Yo era la que controlaba la situación, nunca me imaginé que ese joven tan calmado me convertiría en su zorra, en su sumisa

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Él era el joven más dulce que había conocido. Se llamaba Gabriel, aunque yo le llamaba Gabe.

De verdad, era divertido, gracioso y cariñoso. Y desde el principio me había tratado diferente a como lo hacía con el resto del mundo. No era especialmente carismático, más bien introvertido. Pero conmigo era diferente.

¿Y yo? Eh, yo aparentaba mantener el poder. Aparentaba controlarlo todo y ser indomable. Oh sí, yo era una dominatrix de manual.

Pero no estoy empezando por donde debería.

Mi nombre es Elisabeth, aunque las personas que me rodean me llaman Liz. Y ésta es la historia de cómo pasé de controlar la situación a ser la esclava sexual de un sádico.

Yo no soy el prototipo de mujer perfecta. Para empezar, soy bajita, mi piel pálida enmascara los rasgos dulces de una joven de 25 años, de ojos verdes y pelo rojito. Oh sí, yo aparento ser jodidamente inocente. Y sé aprovecharlo.

El día que le conocí estaba en un viaje con algunos amigos. Tuvimos algunas conversaciones pero nada fuera de lugar. Sería un chico más de los que había conocido, si no fuese porque era realmente atractivo. Una melenita por debajo de las orejas de color negro, que acariciaba la curva afilada de su mandíbula. Brillantes ojos verdes, ilusionados pero introvertidos, y una sonrisa torcida que no mostraba ningún indicio de nada fuera de la más absoluta sinceridad. Sí hubiese percibido esa chispa en sus ojos…

Pero no lo hice, y los días pasaron y ese viaje acabó. Seguimos hablando, pero más de nosotros. Supe pronto de sus problemas con el mundo, y él de los míos con las personas. Fuimos profundizando en nuestra relación, hasta que un día decidimos quedar.

Recuerdo que ese día me preparé especialmente para la guerra. Como la mujer segura e insurgente que era, esperaba una victoria fácil.

Me miré fijamente en el espejo mientras me ponía las medias, la tela áspera y lisa subiendo por mis piernas hasta medio muslo. Mi piel estaba de gallina por la antelación. Acaricié suavemente la piel de mi pierna mientras ascendía, sintiendo cómo mi ropa interior se humedecía ante la idea de vencer a otro más. No me cabía ninguna duda, lo había hecho mil veces. Me miré en el espejo y me mordí fuertemente el labio, percibiendo la punzada de dolor como un estímulo que excitó y enervó al mismo tiempo mis pezones, que se endurecieron debajo de la suave tela de encaje que cubría mis pechos. Una de las manos, que había terminado de subir las medias, subió por mi abdomen hasta acariciarlos suavemente. Percibía los latidos de mi corazón acelerado por debajo de la piel, el temblor de mis manos mientras me imaginaba las suyas descendiendo por mis muslos bajo mi influjo, suplicando por poder tocarme un poco más. Me imaginaba sus dedos temblorosos entrando en mi interior, suave al principio y violento después, forzando el hueco entre mis muslos para entrar más profundo, mientras su lengua recorría el interior de la suave piel de mis piernas…

Sin darme cuenta, una de mis manos había descendido hasta mi pubis y acariciaba suavemente entre mis piernas. Jadeé suavemente, mientras hundía los dedos hasta lo más profundo de mi coño, acariciando circularmente los pliegues de carne que lo decoraban, como había hecho tantas veces…

Conocía bien mi cuerpo. Delante del espejo, me dejé caer en la cama que tenía detrás, abriendo insolentemente las piernas. Mi reflejo me devolvió la mirada borrosa y excitada de un animal, mi pelo rojo desparramándose sobre las sábanas blancas como la sangre que latía frenéticamente entre mis piernas. Me mordí el labio otra vez, mientras pellizcaba sin ningún cuidado uno de mis pezones. Gruñí suavemente ante al dolor, disfrutándolo, y mi cabeza cayó hacia atrás mientras cerraba los ojos.

Me imaginaba sus dedos follándome, abriendo poco a poco mi interior para acabar penetrándome, marcando sus manos en mis muslos hasta que doliese. Me pellizqué otra vez y esta vez el sonido fue más alto. Mis dedos se introducían en mi interior violentamente, acariciando con fuerza mi clítoris mientras buscaba el orgasmo. Jadeé, ladeando la cabeza, para morderme la piel del hombro, que ahogó un gemido sordo. Mi respiración se aceleraba, y la mano que acariciaba y pellizcaba mis pezones pasó a aferrar por completo mi pecho, apretándolo, estrujándolo, hundiéndome de nuevo en una ola de placer y dolor.

– Por favor… – Susurré al aire, jadeando.

Mi mano cada vez iba más rápido y ya no tenía a dónde mirar. No podía observar nada. Toda mi mente estaba centrada en la imagen de él embistiéndome, follándome la boca, obligándome a tragarme su semen mientras me follaba con la mano, ahogándome y sometiéndome, vejándome…

Cuando al fin llegué al orgasmo, mi espalda se arqueó mientras mis piernas temblaban incontrolablemente, capturando mis manos que me proporcionaban placer sin parar. Chillé suavemente, cogiendo aire como si me ahogase, mientras oleadas de placer invadían mi cuerpo incontrolablemente. Un último grito y acabé de correrme, quedándome inmóvil en la cama mientras trataba de recuperar la respiración.

Saqué lentamente la mano de mi exigua ropa interior y, aun recuperando la respiración, lamí mis dedos cubiertos de mi propio jugo. Sabían dulces y salados a la vez. A mí. Dejé caer mi cabeza otra vez y permanecí algunos minutos con los ojos cerrados, hasta que finalmente decidí levantarme.

Siempre me ocurría igual. Era incapaz de ceder el control a nadie, y de hecho me tiraba a chicos con pinta de pardillos que se dejaban hacer lo que fuese por un polvo, pero siempre que fantaseaba alguien se imponía a mí. Las humillaciones a las que me sometían en mi imaginación nunca podrían hacerse en la vida real, nadie podría conmigo y yo jamás me dejaría, pero joder… cómo lo deseaba.

Pero en su lugar, me recoloqué sobre la piel húmeda y sudorosa el conjunto de encaje negro, colocando las medias y enchanchando el liguero a su superficie enrejada, me puse un vestido negro encima y me subí a los zapatos de tacón alto. Estaba lista para uno más a mis pies. Tal y como ocurría siempre, esa noche él acabaría lamiendo la punta de mis tacones, rendido a mi voluntad.

O al menos, eso era lo que pensaba…

Habíamos quedado en un bar del centro, uno de esos sitios con mezcla de caoba y rojo lleno de sofás, reservados y bebidas espirituosas. No especialmente pijo pero tampoco metalero. Algo muy “old school”, y mientras recorría la ciudad nocturna sentía que volvía a excitarme. El aire frío, colándose por debajo de mi falta y provocándome un escalofrío en las zonas todavía húmedas por el orgasmo anterior, era un interesante estimulante. Mi piel seguía de gallina, pero no sabía si era por el frío o por estar llegando a mi destino.

Cuando abrí la puerta suavemente, un chirrido involuntario provocó que algunas personas del interior me miraran.

Un par de hombres mayores que estaban en la barra me recorrieron descaradamente de arriba abajo, pero los ignoré, incómoda, mientras buscaba a mi acompañante. No parecía haber llegado. A una distancia prudencial de los observadores, ya que el bar se encontraba prácticamente vacío a excepción de sus miradas inquisitivas que no subían de la curva de mis pechos y la piel que mis medias dejaban entrever por debajo del abrigo, me senté en la barra y pedí un combinado que me encantaba.

El camarero fue realmente solícito, y agradecí que no intentase ligar conmigo. En su lugar, me preguntó amablemente si necesitaba ayuda, mirando de reojo a los molestos señores. Negué suavemente con la cabeza y se lo agradecí con un gesto, tomando un trago de la deliciosa mezcla de alcohol fuerte y frutas que tenía delante.

El joven tardaba, y yo comenzaba a impacientarme. Uno de los hombres hizo el gesto de levantarse, y yo, nerviosa, empezaba a plantearme moverme del sitio cuando una mano se posó en mi brazo.

Chillé, fruto del susto, y retrocedí tanto como me permitió el taburete, para encontrarme sus divertidos ojos verdes a unos centímetros de los míos.

– ¡Lo siento! – Gritó, soltándome como si le hubiese dado un calambre – No quise asustarte

– ¡Joder! – Grité a mi vez, las pocas personas que había en el bar ya me miraban fijamente en su conjunto.

– Lo siento, de verdad.

Le observé y sus palabras parecían sinceras, sus ojos verdes presentaban un evidente aire de arrepentimiento, así que lo dejé correr.

– No pasa nada – Se me había pasado la excitación anterior, ahora sólo estaba un poco molesta – Será mejor que vayamos a sentarnos a algún sitio.

Me levanté y, tal y como esperaba, me siguió mansamente hasta uno de los apartados. Hablamos bastante esa noche, las conversaciones que habíamos tenido a distancia, a pesar de la incomodidad inicial, animaron rápidamente la noche y pronto estuvimos riendo y bromeando como al comienzo. En cierto momento de la charla, posé descuidadamente una de mis manos en su hombro, aprovechando que estaba sentado a mi lado en uno de esos sofás de estilo americano con respaldo acolchado, y por tanto estaba medio girado en mi dirección, y acaricié distraídamente la suave tela de su camisa.

Había venido realmente guapo. Una camisa negra sobre pantalones igualmente negros, zapatos elegantes y una chupa de cuero. Atractivo y elegante al tiempo que informal. Mis dedos recorrieron la curva de sus hombros y descendieron por su pecho suavemente, interrumpiendo la argumentación que estaba haciendo en ese momento. En silencio, me miró fijamente.

Una sonrisa de lado se dibujó en mi rostro, disfrutando del control de la situación, mis dedos se deslizaron a un lado de su pecho hasta colarse por el hueco que dejaban los botones en la tela, hasta acariciar la suave piel de sus pectorales. No tenía pelo.

Lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos, me levanté y me senté encima de él con las piernas a ambos lados de su pecho, y dirigí mis labios a los suyos. Sentí mi excitación crecer ante el control, mientras se dejaba, sumiso, besar por mis labios. Lo mordí suavemente y acerqué más su cuerpo al mío. Detrás de nosotros, no había nadie. Estábamos en un rincón apartado, así que nadie iba a molestarnos. Le apreté contra mi cuerpo y seguí besándole, notando sus manos deslizarse por mis piernas hasta llegar a la curva de mi culo, aferrándolo con fuerza. Pegué un respingo, y entonces él aprovechó para morderme el labio.

Entonces, retrocedí un poco con mi cuerpo y le di una bofetada con todas mis fuerzas que le hizo girar la cabeza. Reí sádicamente, cogiéndole del cuello de la camisa para volver a atraerlo hacia mí, dejando mis labios a unos centímetros de los suyos.

– No te he dado permiso para hacer eso – Siseé sobre su boca, pasando a besarle suavemente. No vi su expresión entonces, ocupada en besarlo. Quizá entonces habría sido diferente. Pero en lugar de mirarle fijamente, me levanté y me di la vuelta.

– Voy al ir al baño, cuando vuelva quiero que estés exactamente en la misma posición. Que no se te ocurra seguirme.

Y me alejé, siendo perfectamente consciente del movimiento de mis caderas y de la cadencia de mis pasos al caminar.

Cuando llegué a la sala principal del bar, los hombres molestos ya no estaban, lo cual agradecí interiormente, y me dirigí a los baños. Estaban exactamente al otro lado de la forma de U que tenía el restaurante, crucé los reservados del otro lado que estaban vacíos y llegué al baño, que en ese momento estaba ocupado. Así que esperé tranquilamente, observando en el espacio mi maquillaje. Una chica salió finalmente y me sonrió, encaminándose hacia la salida. Yo entré al retrete.

Cuando salí, acabé de retocarme el pintalabios y me dispuse a abrir la puerta, que se abrió un segundo antes de que mi mano tocase el pomo. Al otro lado, uno de los hombres mayores que habían estado en la barra me dedicó una sonrisa torcida.

Quise chillar, y estuve a punto, porque mi mente se disparó a toda velocidad, pero una milésima de segundo antes de emitir cualquier sonido su mano cubrió mi boca. Sólo conseguí hacer un pequeño grito ahogado, mientras empujaban mi cuerpo al interior del cubículo que era el baño. Inmediatamente, el segundo hombre que había visto entró y cerró la puerta. Estaba encerrada. Con ellos.

El primero, que estaba cubriéndome la boca, intentó sujetarme los brazos, pero me resistí furiosamente y le golpeé en la cara mientras intentaba quitarle la mano de mis labios, y casi lo conseguí, si no fuese porque entonces el segundo me tiró violentamente del pelo hasta hacerme arquear la espalda. Conseguí gritar una milésima de segundo hasta que volvieron a cubrirme la boca. Las lágrimas de terror comenzaron a inundar mis ojos, con lo que dejé de ver claramente qué sucedía. Uno de ellos, imposible saber cuál, me sujetó las manos a la espalda mientras me lanzaba sobre la encimera del baño, el mármol frío golpeó en mi cabeza y me confundió unas milésimas de segundo, lo suficiente para que el segundo me subiese la falda por detrás sin que pudiese gritar. Entonces sentí la vergüenza, entre el dolor y el miedo. Estaba allí, con mi ropa interior de encaje todavía húmeda a su disposición, y cuando dejó de pitarme el oído golpeado pude oír cómo me reían de mí.

– Mira la zorrita, está cachonda. Seguro que quería follarse al larguirucho ese con el que ha venido.

– Pero lo vamos a hacer antes nosotros, a ver si sigue después con ganas.

– Tampoco es que esté muy buena, es una puta barata.

– Tranquila, con nosotros te va a gustar mucho más.

Sollocé y me resistí, pero seguían agarrándome los dos brazos a la espalda. Intenté patearles pero uno de ellos me tiró del pelo con todas sus fuerzas, mientras sentía sus dedos agarrando mi culo para luego colarse bruscamente entre mis piernas. A pesar de mi humedad, dolía, era brusco y no tenía ningún cuidado. Sentí mi cuerpo entero aprisionarse entra el mármol, intentando alejarme, mientras los dedos empezaban a hurgar en los pliegues de mi sexo, sollocé otra vez… Lo peor es que una parte de mí no podía evitar excitarse con la situación. Me sabía humillada, vencida, sabía que no tenía opción o no tendrían piedad en usar la violencia conmigo. Y eso me ponía. Y me odiaba por poderme, rezando en mi cabeza por que no notasen que a pesar de sus torpes y descuidadas caricias comenzaba a humedecerme.

Y entonces oí un golpe. Pero esta vez no era a mí a quien se lo habían propinado. Oí un gemido gordo y un forcejeo, y parpadeé rápidamente para aclarar mi vista y entender qué ocurría. Las manos que me habían sujetado me soltaron y oí exclamaciones y gritos, mientras me dejaba caer fruto de la debilidad del terror. Alcé la vista, asustada.

Pero era Gabe. Uno de mis agresores ya no estaba, no tenía ni idea de a dónde había ido, y el otro tenía la marca de un golpe a la cara y se enfrentaba asustado a mi amigo, que parecía razonablemente indemne, un pequeño corte en el labio hacía que un hilito de sangre descendiese por su barbilla, pero no tenía más marcas.

Mientras miraba, el hombre desconocido rodeó a mi amigo sin dejar de mirarle y salió por la puerta, corriendo.

Suspiré en el suelo, temblorosa, y me levanté lentamente cuando la puerta acabó de cerrarse.

– Gracias – Susurré – No sabía lo que iba a…

Antes de que pudiese acabar la frase, una de sus manos tomó posesión de mi cuello y me empujó contra la pared. Jadeé y le miré, ahora sí, directamente.

Tenía la mirada enloquecida de un sádico, una expresión que nunca hubiese imaginado en sus labios rosáceos, ladeados esbozando una sonrisa torcida de pura arrogancia, y cada músculo de su cuerpo parecía crispado por la rabia.

– Nunca. Vuelvas. A. Golpearme. – Siseó, posando la otra mano en la pared para acercarse a mí.

La adrenalina volvió a dispararse en mis venas, mientras sus labios se acercaban a recorrer suavemente la línea de mi cuello. Percibía el temblor de sus manos, la contención que mantenía su cuerpo mientras me mordía suavemente, provocando un gemido involuntario de mis labios.

¿Qué estaba ocurriendo? Estaba asustada todavía del asalto, eso debía ser. Estaba en shock y no me sentía capaz de reaccionar. Una parte de mí gritaba que le devolviese a su lugar, pero el recuerdo de esa mirada era suficiente para imposibilitarme cualquier movimiento. Temblaba yo también, mientras la mano que había estado en mi cuello bajaba dibujando un surco rojizo con la uña hasta la línea de mis pechos.

Solté un jadeo de dolor, mientras notaba cómo mi sexo volvía a responder estremeciéndose ante el trato que estaba recibiendo. Tomó posesión de uno de mis pechos, apretándolo a placer, arrancándome otro quejido, hasta que lo noté alejarse de mí y, a través de mis ojos cerrados, percibí la ausencia de luz un segundo antes de sentir la bofetada.

Me giró la cabeza y, sin el apoyo de su cuerpo, me lanzó al suelo sin poder evitarlo. Gemí e intenté alejarme, pero inmediatamente sus manos me tomaron de la cintura para levantarme. Me volteó en el aire, algo fácil ya que soy muy pequeña de estatura, y me posó casi delicadamente sobre la encimera.

– Vamos a hacer esto – Siseó en mi oído mientras me cargaba – Voy a perdonarte la insolencia y el golpe, si es que me compensas lo suficiente.

Una vez posada, sus manos se adueñaron de mi cuerpo. Recorrieron lentamente la curva de mis piernas, hundiéndose hasta llegar a mi sexo, y lo acarició suavemente, muy diferente a como lo había hecho mi anterior agresor.

– Estás húmeda. Ya lo veo. Te haces la dura pero en realidad eres una zorra buscando que alguien pueda imponerse sobre ti, ¿no es cierto? Te gusta sentirte como una puta en mis manos…

No pude evitar que un audible gemido se escapara de mi boca al oír sus palabras, e inmediatamente enrojecí. ¿Qué me estaba ocurriendo? Esa no era yo. Parecía poseída. Continuó tocándome suavemente, sus dedos recorriendo mi sexo, acariciando mi clítoris, humedeciéndome cada vez más hasta que entraron súbitamente dentro de mí. Sentía vergüenza, pero de repente estaba fuera de mí. Le apreté con mis piernas y percibí cómo sus dedos se movían en mi interior. Me besó furiosamente y yo respondí a su beso, excitada, entregada, y furiosa de cierta manera. Pero quería más, necesitaba más. Una de sus manos bajó los tirantes de mi vestido hasta dejar descubiertos mis pechos, tapados con la lencería que también se apresuró a bajar. La otra se perdía entre los pliegues de mi vestido. Paró un segundo, subiendo con rapidez el borde de mi falta hasta dejar al descubierto mi ropa interior apartada a un lado de mi coño, volviendo a tocarme sin molestarse en quitarla, haciéndome enloquecer de placer.

Gemí otra vez, esta vez sonoramente, mientras me mordía el labio. Sentía que la excitación me estaba llevando al límite. Mis piernas empezaron a temblar violentamente, estaba a punto de correrme, con sus dedos bombeando en mi interior mientras su mano pellizcaba mis pezones, su boca besándome y esa mirada enloquecida…

Y entonces, cuando estaba a punto, paró. Yo busqué su cuerpo con mis manos, hasta ahora aferradas al borde de la encimera, desesperada.

– No… por favor… Sigue… por favor… – Supliqué, pero él se zafó violentamente de mis intentos de sujetarle. En su lugar, una de sus manos fue a mi nuca y, cogiendo del sitio correcto, tiró hacia delante hasta que todo mi cuerpo me siguió. Noté un dolor punzante en la cabeza, por lo que me apresuré a acompañar su movimiento. Y así, me hizo levantarme y, acompañando con la otra mano en mis hombros, me obligó a arrodillarme en el sucio suelo del baño.

Sentí la humillación y la vergüenza, pero no podían hacer nada contra la necesidad del orgasmo que me invadía. Intenté avanzar de rodillas para desabrochar los botones de su pantalón, que insinuaban una incipiente erección, pero no me lo permitió, sujetando y apartando mis manos. Gemí, desesperada.

– Esto es lo que vamos a hacer, putita – Siseó, y su voz sonó tan divertida como despiadada – Vas a seguirme a donde yo diga, y vas a obedecerme. Quizá así me digne a darte tu orgasmo. Pero si vuelves a desafiarme, o desobedecerme… te tomaré sin tener en cuenta tu propio placer, y tú lo estarás deseando como una zorra. ¿Está claro?

– Sí, Gabriel – Murmuré, mirando al suelo mientras sentía como una profunda vergüenza invadía cada milímetro de mi ser, sólo acallada por el latir sordo de mi sexo pidiendo más de sus dedos. Quería más. Necesitaba más. E iba a hacer cualquier cosa por conseguirlo.

– Llámame Malkav a partir de ahora, vas a ser una puta muy complaciente. Ahora arréglate y sígueme. Si cuando salgas de este baño no sigues siendo la zorra sumisa que eres ahora… lo pagarás.

Y salió del baño, dejándome allí arrodillada, confusa y sola, excitada y necesitada de mi orgasmo. Desesperada.

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