Creí estar enamorada de mi novio hasta que conocí a mi suegro

Mi nombre es Karin, tenía 18 años cuando sucedió y físicamente no sobresalgo no soy curvilínea ni plana, tengo cabello hasta los hombros y ojos castaños. Llevábamos cuatro meses saliendo como novios con Matias, mi compañero de universidad. Él era encantador, tenía una contextura normal, no era ni delgado ni gordo y tenía ojos marrones y cabello negro. Me invitaba a salir, íbamos al cine, a comer, paseábamos por la universidad charlando y lo mejor, era que me trataba como una diosa cuando teníamos sexo. Me hacía terminar cada vez que lo hacíamos, estabamos tan obsesionados con coger que cada tiempo que teníamos libre lo pasábamos en su habitación. Lo hacíamos hasta no poder más. Él no tenía el pene muy grande, medía unos 15 cm y no era muy grueso, pero lo sabía usar bien, también su lengua y no se cansaba hasta que me tenia satisfecha. En general el sexo era maravilloso para mí y creí que no me faltaba nada hasta la noche que conocí a Adolfo.

A los cuatro meses Matías decidió que era hora de que su padre me conociera. Ellos eran muy unidos desde que la esposa de éste falleciera por un ataque cardíaco. Ese fin de semana tomamos un bus a la casa de su padre que quedaba a 4 horas del barrio universitario. Yo estaba nerviosa, llevaba puesta una blusa blanca con puntos negros y jeans y el cabello castaño suelto. Ese día quería verme como una chica buena y dar mi mejor impresión.

El padre de Matías nos esperó en el terminal de buses, no se parecía a mi novio en nada, aunque eran de estatura parecida, Adolfo tenía cuarenta años, era mucho más moreno y de contextura gruesa, no era gordo, se notaba que el trabajo en la construcción era pesado y su cuerpo mostraba los signos de toda una vida de cargar cosas pesadas. Mi primera impresión de él fue la de un hombre carismático, parecía disfrutar de tener a su hijo en casa y no dio muestras de que yo le interesará más allá de lo normal.

Cenamos pizza y cerveza esa noche, jugamos cartas y veíamos fútbol, nos reímos un montón con las historias vergonzosas que Adolfo contaba de Matías, nunca vi a mi novio beber tanto como esa noche y supuse que era algo habitual celebrar con su padre cada vez que volvía a casa. Él llevaba cuatro cervezas y ya iban para las cuatro de la mañana cuando quizo ir a dormir. Yo me había portado como toda una dama bebiendome una lata de cerveza en toda la noche. La verdad es que además de dar una buena impresión la cerveza o el alcohol en general me pone caliente. Esa cerveza había bastado para querer cabalgar a mi novio, estaba mojada, pero habíamos quedado de acuerdo en que al menos ese primer fin de semana nos comportariamos y no dormíriamos en la misma habitación.

Matias se despidió y partió tambaleante a la habitación y yo pensaba hacer lo mismo hasta que mi suegro me detuvo.

– Tómate la última cerveza con este viejo – puso una lata de cerveza helada ante mi- No me la irás a rechazar, si ya te vas a dormir y quiero terminar de ver este partido acompañado.

No me hice de rogar, pensé en lo solitaria que era la vida de los padres cuando los hijos se van, me senté nuevamente y me empecé a beber la cerveza.

– Usted no está viejo – le dije – Los cuarenta años son los nuevos veinte.

– Ja tengo más del doble de tu edad Karin y me llamas «usted». Soy viejo para tu generación.

– Bueno, yo no opino lo mismo.

– ¿tú andarias con un hombre de mi edad? – Me preguntó apagando la televisión.

– Yo… – no quería ofenderlo y la cerveza me estaba dando calor – supongo que depende de la situación.

– ¿En qué situación si pasaría? Eres una Lola, no lo entenderías, los hombres como yo ya no le interesamos a las mujeres a menos que tengamos muchos billetes en el banco.

– Hay otras cosas a parte del dinero. También debe existir química, risas, amistad.

– No, tú hablas de amor. Yo hablo de coger, a las lolas no les llaman la atención los de cuarenta a menos que puedan sacarles algo de dinero. Y como no tengo dinero, soy viejo y punto.

La cerveza estaba deliciosa, me la había terminado antes de darme cuenta y me sentía con más libertad de hablar, ya estaba achispada se podría decir.

– Pero por qué vas a buscar lolas, siempre hay mujeres buscando cogidas, las milf, madres solteras, esposas aburridas, divorciadas. Tienes un amplio mercado ¿Hace cuánto que no coges?

– Ya ni me acuerdo, tengo las bolas que explotan – dijo agarrándose el paquete. Y por primera vez se lo miré, no sabía si era el alcohol, las cervezas que él se había tomado, pero se notaba un bulto apretado por el pantalón. Debió notar que lo miraba porque carraspeó un par de veces hasta que algo en mi cabeza me susurro que eso estaba mal. La cara me hirvió de vergüenza.

– Me voy a dormir suegro – me levanté rápido de la silla y se me movió un poco el piso – estoy cansada por el viaje y ya es muy tarde.

– Déjame ayudarte – se levantó y me abrazó por la espalda, pude sentir el calor de la dureza que me picaba la espalda. – No resistes muy bien el alcohol.

Me empezó a empujar hacia la habitación, en cada paso sentía como se sobaba contra mi espalda. Me sentí muy incómoda y pensé en empujarlo por un momento pero no quería hacer un escándalo. Todos habíamos tomado esa noche. No quería armar un problema. Matias se oía roncar cuando pasamos por afuera de su habitación, y cuando Adolfo fue a cerrarle la puerta yo me apresuré a mi habitación que quedaba al lado.

No tenía pestillo y me pegué a la puerta, si intentaba pasar me ponía a gritar. Pero no lo hizo, lo oí cerrar la puerta de su habitación y pude respirar tranquila.

Estaba caliente, y aunque tenía sueño quería masturbarme un rato para quitarme las ganas, quería ir a la habitación de Matias y despertarlo, solo pensaba en su pene y se me contraía la vagina. Frustrada me puse una camiseta y me quedé desnuda abajo para poder tocarme.

Comencé a acariciarme, estaba con las piernas abiertas sobre la cama, el olor de mi vagina se sentía fuerte en la habitación, era un aroma agradable, Matias siempre decía que lo volvía loco. Tocaba mi clitoris que estaba hinchado y mis pechos, solo me faltaba el pene de mi novio y no duraría más de un minuto.

Estaba sudando, con los dedos empapados cuando abrí los ojos y me di cuenta de que la puerta de la habitación estaba abierta. Y ahí estaba mi suegro, desnudo, haciéndose una paja y sonriendo.

Morí de vergüenza, me trate de cubrir pero él fue muy rápido, se me tiró encima y me tapó la boca. El había quedado perfectamente entre mis piernas y cuando me di cuenta de lo que estaba pasando él ya estaba empujando su pene hacia mi interior. Grité, grité por lo que estaba sucediendo, sentí que algo muy grande me expandía y mi humedad lo dejaba pasar hasta el final. Sentí un ligero dolor. Grité pero nadie me oyó porque me cubría fuertemente la boca con sus manos de obrero.

– Lo estabas pidiendo preciosa – susurro con los dientes apretados miéntras daba un nuevo empujón hacia mi interior. ÉL tenía la otra mano sujetando mis dos brazos sobre mis pechos. – Que apretadita amor.

Me moví tratando de sacarlo pero él solo se río y comenzó a meterlo con más fuerza. Me sentí indefensa. Ese hombre me tenía a su merced, mi vagina abierta a más no poder y húmeda le facilitaba la tarea. Y algo en mi estaba mal porque me gustaba lo que estaba sucediendo.

El hombre sonreía y disfrutaba cada embestida, me decía lo apretada y rica que estaba, lo mucho que había deseado toda la noche.

-Sabía que te faltaba una buena cogida, estabas muy cerrada. Mañana no vas a caminar.

Si, me sentía humillada y sabía que estaba mal, pero lo estaba disfrutando. Él estaba bien dotado. Lo sentía llegar hasta el fondo de mi canal, me sentía totalmente abierta, me estremecía con un dolor agradable. Remecía la cama con las embestidas, mis piernas se bamboleaban y él rugía cada vez que entraba en mi.

– Vas a ver lo que es bueno amor – empezó a girar las caderas y yo comencé a gritar de placer, tocaba partes en mi interior que no conocía, mi vagina hacia sonidos de succión por todo el jugo que salía, y ya dejándome llevar por ese placer, tuve el mejor orgasmo de mi vida. Mi vagina se contrajo y lo apretó tan fuerte que él maldijo, y sentí sus manos tensarse, los últimos empujones más fuertes y rugió cuando me llenó de su semilla.

Así se quedó sobre mí, aún impediendo que me moviera y jadeando. Su pene aún dentro pero ya no se sentía la misma presión. Las contracciones me duraron varios minutos y el parecía disfrutarlas.

– Te voy a soltar, pero si gritas, ya sabes que mi hijo no se va a despertar y te voy a coger por el culo antes de que vayas a la policía.

Me soltó, puso sus brazos musculosos al costado de mi cabeza.

-Maldito – susurré llorando, tenía rabia – maldito sale de mi.

– Te gustó, aún me estás apretando. ¿Te habían cogido así antes? – sonreía.

– Me violaste – le pegué un combo en pómulo y él me agarró las manos con fuerza.

– Admitelo perra! – siseo sobre mi cara y empezó a moverse nuevamente – Te voy a enseñar a dar las gracias.

– Ayuda! – grité desesperada, eso no podía estar pasando – ayuda! – me cubrió la boca nuevamente. Vi su rostro lleno de furia y me asustó.

– Vas a ver! Te voy a partir! – su pene estaba semi flácido pero si seguía así podría volver a ser lo de antes en poco.

– Por favor – trataba de suplicar entre sus dedos, lloraba de rabia y frustración.

Estuvo empujando por un tiempo hasta que volví a sentir la misma presión en mi interior. Mentiría si dijera que mi vagina no me estaba traicionando. Mi clitoris estaba sensible y las fuertes embestidas me habían excitado tanto que se oían los chapoteos de su semen y mis jugos. Estaba gimiendo bajo su mano y él se dio cuenta.

– Vamos a hacer lo siguiente – detuvo el movimiento – te quedas calladita, te cojo rico y esto queda entre los dos. Si quieres se lo cuentas a mi hijo, si no, decides si quieres que te vuelva a cojer. Será nuestro secreto. Serás mi putita y yo te prometo que te voy a dejar bien cogida siempre que lo quieras.

Lo miré sin saber que decir, mi respuesta debía ser la de salir corriendo en cuanto pueda y no mirar atrás. Pero estaba boquiabierta. Atravesada por la mejor verga que había tenido y disfrutando cada centímetro. Pensar que podría tenerla cuando quisiera fue tentador. Solo había estado con dos chicos antes, incluyendo a Matias. Y nunca me hicieron sentir así, la cogida había sido la mejor y la segunda iba por las mismas. Así que asentí. Amaba a Matias, pero el no me podría dar de lo mismo. Necesitaba a Adolfo en mi vida.

– Acepto, cogeremos y mantendremos el secreto.

– Eso es mi amor, te prometo que haré todo lo que quieras, éste – dijo clavándose hasta el fondo – es tuyo.

– Quiero estar arriba – dije más caliente y sin miedo.

Él se salió y por fin pude ver lo que tenía entre las piernas. Era la más grande que había visto en vivo. Tenía unos veinte centímetros y era gruesa. Tan gruesa que no me debía caer en la boca.

Se puso de espaldas en la cama y yo tambaleante me puse sobre él. Lo besé fieramente y el me respondió, agarrándome del trasero. Sobé mi vagina chorreante sobre su grueso pene. El placer era indescriptible, sentía corrientes eléctricas por todo el cuerpo.

– Eso es mamita, disfrútalo. Ah! – Lo agarré y dirigí su gruesa cabeza hacia mi vagina ya dilatada. Entró con fácilidad. El me agarró por la cintura y comenzó a empujarme sobre su verga. Entró más profundo, si eso era posible, y aunque sentía dolor comencé a cabalgarlo, salté sobre ese pene como nunca, el seguía empujando con fuerza, era la primera vez que tenía un sexo tan rudo y me gustaba la sensación de sentir que te rompen en dos. Deseaba el dolor y la brutalidad de ese momento.

Los dos terminamos cuando me vine por segunda vez, él no pudo aguantar las contracciones de mi orgasmo. Sentí como él volvía a descargarse en mi interior con un gemido de placer.