aquí? ¡Ostias, la leche puta, cabrones, hijos de puta!
Se quedaron los tres paralizados al escucharlo, siendo Merche la primera que reaccionó, echando a correr tan rápido como pudo por el pasillo, huyendo. Los otros dos jóvenes, al tener ambos los pantalones bajados hasta los tobillos y uno de ellos fornicando, no reaccionaron a tiempo.

Una fuerte ostia recibió Rudy en la cabeza que le hizo caer al suelo con una brecha en la cabeza, arrastrando a la mujer en su caída, y un potente puñetazo recibió Ban en pleno rostro que le arrancó dos dientes y una muela del golpe, fracturándole la mandíbula, además de dejarle KO tirado en el suelo.

Corriendo Merche a todo gas por el pasillo se encontró de pronto con una puerta que se abría violentamente delante de ella. No solo no pudo esquivarla ni frenarse sino que ni siquiera la vio. Sus dientes delanteros se clavaron profundamente en la madera y el fuerte golpe que recibió en el rostro la arrojó como un pelele hacia atrás, perdiendo toda su dentadura anterior y fracturándola la nariz.

Era Malena la que, al escuchar cómo uno de los jóvenes, venían corriendo por el pasillo, abrió a su paso tan rápida y fuertemente como pudo la puerta de la cabina donde estaba, chocando violentamente con los morros de Merche. Observando a su enemiga tumbada conmocionada en el suelo, vio también el móvil de ésta en el suelo y le dio un fuerte pisotón, rompiéndolo en mil pedazos y destruyendo toda la información que contenía.

Mientras don Mariano pateaba iracundo las costillas a Rudy, después de haberle roto una rodilla a base de pisotones, Malena entró nuevamente en la cabina, subiendo al tabique para contemplar desde arriba sin que detectaran su presencia.

Solamente Elena, al incorporarse completamente desnuda del suelo, y, cubriéndose con sus manos las tetas y el sexo, pudo tranquilizar el ánimo del profesor de gimnasia, al mirarle aterrada.

Tranquila. Ya todo ha acabado.
La dijo, dejando de patear al muchacho, para tranquilizarla.

¿Está usted bien? Espere, espere que la ayude.
Y se acercó a ella, y, con la excusa de ayudarla, la puso una mano en una nalga desnuda.

Quiero … quiero mi ropa.
Respondió entrecortada la mujer, dirigiéndose con paso titubeante por el pasillo hacia su ropa tirada en el suelo.

Dúchese primero. El agua está caliente.
La dijo don Mariano, dejando de tocarla el culo pero sin dejar de mirárselo, y, adelantándose a ella, abrió la puerta de una de las cabinas para que pasara a limpiarse y, eso hizo, la mujer meterse en la ducha y, una vez cerró el hombre la puerta, abrió el grifo de la ducha y comenzó a limpiarse.

Se dio cuenta el profesor que era la madre de Malena a la que habían violado y que ahora estaba desnuda duchándose.

¡Está buenísima! ¡Mucho mejor que vestida!
Pensó, sintiendo cómo su pene se congestionaba y levantaba la parte frontal de su pantalón, pero enseguida recordó a los dos alumnos a los que había ostiado y se fue a ver cómo estaban, pero estos dos seguían inconscientes, sangrando como cerdos, con los pantalones y calzoncillos bajados hasta los tobillos y mostrando ahora unos ridículos penes enanos. Recogió del suelo los dos móviles de los jóvenes y se los guardó en el bolsillo del pantalón. Serían pruebas contra ellos.

Se acercó nuevamente a la cabina donde se estaba duchando Elena y la preguntó:

¿Cómo está? ¿Se encuentra bien?
Mejor. Muchas gracias.
Respondió la mujer, y don Mariano continuó hablando.

No se preocupe que, cuando se vista, vamos a ir al médico para que vea cómo se encuentra y luego presentamos una denuncia contra estos sinvergüenzas.
Elena, que no quería ningún tipo de escándalo, prefería dejar pasar el tema, y así se lo dijo bajo el agua de la ducha.

Quiero darle las gracias. Estoy pero que muy agradecida, profundamente agradecida. Usted me ha salvado de esos bárbaros.
No es nada, mujer, cualquiera hubiera hecho lo mismo.
No sea usted modesto. Para mí usted es un auténtico héroe y no tengo palabras para agradecerle lo que ha hecho.
No es nada, mujer. Lo importante es que usted esté bien.
También quiero decirle que no quiero ningún escándalo por lo que me gustaría que todo quedara aquí.
¿Cómo dice?
Que no quiero ni ir al médico ni presentar una denuncia. Prefiero que nadie se entere de lo que aquí ha sucedido. Solo lo sabremos usted, yo y los gamberros a los que usted ha dado una paliza.
Pero … ¿Y qué digo yo … cuando me pregunten el motivo por el que les ha dado una paliza?
¿Quién le va a acusar? ¿Ellos, que me han violado? Bastante harán con callarse sino quieren recibir un castigo mayor.
Pero … ¿Cuándo les pregunten sus padres … los médicos … quien sea … que les ha sucedido, que creen que dirán?
Alguna excusa se inventarán y, aunque nadie les crea, se mantendrán fieles a su versión sino quieren parar con sus huesos en la cárcel.
Pues .. no sé. Si usted quiere que sea así …en fin.
No me llame de usted, por favor, llámeme Elena.
¡Ah, bien … Elena!
Lo que es importante es que les quite los móviles y guarde sus tarjetas para utilizar los vídeos y las fotos si es necesario.
No .. si ya … si ya se los he quitado. Los tengo en mi bolsillo y no pienso devolvérselos.
No tendrá una toalla para secarme.
¿Una toalla? Pues no, no tengo ninguna aquí pero, si espera voy a buscarla.
No, no hace falta. Por favor, acérqueme mi ropa.
Sí, sí, claro.
Y, cogiéndola del suelo, se la acercó a la cabina, abriendo un poco la puerta para dársela.

Abra, por favor, y démela. Ya me ha visto desnuda.
La abrió del todo y, observándola completamente desnuda bajo la ducha, extendió la mano, dándosela, y ella, en lugar de cogerla, le cogió de la mano y tirando suavemente de ella, le hizo meterse bajo la ducha con ella. Y abrazándole, le dio un beso en la boca que fue correspondido por el profesor metiendo su lengua dentro de la boca de ella.

Sin dejar de morrear la sujetó por las nalgas, una en cada nalga y la levantó del suelo.

Abrazando ahora la mujer con sus piernas la cintura del hombre, éste aprovechó para soltarse el cinturón y bajarse el pantalón y el calzoncillo, descubriendo su verga erecta y congestionada, llena de anchas venas azules, que emergían de una densa mata de pelo rizado castaño oscuro.

Bajándola un poco con la fuerza de sus brazos, la penetró con su enorme cipote por el coño, haciendo que ella resoplara y gimiera de placer. Y mientras se besaban apasionadamente, don Mariano se fue follando a la madre de la niña mala.

Malena, desde arriba, contemplaba, entre divertida y morbosa, cómo su profesor de gimnasia se follaba de pie a su madre bajo el agua de la ducha. Así si la gustaba a la niña que se follaran a su madre, provocándola placer, no como con su padre que todo era rutina e indiferencia.

Con todo lo sucedido aquella mañana suponía la niña que ya tenía dos excelentes en las dos asignaturas que la faltaban por aprobar, una de don Pene y otra de don Mariano. Además había dado un buen escarmiento a los dos compañeros del instituto que la violaron en el bosque el sábado anterior, así como a su eterna enemiga, Merche, que tendría que acudir urgentemente al dentista para que la reconstruyeran la dentadura.

En definitiva, hoy sí que había sido un auténtico día de suerte para Malena, la niña calientapollas.

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