Una señora muy elegante y pervertida
Recordando alguna aventura de mi época juvenil, me viene al recuerdo la historia que tuve con una señora encantadora y bella, y con la cual pasé momentos buenos y curiosos. Su nombre era Anais, tenía por entonces 42 años, mujer elegante, bien puesta, con buena figura, adornada con unos pechos de tamaño mediano y un pandero llamativo, de tez morena, ojos oscuros, estatura media, sobre 1, 68 cm., una fémina bien conservada y digna de admiración.
Los hechos ocurren en mi adolescencia, me encontraba cursando mi último año de bachillerato y todos los días tenía que coger el autobús para desplazarme al instituto, en ocasiones iba repleto de gente y la incomodidad de ir como sardinas en lata era bastante desagradable, en particular si además ibas pegado a algún personaje de olores fétidos y apestosos.
En estas circunstancias es como conocí a Anais, en una de estas aglomeraciones de transporte público, sucedió un día que el azar me envió como compañera de viaje a esta atractiva señora. Íbamos llenos, al completo, y el gentío se acoplaba como buenamente podía, era lógico buscar siempre el lugar donde más a gusto y cómodo pudieses encontrarte, pero naturalmente estaba limitado por la situación que acaecía en ese instante.
La mayoría del pasaje perseguía localizar el espacio donde menos contacto físico tuvieses con los otros pasajeros para evitar roces, tocamientos y fricciones que pudieran resultar desagradables, a parte de los mencionados malos efluvios que a veces eran insoportables.
Esa mañana los restregones fueron inevitables por la cantidad de personal que había, y la señora Anais decidió colocarse a mi lado, pensé que su elección sería, primero porque era un jovenzuelo, y ello era más agradable que ponerse junto a uno de esos viejos verdes que están deseosos de sobeteo, y segundo porque iba aseado y perfumado, mi olor era más acogedor y llevadero que el de algunos de esas mofetas que pululan por la vida.
Yo, por mi parte también me sentí bendecido, su aroma era atrayente y cautivador. Y así, su primera orientación frente a mi persona fue de lado, esto me permitió poder observarla y aprenderme su bonito rostro, era una señora de rasgos oscuros y facciones lindas, puedo decir que me encandiló desde el primer momento, durante el trayecto cambió de posición y me dio la espalda para pegar todo su contorno a mi parte delantera, esto me produjo estimulantes escalofríos que calentaron mi circuito, no llegué a empalmarme, pero sentí algo de calentura. El viaje se me hizo corto y pude disfrutar de su proximidad y cercanía, de vez en cuando movía su cuerpo, y el ajetreo de su trasero ocasionó que mi lanza tuviese algún espasmo, lo que me produjo una estupenda alegría. Los dos llegamos al final del trayecto y en esto quedó nuestra primera travesía.
Después de aquello mi mente solo pensaba en volver a coincidir con aquella espléndida señora, pasaron unos cuantos días y no conseguía encontrarme con ella, traté de ajustar el horario del autobús para conseguir verla, pero no fue posible. Al cuarto o quinto día de lo acontecido, volvió haber gentío y volvimos a ir apilados como ovejas, tras varias paradas mi suerte cambió, por fin montó mi sugestiva señora, al divisarla se me alegró el semblante, y ella sin ningún titubeo, al percibir mi presencia, se dirigió a mi zona. Poco a poco se fue aproximando hasta quedar frente a mí, ambos pudimos observarnos con detenimiento, cuando estuvo pegada al lado me miró con discreción y recato y nos cruzamos algunas miradas, regalándonos alguna sonrisa de beneplácito y aceptación por el rozamiento inevitable que estábamos compartiendo.
Antes de llegar al final del trayecto, que era nuestro destino, decidió ponerse de espaldas a mí, su decisión fue premeditada porque su trasero se pegó más de la cuenta a mis partes nobles y de vez en cuando se mostró juguetón, moviéndose de una forma insinuadora y comprometedora, aquello me desconcertó y alteró, me puso el capullo en erupción, se activó mi sexualidad y cada movimiento que hacía, por muy leve que fuese, mi verga se sintió aludida y se fue poniendo morcillona.
Sentí vergüenza, pero la dama estaba provocando aquella reacción en mí, no pude aguantar más y le arrimé todo mi troncho, yo también quería hacerla participe de la transformación que su picaresco sobeteo había originado. No dijo nada, al contrario, pegó bien sus posaderas a mi entrepierna, quería percibir aquella inflamación en todo su apogeo, aquello me estaba dejando perplejo, pero no importaba porque mi gozo era sublime, era una pequeña masturbación en cubierta, yo estaba gozando y ella se divertía.
Sin darnos cuenta llegamos al final y se terminó el capítulo, nos despedimos con una mirada robada y un pestañear de hasta mañana.
Pasaron varias jornadas hasta un nuevo encuentro, ese día el transporte iba tranquilo, yo iba sentado con el asiento de al lado vacío, en un momento determinado subió mi atrayente hechicera, no la quité ojo, la contemplé minuciosamente para curiosear su modo de actuar, no me defraudó, se dirigió a mi asiento y se posó junto a mí.
En el trayecto nos fuimos mirando discretamente y noté cómo hacía lo posible porque su anatomía se acercase a la mía, su ilusión era palpar esas vibraciones que dos cuerpos se regalan cuando están deseando fundirse y anudarse para experimentar sensaciones más intensas. Permanecimos pegaditos, hombro con hombro, lateral con lateral, y así, su olor me embriagó y me encantó estar tan cercano a ella; la miré cuanto pude, su rostro y su figura me tuvieron embelesado, solo pensaba en tener algo más vehemente con aquella mujer. El deseo me consumía y mi falta de experiencia por aquel entonces me empujó a ser demasiado prudente y extremadamente comedido en mis actuaciones, y eso que algo me había desmadrado en alguna ocasión, eso sí, había sido porque el momento y la fémina lo habían propiciado.
Llegamos al final, nos miramos recatadamente como de costumbre y nuestros ojos se dijeron adiós.
Cada vez los encuentros eran más significativos y atrayentes, esto hizo que mi cabecita en sus noches de insomnio, pensase en mi leona y en poder poseerla de forma placentera y carnal, mi sexo estaba a flor de piel, y las reconfortantes pajas pensando en aquella erótica mujer me aliviaron de mis pensamientos pecaminosos.
No todos los días coincidía con ella, las estrellas se alineaban el día que sucedía, y mi viaje se desarrollaba felizmente. En una de las coincidencias se volvió a dar el caso de ir apilados en el bus, la señora Anais subió en su parada y poco a poco se fue aproximando a la zona donde me hallaba, al llegar a mí la vi tan guapa y excitante que me estremecí de gusto, me miró y se pegó al lado, no se encontró cómoda y se giró, me puso todo su pompazo en mi bragueta y se dedicó con disimulo aprovechando el traqueteo del autobús, a calentarme con intensos rozamientos que me pusieron la verga dura, aquella tigresa era una provocadora e incitadora sexual, me tenía el nabo atormentado y fuera de sí, yo para paliar un poco mi calentura le arrimé la espada lo máximo que pude, y con discreción la restregué sobre su ojete; entre tanto restregueo y sobeteo mi polla estaba que echaba chispas, era un volcán en plena pasión, que dura me la estaba poniendo la señora, y cuando creía que aquello estaba próximo a estallar, ocurrió lo siguiente:
La señora Anais se dio la vuelta, me miró fijamente a los ojos de forma traviesa y rebelde, y sin decirme nada se dispuso a actuar, bajó sus manos y con diplomacia y sagacidad me empezó a toquetear mis partes íntimas, sus movimientos fueron aumentando en intensidad y en vitalidad, de tal manera que me cogió bien los huevos y el vástago, yo creía que perdía el sentido, me estaba maravillando el sobeteo, mi placer era inmenso, con tales alegrías perdí la noción del momento, pero la culminación fue cuando me bajó la cremallera del pantalón y sentí su mano dentro de mi habitáculo sagrado, todo ello para agarrarme el mosquetón y sofronizarme con un soberana paja que me dejó sin respiración. Su mano bajaba y subía a lo largo de mi capullo, obsequiándome con unos estímulos que me dejaron los ojos en blanco, que pedazo de pajote me estaba haciendo la dueña de mis sueños nocturnos, pero con la diferencia que ahora era una realidad. Me corrí como un pipiolo y disfruté como un machote, aquello había sido sensacional y había venido por arte de birlibirloque, sin comerlo ni beberlo, pero que bendito regalo venido del celestial paraíso.
La señora Anais, con la discreción que la caracterizaba se las ingenió para limpiarse y colocarse con la formalidad que en ella era habitual. Llegamos al final del trayecto y yo todavía estaba en babia, recuperándome del buen trato recibido y del intenso goce disfrutado; cuando quise reaccionar, la animosa y complaciente señora había desaparecido.
Por la noche, en la oscuridad de mi dormitorio, recordando plácidamente lo acontecido, me propuse que aquella experiencia, aun habiendo sido extraordinaria, debía ser todavía más completa y lujuriosa, pues la señora Anais tenía que probar lo que era un semental alborotado y el goce que la podía dar. Continuará……………………….