Cuando se consume alcohol de más
En un lugar a las afueras de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme…
En la habitación se encontraba Raúl acurrucado en una butaca frente al escritorio mirando atentamente el portatil. Todas las luces estaban apagadas, por lo que el resplandor de la pantalla era su única iluminación. La película que había estado viendo esa noche acababa de terminar y dudaba entre ver otra, acostarse o hacerse una paja, o bien hacerse una paja y acostarse. Las «multiples» variables lo mantenían clavado en su sitio.
«Se está tan a gusto aquí» – pensó arrebujándose un poco más en el edredón con el que se envolvía.
Había pasado la tarde estudiando, luego unas partidas a la consola y una cervecita, un poco más de estudio, otras partidas, una llamada a la pizzería, cena, otra cervecita, y finalmente una sesión de Netlix. Lo que venía siendo una excitante velada de sabado solo en casa, algo que ultimamente era cada vez más habitual.
Después del divorcio de sus padres, su madre, Sandra, salía casi todos los fines de semana para ir a algun pub o discoteca, beber y buscar compañía masculina. Era casi un ritual para ella: cada semana, una sesión de «fiebre del sabado noche».
Cuando su padre se marchó de casa para «volver a encontrarse a sí mismo» (palabras textuales) su madre quedó devastada, y cuando averiguó que se estaba «encontrando a sí mismo» con su secretaria veinteañera desde varios meses antes de su separación, la acabó destrozando.
Raúl se puso inmediatamente y sin dudarlo del lado de su madre lo que provocó un malestar tan grande con su padre que en la actualidad prácticamente no se hablaban, salvo alguna llamada de compromiso y poco más.
Al hacerse efectivo el divorcio se marchó a la otra punta del país y, según le habían comentado, se llevó consigo a «su secretaria» y con ella seguía.
A su madre le costó casi un año superarlo, un año en el que Raúl se esforzó sin éxito en ayudarla, pero de repente comenzaron las salidas y todo cambió.
Como agente inmobiliaria, Sandra normalmente usaba pantalones y chaquetas formales, blusas sobrias totalmente abotonadas, zapatos comodos y con poco tacón, pelo recogido, y maquillaje elegante aunque sin excesos. Pero en estas salidas semanales, y de forma excepcional, cambiaba su aspecto y se vestía más provocativa para intentar atraer a algun afortunado que se beneficiaría de sus encantos femeninos.
Con la puerta de su cuarto abierta, Raúl oyó que la puerta principal se abría y se cerraba. Escuchó mientras su madre subía lentamente los escalones que llevaban al segundo piso. Originalmente vivían en un apartamento en el centro de la ciudad, pero gracias a la caida de precios durante la crisis del ladrillo y a la suculenta cantidad que el abogado había conseguido sacarle a su padre en el divorcio, ahora tenían una magnífica casa en un pueblo de las afueras.
«Esto es calidad de vida», le repetía ella cada vez que se quejaba de los pesados viajes en tren para asistir a la facultad.
«Sí, ya… pero el que se tiene que chupar una hora de tren todos los días soy yo» , era su contestación habitual.
El sonido de sus pasos irregulares era de «noche de juerga» y el repiqueteo delataba que sin duda usaba tacones altos, todo lo cual le decía lo que se esperaba de esas noches, cuando ella volvía un poco borracha, si no muy borracha. Otro de los efectos secundarios del divorcio era que su madre se había convertido en una bebedora social, suponía que para desinhibirse.
Miró el reloj del ordenador: poco más de medianoche.
En esta ocasión era bastante temprano, la mayoría de las veces llegaba alrededor de las 2 o 3 de la mañana.
A los 49 años, Sandra no era físicamente poco atractiva sino todo lo contrario, tenía el cabello rubio y liso, sus ojos eran azules y muy bonitos, pero no tenía una de esas caras de mujer fatal, su aspecto era bastante normal. Tenía una figura agradable y proporcionada, pero su imagen habitual era la de una ejecutiva de mediana edad, elegante pero sin llamar la atención. Desde su divorcio no se sentía tan deseable como cuando era más joven y en sus salidas semanales «potenciaba» sus «rasgos femeninos» para aumentar las probabilidades de impresionar a los hombres.
Al llegar al rellano de arriba, Sandra vio que la puerta de la habitación de su hijo estaba abierta y una luz tenue, probablemente del ordenador, le indicó que todavía estaba despierto. Fue hacia allí y miró dentro. Lo vio sentado frente a la pantalla envuelto en su edredón.
– ¿Todavía estás despierto? – preguntó, ignorando lo obvio.
– Creo que todavía tendré que quedarme despierto un buen rato. Me he pasado la tarde estudiando (lo de no mencionar la consola y las cervezas no pensó que fuese mentir sino reservarse datos) , pero al final tenía la cabeza como un bombo, todo lo que leía me parecía chino, me he puesto a ver una película para olvidarme de los libros y resetearme la mente, pero ahora me pondré a repasar antes de acostarme. Los finales de la Uni estan al caer y no quiero dejarlo todo para ultima hora. – le dijo volviendose un poco pero sin levantarse de la butaca.
Ella se quedó quieta y en silencio, balanceandose levemente bajo el marco de la puerta.
– Entonces… ¿esta noche has vuelto a casa muy temprano, no? – preguntó Raúl también con otra obviedad, sin mencionar lo que verdaderamente lo atormentaba, si había tenido suficiente tiempo para acostarse con uno de sus ligues – Acabo de comerme una pizza, no esperaba que volvieras a casa tan pronto sino te hubiera preparado algo.
Ella entró completamente en la habitación.
Raúl evaluó rápidamente la ropa que llevaba puesta su madre. Una falda recta de cuero negra, zapatos de tacón también negros y medias de nylon color carne, un top de seda de color rojo brillante lo suficientemente escotado para que destacaran sus pechos, y conbinado con unos grandes aretes dorados y un collar a juego que descansaba en el sugerente canalillo. El maquillaje era demasiado pesado y el lápiz labial tenía dos tonos más oscuros que el color de su blusa.
En su opinión, parecía el estereotipo de buscona madura de las que se veían en las peliculas americanas de adolescentes tipo «American Pie». No le gustaba esa forma de vestir de su madre y, sinceramente, creía que no la necesitaba.
– El ambiente de los sabados en este pueblo ya no es lo que era. – respondió ella aún algo molesta por haber vuelto a casa sin obtener su habitual revolcón semanal – Pero no te negaré que casi todos los locales estaban a rebosar esta noche.
Raúl pensó: «Si te refieres a los 4 o 5 bares de copas que hay a poca distancia en la calle principal y a las dos discotecas cutres, seguramente, a lo largo de los ultimos meses te has follado a casi todos los hombres solteros (y algunos casados) que frecuentan esos sitios. Si solo supieras que no hay necesidad de degradarte, yo mismo estaría más que feliz de cuidar de todas tus necesidades».
Era algo que a Raúl le consumía por dentro desde hacía mucho tiempo: la secreta atracción incestuosa que sentía por su madre y los celos que lo reconcomían en cada una de sus «escapadas» semanales.
Siempre había adorado a su madre, le parecía la mujer más guapa y cariñosa del mundo, y su relación había sido siempre muy estrecha, tanto que su padre muchas veces se lo recriminaba llamandole niño de mamá. Pero lo que en principio era un inocente y platónico enamoramiento infantil, con el tiempo fue evolucionando, sobretodo al convertirse Raúl tras el divorcio en el hombre de la casa, entonces comenzaron las dichosas salidas semanales y poco a poco fueron distanciandose. Lo curioso ,o inquietante según se mire, es que su obsesión morbosa no hacía más que crecer y se había convertido en la única musa de sus sueños onanistas. Al principio se culpaba constantemente por esos deseos contra natura, pero luego se fue autoconvenciendo de que no eran más que fantasías, algo más pervesas de lo común, pero solo fantasías. Y eso fue lo peor, ya que esas fantasías se convirtieron en una patológica fijación. Ya apenas salía excepto para ir a clase, rompió con su novia y evitaba a las chicas siempre que podía. Su vida social estaba entre poca y ninguna.
Ella se acercó a la ventana sacando a Raúl de sus cavilaciones.
– Y si no te has dado cuenta, está empezando a llover. ¡Casi me caigo de culo mientras caminaba de vuelta a casa con estos tacones! – dijo riéndose.
– El hombre del tiempo de la tele dijo que está a punto de cambiar el clima. – respondió Raúl con la mejor de sus frases de ascensor.
Finalmente Sandra salió de la habitación de su hijo. No le dió las buenas noches, porque todavía no planeaba irse a la cama. Al poco tiempo, Raúl también salió de su dormitorio y se asomó por el hueco de la escalera. Vió que se encendía la luz de la cocina. Comenzó a bajar lentamente, usando solo los pantalones del pijama, lo cual no era raro cuando estaba solo en su cuarto. Fue a la cocina y encontró a su madre junto al fregadero sirviéndose una copa.
Se volvió, apoyando su peso contra el marmol del mueble, cruzó el pie derecho sobre el izquierdo y tomó un sorbo del líquido oscuro mientras miraba a su hijo.
– ¿Por qué no estás fuera esta noche con…? ¿Cómo se llamaba…? – preguntó.
– Laura, su nombre es Laura. – dijo Raúl algo molesto – Ya te dije que estamos teniendo un ligero desacuerdo y que nos hemos dado un tiempo.
– ¿Entonces te ha dejado esa niñata? – Sandra se burló de él, captando el eufemismo de la ruptura – ¿Qué le has hecho? – dijo riendo – ¿O qué no le has hecho? – y ahora se carcajeaba abiertamente con evidentes sintomas de embriaguez.
Para no ser superado por su sarcasmo , bastante molesto por la mención a su exnovia y quizás envalentonado con las cervecitas que se había tomado, Raúl respondió sin pensar:
– ¿Pero qué te pasa? ¿Estás bebida o como llevas tan apretado el sujetador no te llega el riego sanguíneo al cerebro?.
Fué lo primero que se le ocurrió mientras contemplaba el sugerente escote de su madre. ¡Jodido subconsciente!
Los dos se quedaron un instante inmoviles mirándose en silencio. Raul ya se preparaba mentalmente para recibir la correspondiente bronca por la impertinencia y para agachar la cabeza y disculparse.
– ¡Oye, que soy tu madre! ¿Qué tal si te pego una azotaina en tu escualido trasero, jovencito? – dijo ella fingiendo enfado pero sin dejar de sonreir – Y además… ¿a qué viene eso ahora? – preguntó repentinamente seria y mirandole fijamente.
Raúl no sabía que contestar, esperaba una regañina y se sentía descolocado. Estaba dispuesto a pedir perdón pero no se le ocurría cómo explicarse, y cuando lo hizo fué para hundirse un poco más en la charca en la que él mismo se había sumergido.
– Yo… yo solo digo que no tienes que usar un wonderbra tan apretado para conseguir ese escote… no es de buen gusto… ¿o es el relleno que llevas puesto o el color de la blusa que está causando una ilusión optica? ¿Tal vez es la luz? – Él se burló de ella con un tono desenfadado intentando desviar hacia el terreno de la broma el lío en el que insistía en meterse. – ¡No creo que sean reales! – acabó sentenciando sin saber porqué.
Se arrepintió en el mismo instante en el que la última de las palabras salía de su boca. Y ahí se encontraba, un hombretón de veinte años y más de 1’80, tembloroso, con el rostro enrojecido por la verguenza y esperando la inminente bofetada de su madre
– Ven aquí. – pidió ella sin abandonar su expresion seria.
Raúl caminó lentamente los pocos metros que los separaban, para detenerse frente a su madre. Tenía una expresión asustada pero resignada en su rostro, cómo un reo frente a su verdugo.
– Adelante. – dijo ella, demostrando que la cantidad excesiva de alcohol en su cuerpo tenía un efecto demoledor en su sentido común. – ¡Tócalas!.
Raúl levantó la cabeza, alzó las cejas y su expresión cambió a una de absoluta sorpresa.
– ¿Cómo?- dijo con estupor.
– ¡Adelante, tócalas! – repitió – ¡Esta señora no necesita rellenar nada!
Raúl dudó un instante, pero no podía dejar pasar una oportunidad como esa. Ni en sus más febriles fantasias se había imaginado en una situación semejante. Lentamente acercó su mano derecha temblorosa y ahuecandola acarició suavemente su pecho izquierdo.
– Es un sujetador nuevo que compré el otro día. ¡Es normal y corriente! – aseguró Sandra sin extrañarse del hecho de tener frente a ella a su propio hijo palpandole un pecho.
– No sé, mamá, todavía creo que estoy sintiendo algo de relleno. – dijo Raúl disfrutando de la tibieza y suavidad del pecho materno acentuada por el tacto de la seda.
Él continuó acariciando suavemente a su madre. Le pareció bastante inaudito que ella hubiera bebido lo suficiente como para inducirle a tocar su pecho. Se preguntaba hasta dónde podía empujarla.
– ¡Maldita sea! – exclamó mientras se sacaba el top sobre la cabeza, dejando su cabello rubio desordenado. Llegó al centro del sujetador y desenganchó el clip. – ¡Vamos, mira a ver si encuentras algo de relleno! – Ella ordenó, mientras se bajaba los tirantes y le ofrecía el sujetador.
Raúl se quedó sin respiración. Por la opresion que sentía en el pecho estaba seguro de que su corazón había detenido sus latidos. Incluso temió haber sufrido un infarto.
Ante el se encontraba su madre desnuda de cintura para arriba alargandole su sosten para que lo examinara. Lo cogió como en un sueño sin despegar los ojos de las dos maravillas que tenía ante si. Eran unos pechos voluminosos y tan blancos que se apreciaban las venas azuladas que los recorrían, las areolas eran muy anchas y de un rosado palido, coronadas por unos pezones largos y gruesos. Tenían una ligera caida, nada extraño dado su tamaño, pero aún así le parecieron los pechos más preciosos que había visto en su vida.
Una magnifica erección empezaba a levantar el frontal del pantalón de su pijama. Para disimular, comenzó a girar el sostén examinandolo de una manera y de otra. Una gran sonrisa se extendió por el rostro de su madre cuando él le devolvió el sujetador sin decir ni una palabra .
Sandra satisfecha sacudió la cabeza. Ella había ganado. No soportaba perder, y menos en algo que hiriera su mermada autoestima.
Interiormente se dijo: «¡Ahora, veamos si tus pelotas son tan grandes como tu bocaza!» pero a pesar de su ebriedad mantuvo oculto ese pensamiento tan inapropiado y se conformó con una sonrisa victoriosa.
– ¡Así que engañaste a tu madre medio borracha para que te enseñara las tetas! – dijo con un ligero destello de lucidez. – ¿Qué piensas de ellas? ¿Quieres tocar todo para despejar tus dudas? ¿Para asegurarte de que no haya retoques de cirugía estética?.
La leve sonrisa que había aparecido en el rostro de Raúl al verla tan contenta desapareció inmediatamente. Sus ojos iban desde la expresión desafiante de los ojos azules de su madre hasta los pezones erectos, que quizás por estar expuestos al frescor de la desnudez parecían crecer un poco más.
Raúl dudaba entre su propia moralidad y el deseo de tocar el pecho seductor y prohibido. Luego se dio cuenta de que no había ninguna manera de que su razón o su moral se impusieran, y alcanzó las tetas con ambas manos, las palpó hacia arriba y las acarició suavemente.
Sandra miró las manos de su hijo acariciando sus pechos. «¡Es un hombre, estúpida idiota!» – pensó, sabiendo que eso no estaba bien. Sintió el calor de sus manos y como una sensación cálida recorría su cuerpo. «¡No dejes que lo haga!» le gritaba su mente mientras miraba como su propio hijo estrujaba sus pechos y sentía sus pulgares acariciando sus pezones. Ella no lo detuvo.
Mientras su hijo continuaba manoseando sus pechos, Sandra echó la cabeza hacia atrás y tomó otro sorbo de su copa.
– Son muy bonitos y suaves. – le escuchó decir. – Pero supongo que te lo dicen muy a menudo.
La implicación que su hijo había hecho habría resultado insultante en circunstancias normales, pero en ese instante lo unico que le provocaba era un punto de orgullo al escucharlo alabar sus pechos.
– Los hombres siempre se fijan en ellos… y en mis piernas. Son mis mejores activos para ligar. – ella replicó, lamentando la verdad de su declaración y afirmando inconscientemente la anterior ofensa de su hijo, que no era más que una divorciada de mediana edad que tenía que ir a bares de mala muerte vestida como una puta para conseguir un poco de atención.
– ¡Deberías parar de hacer eso! ¡Me estás dando un sofoco! – exclamó mientras su hijo seguía pellizcando sus pezones.
– Siempre usas pantalones, no recuerdo la última vez que vi tus piernas. – dijo Raúl con una mirada lasciva que no escapó a su madre.
Haciendo que retrocediera hasta apoyarla contra el mostrador de la cocina para hacer una mejor evaluación, Raúl usó ambas manos para tomar la falda, levantando el dobladillo hasta la mitad del muslo.
Sandra no hizo nada para impedirselo.
«Bueno, al menos ha dejado de tocarme las tetas» – pensó.
Raúl dió un pequeño paso atrás y miró fijamente las piernas de su madre. No eran las piernas perfectas y estilizadas de una modelo, pero sus muslos le parecían tan impresionantes como sus pechos e igual de blancos y suaves.
– ¿Sabes qué es lo más interesante de las piernas de una mujer? – preguntó Raúl mirandolas con admiración.
– ¿Qué es lo más interesante de las piernas de una mujer? – dijo ella con la voz subitamente ronca.
– Que llegan hasta el culo. – dijo Simón y se rió a carcajadas.
– ¡Lo hacen, puedo dar fe de ello! – exclamó ella, ignorando lo inadecuado de toda la situación y perdiendo incluso el poco sentido comun que aún le quedaba. – Llegan desde aquí hasta el trasero. – dijo acariciando sus piernas.
Se llevó el vaso a la boca y lo apuró de un solo trago. Hizo una mueca mientras tragaba todo el ardiente liquido.
Parecía que el calor de la casa, comparado con el frío del exterior, estaba intensificando el efecto que el alcohol estaba teniendo en Sandra.
Sus ojos parpadearon sorprendidos mientras veía a su hijo inclinarse y atrapar el pezón izquierdo con su boca.
Involuntariamente dejó escapar un gemido.
– ¡Te estás tomando demasiadas libertades con las tetas de tu madre! – murmuró ella. – ¡Te pedí que pararas! ¡Por favor! ¡No lo chupes! – dijo, pero… «¡Maldita sea, que bien se siente!» fue lo que verdaderamente pensó.
Mientras Raúl le estaba chupando un pezón y seguía acariciando sus pechos, tomó la decisión consciente de desafiar su suerte, y ver hasta dónde podía llegar con su madre.
Alcanzó su cadera izquierda y buscó a tientas el botón de su falda. Finalmente lo encontró y, desabotonándolo, buscó a tientas la cremallera. Bajando la cremallera, la falda cayó fácilmente de sus caderas hasta quedar arrugada a sus pies.
– Eres un chico muy escéptico, cariño. – murmuró ella, dándole una leve palmada en la cabeza. – No estarás satisfecho hasta que demuestres que mis piernas llegan hasta mi trasero. ¡Adelante! ¡No te detendré! Pero lo hacen.
Raúl soltó sus pechos y se concentró en tirar de los pantis de sus caderas y piernas.
Sandra trató de levantar las piernas para deshacerse de sus pantis, pero, debido a su embriaguez, casi se cayó al suelo, y terminó frente al fregadero, agarrandose con ambas manos en el mostrador y levantando docilmente un pie y luego el otro mientras Simón se agachaba para acabar de quitarselos.
Y una vez hecho no se detuvo ahí, y lentamente deslizó sus dedos en el elástico de las bragas y se las quitó también .
– Mira, te lo dije, me llegan hasta el culo. – murmuró ella. – ¿Qué piensas de mi trasero? ¡Me han dicho que tengo un buen culo!
Si Sandra hubiera podido hacer una evaluación racional, los besos plantados en sus nalgas habrían respondido a su pregunta.
Raúl pensó que su culo era delicioso y realmente se lo habría dicho si pensara que realmente la afectaría. Tuvo un breve momento de remordimiento pensando que se estaba aprovechando de su madre borracha, pero al ver frente a sus ojos semejante maravilla de la naturaleza, empujó el pensamiento profundamente en su mente mientras mordisqueaba una de sus nalgas, haciéndo reír a su madre.
– ¡Me estás haciendo cosquillas! – exclamó ella, riendo aturdida por el alcohol.
Raúl dejó de mordisquear sus nalgas y recorrió con la punta de su lengua desde la parte inferior de su cuerpo hacia la parte superior, siguiendo su columna y haciendo que los músculos de sus glúteos se contrajeran de placer mientras continuaba riendo.
Levantándose, Raúl se tocó la polla que ya sobresalía ostentosamente del pantalón de su pijama.
– ¿Quieres acostarte ya, mamá? – dijo Raúl.
– Puede que sea lo mejor, pero creo que necesitaré ayuda. – dijo ella.
Raúl colocó el brazo derecho de su madre alrededor de su cuello, luego envolvió su brazo izquierdo alrededor de la cintura de ella y el derecho bajo sus muslos. La levantó con cuidado, llevandola apretada contra su pecho hacia las escaleras y comenzó a subir.
– Mi habitación está más cerca. – dijo Raúl y al no escuchar ningun impedimento por parte de ella, entró y la depositó suavemente sobre su cama.
Sandra sentada totalmente desnuda en la cama de su hijo, levantó los pies del suelo, y se dejó caer sobre las almohadas.
Raúl se acercó a la mesa para apagar el portatil y luego cerró la puerta. Encendió la luz del techo y le dio a la habitación una luz más potente.
– Mamá… ¿sigues despierta?. – preguntó con voz queda.
– Sí, cariño, solo estoy descansando los ojos, ¿por qué hay tanta luz aquí? – dijo ella.
Raúl no contestó, pero se quitó el pantalón del pijama mientras estudiaba el cuerpo desnudo de su madre. El ensortijado mechón de vello rubio que cubría su pubis, las abundantes tetas que se desparramaban a ambos lados de su pecho, la ligera hinchazon de su vientre donde se hundía su precioso ombligo. Luego se miró su propia polla que se erguía dura como el acero.
Su madre mantenía sus piernas cerradas. Raúl, con delicadeza, separó una y después la otra, ensanchandolas y revelando los misterios de su sexo.
– Sé lo que estás haciendo. Lo sé. – murmuró ella.
– ¿Qué estoy haciendo? – preguntó Raul con una punzada de preocupación porque su deseo incestuoso pudiera ser negado.
– Me han dicho que tengo un coño muy bonito, ¡supongo que tú tampoco te lo crees! ¡así que adelante! ¡de todos modos no puedo detenerte! – dijo ella.
Raúl finalmente hizo que las piernas de su madre se separaran lo suficiente. Luego le levantó las rodillas ligeramente. Poniéndola en esa posición podía observar su sexo en todo su esplendor. Tuvo otro momento de duda, lo que deseaba hacer suponia cruzar la barrera más prohibida y tabú que existía en nuestra cultura, pero todas las dudas se desvanecieron cuando contempló los sonrosados labios de su coño entreabiertos y rezumando jugos abundantemente. Se colocó entre sus piernas, se apoyó en su brazo izquierdo extendido mientras con la mano derecha agarraba su polla buscando la entrada a su tesoro.
Debido al nerviosismo que hacía que su mano temblara ostensiblemente y a su poca experiencia la situación se puso complicada. Después de intentar penetrarla cuatro veces en vano, su madre le sonrió divertida y apartando su mano agarró su erección y ella misma la guió hacia su agujero prohibido. Al sentir la punta de su polla en posición, Raúl empujó introduciendose profundamente dentro de ella, luego se bajó, apoyando su peso sobre sus codos mientras la acunaba entre sus brazos.
Se quedó un momento inmovil sintiendo como la humedad y el calor del sexo materno envolvían su miembro.
– Ummmmmmmm, es la mejor sensación de mi vida. – murmuró en un tono cariñoso al oído de su madre que sonrió complacida.
Raúl comenzó a entrar y salir lentamente del coño de su madre, enfocándose en la sensación que sintió su polla y se embriagó con el placer que el sexo incestuoso le estaba provocando.
– ¿Estás despierta? – Raúl le preguntó repetidamente a su madre mientras la follaba.
– Ummmmmmm… Sí… Por supuesto… ¿No te detendrás ahora, verdad? – Él no respondió sino que continuó penetrandola con obstinada dedicación.
Después de un buen rato, Raúl aumentó el ritmo bombeando enérgicamente dentro de ella. La aceleración duró tal vez 20 segundos, luego nuevamente ralentizó el ritmo.
– Hazlo de nuevo. – dijo Sandra unos momentos después.
Raúl perforó con fuerza el coño de su madre durante otros 20 o 25 segundos antes de retomar el ritmo de antes.
Solo un momento después, entre risas, Sandra dijo:
– Otra vez.
Sandra gemía con fuerza con cada acelerón. Pasó de ser pasiva a súper activa cuando levantó más las piernas y presionó las rodillas contra las caderas de su hijo cruzando los pies a su espalda.
Sus movimientos no pasaron desapercibidos por Raúl.
Cuando le pidió «hacerlo de nuevo» por cuarta vez, Raúl alargó el ritmo frenético hasta que su madre gimiendo si control se corrió.
Cuando su hijo disminuyó la velocidad hasta detenerse Sandra respiraba con dificultad.
Raúl notaba como la vagina de su madre palpitaba alrededor de su polla. Era como si sus musculos internos la masajearan. Jamás había sentido nada semejante las pocas veces que se había acostado con su exnovia. Sentía que estaba a punto de correrse por lo que comenzó de nuevo a penetrarla, al principio lentamente pero no tardó en adquirir un ritmo desbocado.
Sandra aún no se había recuperado de su orgasmo y su vagina empapada era penetrada frenéticamente de nuevo.
Ahora los dos gemían descontrolados en una cópula salvaje. Raúl enardecido, follaba a su madre con furia. Se le cumplía su mayor deseo, su más anhelada fantasía, su pasión incestuosa multiplicaba el placer hasta el infinito. Y Sandra pese a estar agotada por el reciente orgasmo y con la coordinación afectada por el alcohol era una participante tan entregada como su hijo.
Finalmente, Raúl hundió su polla en las profundidades del coño de Sandra y un abundante chorro de cálido semen salió con fuerza de ella, seguido de otro, y de otro.
Al sentir como el semen de su propio hijo llenaba el interior de su sexo, Sandra bramó como un animal y experimentó un orgasmo tan arrollador que se desmayó mientras los espasmos de placer aún recorrían su cuerpo.
Aunque no había sido follada por tantos hombres como su hijo quería creer, su celo por un buen polvo le valió una reputación en el círculo de hombres a los que les había permitido acostarse con ella, pero a pesar de toda su variada experiencia jamás había disfrutado de un placer tan increible.
Y con ese ultimo pensamiento en su cabeza quedó desmadejada sobre la cama con su hijo todavía en su interior.
Con su deseo satisfecho, la polla de Raúl se encogió poco a poco después de haber llenado con su fertil esperma el vientre de su madre sin pensar en las posibles consecuencias. Se deslizó de entre sus piernas y se tumbó agotado junto a ella. Giró su cabeza mirando a su madre, que rápidamente había quedado inconsciente. Agarró el edredón, los cubrió a ambos y no tardó mucho en dormirse a su vez.
* * * * *
El sol del mediodía entraba por la ventana cuando Raúl comenzó a despertarse.
«¡Uff… Menudo sueño!» fue lo primero que pensó notando como una erección mañanera tensaba su miembro. Un ruido le hizo dar un respingo y girar la cabeza, entonces vió a su madre tumbada a su lado roncando suavemente, eso ya de por sí hizo desaparecer inmediatamente su erección, pero el hecho de que el edredón dejara al descubierto sus gloriosos pechos desnudos le formo un nudo en el estomago y un temblor tan intenso que temió estar a punto de sufrir un infarto a sus tiernos 20 años.
«¡Joder, que no fue un sueño!» pensó aterrado. «¿Qué demonios he hecho? ¿Y ahora qué le digo? Perdona mamá, pero anoche te follé por accidente. Estaba más salido que un mono atiborrado de viagra y no lo pude evitar, ah, y cambiando de tema ¿hay cereales para el desayuno?»
Mientras su cabeza daba vueltas una y otra vez al lío en el que se había metido, sus ojos ajenos a las preocupaciones seguían clavados en las desnudas tetas de su madre.
Aunque anoche ya las había visto (y tocado) era ahora, a la luz del sol, cuando las podía contemplar con total claridad y eran un par de pechos magníficos. A pesar de que se vencían un poco a ambos lados, lo cual no era raro dado su tamaño, aún se mantenían bastante firmes. Eran tan palidos que apenas se podía distinguir el color rosado de las areolas salvo por los gruesos pezones que los coronaban.
Poco a poco, como sucedió la noche anterior, la lujuria iba sustituyendo al sentido común y dejó de preocuparse por la, con toda probabilidad, descomunal bronca que le esperaba o la posibilidad de que su madre le pusiera de patitas en la calle, o incluso que lo denunciara y acabara en la carcel… Nada de eso evitaba que sus manos se dirigieran con determinación hacia esas maravillas.
«Bueno… total… ¿qué más me puede pasar?» – pensó justificandose mientras nuevamente tomaba posesión de las tetas de su madre – «Lo hecho, hecho está, y si esto me va a costar caro al menos que valga la pena».
Al principio las apretó con suavidad, y viendo que no despertaba las comenzó a amasar pellizcando sus pezones. Un gemido de ella le hizo detenerse, pero al ver que seguía con los ojos cerrados decidió ir un paso más allá. Agarró el edredón y la descubrió totalmente.
Ante él se encontraba la representación majestuosamente desnuda de todas sus fantasias. Era la primera vez que veía en directo un sexo cubierto de vello rubio. Aunque ahora, a plena luz, apreciaba que su color no era tan claro como su melena, pero aún así le pareció precioso. El vientre ligeramente abultado y sus anchas caderas no eran como los de una adolescente pero al contemplarla en toda su madura voluptuosidad conseguía que su polla vibrara tensa a reventar. Alargo su mano hasta colocarla suavemente sobre su coño.
Estaba pegajoso. El vello se notaba apelmazado y un poco aspero. Los restos de flujos vaginales y semen de su noche de pasión se habían secado por toda la entrepierna de su madre.
Se colocó entre sus muslos. La cama de su dormitorio no era muy grande así que puso la almohada en el suelo y arrodillandose encima de ella se inclinó abriendo lentamente las piernas de Sandra.
Los labios sonrosados de su sexo estaban ligeramente entreabiertos y, para sorpresa de Raúl, coronados por un abultado clítoris. La noche anterior, con los nervios y la precipitación no había podido apreciarlo, pero era bastante mas hinchado y protuberante de lo normal. Casi le pareció un minúsculo pene.
Otra cosa que notó fué el olor. Su sexo despedía un olor muy intenso. Era una mezcla de aromas. Semen, orina, sudor y quzás a algo más que no supo identificar.
Con lo escrupuloso que era, Raúl se sorprendió de que ese olor lejos de repelerlo hiciera que sin dudar ni un instante hundiera su rostro entre sus ingles y comenzara a degustar su sexo como si se tratara del más exquisito manjar. Lamió la hendidura de abajo arriba deteniendose para rodear su clítoris con la lengua. El sabor le resultó un poco acre pero no dejó de hacerlo.
Aún dormida, Sandra comenzó a menear sus caderas empujandolas contra la boca de Raúl y los jugos empezaron a fluir en abundancia.
Raúl introdujo dos dedos en el interior de su coño y mientras los metía y sacaba puso sus labios sobre su abultado clítoris succionándolo con fuerza.
Sandra gradualmente se fue deslizando fuera del sueño mientras unos espasmos le recorrian el vientre. Poco a poco se dió cuenta de que alguien le estaba comiendo el coño. Estiró su brazo y puso la mano sobre el pelo del que le estaba proporcionando tanto placer y con un fuerte gemido se corrió.
Raúl siguió chupando mientras un torrente de flujos se deslizaba entre sus labios. Su madre gemía desatada mientras su orgasmo se alargaba y pequeñas sacudidas agitaban su vientre.
De repente, Sandra tuvo una especie de revelación y los recuerdos de la noche anterior inundaron su consciencia. Aún recuperandose de su reciente orgasmo agarró la cabellera del que se lo había proporcionado y separandolo de su rezumante coño lo miró.
Ante ella se encontraba el rostro de su propio hijo con la cara húmeda cubierta de los jugos de su sexo.
– ¿Estás despierta? – susurró Raúl.
– Sí – Sandra respondió con dureza. – ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
– ¿Te acuerdas de lo que pasó anoche? – preguntó Raúl.
– Sí, mi memoria está volviendo poco a poco. – respondió ella con un suspiro.
Raúl se levantó un poco y apoyo la cara sobre el vientre de su madre mirandola fijamente y esperando el vendaval con resignación.
Sandra lo miraba. Al principio le horrorizó lo que habían hecho, luego la enfureció, pero cuando vió a ese veinteañero enorme tumbado sobre ella con las lagrimas a punto de desbordar sus ojos sintió una profunda ternura.
– ¿Pero cómo se te ocurrió esto, cariño? -dijo acariciandole el pelo- Sabes que no está bien. ¡Soy tu madre, por Dios!
– Porque te quiero, mamá. -se justificó con apenas un susurro.
– Yo también te quiero mi amor, pero esta no es la forma normal en la que una madre y un hijo deberían quererse. Imagina si se entera alguién. ¿Qué crees que pasaría si se enterase tu padre? -dijo ella sin dejar de acariciar el cabello de su hijo.
– ¡No me importa papá! ¡Es un cerdo! -dijo subitamente enojado.
– No te lo niego, cariño. -dijo sin poder evitar sonreir- Pero esa no es la cuestión.
– ¿Y cual es? -preguntó Raúl.
De repente tuvo un momento de claridad, se había dado cuenta de que su madre no cuestionaba el hecho en sí de haber follado con su hijo ni hacía hincapié en la inmoralidad de ese acto sino en las posibles repercusiones de que se hiciese público. Subconscientemente había dejado abierta una puerta y Raúl no pensaba dejar que la cerrase.
– ¡Que soy tu madre, por ejemplo! -dijo Sandra.
– Nadie te va a querer más que yo, mamá. Nadie. -dijo mirandola.
Sandra miró el rostro de adoración de su hijo e inmediatamente supo que lo que decía era cierto.
– Lo sé mi amor, pero no puede ser. -intentó explicarle.
– ¿Porque no? -pregunto obstinado.
– Hay tantas razones, cariño. -dijo ella con un suspiro.
– Ninguna que me importe más que tú. -dijo mirándola con absoluta deteminación.
Sandra no pudo evitar que un punto de orgullo acelerara su corazón, pero debía seguir siendo la voz del sentido común.
– Me siento muy halagada, cariño… mucho, pero no puede ser. Compréndelo. -dijo y ahora era ella la que estaba al borde de las lagrimas- Lo que sientes es fruto de las hormonas de un jovencito confuso. No sería justo ni para tí ni para mí.
Raúl al darse cuenta de la tristeza de su madre se subió a la cama junto a ella y la abrazó.
– Te quiero mamá y eso nadie podrá evitarlo jamás. -dijo estrechando su cuerpo desnudo contra el de ella- Anoche me preguntaste por Laura ¿lo recuerdas? – Sandra asintió- Pues la dejé por tí. Cuando estaba con ella no podía dejar de pensar en que desearía que la que estuviese conmigo fueras tú.
Esa declaración hizo que una oleada de calor recorriera todo su cuerpo estremeciéndola. ¿Era amor, era orgullo, era deseo? No sabía identificarlo claramente pero tampoco podía obviarlo.
De repente fue consciente de que se encontraba en la cama de su hijo, abrazada completamente a él, y ambos totalmente desnudos. Notó como su polla erecta se apretaba contra su vientre y no pudo evitar que su cuerpo reaccionara al estímulo inundando de jugos su sexo.
Raúl miraba a su madre y pudo ver en sus ojos la duda y el miedo, pero también el amor y el deseo, por lo que pensó que el siguiente paso que tomara resolvería el destino de su relación.
Suavemente, pero con determinación, la besó.
Al principio, sorprendida, Sandra no cooperó demasiado, pero al instante tenían sus lenguas enredadas y se besaban con pasión.
No hizo nada cuando su hijo se puso sobre ella, ni evitó que separara sus muslos, y esta vez no tuvo que colaborar para que introdujera su polla en su interior, estaba tan húmeda que se deslizó como un cuchillo en la mantequilla. Empezó a follarla, al principio lentamente pero poco a poco fue embistiendola con pasión animal. El cabecero de la cama golpeaba contra la pared acompañando como una caja de ritmos los jadeos y gemidos que salían de sus bocas. Ambos tenían clavada la mirada en el otro. Raúl veía cumplido su sueño al ver la cara de su madre distorsionada por la lujuria y el placer, consciente de quien la penetraba. Y Sandra descubría como el amor que sentía por su hijo se transformaba en algo diferente a como había sido unas horas antes.
Raúl notó que no aguantaría mucho más e intentó reducir el ritmo, pero Sandra que también se había dado cuenta entrelazó sus piernas alrededor de la cintura de su hijo, y agarrando su culo con las dos manos lo empujó con fuerza en su interior.
– Ni se te ocurra pararte ahora. -casi le gruñó Sandra.
Raúl no dijo nada, pero la embistió con más energía.
Ambos se follaban sin pensar en nada más que en el placer. En ese instante no eran madre e hijo, no existía la moral, ni las normas, simplemente eran una mujer y un hombre copulando como animales.
Finalmente, Raúl con un grito de placer y de triunfo se corrió de nuevo inundando el interior de su madre con su semilla. Ella, al sentir el chorro de semen llenando su coño, se estremeció con un orgasmo que recorrió todo su cuerpo.
Raúl siguió penetrandola mientras su polla se vaciaba chorro a chorro, y Sandra temblaba alargando su propio clímax.
Poco a poco fueron deteniendose hasta que Raúl quedó tendido exhausto sobre el cuerpo de su madre. Ambos tenían aún la respiración acelerada.
No sé quién sonrió primero ni quién inició el beso, pero después del sexo salvaje ahora ambos se besaban con un amor incipiente y desconocido pero ilusionante.
Raúl se salió de su madre tumbandose junto a ella, apoyó su cabeza sobre sus pechos, y abrazándola se durmió con una sonrisa en los labios. Por primera vez en su vida experimentó la sensación de estar en el sitio exacto al que pertenecía.
Sandra, por su parte, sentía una felicidad que no experimentaba desde la traición de su marido. Incluso mucha más.
Mientras acariciaba el pelo de su hijo pensaba que algo que los hacía tan felices a los dos no debía ser del todo malo y, a pesar de que sabía que no era lo correcto ni lo adecuado, también sabía que le sería muy difícil, sino imposible, prescindir de lo que fuera que tenían.
Otro pensamiento la aterró : ¿Había tomado la pildora anticonceptiva? Solía tomarla regularmente aunque siempre usaba preservativos en sus salidas como precaución. Luego, sin falta, se pasaría por la farmacía para pedir la pastilla del día después. Mejor prevenir. Y ya de paso compraría una caja de preservativos.
«Mejor dos o tres» – se dijo mientras una sonrisa llenaba su rostro – «Sospecho que ahora voy a gastar más».