Una profesora atrapada en una relación tóxica ¡Muy insatisfecha!

Empezaba a estar cansada de tener que aparentar siempre ser una chica ejemplar. Todo el mundo esperaba eso de mí, pero yo deseaba romper con todo y empezar a hacer lo que me diera la gana. Tenía veintinueve años y llevaba toda la vida haciendo lo que los demás querían, procurando contentar a todos, sin recibir nunca nada a cambio, ni siquiera un agradecimiento.

Mis padres estaban separados desde que era pequeña. Discutían cuando estaban juntos y lo seguían haciendo una vez separados. Yo siempre estaba en medio y no tenía más opción que darles la razón a uno y otro, aunque ninguno de los dos la tuviera nunca. Si no les decía exactamente lo que querían oír, ya pensaban que estaba de parte del otro. Deseaba haber tenido algún hermano con quien compartir esa carga, pero era hija única.

Con mi novio la situación era peor todavía. Llevaba con el casi diez años, aunque ni siquiera sabía por qué. Llevábamos tanto tiempo juntos que ya me había resignado a que esa tenía que ser mi vida. Iñaki era un hombre machista y celoso, con él nunca podía expresarme con libertad por miedo a sus enfados. Nunca me había puesto la mano encima, pero lo temía. También teníamos momentos buenos, pero cada vez eran menos frecuentes.

Durante una época, el trabajo fue mi única vía de escape. Siempre tuve claro que quería ser profesora y trabajar con niños pequeños, se me daban bien. Pero cometí el error de querer crecer en mi oficio y me especialicé en inglés. Como estaban muy contentos con mi forma de dar clase, la dirección decidió ascenderme a maestra de bachillerato. De repente, me vi en un aula rodeada de jóvenes de entre dieciséis y dieciocho años. No estaba acostumbrada a lidiar con chicos de esa edad, y ellos tampoco lo ponían nada sencillo.

Aun así, preferiría estar en el trabajo antes que en casa. Iñaki se había quedado en el paro y era una tortura aguantarlo durante todo el día. Me tenía que encargar de todas las tareas de la casa porque él no hacía nada. Durante un tiempo, por lo menos podía decir que era bueno en la cama, pero desde que comenzó a consumir sustancias ilegales, había perdido la fuerza entre las piernas. Cuando se ponía violento, era la forma que tenía de calmarlo, pero ya había perdido esa opción, y eso lo ponía todavía más agresivo.

En el colegio todo era un caos. Quedaban semanas para los exámenes finales y tenía varios alumnos en la cuerda floja. Algunos de ellos se esforzaban, algo que siempre tenía en cuenta, pero había otro que pasaba de todo. Sergio era un joven inteligente que había llegado hasta segundo de bachillerato y, por algún motivo desconocido, a partir de ahí dejó de prestar atención en clase y de esforzarse. Por más que intentara hablar con él, solo recibía malas contestaciones.

– Tienes muy buenas notas del curso pasado, si te esfuerzas, te llegará la media.

– Paso de estudiar. Dentro de una semana cumpliré los dieciocho.

– ¿Eso qué tiene que ver? Se puede estudiar durante toda la vida.

– Me iré con mi viejo a descargar camiones. No voy a acabar el curso.

– ¿Él quiere eso para ti?

– Da igual lo que quiera, hace falta el dinero en casa.

– Si quieres, puedo hablar con él. Encontraremos una forma de…

– No te metas en mi vida, zorra.

Nunca permitiría que un alumno me insultara, ya aguantaba suficiente en cada, pero prefería no complicarme más la vida por un niñato al que solo tenía que aguantar durante una semana más. El problema fue que dedicó ese tiempo a torpedear mis clases, aunque de una forma que me resultaba muy desconcertante.

Aunque mi novio me obligaba a vestir con ropa ancha, nada que pudiera provocar a otros hombres, debajo escondía una buena figura que no pasó inadvertida para Sergio. La primera vez que hizo referencia a mi cuerpo delante de sus compañeros lo pasé muy mal, me puse colorada como un tomate y lo expulsé inmediatamente de clase. Le había pillado despistado, mirando por la ventana, y al pedirle que se concentrara en el libro, me dijo que prefería verme las tetas.

Pese al mal rato, no le quise dar más importancia. Lo interpreté como una falta de respeto, una simple provocación. Pero no quedó ahí. En la siguiente clase, tenía que asegurarme de que todos los alumnos habían hecho los deberes. Estaba convencida de que Sergio no los tendría, pero debía cumplir con mi obligación. Tal y como era habitual, no se había molestado siquiera en comenzarlos.

– Sé que te vas en unos días, pero, hasta entonces, tienes que hacer los deberes.

– Tengo cosas mejores que hacer.

– ¿Sí? Dime una.

– Pensar en cómo puedo conseguir follarte ese culazo.

– Te va a ir fatal en la vida.

– Pues como a ti, que estás amargada.

Era el tipo de grosería que solía decirme mi novio en otros tiempos. Un lenguaje brusco y vulgar, pero conseguía encenderme porque sabía lo que venía después. Nunca hubiera tolerado que otro hombre me hablara así, mucho menos un alumno, pero llevaba tanto tiempo sin escuchar la más mínima alabanza a mi cuerpo, que me produjo un cosquilleo que me vi obligada a disimular.

Llegué a casa con el ánimo subido. Me seguía preguntando si solo lo decía para enfadarme, pero prefería pensar que ese jovencito se fijaba realmente en mi cuerpo. Todo lo contrario que mi novio, que me esperaba tirado en el sofá sin más saludo que un gruñido y querer saber qué le iba a preparar para cenar. Pensaba en que ojalá Sergio no teeminara siendo un gañán como Iñaki.

Al día siguiente, debajo de una gruesa chaqueta, me puse unos pantalones ajustados y una camiseta ligeramente escotada. Como mi novio dormía hasta el mediodía, ya no revisaba mi ropa todas las mañanas, como solía hacer, pero siempre tenía que tener la precaución de cubrirme con algo, por si acaso.

No tenía clase con segundo hasta última hora de la tarde. Tuve la chaqueta puesta hasta ese momento. Nada más entrar al aula, me despojé de esa pesada prenda, captando la atención inmediata de Sergio. Se mantuvo callado, no hizo ningún tipo de comentario. Eso me alivió y molestó a partes iguales. Esperaba que dijera algo que me demostrara que su deseo era real, que no era solo provocación, ya que le estaba mostrando que realmente tenía un buen par de pechos y un trasero formidable.

Desanimada por la falta de reacción, mandé que se leyeran la última lección. Yo no dejaba de mirar a Sergio, esperando alguna señal por su parte. Cuando por fin se dio cuenta de que lo observaba, levantó la cabeza del libro y, en silencio, se llevó dos dedos a la boca, los colocó en forma de V y comenzó a sacar la lengua de forma obscena. Eso me provocó un calor inmediato entre las piernas. Cuando terminó la clase, mandé a todos a recoger sus cosas, menos a mi alumno más díscolo, tenía algo que tratar con él.

– ¿Te parece bonito hacerle eso a tu profesora?

– Mañana es mi último día aquí y no me toca inglés, así que ya no lo eres.

– ¿Y por eso me puedes faltar al respeto?

– No disimules, África, sé que te ha gustado.

– Ya me llamas por mi nombre y todo.

– Claro, hay confianza.

– ¿Eso piensas?

– Sí, solo hay que ver cómo te has vestido para despedirme.

– Eres un poco egocéntrico, ¿no?

– ¿Me vas a decir que no te gusto?

– Ni siquiera un poquito.

– ¿Me apartarías la boca si intentara besarte?

– Sí, y te cruzaría la cara de un bofetón. Ya no eres mi alumno, ¿recuerdas?

– ¿Y si te tocara las tetas?

– En ese caso, además de darte yo, mi novio te daría una paliza.

– Estoy seguro que que él no puede sobarte el coño tan bien como yo.

– ¿Has tocado muchos?

– Unos cuantos… y todas gimen como perras.

– A todos los chulitos se os va la fuerza por la boca.

Después de decirle eso, se acercó a mí, colocando su cuerpo junto al mío, me miró a los ojos en silencio, durante unos segundos. Acto seguido, me agarró el culo fuertemente, con las dos manos, y me empotró contra la pizarra para meterme la lengua hasta la campanilla. Tras un beso largo que me dejó sin aliento, se fue de la clase sin ni siquiera despedirse. Me quedé de pie, con la boca todavía abierta y las piernas temblando.

La emoción había vuelto a mi vida, aunque fuese de forma muy fugaz. Necesitaba tener una aventura, algo que me hiciese sentir que todavía estaba viva. Pero no podía olvidar el gran peligro que suponía que Iñaki llegara a sospechar algo. Cuando llegué, fui directa a mi habitación para quitarme la ropa antes de que mi novio me viera. En casa tampoco podía ir demasiado fresca porque le recordaba su impotencia y se ponía de mal humor.

Aunque intentara fingir normalidad, me costaba ocultar la sensación de alegría que inundaba mi cuerpo. Estaba preparando la cena y, de forma inconsciente, iba tarareando algunas canciones. Algo que sorprendió a Iñaki, acostumbrado a verme triste y atemorizada.

– ¿Tú por qué estás tan contenta?

– No lo sé, porque empieza a hacer buen tiempo, supongo.

– Ya, pero no se te ocurra quitarte el jersey en el puto colegio ese.

– Tranquilo, no me lo voy a quitar.

– Podría parecer que buscas que algún profesor te folle.

– Sabes que casi todo son mujeres y hombres casados.

– Tampoco me fio de tus alumnos, a esa edad solo piensan en meterla.

– ¿Y de mí te fías?

– Pues no demasiado, aunque sabes lo que te esperaría si me engañas.

Sí que lo sabía, pero en ese momento, la ilusión le podía al miedo. Fue por ese motivo, que la mañana siguiente me animé a ponerme una falda que me llegaba justo por encima de las rodillas que había comprado años atrás y mantenía escondida. Era el último día de Sergio y quizás tendría la oportunidad de poder despedirme de él, en el día de su cumpleaños.

Quedaba una clase para terminar la mañana y todavía no me había cruzado con él. Yo tenía la siguiente hora libre y me dirigía a la sala de profesores para corregir unos exámenes. Fue entonces cuando lo vi, entrando en una pequeña aula en la que les solía poner películas en versión original subtitulada. Como profesora, estaba obligada a averiguar qué hacía allí un alumno.

Me acerqué de forma sigilosa y abrí la puerta con cuidado. Esperaba encontrarme cualquier cosa, menos lo que vi. Sergio había bajado las persianas y estaba sentado al final de la clase, a oscuras. Parecía estar llorando. Al verme, se limpió rápidamente las lágrimas. Me acerqué para sentarme a su lado.

– ¿Qué haces aquí?

– Tenía educación física, no quiero arriesgarme a una puta lesión.

– No hace falta que hables así, sé que estabas llorando.

– Estás flipando, ¿por qué iba a llorar?

– No lo sé, dímelo tú.

– ¿Crees que ha sido fácil renunciar a mis sueños para ayudar a mi familia?

– Seguro que no. Pero, si os urge el dinero, ¿por qué has esperado a los dieciocho?

– Es la única condición que puse.

– Entonces, ¿por qué no has aprovechado este año?

– Porque no iba a servir de nada. Solo quería estar un año más con mis amigos.

– No eres el malote que aparentas ser.

– Mi padre me ha presionado durante todo el curso, pero apareciste tú…

– ¿Qué quieres decir?

– Que si no he cedido a su presión, es porque verte cada día era mi única alegría.

Su lado duro me ponía muy cachonda, pero descubrir su vulnerabilidad, sus sentimientos, me hicieron darme cuenta de que no solo necesitaba sentirme deseada, también ansiaba que alguien me amara y juntar, posiblemente por primera vez en mi vida, esas dos cosas.

Aunque fuese demasiado joven para mí, Sergio era un chico alto, guapo, con una buena musculatura. Tanto mi corazón como mi coño ardían en deseos por tenerlo dentro. Estaba dispuesta a entregarme a él, a sabiendas de que quizás no volvería a verlo. Pero podíamos ser descubiertos y yo me jugaba demasiado. Mi alumno me miraba, esperando a que tomara esa decisión que podía cambiar nuestras vidas.

– Sergio, creo que todavía no te he felicitado por tu cumpleaños.

– Te lo agradezco, África, pero no estoy para felicitaciones.

– ¿Y para regalos?

Antes de que pudiera contestar, me senté en sus rodillas y lo besé en los labios. Él me sujetó por la cintura y me devolvió todos los besos, con una delicadeza no mostrada hasta ese momento. El contacto de nuestras lenguas trajo la humedad a mi entrepierna y la dureza a la suya. Notaba su polla erecta contra mis nalgas y eso elevaba todavía más mi temperatura corporal.

– Sergio, solo tenemos esta hora.

– Lo sé, puede que después no nos volvamos a ver.

– Mi cuerpo es tuyo, sírvete.

Metío la mano por debajo de la falda y comenzó a subir por mi pierna. Me agarré a la su cuello para besarlo con más intensidad mientras sus dedos llegaban a la cara interna de mis muslos y seguían ascendiendo. Tras palpar mis braguitas empapadas, las apartó y comenzó a frotar con la palma toda la extensión de mi coñito. Hacía mucho que nadie me tocaba en mi zona más íntima. Tuve que cubrirme la boca para sofocar mis gemidos.

Poco a poco se fue animando y me introdujo dos dedos para masturbarme. Movía las caderas sobre él, estimulando aún más su abultado paquete. Llegó un momento en que ya no podía aguantar más. No me conformaba con tener dos dedos en mi interior, necesitaba que mi alumno me penetrara, que me follara ahí mismo.

Tomé la iniciativa y me levanté para desabrocharle el pantalón y bajárselo junto a la ropa interior. Tenía tan buena verga como habían intuido mis nalgas. Se la sujeté y, tras menearla un poco, me senté a horcajadas sobre él, clavándomela hasta el fondo. Por fin me sentía llena, poseída por la juventud de un cuerpo hecho para dar placer. Con los brazos alrededor del cuello de Sergio, que no dejaba de besarme por todas partes, moví las caderas para disfrutar del enorme falo que colmaba mi, hasta entonces, insatisfecha vagina.

La necesidad y el morbo estaban convirtiendo ese polvo en el más placentero de mi vida. Aferrada a sus hombros, comencé a botar sobre su sexo, procurando no hacer mucho ruido. Sergio metió la mano por debajo de la ropa, hasta encontrarse con mis tetas y pellizcar suavemente mis duros pezones, lo que me puso más cachonda.

En una triste silla de colegio, cabalgué con fuerza sobre mi alumno que, próximo al orgasmo, se sujetó a mi cintura para acompañar mis movimientos. Yo también estaba a punto de llegar al clímax y así se lo hice saber. Seguí rebotando mientras él embestía desde abajo, hasta corrernos de forma casi simultánea. No podía negarle nada, ni siquiera que descargara su semilla en mi interior, sin preocuparme las consecuencias.

– No quiero perderte, África.

– Si tú odias tu vida tanto como yo la mía, ¿por qué no huimos juntos?

Continuará…