Cumpliendo mi fantasía con el profesor
Mi fantasía
Cada una de esas insignificantes motitas de polvo podría ser un universo oculto más allá de la realidad que perciben nuestros ojos. Eran cientos de ellas, flotando perezosas a lo largo del haz de luz que se colaba por las ventanas del salón O—2 del segundo piso en el edificio “A”. El haz acudía desde la estrella más cercana para golpear el suelo frío de aquella aula en la que Luis, el profesor de Física, impartía sus clases, los miércoles y viernes, con la pasión intensa de quien ama su trabajo y adora compartir sus conocimientos con los demás. Las clases de Luis siempre eran muy interesantes por cómo explicaba los fenómenos en la naturaleza que uno nunca ve porque no parecen muy interesantes, después de todo, han estado allí toda la vida y el conocerlos no los cambiará demasiado. Luis, una mota de polvo más en el haz de esta realidad, quería marcar una diferencia notoria en la vida de sus alumnos, no sólo enseñarles lo que sabía, sino generar en ellos el gusto de entregarse por completo al hacer cualquier cosa que hicieran, aunque fuera algo mínimo e insignificante, como una mota de polvo surfeando un haz de luz vespertino.
La clase ya había terminado y todos se habían marchado a su casa luego de haber entregado su examen. Luis borraba las líneas blancas del gis, que habían marcado en el pizarrón los aspectos importantes para el examen. El movimiento de su brazo generaba más de esos microscópicos universos que caerían al frío del olvido; el suelo del aula, que era un universo aparte del que existía en los pasillos del edificio.
No obstante, Luis no estaba sólo en aquel salón. Sentada en su pupitre en la segunda fila, en silencio e intentando pensar en las respuestas que había escrito en su examen, estaba Melody. No era la mejor de las alumnas, pero sí una que intentaba dar lo mejor de sí en cada prueba. Sentía que era su responsabilidad hacerlo y la única obligación que su madre le había impuesto.
Melody no se había ido junto con sus compañeros porque sabía que los viernes ellos iban a algún bar, billar o antro en el que bebían alcohol como si fuera agua hasta quedar perdidos en la oscuridad de su propia estupidez. A ella no le gustaba el sabor amargo del alcohol y prefería volver a casa después de clases. No obstante, día a día llegaba a una casa vacía y fría, mamá trabajaba y papá había muerto hacía tres años, en la cual su única distracción estaba en la pantalla de su computadora. A Melody le gustaba leer relatos eróticos y su escritor favorito era Hipólito Salazar, un tipo que, en opinión de ella, sabía muy bien cómo calentar a sus lectores. El tipo escribía tan bien que ella no podía evitar que sus manos temblorosas se metieran por debajo de la tela de sus ropas para imaginar que era ella la protagonista de esas historias tan excitantes. Lo leía a diario y a diario su rostro se encendía y sus manos terminaban mojadas de su propia calentura. Llegó un momento en el que no podía concentrarse en sus clases por estar recordando alguna parte de algún relato que había leído y se consumía en su lugar, mirando el reloj constantemente, contando los infinitos minutos que faltaban para que el día terminase y ella pudiese ir a casa y quitarse la ropa frente al espejo o frente a la pantalla de su computadora y estimularse con las palabras placenteras de su escritor favorito. Su punto de quiebre fue aquella ocasión en la que no soportó más las ansias y salió de la clase de literatura para ir al baño a calmar su deseo con los dedos. Sabía que masturbarse no era malo y lo disfrutaba siempre. Sin embargo, la actividad estaba afectando su concentración y no quería que sus calificaciones bajaran por estar con la mano entre las piernas. Era esa la razón por la que se quedaba en la escuela después de clases, haciendo tarea o ayudándole a alguno de sus maestros. Pretextos, simples pretextos. Los días que más le gustaba quedarse eran los viernes, cuando su última clase del día era física y Luis le hablaba del principio de inercia, de fricción, de la entalpía o de cualquier otra cosa que no hubiera entendido durante la clase. A veces no podía reprimirse y las imágenes de su maestro poseyéndola, como si su vida fuera una novela de Hipólito Salazar, asaltaban su mente y la hacían enrojecer. En varias ocasiones había tenido el impulso de arrojarse sobre él y arrancarle la ropa delante de sus compañeros, en todas esas ocasiones una sonrisa había curvado sus labios al pensar que su escritor favorito podría hacer maravillas con una idea como esa. Quizá algún día se animaría y le escribiría una carta, diciéndole cuánto le agradaban sus relatos y las cosas que le hacía pensar.
En la paleta de su banca, Melody dibujaba figuras invisibles con la punta de su uña. Sus ojos no dejaban de mirar la curva en el pantalón de su profesor debajo de la camisa, más allá del haz de luz que servía de ola para las motitas de polvo. Su mirada se movía de un lado a otro junto con el movimiento pendular de la cadera de Luis, mientras él quitaba el gis de la superficie verde de su herramienta de trabajo. Cómo le gustaría apretarle las nalgas a su profesor. Se imaginó haciéndolo y, sin que se diera cuenta, su uña hizo un surco en la madera de la paleta. Su mente, aglomerada por esos relatos, le hacía pensar que él le correspondería de la misma forma. Su mente influenciada por el mundo de perfectas posibilidades que Hipólito había creado, le hacía ver deseo en las miradas de su profesor durante las clases.
En ese momento Luis se dio la vuelta y la miró a los ojos. El contacto visual duró muy poco en opinión de Melody, el roce fue apenas fugaz, lo que dura la vida de un meteoro. Con esa mirada, Luis le dijo a Melody que no tenía interés alguno en enredarse con una de sus alumnas. Ella debió de haberlo sabido, era imposible que un hombre como él se interesara en alguien como ella. Aunque por otro lado, esas miradas fugaces podrían estarle diciendo: “No te miro porque me caliento.”
Claaaaaro, pensó Melody y apartó la mirada a cualquier otra parte mientras lanzaba un suspiro con el que intentó alejar esos pensamientos de su mente. Necesitaba tranquilizarse y bajar su temperatura.
Ese gesto llamó la atención de Luis, quien levantó la mirada del escritorio y la posó, sin darse cuenta, o tal vez sí, en el cuello de su alumna, en la piel clara y sedosa y juvenil que la sombra del cabello castaño ocultaba bajo su manto protector. Luis recordó que hacía poco los compañeros de Melody la habían felicitado por cumplir 18 años. Sus ojos seguían clavados en el cuello de su alumna y sintió una ola de calor recorriéndole el cuerpo. En un intento por apartar la mirada de la piel de su alumna, sus ojos cayeron sobre las piernas de su alumna, en el borde de su falda tableada. Ella no era de esas a las que les gusta mostrarle las piernas a todo el mundo, por lo que su falda no era corta y no le permitía a Luis ver ni las rodillas, pero pudo adivinar las curvas de unos muslos. El que estuvieran tan ocultos sólo hizo que su curiosidad se asomara y le preguntara si serían tan suaves y firmes como los estaba imaginando.
Melody, sintiendo la mirada de su profesor, levantó el rostro y el brillo en los ojos oscuros del hombre al otro lado del escritorio la asustó un poco.
— ¿Se siente bien? —le preguntó con tono inocente, en ese momento notó que de ese modo comenzaban los pasionales encuentros en los relatos de Hipólito Salazar.
Luis sintió una punzada en la base de su columna provocada por el tono con el que su alumna le había hablado, nunca antes lo había hecho así y pensó que… no, no, no. Estaba imaginando cosas. No era la primera vez que Melody se quedaba con él y la chica no tenía motivo alguno para intentar seducirlo.
— Claro que estoy bien —replicó componiéndose un poco y clavó la mirada de vuelta en los aburridos exámenes sobre el escritorio—. Es sólo que con este calor no se me ocurre ni cómo explicar el principio de inercia.
— Ah, por un momento pensé que sería algo muy grave.
Replicó Melody devolviendo sus ojos a donde se encontraban antes; la grieta aburrida en la pared. Sus mejillas estaban sonrosadas un poco y sentía cómo los latidos de su corazón comenzaban a normalizarse.
Los dos volvieron a quedar en silencio y Luis continuó calificando los exámenes mientras Melody siguió dibujando en la paleta de su banca con la uña. Cuando Luis llegó al examen de su alumna presente, notó una extraña marca en una de las esquinas inferiores de la hoja. Era una pequeña “H” roja con una “S” negra en forma de rayo dentro de ella, Luis conocía esa marca. Al principio no pudo creerlo y levantó la mirada hacia Melody.
— ¿Conoces a Hipólito Salazar? —cuestionó con desconcierto en su voz.
Melody levantó la mirada hacia su maestro, el asombro estaba impregnado por todo su rostro.
— Sí —dijo recordando el dibujo que había hecho en la esquina de su examen, cuando lo había hecho no se había imaginado que su profesor lo reconocería—. Es mi escritor favorito —agregó y uno de los tantos relatos de Hipólito se le vino a la cabeza—. ¿Usted lo conoce?
— ¡Claro! —dijo Luis con demasiado entusiasmo en su voz. Carraspeó para ponerse serio y agregó—: Sí, lo conozco. Me gusta más que otros escritores. Mi relato favorito de él es Fantasía.
Se arrepintió un poco después de decirlo. El relato mencionado hablaba del encuentro candente entre un maestro y su alumna en el despacho que él tenía en la parte baja del edificio, podría decirse que era el sótano. Claro que al final, resultó ser que el encuentro no había sido real, sino que el profesor lo había imaginado todo y estaba masturbándose.
— Sí, es muy… realista, yo no me esperaba el final. —comentó Melody con voz tímida y se mordió los labios, intentando ser disimulada. Aun así Luis notó el gesto y por debajo del escritorio, al pensar en ese relato y en las piernas ocultas de su alumna, la erección apareció.
— Yo tampoco —comentó—, me habría gustado más que terminaran juntos. Solos en ese lugar sin nadie que los molestara.
No se dio cuenta, o tal vez sí, de que estaba describiendo más el entorno en el que se encontraban ellos que el del relato.
— Bueno, creo que lo que lo hace particular son sus finales. A mí me dejan insatisfecha, pero me encantan a la vez. —se calló de repente al darse cuenta de que había hablado demasiado. Nunca se había imaginado que terminaría hablando de relatos eróticos con su profesor de física.
— ¿Cómo habrías preferido que terminara? —le preguntó él, olvidándose de los exámenes. Se recostó en el asiento y cruzó sus manos delante de él, estaba seguro de que ella no vería el movimiento, y se sobó la punta del pene.
— Hubiera preferido que fuera real —expresó de pronto, recordando el cómo había disfrutado de sus propias manos estimulando cada recóndito pliegue de su piel. La sangre le subió a la cara y se sintió un poco incómoda—. Creo que debería irme. —dijo poniéndose de pie y se echó la mochila al hombro.
— ¡No, espera! —la detuvo Luis, poniéndose de pie con las manos sobre el escritorio—. No te vayas, si te incomoda podemos dejar el tema, pero no te vayas.
A Melody le sorprendió la repentina acción de su profesor y se preguntó por qué querría que se quedara con él, acompañándolo en un salón vacío en el que… ¡Silencio! Acalló sus pensamientos y olvidó la pregunta que tenía para su profesor. Dejó su mochila en el suelo y se sentó de nuevo.
— Acércate —le pidió Luis sentándose de nuevo. Su corazón latía con fuerza y las palabras en su mente, que pretendía decirle a su alumna, no deberían ser expresadas en voz alta, o eso pensaba él. Ese tipo de cosas deben dejarse para la intimidad solitaria de algún cuarto oscuro, cuando uno puede invitar a las fantasías para que se hagan realidad, al menos por un momento. No obstante, el autocensurarse lo provocaba más, la sensación de estar haciendo algo que no debería lo excitaba.
Melody se levantó de su asiento y se acomodó la falda como siempre hacía al dar los primeros pasos. Luis se sorprendió al darse cuenta de que esperaba ese movimiento, lo conocía y lo disfrutó. Taciturna, Melody se quedó de pie delante del escritorio con la mirada clavada en la hoja de su examen. El símbolo de su escritor favorito le hizo un guiño desde la punta de aquella hoja
«Pues ya vas, si te gusta y quieres, ¿por qué no?»
y se obligó a reprimir la sonrisa que amenazaba con aparecer en sus labios.
— ¿De verdad prefieres que sea real? —preguntó Luis y en su voz se notó un poco del nerviosismo que sentía.
— ¿Por qué me pregunta eso? —cuestionó Melody con un temblor en la voz y retorciendo la tela al borde de su blusa escolar.
Luis no respondió, se puso de pie como cuando se preparaba para explicar algo con diagramas blancos dibujados en el pizarrón. Sólo que no caminó hacia la pared detrás de él, sino que rodeó el escritorio y se paró delante de Melody, sin acercarse demasiado para no invadir su espacio personal.
— Nosotros podemos hacerlo real. —dijo, pensando que sería la línea perfecta del protagonista de esa nueva historia.
Melody jadeó ante la proposición que, si no estuviera prohibida, adoraría aceptar. Pero, ¿acaso no era porque estaba prohibido que quería aceptarla?
¡Benditas paradojas!
— No, no debemos. —atajó Melody clavando la mirada en las puntas de sus zapatos negros.
— Tal vez —dijo Luis y deslizó su mano por la superficie del escritorio hasta la mano de su alumna—. Pero podemos.
Melody levantó la mirada hacia los ojos oscuros de su profesor.
— Sí, podemos. —murmuró y se permitió disfrutar del tacto caliente de la mano fuerte y grande sobre la suya pequeña y delicada. Luis jadeó, no se esperaba esa respuesta, estaba casi seguro de que ella le golpearía el rostro con la palma de su mano y saldría corriendo del aula para denunciarlo con el director, se alegró de que ella no hiciera eso y le encantó su respuesta.
Dio un paso hacia adelante. Su otra mano buscó la de Melody. Se relamió los labios y tragó saliva antes de inclinar su rostro hacia el de ella. Los labios de Luis acariciaron con timidez los de Melody. Ella devolvió el beso con roces dudosos. Sin darse cuenta apretó las manos de su profesor en un intento por no salir despedida más allá de la atmósfera terrestre como algún transbordador espacial. Los labios del profesor se acostumbraron los de la alumna. Luis se permitió disfrutar del sabor de aquella boca y dejó que la punta de su lengua saliera un poquito más allá de sus labios preguntando si la de ella podía salir a jugar. Melody lo imitó y, al sentir el contacto de aquella otra lengua caliente y húmeda, se le escapó un jadeo suave; no podía creer que estuviera haciendo eso con su maestro. La idea, la aceptación de que lo que estaba sucediendo era real y no sólo fantasía le fascinó a Luis y lo ponía más duro.
Luis permitió que el beso dejara de ser un roce tímido y lo profundizó un poco más mientras sus manos abandonaban las de su alumna para buscar su cadera y acercar su cuerpo un poco más al de ella. En su mente se gritó a sí mismo que estaba a punto de poseer a una de sus alumnas, ¡una niña menor de edad!, y que, sin importar eso, estaba dispuesta a entregarse a él. No supo si lo hacía para detenerse y olvidar esa tontería de hacer el amor con Melody, o para incitarse a continuar.
Como si hubiera escuchado sus pensamientos, Melody gimió y buscó un poco de seguridad en las ropas de su profesor, las sujetó con fuerza y lo atrajo hacia sí, aunque no supo si fue ella quien se acercó a él o él a ella, no importaba, después de todo, Luis había dicho que dos cuerpos se atraen con la misma fuerza pero en dirección opuesta.
Luis rodeó la cadera de Melody con las manos y se movió un poco para apoyarla contra el escritorio. Imprimió la fuerza de su pasión al explicar un tema, en la boca de su alumna, haciendo que la espalda de ella se inclinara hacia atrás un poco. Melody buscó de dónde sujetarse y sus manos se posaron sobre las nalgas de su profesor. Las sintió duras, llenándole las manos por entero, se permitió apretarlas como había imaginado que lo haría y no pudo reprimir una risita que murió en la boca de su amante profesor.
Las manos de Luis resbalaron por la espalda de su alumna, bajaron hasta sus muslos, los cuales acarició sin prisa por sobre la tela de la falda a cuadros. La amplitud de sus manos abiertas, sujetó desde atrás las piernas de Melody y la levantó en un movimiento fluido y suave para sentarla sobre el escritorio. Las nalgas de la chica aplastaron uno de los tantos exámenes ya calificados. Melody separó las piernas para rodear el cuerpo fuerte de su profesor. Sus manos tuvieron que alejarse del trasero bien torneado de su maestro, pero no lo resintió mucho, en ese aspecto había quedado satisfecha y ahora quería degustar de todo lo demás.
En medio de las caricias a los muslos, Luis comenzó a descubrir las piernas de su alumna, dejando que la tela estorbosa de la falda se juntara entre sus cuerpos. La piel tibia de Melody era un poco más suave de lo que él había imaginado. Sus manos recorrieron de ida y vuelta la extensión clara de esos muslos adolescentes y llenos de vida.
El toque de esas manos llenas de conocimientos matemáticos, hicieron gemir a Melody. Sujetó a Luis de la cabeza para hacer ese beso más duradero. Sus dedos delgados se perdieron entre las hebras negras del cabello, untado con un poquito de gel, de Luis, quien se adelantó un paso para que su erección tuviera un contacto más presente contra la pelvis ardiente de su alumna.
— ¿Lleva mucho tiempo pensando hacer realidad esa fantasía, profesor? —preguntó la chica, sonriendo, con los ojos entreabiertos, mirando la clara excitación en el rostro de su maestro.
— Desde que la leí. —confesó él. Sus manos se deslizaron desafiando a la gravedad hasta llegar a la cumbre redonda y firme de los senos de su alumna. La tela de la blusa era suave, pero Luis deseaba más sentir la suavidad de la piel que el calor de la prenda. Melody disfrutó igual el contacto de aquellas manos sobre su cuerpo, manos que hasta el momento sólo había admirado por las asombrosas formulas que podían escupir sobre el verde del pizarrón. Se permitió disfrutarlas y echó el cuerpo hacia atrás, apoyando las manos sobre las hojas poco importantes de los exámenes.
Las manos de Luis comenzaron a desabotonar la blusa blanca de Melody. La chica, en medio de la urgencia que sintió de pronto por sentir las manos de su maestro por debajo de la tela, le ayudó a desabotonar algunos, comenzando desde abajo. Con cada uno de los botones que soltaba, sus dedos sentían el calor que se había expandido a lo largo de todo su cuerpo.
Luis abrió la prenda y contempló el cuerpo delgado de su alumna, el pecho de Melody subía y bajaba a un ritmo acelerado como los latidos de su corazón. El profesor cubrió con ambas manos los senos de su alumna por sobre la tela del sostén.
— Son tan suaves. —murmuró Luis sin apartar la mirada de sus manos sobre los pechos de Melody.
— ¿Le gustan? —gimió ella, cubriendo las manos de su profesor, apretándolas contra su cuerpo. Las caricias de Luis la hacían estremecerse.
— Sí, me gustan. —respondió el profesor inclinando el cuerpo hacia adelante para besar los hombros de su alumna. Sus manos rodearon el cuerpo de Melody por debajo de la blusa y le desabrochó el sostén. Melody se lo quitó apresuradamente y lo arrojó al suelo. Sus manos se colocaron en la nuca del profesor y lo atrajo hacia sí para que besara sus senos.
— Tómelos entonces —gimió mirando la maraña oscura contra su pecho—. ¡Son todos suyos!
Luis no los tomó, los lamió con la paciencia de un hombre que no ha comido durante meses y al fin tiene un bolillo recién salido del horno a su entera disposición. Todo para él. Se aferró del torso de su alumna y acarició con su lengua sus claros pezones erguidos. Melody ató la cabeza con sus brazos sin poder controlar los jadeos que escapaban de sus labios. Despeinó los cabellos de su profesor con caricias alocadas que apenas sirvieron para demostrar el placer que los labios cálidos y húmedos provocaban en sus senos.
Las manos ardientes como brazas de Luis se rindieron ante la acción de la gravedad y bajaron hasta la cadera de su alumna. Se separó un poco de ella y la miró a los ojos; las orbes verdes de Melody estaban flotando sobre el líquido salino de sus lágrimas, evidencia no de dolor, sino de un placer quemante que ardía con la intensidad de una estrella dentro de ella. Los dedos se convirtieron en exploradores y buscaron los tesoros escondidos debajo de la tela de la falta. Melody, con la vista clavada en la mirada oscura y deseosa de su maestro, se relamió los labios y volvió a apoyarse sobre sus manos.
Luis tiró de la tela suave y tibia que resguardaba la entrada a una cueva oscura, húmeda y anhelante de ser explorada. Melody levantó la cadera para que Luis pudiese despojarla de su ropa interior. La prenda quedó en sus rodillas y Luis se inclinó un poco hacia delante, acarició con toda su mano el muslo derecho de su alumna y levantó la tela de la falta para esconder el rostro de bajo de ella. Su movimiento le provocó un estremecimiento a Melody, quien no pudo reprimir el quejido que nació desde lo más profundo de su sexo, desatado por la expectativa de lo que vendría a continuación.
Lo que vino a continuación fue lo que ella esperaba. La lengua dura y húmeda de su profesor de física, ¡bendita sea la física!, lamió sus labios con un movimiento ascendente que le recorrió toda la zona, peinando los vellos hirsutos que rodeaban su sonrisa. Sin poder evitarlo, Melody echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos y los puños. En sus manos quedaron arrugadas algunas desafortunadas hojas de examen. La lengua de Luis continuó estimulando la zona mientras Melody se retorcía de placer sobre las calificaciones de sus compañeros.
Luis se separó un momento, Melody intentó evitarlo sin conseguirlo, le quitó las braguitas blancas con líneas azules en forma de tréboles y la dejó caer al suelo. Se agachó delante de ella y se colocó las piernas de su alumna sobre los hombros. Melody se recostó sobre los codos y se entregó por completo a las caricias placenteras de su maestro. Con cada toque resbaloso de la lengua caliente, Melody jadeaba y apretaba la cabeza de su profesor con las piernas, en medio de las descargas eléctricas que le recorrían el cuerpo entero aumentando su placer. Luis degustaba, con cada lamida, del sabor exquisito que resbalaba por entre los labios de Melody. Aspiraba su aroma y disfrutaba de cómo ella se retorcía de placer sobre el escritorio.
Melody lo apartó de su cuerpo e hizo que se alzara. Luis la miró jadeante e interrogante a la vez, con los labios impregnados del néctar de su alumna y un poco resbalando por las comisuras. Melody jadeaba y su frente estaba perlada por el sudor. Sujetó la camisa de su profesor y lo atrajo hacia ella. Sus labios se unieron en un beso apasionado mientras las manos de la chica bajaron por el pecho de Luis hasta su pantalón. Antes de comenzar a desabrocharlo, pasó sus manos por sobre el bulto que sobresalía. Luis, al sentir la caricia, se alejó un poco y de sus labios escapó un gemido que Melody se tragó. La chica lo sujetó del pantalón y lo jaló hacia ella para evitar que se alejara demasiado. Continuó estimulando la erección de su profesor, disfrutando al máximo con cada uno de los jadeos entrecortados que le arrancaba con las manos. La temperatura entre ellos subió como el agua al evaporarse. Mientras sujetaba el miembro hinchado de su maestro por sobre la tela estorbosa del pantalón, Melody comenzó a desabrochar la prenda y metió la mano para hacer sus caricias más íntimas.
Luis no pudo continuar con el beso, las caricias de su alumna lo hacían temblar de pies a cabeza. Su mano suave y cálida lo sujetaba de la erección para llevarlo sin prisa a un universo colmado de placeres indescriptibles.
— ¿Lo estoy haciendo bien, profe? —susurró Melody, mirándolo a través de las delgadas rendijas en las que se habían convertido sus párpados.
— Sí —jadeó él con los ojos cerrados, entregándose a la oscuridad que hacía más receptivos a los demás sentidos—. Lo haces muy bien, no te detengas.
Melody, como la buena alumna que quería ser, obedeció la indicación de su profesor y continuó estimulándolo con caricias lentas y suaves. Sus dedos se cerraron en la punta caliente del sexo masculino y lo acarició con las yemas de sus dedos, ejerciendo un poco de presión. Acercó los labios a los de su profesor para lamerlos con la punta de la lengua.
— Se ve que le gusta. —musitó ella, sonriendo.
— Me encanta. —gimió él y la jaló de los muslos, para dejar la mitad de sus nalgas suspendidas al borde del escritorio. Melody supo lo que eso significaba, el momento había llegado. Bajó lo más que pudo la ropa interior de su maestro y lo acercó a ella sujetándolo de las nalgas. La mirada expectante en los ojos de su alumna hizo que el calor aumentara un grado más en su cuerpo. Sentía la sangre palpitando por toda la extensión de su miembro.
La punta de su sexo fue deslizándose poco a poco dentro de la húmeda estreches de Melody. La chica se aferró a los hombros de su profesor intentando no gritar, estaba consciente de que alguno de los encargados de la limpieza podría pasar por allí y sorprenderlos. La idea de que fueran descubiertos hizo que la excitación del momento aumentara otro poco.
Luis se retiró un poco de ella, al tiempo que dejaba escapar un gemido de sus labios y la abrazó de la cintura. Se acercó a ella de nuevo y Melody cerró los ojos al sentir la extensión dura de su profesor deslizándose dentro de ella. El vaivén comenzó siendo lento, hasta que Melody se acostumbró a la presencia del cuerpo extraño en su interior. Abrió los ojos mientras su profesor se mecía lentamente, provocándole ese placer doloroso entre las piernas. Melody le echó los brazos al cuello y acercó sus labios a su oreja.
— Me encanta su dureza, profe. —musitó, rodeando el cuerpo de Luis con las piernas. El profesor dejó que su cadera aumentara el ritmo de sus movimientos al escuchar aquellas palabras.
— Mi dureza se debe a ti, alumna —confesó entre jadeos, sin dejar de moverse—. Fuiste tú quien me puso así.
— ¿Y me va a premiar por eso, profe? ¿Me gané una estrellita?
— Sí, ésta es tu estrellita. —respondió Luis con una estocada que hizo que el escritorio retrocediera un par de centímetros. Melody no pudo evitar gritar de placer por el dolorcito que sintió entre sus piernas. Sus uñas se encajaron en la ropa de su profesor y el dolor invadió los hombros de Luis—. ¿Te gustó?
— Me encantó. Prometo… prometo portarme bien, profe, ¡deme más de sus estrellitas! —pidió Melody, desesperada y ansiosa de esas deliciosas embestidas que parecían sacudir el mundo entero.
Luis, con el rostro desencajado por el placer que explotaba con cada choque de las pieles, siguió penetrando a su alumna con fuerza, dejando que su erección se deslizara por completo en el interior de su alumna. Melody se dejó caer de espaldas sobre los exámenes y se aferró a las manos de su profesor, quien la sujetaba de la cadera.
— ¡Ah! Así, profe, ¡así me gusta! Deme como si fuera su favorita, ¡quiero ser su favorita, profesor!
Melody gritó, gimió, se retorció de placer sobre las hojas empapadas de su sudor y su excitación. La fricción de su cuerpo alrededor del la erección de su profesor de física, generaba tal cantidad de energía calorífica que difícilmente podía ser apaciguada con la lubricación que su cuerpo generaba. Las chispas de placer estallaban dentro de su pelvis y esa misma sensación le hacía cerrar los ojos, abrir la boca y apretar las manos y los muslos.
— ¡Eres mi favorita, Mel! —gruñó Luis, aumentando un poco más la velocidad de sus movimientos desenfrenados.
— Demuéstremelo, profesor. ¡Ah! De-demuéstreme que soy su favorita y lléneme de estrellas.
Luís aumentó la velocidad, la intensidad y la profundidad de sus estocadas, mirando cómo los senos de Melody se bamboleaban con cada uno de los encontronazos de sus cuerpos calientes.
— ¿Así? ¿Te gusta que te de duro?
— Sí, sí. Me encanta que me dé duro. Que me haga sentir suya.
— ¿Eres mía, Melody?
— Sí, si quiere que sea suya, profesor, soy suya con tal de ser su favorita. ¡Quiero todas sus estrellas para mí sola!
El orgasmo le anunció su cercanía a Luis acariciando su espalda con sus manos frías y calientes al mismo tiempo. Los vellos de todo su cuerpo se irguieron, imitando la erección dentro de Melody. Los gritos de la chica resonaban en el aula vacía, acompañados por los jadeos del hombre nueve años mayor.
Melody se alzo al sentir la explosión orgásmica de su maestro golpeando con furia las paredes ardientes de su sexo. Se aferró de la camisa de su profesor y cubrió sus labios para evitar que el grito, provocado por su propio orgasmo, saliera de su boca. Los movimientos de Luis fueron deteniéndose poco a poco, mientras ambos recuperaban la respiración, mientras el placer soltaba los cuerpos y dejaba que estos comenzaran a reponer sus energías. Los corazones palpitaban, sincronizados, a un ritmo acelerado que los hacía jadear. Luis pegó la frente a la de Melody y sonrió.
— Eres maravillosa. —musitó acariciando la mejilla febril de Melody. Ella le devolvió la sonrisa y depositó un beso en sus labios a modo de agradecimiento.
Un rato después, Melody se puso la ropa que había sido arrojada al suelo mientras Luis recogía sus exámenes, intentó alizar lo mejor que pudo los que Melody había arrugado y se arregló la ropa. Antes de salir del salón miraron en ambas direcciones del pasillo para comprobar que no había nadie cerca que pudiera verlos.
En la reja de la escuela se despidieron con un tímido “hasta luego”, sin mirarse a los ojos. Lo sucedido comenzaba a ser asimilado y ninguno de los dos podía creerlo, a pesar de que lo habían disfrutado más que cualquier otra cosa. Se marcharon en direcciones opuestas a pesar de que los dos utilizaban el metro y se subían en la misma estación.
Aquella noche Melody no había podido dormir muy bien, pensando que quizá Luis la trataría diferente a partir de ese momento. Lo que la jodió el resto del fin de semana fue que lo vería hasta el miércoles.
El miércoles Luis devolvió algunos de los exámenes alegando la absurda excusa de que había organizado una fiesta en casa y que los exámenes restantes se le habían perdido, pero que afortunadamente ya los había revisado y anotado las calificaciones en las actas. Uno de esos exámenes había sido el de Melody, su calificación, dijo Luis, fue de 8.5.
— Aunque me habría gustado ponerte un diez y una estrellita. —comentó y salió del salón antes de que ella tuviera la oportunidad de abordarlo.
Pero todo eso es ahora parte del pasado. Hoy la clase al fin se ha terminado, y como todos los viernes, los compañeros de Melody salen del aula como si el edificio estuviera a punto de colapsar por efecto de alguna fuerza desconocida en el universo. Las motitas de polvo vuelven a surfear en el haz de luz que el sol está tan dispuesto a regalarle al suelo del salón O-2 del segundo piso en el edificio “A”
Melody está sentada en su banca de la segunda fila dibujando una “H”, con una “S” en forma de rayo en medio de ella, en la madera fría de su paleta. Sus ojos verdes están clavados en las líneas invisibles que traza su uña y puede escuchar cómo su profesor de física borra las líneas blancas del gis sobre la superficie verde del pizarrón; su herramienta de trabajo.
No tiene el valor de levantar la mirada, a lo largo de toda la clase Luis no la miró ni de pasada, ahora piensa que él está decidido a no envolverse de nuevo con una alumna; con ella, aunque le haya dicho la semana pasada que era su favorita. En realidad, piensa Melody, fue un pequeño error y él no quiere arriesgarse a un embarazo, lo cual no pasará, Melody era una pervertida con educación y vastos conocimientos de protección.
— ¿Te sientes bien? —pregunta Luis y Melody levanta la mirada. Su profesor está con las manos apoyadas sobre el borde del escritorio y la mira con interés. No hay ni una pizca de deseo en sus ojos oscuros.
— Sí —responde ella—. Estaba pensando en el viernes de la semana pasada. —agrega y comienza a frotarse las manos con nerviosismo.
— Ah, por un momento pensé que sería algo muy grave. —musita Luis y en sus labios aparece una sonrisa cálida y reconfortante.
— ¿No lo es? —inquiere Melody, un poco desconcertada, un poco contenta.
— No, lo que sucedió la semana pasada ya pasó —hace una pausa y mira el escritorio—. Claro que… no he dejado de pensar en ello. Incluso, toda la semana leí mi relato favorito de Hipólito Salazar. —termina su frase mirando de nuevo a Melody.
La chica se pone de pie y se acerca al escritorio con el corazón acelerado.
— Yo tampoco he dejado de pensar en usted, profesor —confiesa mirándolo a los ojos—. Quiero volver a hacerlo, quiero sentir su cuerpo dentro de mí, quiero hacer lo que usted me pida.
— Melody.
— ¡Dígame su fantasía, profesor!, yo se la voy a cumplir con tal de que se corra en mí.
Melody jadea, sus ojos están clavados en los de Luis y tiene los labios entreabiertos, rosas, sensuales. Luis lanza un suspiro y, como la semana pasada, rodea el escritorio y sujeta las manos suaves, finas y delicadas de Melody entre las suyas. Las contempla taciturno, pensando que lo que va a decirle a su alumna no es algo que se diga en voz alta, sino algo que debería de guardarse siempre adentro para no enfrentarse a las consecuencias devastadoras de pronunciarlas.
— Melody. —comienza y hace una pausa. El corazón de su alumna se estremece y las lágrimas se acumulan en sus ojos verdes, la pausa de Luis se le hace eterna y cree adivinar lo que él va a decir.
“Lo nuestro fue un error, te pido perdón por haberme dejado llevar por la situación. Lo disfruté mucho pero esto no debe volver a suceder. Nunca.”
No puede soportarlo e inclina la cabeza, clavando la mirada en la punta de sus pies. Solloza. La mano firme de Luis se posa en su barbilla para levantarle el rostro y que la mire a los ojos. Hay una sonrisa en los labios de su maestro y una lágrima de Melody se lanza al vacío. Luis la rodea con los brazos y deposita un beso tierno en su mejilla, surcada por la línea húmeda de su lágrima. Contra la piel suave de su oreja, Luis susurra:
— Mel, mi fantasía eres tú.
~ o ~ o ~
Espero que lo hayan disfrutado.