Ebrios con mi novia y su amiga
Os voy a contar algo que me ocurrió apenas acababa de cumplir los veinte años. Por aquel entonces, era habitual que mi familia se fuera al campo los fines de semana, dejándome la casa para mí solo. Eso lo aprovechaba para quedar en mi casa con amigos y amigas de vez en cuando, y precisamente de una de esas veces se trata este relato.
Era viernes por la noche y había quedado con chicas a cenar a mi casa: María (mi novia) y Sofía (amiga en común). Aquella noche estuvimos cenando, y después bebiendo.
– ¿A ti no te afecta nunca el alcohol? – me preguntaba Sofía.
– Pues claro que me afecta – contesté yo.
– Es que nunca te he visto borracho, siempre vas mejor que nosotras – insistió ella.
Era verdad que nunca me había emborrachado mucho en realidad, así que tampoco conocía mis límites, de modo que bebí sin preocuparme. Como podréis imaginar, no tardé mucho en acabar sentado en el sofá con la cabeza dándome vueltas, con serias dificultades para levantarme.
– Creo que deberíamos acostarlo – propuso Sofía.
– Pues sí, tal como está… – apoyó María.
– ¡No, no! Ni hablar – contesté como pude.
– Bueno, voy al baño, que me estoy meando, y ahora lo vemos – contestó María.
En cuanto se fue su amiga, Sofía se me acercó, colocando de repente su mano en mi entrepierna, tocando sin pudor a través de la ropa. Lo hacía despacio, palpando bien, primero más abajo sobre mis huevos, y después deslizando sus dedos por mi pene ya erecto.
– Vaya, aquí este funciona todavía…- rió Sofía.
– Me alegro – fue lo único que pude contestar, realmente borracho.
Al escuchar a María salir del baño, Sofía me soltó, sentándose a mi lado como si nada.
– Bueno… ¿Qué? – preguntó María, mirándome.
– Yo me dejo – logré contestar yo, cruzando los dedos.
Las dos me llevaron a la habitación, dejándome tumbado boca arriba en la cama. Escuché que María revolvía en uno de mis cajones. Pronto averigüé lo que hacía: Estaba cogiendo la venda y las cuerdas para atacar que normalmente usaba para atarla a la cama cuando quedábamos los dos. Pronto acabé con los ojos vendados y las manos atadas al cabezal de la cama. Me apretaban los pantalones de la erección que tenía, sabiendo lo que venía… Pero las dos chicas salieron de la habitación, para mi sorpresa.
Se quedó la casa en silencio, salvo por alguna risita de ellas. Si hubiese podido verlo (María me lo contó otro día) habría visto como las dos se besaron, desnudándose mutuamente entre besos y caricias.
Escuché pasos de vuelta a la habitación. Sin nadie decir nada, de pronto sentí como una de ellas se inclinaba sobre la cama, colocándome su pezón en los labios. Empecé a besar con ganas aquel pecho, sin saber de cuál de las dos era. Fui moviendo la cabeza, disfrutando aquella teta en toda su extensión. Era grande, pero eso no ayudaba a saber de quién era, ya que las dos tenían bastante pecho. Mientras lo pensaba, oía sonido de besos entre las dos.
– Pues sí que las come bien, sí… – dijo de pronto Sofía, poniéndome su otra teta en la boca.
– Ya te lo dije – contestó María, alejándose.
Noté como María me desabrochaba los pantalones y me los bajaba, así como los calzones, liberando por fin mi pene, que llevaba ya un buen rato sufriendo en su apretado encierro. María no fue con rodeos, y tras un par de lametones al glande, se metió la polla en la boca. Subía y bajaba por el pene, rodeándolo con sus labios. Mientras tanto, Sofía seguía poniéndome las tetas en la boca, cambiando entre una y otra. Yo estaba en el cielo, sin acabar de creérmelo.
– Sofía… – dijo María, pajeándome mientras.
– ¿Qué? – preguntó ella.
– Ven – contestó María.
Noté como Sofía decía “no” moviendo la cabeza, y como ambas empezaban a hablar por gestos. De pronto, las dos se bajaron de la cama sin decir nada y salieron de la habitación. Me quedé allí, con el pene palpitando, escuchando atento.
María me contó más tarde que estuvieron en el salón, las dos tocándose una a la otra, mientras hablaban. La cuestión era que Sofía, que había tenido varios novios y hacía años que no era virgen, nunca se la había chupado a ningún chico, y María intentaba convencerla.
Las dos volvieron un rato después, soltando una risita al ver que mi pene aun seguía como lo habían dejado, palpitante. Se tumbó cada una a un lado de mí. María cogió mi pene con la mano, llevándoselo a la boca. Sofía intervino, acariciándome los huevos con la mano. María dejó de chupármela y habló:
– Ven – dijo en voz baja.
Escuché el sonido de las dos besándose.
– ¿Ves? Así sabe – susurró María.
Después de eso, volvió a chupármela María, dejándome sentir su lengua y sus labios bajando y subiendo. Luego las dos se volvieron a besar, para luego retornar María a la mamada. Así estuvieron un rato, hasta que de pronto, sentí dos bocas diferentes a la vez en mí. Con cierta timidez, Sofía fue participando con su boca más y más, hasta que empezó a metérsela también. Las dos se besaban constantemente, estando mi pene en medio a menudo.
– Vamos a soltarlo… – propuso entonces Sofía.
Me soltaron. Era de noche y no había ninguna luz encendida, así que solamente podía ver sus siluetas desnudas. Enseguida me lancé sobre Sofía, pero me detuvo:
– Espera, espera… Que va María – me dijo.
Sofía empezó a vendarle los ojos y atar a María, igual que habían hecho conmigo antes. En lugar de ayudarla, me tumbé entre las piernas de María, comiéndole el coño. Cuando Sofía acabó de prepararla, se tumbó sobre su cara, haciendo que María se lo comiera también.
María empezó a gemir con fuerza, moviendo las caderas delante de mi cara. Al poco rato, empezó a gemir más y a tener un orgasmo detrás de otro, temblando entera. Después del sexto, dio un gritito:
– ¡No más, no más! ¡Sensible! ¡Demasiado sensible! – avisó María.
Dejé de comérselo, quedándome de rodillas entre sus piernas, con Sofía delante de mí dándome la espalda. Estiré el brazo para acariciarle la espalda, las nalgas, las caderas… Mientras, mi pene rozaba entre los muslos de María. Ella tomaba anticonceptivos y ninguno nos habíamos acostado con nadie más, así que normalmente lo hacíamos sin condón. Tomando a Sofía por las caderas, me moví para penetrar a María, que estaba completamente mojada y dilatada.
– Ufff… Sí, sí, sí… – gemía María.
Sofía entonces se levantó de María, pero solo para darse la vuelta, volviéndose a sentar sobre la boca de María, pero mirando hacia mí. Sofía y yo empezamos a besarnos. Coloqué mis manos en sus abundantes tetas, disfrutándolas, mientras nos besábamos apasionadamente. Cuando nos soltamos, Sofía empezó a tocar con la mano el clítoris de María, haciéndola gemir.
– Ufff… Vienen más… Seguid, seguid… – pedía María.
Volvimos a besarnos Sofía y yo con ganas, mientras seguía follando a María, que empezó a gemir y gritar mientras volvía a tener un orgasmo tras otro, conmigo follándola y con Sofía tocándola por fuera.
– ¡No! ¡No más! ¡Pausa!¡Paz!¡Ya! – dijo María después de otros seis orgasmos.
Sofía y yo entre risas nos bajamos de María, desatándola. En cuanto ella se recuperó, beso con fuerza a Sofía:
– Ahora te voy a atar a ti, te vas a enterar – anunció María.
Mientras la iba atando, me detuve un momento. No sabía cómo podía tomarse María lo que le hiciera a Sofía, no sabía si podía ponerse celosa o enfadarse… A fin de cuentas, mi novia era María. No quería hacer nada que pudiera romper la “burbuja del momento”, así que me coloqué sobre Sofía, tomando ambos pechos con las manos, besándolos. Desde luego, no sufrí por ello.
– Al pezón, al pezón… – pidió Sofía.
Me centré enseguida en uno de sus pezones, rodeándolo con mis labios, recorriéndolo con mi lengua y succionándolo, haciendo que Sofía gimiese. He de decir que Sofía ya me había contado en alguna ocasión que le encantaba que le comiesen los pezones, y que muchas veces, tanto con sus novios como ella sola masturbándose, necesitaba que le tocasen los pezones para llegar fácil al orgasmo.
Al poco me cogió María por el brazo, haciéndome levantarme y salir de la habitación. Me llevó al salón, donde me besó con ganas.
– Lo de antes… Qué barbaridad… Creía que me moría – suspiró ella.
Llevé mi mano entre sus piernas, pero me la apartó al instante:
– No, no, que me muero, de verdad… No puedo nada más – rió María.
Se sentó en el sofá, invitándome a acercarme, empezando a hacerme una mamada.
– Me apetece mucho que te folles a Sofía, quiero verlo…
Fue haciendo la mamada más y más profunda, llegando a dejarme sentir su garganta. En aquel momento fui consciente de que estaba follándole la boca a una, mientras que había otra esperándome abierta de piernas… Nunca había tenido sexo con nadie que no fuera María hasta aquel día, así que la idea de tener a Sofía así de disponible… Casi me corro en aquel momento, pero me detuve, apartándome de María. Nos fuimos a buscar un condón para usarlo con Sofía.
Ahora es cuando viene la parte que confirma que es un relato real, ya que en la ficción nunca habría ocurrido algo tan anti climático: Mientras buscábamos el condón, de alguna forma, caí dormido. No recuerdo nada, sencillamente me dormí, desnudo, sentado en una silla. Supongo que de alguna forma, todo el efecto del alcohol que había desaparecido durante el rato que había estado en la cama, me volvió de repente.
Días más tarde María me contó que volvió con Sofía y que estuvo comiéndoselo un buen rato, hasta que Sofía no aguantó más.
Pero la historia no acaba aquí. Me desperté a las 4 de la mañana, desnudo y confundido. Había ropa de las dos chicas tirada por el pasillo y por el salón. Encontré a Sofía y María en mi cuarto, durmiendo, las dos desnudas. Sofía dormía en mi cama y María estaba en un colchón hinchable al lado.
En aquel momento no lo pensé y fui hacia mi cama, empujando un poco a Sofía para hacerme sitio.
– ¿Qué haces? – susurró adormilada Sofía.
– Es mi cama – contesté yo.
– ¿Y qué? Vete – dijo ella, tumbándose boca arriba.
No dije nada más y me quedé tumbado al lado. Sofía se durmió al poco y yo intenté dormir. A pesar del silencio y del cansancio, tener a Sofía desnuda al lado, sentir su calor, su piel… No me dejaba dormir. Pronto mi pene decidió que no era hora de dormir.
Me tumbé un poco más abajo en la cama, levantándome un poco. Aunque era de noche, la poca luz que había bastaba para poder ver desnuda con claridad a Sofía. Me incliné sobre ella, empezando a besarle un pecho, deslizando la lengua por su pezón. Podía ir sintiendo como se le iba poniendo la piel de gallina y se le iba erizando el pezón a medida que recibía mis atenciones.
En algún momento Sofía se despertó y, sin decir nada, empezó a masturbarse.
– Me has puesto demasiado… – susurró con una risita Sofía – ahora necesito solucionarlo… Sigue…
Con el pene palpitando contra su cadera, seguí disfrutando de su pecho.
– Me encanta tu boca en mi pezón… Ufff… Qué manera… – suspiró Sofía.
– Es que me gusta – reí suave yo.
– Se nota, se nota – susurró ella.
Estiré la mano para ayudarla, separándole los labios vaginales, dejando que pudiera tocarse mejor.
– Ufff… – ahogó un gemido Sofía.
A apenas un metro dormía plácidamente María y ninguno queríamos despertarla, aunque la respiración de Sofía iba acelerándose conforme se acercaba al orgasmo.
– Ven, bésame – pidió ella de pronto.
Dejé su pecho y busqué sus labios, notando en sus besos y en la velocidad de su mano junto a la mía como se acercaba al orgasmo, ahogando sus gemidos en mi boca cuando llegó. Cuando terminó, me miró con una sonrisa:
– Estamos un poco locos… – rió ella, bajito.
– Un poco sí, la verdad – susurré yo.
Volvimos a besarnos, los dos tumbados frente a frente, acariciándonos.
– Si no hemos despertado a María, ha sido de milagro – dije yo.
– Duerme profundo – contestó Sofía – la dejamos algo cansada – rió al final.
– La enganchamos bien, sí – sonreí yo.
– Nosotros aguantamos bien – asintió ella.
Nos quedamos los dos en silencio. Ya no nos besábamos, solo le acariciaba yo el costado y el pecho. Decidí jugármela, a ver si colaba:
– Quizás deberíamos ir a otro sitio para no despertar a María – propuse.
– Bufff, qué pereza… deja, deja… – contestó ella.
Ahí se desvanecieron mis esperanzas.
– Vale, vale – contesté.
Nos quedamos en silencio un largo rato. Sofía ya no respondía a mis caricias, así que la dejé en paz. Seguía con el pene erecto a punto de explotar, pero ya no parecía haber nadie que quisiera participar.
Sofía se dio la vuelta y me quedé yo boca arriba, dándole vueltas.
Pasó un buen rato sin que nada ocurriera, hasta que Sofía se dio la vuelta:
– ¿Estás despierto? – susurró ella.
– Sí – contesté yo, muy despejado.
– He estado pensando en esta noche… – empezó a decir ella – y siento que hay veces en la vida que hay que tomar decisiones.
– Ajam – asentí yo.
– No quiero luego tener que arrepentirme de nada – siguió diciendo ella.
– Claro, mejor no hacer nada que no quieras – dije yo.
– O dejar de hacer cosas que querría hacer – terminó ella.
En ese momento se acercó más nos fundimos en un largo beso. Sofía fue deslizando la mano por mi torso, llegando hasta mi pene.
– Bufff… ¿Qué hace esto así? – rió bajito ella, acariciando mi miembro.
– Pues… Así me tienes – sonreí yo.
Sofía me cogió la mano, dirigiéndola entre sus piernas:
– Mete un dedo – me dijo.
Al hacerlo, mi dedo entró con mucha facilidad, estaba muy húmeda y abierta.
– Bien, bien… Te veo bien – reí yo, moviendo el dedo adelante y atrás en ella.
Nos besamos mientras nos seguíamos masturbando mutuamente, cada vez más aceleradamente.
– Necesito follar contigo – dijo de pronto Sofía, besándome más.
– Eso tiene fácil solución – sonreí yo.
Después de algunos besos más, me levanté de la cama en busca de un condón de la mesa. Para alcanzarlo tuve que esquivar el colchón donde dormía María. Por un momento fui consciente de que iba a por un condón para follarme a una amiga, sin que lo supiera mi novia… Aunque en ese momento, pensando en el trío de un rato antes, sentía que había cierto permiso implícito. Me puse el condón y volví a la cama con Sofía, que me esperaba boca arriba, abierta de piernas. Me tumbé sobre ella, entre sus piernas, besando sus labios:
– Creo que tenemos algo pendiente – le dije, moviendo mi pene entre sus muslos.
Nos besamos más, jugando con nuestras lenguas, mientras la iba penetrando poco a poco. Cuando entré entero, ambos suspiramos y nos miramos. Éramos conscientes de lo que estábamos haciendo, y nos encantaba. Seguimos follando, besándonos sin parar, excepto cuando bajaba yo hacia sus pechos, haciendo que se excitase aun más. Nos movíamos despacio para no hacer ruido, pero incluso así, el roce y las caricias eran muy intensas… Pronto Sofía fue acelerándose, llevando su mano entre las piernas y tocándose ella misma también. De pronto Sofía cogió la almohada, tapándose la cara, ahogando sus gemidos en ella. Consciente de que iba a llegar, me aceleré yo también. Sofía gimió más fuerte, temblándole las piernas y llegando al orgasmo, apretándome con sus piernas y abrazándome fuerte.
– Uff… Joder… – dijo Sofía, apartándome con la mano para que saliera.
Me tumbé a su lado, aun muy excitado.
– Qué pedazo de orgasmo… – rió bajito Sofía, cogiéndome la cabeza por las mejillas y besándome.
Me acerqué para tocarla, pero se alejó:
– Yo nada más, porfa, estoy ya muy destrozada – rió ella.
En aquel momento, de alguna forma, en lugar de enfadarme, me dio igual y otra idea cruzó mi mente. Le di un beso a Sofía y me levanté de la cama. Ella me miró algo confundida y se quedó tumbada, mirando. Yo me quité el condón y me acerqué a mi novia, María. Tenía la boca entreabierta, y le acerqué mi pene, colocándoselo en los labios. A pesar de la oscuridad, Sofía debía estar viendo algo de lo que ocurría, pues se mantenía tumbada mirando. Pronto María reaccionó, abriendo más la boca y metiéndose el pene, primero despacio y torpemente, y luego más rápido y profundo conforme se iba despertando.
– Vamos al salón, así no despertamos a Sofía – propuso María.
Ni Sofía ni yo dijimos nada, así que me fui con María al salón. Una vez allí, ella se sentó en el sofá y me quedé de pie frente a ella, haciendo que siguiera chupándomela.
– María, una cosa… – empecé a decirle.
– Ujum – contestó ella, sin quitar la boca.
– Espero que no te lo tomes a mal… – seguí hablando.
– Di – dijo ella, apartándose solo ese instante.
Me la estaba mamando como si no hubiera mañana y yo ya no sabía ni lo que decía ni lo que pensaba ni ninguna cosa.
– Sofía y yo… – fui susurrando – lo hemos hecho…
María no se altero apenas, manteniendo el ritmo.
– Bien, me imaginaba que algo haríais… – contestó finalmente ella, luego volviendo a chupármela.
– Con condón… – seguí.
Esta vez sí dio un respingo.
– Me pone mucho oírlo… – contestó María, moviéndose con más ganas – ¿y te corriste dentro? – preguntó al final.
– No, luego fui a buscarte – confesé.
– Ufff… Me gusta… – gimió María, separando las piernas y empezando a masturbarse – quiero que te corras en mi boca…
Me cogió entonces por las manos, colocándoselas en la cabeza ella misma.
– Enséñame cómo te la follabas – dijo María.
No dudé en aprovechar, mientras veía que ella se seguía tocando, fui moviendo las caderas, usando su boca a placer, moviéndome ampliamente en ella. Notaba un orgasmo enorme e inminente brotar, y pronto apreté su boca contra mí, lanzando todo el semen directamente al fondo de su garganta, un chorro tras otro. Sentí cómo se atragantaba y por momentos le solté la cabeza, dejándole margen, pero en lugar de aprovecharlo, me agarró de las nalgas y se apretó ella misma contra mí, haciendo que toda la descarga fuera directa a la garganta.
Me dejé caer a su lado, exhausto, viendo como me lanzaba una mirada llena de lujuria.
Y así termina la historia de aquella noche. Si os ha gustado, tenéis algo que decir o queréis que os cuente más historias, no dudéis en decirlo.