Una oportunidad que jamás me imaginé
No quería discutir. Eran sus vacaciones y estaba dispuesta a descansar. Su marido, a los cinco días, le había dicho que volvía a si casa, que tenía trabajo. Pero sabia que no era así. Volvía para encamarse con su amante. Una niña guapita, de 26 años, que era una de sus secretarías. La había conocido y se preguntó qué virtud tenía para haber sido contratada por su marido. La respuesta la tuvo cuando los vió pasear por el parque, a una hora que no debían de estar ahí, camino de un hotel donde los vio entrar. Pero antes de perderlos de vista ya habían estado besándose y metiéndose mano.
Ahora, ella se quedaba en el apartamento alquilado y pagado por doce días y él volvía para disfrutar de su amante.
No tenían hijos, llevaban mucho tiempo casados y desde hacia años ella no tenía más que reproches de él. Pero se había acostumbrado a vivir así, oyendo como él le tiraba indirecta tras indirecta sobre lo simple y vulgar que era. Se había planteado el divorcio. Ella trabajaba como profesora de Instituto y podría ser independiente. Pero era una inercia de la cual no tenía ilusión por salir. Él ganaba mucho dinero y tenía una posición holgada. Pero ella no era una mujer que tuviera predilección por el lujo. Sólo quería vivir tranquila. Así que no le solía llevar la contraria. Si tenían una cena de trabajo, hacia su papel de esposa abnegada y culta. Si él tenía un viaje de trabajo, ella seguía con su rutina…
Así que le ayudó a hacer la maleta, comentaron que ella volvería en tren y lo despidió al día siguiente. Luego, se volvió a servir una taza de café y meditó. No tenía porque aburrirse. Tenía una semana para descansar y disfrutar. Así que hasta se planteó reinventarse así misma.
Se puso el bañador, un vestido, la toalla y las cremas y se fue a la playa. Tranquila, paseando, disfrutando del comienzo del día. Pasó delante de varias tiendas de artículos de baño. Se fijó en los bikinis, prenda que no había utilizado porque «con tus años y esas pintas, mejor que lleves bañador», según su marido. Esas palabras escondían mucho, entre otras, un pensamiento de posesión. Fue pensando en ello y paró a tomar un café esperando que el sol calentara más. Estaba sola y, cuando se puso a buscar en el bolso el monedero, se dió cuenta que un hombre la miraba de reojo. Algo llevaría mal para que se fijaran. Pero ¿qué era?. Pagó, fue al baño un momento y se miro en el espejo. Iba bien, normal… «Bueno, voy a ir a la playa. No pasa nada».
Bajó a la playa, extendió la toalla y se despojó del vestido. Cuando se estaba poniendo el protector solar se dió cuenta que era la única con un bañador de una pieza. Bueno, tomaba poco el sol, tampoco tendría tanta marca.
Algunos pasaron a su lado y la miraron. Debía ser por eso. «Y se preguntarán si no me da calor. Aunque dos o tres me han mirado igual que mi compañero cuando voy con falda corta al trabajo. Imaginaciones mías…». Estuvo un rato en la playa y, después de darse un baño, cuando se secó el bañador, volvió al apartamento. Iba a tomar un aperitivo y a hacerse la comida. Disfrutó del refresco, de las tapas y se encaminó a la tienda de alimentación. Pero pasó por delante de una de las tiendas de artículos de playa y, cuando la había sobrepasado, echó marcha atrás. Se decidió a entrar y fue directo a una empleada. Le dijo que quería comprarse un bikini, alegre pero discreto. Ella le enseñó varios y le indicó un par con un comentario que le sorprendió «con estos se sentirá cómoda y podrá lucir ese tipazo». Mucha labia para vender tiene esta chiquilla, pensó. Pero compró uno blanco de lazos y dijo que se pensaría comprar el otro. Vería si merecía la pena.
Al final, se decidió por comer el menú del día en el bar de abajo de su apartamento. Había estado un par de veces con su marido tomando algo. Nunca mejor dicho. Porque, mientras tomaban una caña o un refresco, casi no hablaban. Dedicaba más tiempo a mirar el móvil que a decirle algo. Pero ese día el camarero, de poco más de treinta años, estuvo muy atento con ella. Le dirigió la palabra bastantes veces y se interesó por como estaba y si le gustaba el menú. Fue un rato agradable, no solo por la comida.
Terminó y subió al piso. Se acordó del bikini y, como una niña con un regalo nuevo, quiso probárselo ya. Se dió una ducha rápida y se lo puso. Al mirarse al espejo se sorprendió. Solo se miraba cuando se peinaba o se ponía alguna prenda nueva, siempre más bien holgadas. Pero vió a una mujer de cuarenta y pico años, con una buena figura y cara entre sorprendida y asustada. Dejaba ver un tipo bonito, con unos pechos medianos pero que se adivinaban preciosos. Una cintura adecuada. Le quedaba muy bien y le gustaba. Así que pensó en recoger un poco y volver a la playa a estrenarlo. Se llevaría el libro que pensaba leer esa tarde en el apartamento.
Así lo hizo. En un rato estaba extendiendo la toalla, quitándose el vestido y poniendo crema a su cuerpo «ahora tengo más gasto de crema» Pensó sonriendo. Y se puso a tomar el sol leyendo el libro que llevaba. En algunos momentos que levantó la vista vió que algunos pasaban cerca y se fijaban en ella. Esta vez pensó que podía ser por tener una figura bonita. Iba con cierto subidón. Así que estaba disfrutando del momento. Así estuvo bastante rato. Era una sensación diferente, agradable. Se decidió a bañarse y se fue hacia el agua. Entró poco a poco, disfrutando del frescor y dejando que le cubriera cada vez más. Esta bien, se refrescaba y dejaba que el mar jugara con ella. En un momento dado pensó que tenía que tener cuidado porque las olas le podían mover el bikini. Lo recompuso pensando que casi enseña más de lo que era normal y disfrutó un rato más.
Al salir, algunas miradas de soslayo en el camino hasta la toalla. Ya allí, cuando bajó la cabeza vió el motivo; al mojarse, se marcaban los pezones. El rubor primero fue dando paso a un «no pasa nada, algunas no llevan parte de arriba y no pasa nada». Disfrutaba de su día, de su soledad y de esa sensación nueva, de sentirse vista, observada y ser un poco atrevida. Incluso se fijo en un hombre solo, de pelo castaño, poco más o menos de su edad, sentado cerca. Él la había mirado varias veces y ella devolvió el gesto.
Pero la tarde avanzó, poco a poco fue cayendo y decidió volver. Ya en el apartamento, dejó la bolsa de playa y fue a ducharse. Contrariamente a su costumbre, se fijó en su imagen en el espejo. Con el vestido puesto, cuando se quitó el sostén del bikini y cuando se quedó desnuda. «No estoy tan mal, aunque no sea una top model». Disfrutó de la ducha e, incluso, de vagar por el piso solo con la toalla o, incluso durante unos minutos, sin nada.
Ya con el camisón apañó una cena ligera, vió la televisión y se fue a la cama.
Se despertó tarde, no mucho, pero pasada la hora en la que se solía despertar. Tenía un mensaje casi protocolario de su marido de esa mañana. Nada del día anterior. Lo contestó, en la misma línea y decidió irse a la playa. Desayunar, por ahí.
Así lo hizo, pero también pasó por la tienda de baño. Vió a la misma dependienta y le dijo que se llevaba el otro bikini -aunque llevaba puesto el del día anterior-. «Sabía que volvería. Éste también es bonito y le quedará muy bien, aunque es un poco más pequeño. Pero puede combinar los dos perfectamente». Iba alegre, disfrutó del desayuno y fue a la misma zona del día anterior. Mismo ritual y a disfrutar. Llevaba un rato leyendo y tomando el sol y se sentía feliz. Se contagiaba de la alegría de la gente. Vió que al lado tenía al mismo hombre que el día anterior, quien la miraba de reojo. Delante una escena curiosa. Una mujer de sus años en topless mientras una chica joven, su hija probablemente, con las dos partes del bikini. Y no era la única en prescindir de la parte de arriba, porque muchas mujeres de mediana edad hacían lo mismo. Bueno, hora de refrescarse. Fue al mar, a bañarse. El agua estaba más fría que la tarde anterior y le costó más entrar. Pero lo hizo. Disfrutó y nadó. Como si no hubiera nadie. Ella sola… Así mucho rato, hasta que vió sus dedos encogidos y decidió salir. Camino de la toalla miraba y era mirada. Estaba feliz. Ya sentada, secándose un poco, se dió cuenta de lo que le había pasado el día anterior. Pero esta vez marcaba más, debía de ser por el frescor del agua, pero sus pezones se remarcaban bastante. Se acordó del otro bikini y, sin pararse a pensar, decidió cambiarlo. Lo sacó del bolso y se desanudó la parte de arriba hasta poder quitárselo. Y en ese momento se dió cuenta 2era la primera vez que hacia eso. «Estoy con rl busto desnudo, enseñando las tetas» Si, también se dió cuenta que no había pensado en la palabra senos o pechos. Se había dicho, para sí, tetas. Se quedo parada, con el bikini húmedo en la mano y el seco al lado. Unos segundos. Y total, ya la habían visto. Iba a quedarse así. Si estuviera su marido no estaría contento de ver a su mujer enseñando sus pechos. «Mejor. Tú te has ido a disfrutar. Yo haré lo mismo. Que otros me vean las tetas». Del rubor fue pasando a la indiferencia. Estaba a gusto. Hasta el momento en que decidió darse un segundo chapuzón. Se planteó ir así, pero decidió ponerse, otra vez, la parte de arriba. Se levantó, vio al hombre de al lado mirando disimuladamente y, poniendo su sujetador en sus pechos, se fue a bañar.
A la vuelta tenía que darse crema otra vez. Se puso en la cara, piernas, abdomen y sin pensarlo, como esas pequeñas locuras que se hacen, le pidió a su vecino de toalla si podía darle en la espalda. Le contestó con un fuerte acento francés y un pobre castellano que sí. Mientras se acercaba, se quito la parte de arriba, cogió un poco de crema y le brindó la espalda y el bote. Él le extendió crema por la espalda y ella se dió en los pechos. Le preguntó si era española y le dijo que si, conociendo que él era del norte de Francia y que era su primer verano solo, porque se había divorciado en otoño. Ella dijo que estaba casada, pero estaba sola de vacaciones y le habló a él en francés, mejorando la comunicación. Estaba con las tetas al aire, hablando con un extraño y estaba a gusto. Por primera vez en la vida estaba experimentando una sensación de morbo.
Así estuvieron un rato, poco o mucho: ninguno podría decir a ciencia cierta cuanto. Al final, ella decidió retirarse. Pero, él, cuando se estaba vistiendo, le propuso quedar a cenar o a tomar una copa esa noche. Ella respondió con un «vale» que parecía que lo decía otra persona. Al final, quedaron a tomar una copa en un pub.
Y ahí se volvieron a ver. Ella se puso un vestido corto, ligero. Se arregló como hacia tiempo no hacía. Sentía algo que creía olvidado. Y su corazón se aceleró cuando lo vió sentado en el pub, esperando. Fue hacia él, lo saludó y dejó que le eligiera un combinado con muy poco alcohol. Estuvieron hablando, en francés, de sus vidas, dejando intuir ella que no era feliz con su marido y él que no entendía como podía dejar de disfrutar unos de vacaciones al lado de una mujer tan bonita. Muy correctos, muy educados los dos todo el rato, hasta que decidieron irse a dormir, con la promesa de volver a verse al día siguiente. Le ofreció llevarla al apartamento en su coche y ella aceptó. Fue un trayecto corto y, cuando él le dijo que esperaría a verla entrar en el edificio para arrancar, ella no pudo contenerse. Se inclinó hacia él, le besó, con deseo, con ganas, con un sentimiento que creía que no tenía. Le pidió subir juntos y él aceptó. Fueron sin correr, tranquilos. Cogieron el ascensor, mirándose el uno al otro y entraron juntos en el piso. Ahí se abrazaron, se besaron. Ella le desabrochó, le quitó la camisa. Él le quitó el vestido. Se siguieron besando. Ella le desabrochó los pantalones, que cayeron al suelo. La volvió, le quitó el sujetador y con una mano le acarició el pecho, ese pecho que había visto unas horas antes desnudo y que tanto le había gustado. Con la otra, empezó a acariciarla por encima de la braga, hasta que metió el dedo y le acarició el clítoris como nunca lo había hecho nadie. Sentía placer, , mucho placer y, cuando llegó al orgasmo le pidió que fueran juntos al dormitorio. Allí se sentó en la cama, le bajó el boxer a él y pudo ver su pene enhiesto, delante de ella. Sintió un deseo irrefrenable de besarlo, de chuparlo, de darle placer a él. No se contuvo y, cuando él, en un momento dado, se separó, ella estaba disfrutando de una pasión desconocida. Pero no podía imaginar que era el principio. Sintió como la tumbaba en la cama, como le quitaba las braguitas, como la besaba y como la acariciaba. Sintió, de pronto, ese pene que entraba en ella. Como la taladraba. Sintió que no era ella, la mujer trabajadora y ama de casa. La profesora modosa y discreta. La vecina educada y servicial, aunque distante. Era una mujer que deseaba que la penetraran, que le hicieran el amor, que la follaran. Si, que la follaran. Y se lo estaba haciendo un desconocido, alguien a quien unas horas antes, no conocía. Él le hablaba en francés, ella le pedía en español que no parara, le gritaba palabras que no hubiera imaginado nunca decir y se excitaba cada vez más. Les llegó a los dos. Se miraron, se besaron y él seguía dentro de ella. Estaban abrazados, desnudos, después de haber hecho el amor. Así les venció la noche y así les llegó el día. Así se despertaron y de esa manera le confesó ella que nunca pensó que un día se acostaría con alguien que acababa de conocer y, menos, estando casada. Él le confesó que le excitaba desde que la vió, primero con bikini y, luego, con los pechos al aire. Que deseaba besar esos pezones desde que los vio marcados en la tela. Y que deseaba seguir haciendo el amor con ella. Lo que hizo que ella le besara, le acariciara y, cuando la notó dura, se pusiera encima de él introduciendo su pene en ella, llenándose de él y cabalgando con locura, mientras el ponía sus manos en su culo y, luego, en sus pechos. Quería no parar nunca. Ella quería que él la follara, con esta palabra, quería que la amara y que se corriera dentro de ella, sentirse deseada, querida y sentir que era infiel. Y, a la vez, los dos se deseaban. Y muchísimo
Continuará