El geriátrico es mi prisión

Beatriz se estaba tomando un café en el salón, en un rato tenía que salir a comprar y luego le tocaba trabajar, se acababa de levantar de la siesta y todavía no estaba despejada del todo, le daba vueltas al café esperando que se enfriase un poco, en el mes de agosto el calor era casi insoportable, no le apetecía nada salir a comprar e ir a trabajar todavía menos.

Ya no podía entretenerse más, tenía que salir o el tiempo se le iba a echar encima, se puso un vestido fino y veraniego y salió a la calle, fue como abrir la puerta del horno, el bofetón de calor que recibió casi le echa para atrás.

Por lo menos el supermercado estaba cerca de casa, al entrar apetecía quedarse dentro, la temperatura era muchísimo más agradable que en la calle, empezó con las compras, al llegar a la sección de congelados se inclinó sobre el arcón, el aire frío le dio de lleno y sus pezones se pusieron duros al momento.

En la frutería el dependiente se dio cuenta nada más verla y mirándole directamente a las tetas le preguntó qué es lo que quería ella le pidió unas naranjas, mientras le atendía se dio cuenta de donde estaba mirando y se puso roja como un tomate al darse cuenta de como se le estaban marcando los pezones, cuando le dio la bolsa de las naranjas, le dio un pepino de buen tamaño.

— Esto va de regalo, ya verás que buen servicio te hace.

Ni le dijo nada más, estaba deseando dejar de ver su cara sonriente y no oír más sus tonterías. Estuvo pensando si presentar una queja al encargado, pero era el mercado que más cerca quedaba de su casa y tenía que ir bastante a menudo, si volvía a pasar algo parecido ya presentaría una queja formal.

Al llegar a casa se preparó una cena ligera, después preparó las cosas para ir al trabajo, una bata, sus zuecos blancos de trabajo, una pieza de fruta por si le daba hambre en mitad de la noche y el cargador del móvil.

Sobre las nueve salió de casa, le tocaba turno de noche y entrar a trabajar a las diez, a esa hora aunque todavía hacía calor se podía pasear, aunque le quedaba demasiado lejos para ir andando, se montó en el autobús que por lo menos tenía aire acondicionado.

Llevaba ya bastante tiempo trabajando en el geriátrico, no era lo que ella consideraba un trabajo ideal, pero no estaba mal una vez que te acostumbrabas, lo peor eran los horarios, se iban alternando día, tarde y noche, acostumbrarse a los cambios costaba un montón cuando entrabas en turno de noche.

Fue directamente al vestuario a cambiarse de ropa, a esa hora no había nadie aparte de los pacientes, se quitó el vestido y se puso la bata, le quedaba un poco apretada, Beatriz era una mujer fuerte, no era el tipo de mujer delgada que predican los gurús de la moda, sus formas ajustaban la bata blanca que usaba para trabajar, eso hacía que sus compañeros siempre le mirasen con disimulo, los residentes también le miraban, aunque ellos no disimulaban nada, tenía su propia corte de admiradores y raro era el día que algún vejete audaz no le tocaba el culo.

Cuando se vio en el espejo del vestuario no pudo evitar una sonrisa, la bata le quedaba muy ajustada, parecía a punto de reventar los botones, se desabrochó el botón de arriba, pero seguía apretándole mucho, al soltarse el segundo botón ya estaba más cómoda, aunque marcaba ya bastante escote, tampoco pasaba nada esa noche se presentaba muy tranquila.

Trabajar por la noche era aburrido, a las diez ya la enfermera había puesto la medicación a todos los internos que la necesitaban, a partir de ese momento Beatriz cerraba la puerta del ala D, que es donde le había tocado trabajar, se sentaba en su mesa y de vez en cuando se daba una vuelta para asegurarse de que todos estaban bien.

Cuando estaba llegando se encontró con un compañero, Juan, aunque todos le llamaban “Juanito”, era un imbécil al que nadie soportaba, pero era el hijo del dueño de la residencia y había que aguantarle.

— Hola Bea guapa — Desde que se había enterado de que no le gustaba nada que la llamasen así se lo decía continuamente, como si fuese gracioso.

— Hola Juanito.

— Joder no me llames Juanito que ya tengo una edad.

— Es que pareces un crío — Con aquella tripa cervecera no parecía nada joven, pero no pudo resistir la tentación de provocarle.

— Podemos quedar tú y yo una noche y así ves lo crío que soy.

— Es difícil, estoy muy ocupada.

— No me extraña con lo maciza que estás. — Le estaba mirando el escote con total descaro.

— Tengo que ir a trabajar, ya nos veremos Juanito.

Se marchó aliviada de quitárselo de encima, sentía sus ojos clavados en su culo, Juanito era un salido y rara era la chica que trabajase allí que no hubiese tenido que aguantarle en alguna ocasión.

Cuando llegó a su sitio, se encontró a un residente allí apoyado, le conocía de sobra, era uno de los pocos que le resultaba intimidante, a pesar de sus años se mantenía erguido, era alto y fuerte, el pelo gris acero, que siempre llevaba muy corto, enmarcaba un rostro de rasgos duros. Siempre caminaba solo, apoyándose en un fino bastón de bambú, aunque no lo necesitaba para caminar.

— Don Fernando, tiene que irse ya a la cama.

— No tengo sueño todavía.

— Son las normas, ya lo sabe usted.

— Esas normas son estúpidas, no somos niños para acostarnos a estas horas.

— Puede ver un rato la televisión en su cuarto si quiere.

— Estoy solo en mi cuarto, ¿Vendrías un rato a hacerme compañía?

— No puedo hacer eso.

— Voy a hablar con algunos amigos, a ver si podemos echar una partida de cartas.

— No pueden hacer ruido que molestan a los demás.

— ¡ Si están todos sordos coño! A esos no los despiertas ni queriendo.

— Si veo que hacen mucho ruido iré a que paren.

— Vale, vale que pesadita estás.

Beatriz le vio alejarse e ir llamando a algunas puertas, al final se juntaron cuatro o cinco, esperaba que no le diesen problemas, aunque lo que había dicho era en parte cierto, entre los que no oían y los que ya habían perdido facultades mentales a pocos podían molestar.

Estuvo chateando con el móvil hasta que sus amigas ya se fueron a dormir, eran poco más de las doce de la noche, todavía le quedaba mucho tiempo de trabajo por delante, era un buen momento para hacer la primera ronda.

Fue pasando por todas las habitaciones, los internos descansaban apaciblemente, quitando algún ronquido ocasional todo permanecía en silencio, ya sólo le faltaba la habitación donde estaban jugando a las cartas, ya era hora de mandarlos a dormir.

Cuando entró en la habitación había cinco sentados alrededor de la pequeña mesa, no se veían cartas por ningún sitio.

— Buenas noches ¿Ya terminaron la partida?

— Hace rato que terminamos.

— Pues a dormir que ya es hora.

— No tenemos sueño, ahora estábamos hablando.

— Ya hablarán mañana, a dormir.

— ¿No quieres saber de qué estábamos hablando?

— Eso es cosa suya, pueden hablar de lo que quieran.

— Estábamos hablando de ti.

— ¿De mi?

— De lo buena que estás, nos gustaría mucho hacer cosas contigo.

— Están locos, déjense de tonterías.

— Te lo ibas a pasar muy bien, nos han dado unas pastillas que son algo increíble, te vamos a estar jodiendo toda la noche.

Beatriz empezó a asustarse, se habían levantado y estaban rodeándola, pronto noto una mano que agarraba su culo, otras manos se estiraban hacía ella intentando alcanzar sus tetas, empujó al que tenía más cerca y salió corriendo de la habitación.

Echó a correr por el pasillo, uno de sus zuecos se le salió y continúo corriendo medio trastabillada, cogió el móvil que había dejado sobre la mesa, dispuesta a llamar a la policía en cuanto pudiese llegar al hall principal, cuando alcanzó la puerta que cerraba el ala del edificio donde se encontraba suspiró aliviada, giró el pomo, no se movió, empezó a tirar de forma frenética, pero alguien lo había cerrado con llave.

Los veía llegar, era como una película de zombis, aunque andaban despacio ya estaban llegando junto a ella, empezó a marcar frenéticamente en el móvil, en ese momento recibió un bastonazo en la mano que hizo que se le cayese.

Le volvieron a rodear contra la puerta, Fernando sujetaba el bastón de forma amenazadora, otro llevaba en la mano el zueco que había perdido al salir corriendo. Beatriz frotaba su muñeca dolorida y miraba alrededor como un animalito asustado. Fernando empezó a hablarle.

— ¡Zorra! Te dije que te íbamos a joder y soy hombre de palabra, no lo hagas más difícil.

— Por favor no, si no me hacen nada prometo no contárselo a nadie.

Ya se había acercado uno, se agarraba a ella como un pulpo intentando besarla, Beatriz se deshizo de él con un empujón que lo mandó al suelo. Al verlo Fernando empezó a golpearla con el bastón, ella intentaba cubrirse de los golpes, pero no tenía donde escapar.

— ¡Basta, Basta!

— Vas a colaborar zorra, aunque te tenga que moler a palos.

— No me pegue más por favor.

— Empieza a andar delante nuestro.

La guiaron a una de las habitaciones que estaban libres, era una habitación amplia, con dos camas, eran camas de hospital, preparadas con correas de sujeción, el último cerró la puerta.

Le miraban ansiosos, con ojos de lujuria, llevaban mucho tiempo sin estar con una mujer.

— Quítate la ropa.

Beatriz los miraba intentando encontrar algo de apoyo en alguno, pero no veía más que deseo, cuando se dio cuenta de que ninguno pensaba ayudarla empezó a desabrocharse la bata.

Miraba al suelo mientras iba desabrochando los botones, no quería ver sus caras, cuando terminó se quitó la bata y la dejo sobre una cama, llevaba un sujetador y unas bragas corrientes, pero la alabaron como si fuese una modelo. Levantó los ojos, Fernando la miró con el bastón en la mano e indicó que continuase.

Se desabrochó el sujetador y se quedó parada con las manos tapando sus pechos, seguían esperando no decían nada, sólo miraban, se puso de espaldas para bajarse las bragas y quedó desnuda ante ellos, tapándose las tetas con un brazo y el pubis con la otra mano.

Se acercaron a ella y le apartaron las manos, dos se pusieron a chuparle las tetas, los otros tocaban donde podían, pero Fernando se mantenía aparte.

— Parad, esta puta antes tiró a Paco al suelo, tiene que ser castigada, a ver zorra pon las manos sobre la cama.

Beatriz se inclinó, apoyando las manos como le había mandado, el llamado Paco se acercó a ella con uno de sus zuecos en la mano, el primer azote sobre su culo la pilló desprevenida y gritó, eso le costó un bastonazo en las costillas a partir de ahí, no volvió a gritar, aunque los azotes le dejaron el culo al rojo vivo.

Luego volvieron los sobeteos, mientras le metían mano por todos lados dos de ellos bajaron un colchón al suelo, el llamado Paco se tumbó bocarriba y se sacó la polla.

Beatriz supo lo que le esperaba, bajo lentamente sobre la polla y se clavó ella misma, a pesar de todos los toqueteos su coño estaba seco, le costó coger el ritmo más porque los otros no paraban de tocar donde podían.

A los pocos minutos Paco se levantó y otro ocupo su lugar, se fueron turnando para que los cabalgase, Beatriz se sentía usada, era como máquina que utilizaban para su placer, cuando se tumbó el último ella resopló tenía una polla enorme, jamás en su vida había tenido algo así dentro, aunque con la estimulación que llevaba su coño se había humedecido, le costó que le entrase, sentía su coño estirarse cuando al final lo consiguió se quedó unos segundos adaptándose.

Se movía despacio sobre él, el hombre era todo pellejo, los años se notaban y le habían ido quitando todo lo que recubría sus huesos, parecía que todo lo tenía concentrado en la polla, Beatriz ni miraba solamente seguía moviéndose.

El último tampoco se corrió, la levantaron y la volvieron a apoyar en la cama con el culo en pompa, el primero llegó escupió e intento follárselo pero a pesar de sus esfuerzos no entraba.

— A tus años y todavía no sabes preparar un culo, aparta idiota.

El tipo se chupó un dedo y se lo metió en el culo despacio, en cuanto entraba con cierta facilidad añadió el segundo, ya con dos dedos alternaba las entradas y salidas con giros dentro del ano de Beatriz, cuando le metió el tercer dedo ya le hizo daño, pero eso a él no le importaba, seguía entrando saliendo, girando, ella notaba la tensión, cuando notó que empezaba con el cuarto dedo empezó a sollozar de miedo.

— Joder tío eres un artista, vaya boquete le estás dejando.

— Esto no es nada, con un bote de vaselina y tiempo le dejo el culo como para meter una botella de dos litros.

— Bueno, la zorra ya está lista.

La volvieron a poner en el colchón a cuatro patas, según se colocó ya empezó el primero a bombearle el culo, otro se colocó en su boca y le dio a chupar, así se fueron turnando hasta ir corriéndose todos.

El de la polla enorme se quedó para el final, primero la bombeo largamente el culo, a ella le ardía, llevaba ya mucho roce sin apenas lubricación, sintió un gran alivio cuando la sacó, echó la mano atrás para palpar su dolorido ojete, se asustó al notar como de abierto le había quedado, pero no le dio tiempo a pensar, cuando se quiso dar cuenta lo tenía delante, con la polla a la altura de su boca.

La agarró del pelo y se la metió hasta la garganta sin miramientos, le folló la boca provocándole arcadas, pronto ella lagrimeaba y babeaba medio asfixiada.

— Vamos puta, una jaca como tú tiene que saber comer una buena polla.

Cuando le llenó la garganta con su corrida ella no pudo aguantar y se puso a toser casi sin poder respirar, como un trapo la levantaron y le tumbaron en una de las camas, le sujetaron con las correas y la dejaron desnuda con las piernas abiertas.

— Has sido una buena puta, ahora te vamos a dar tu premio.

La empezó a masturbar con mano experta, sus compañeros acariciaban todo su cuerpo con suavidad, le acariciaban los pechos y daban pequeños apretones y tironcitos de sus pezones. Muy a su pesar Beatriz empezó a excitarse, pronto su coño estaba mojado y ansioso, en ese momento empezó a frotarlo con su bastón, los nudos del bambú rozaban su coño de un modo enloquecedor, al poco tiempo se corrió, estaba agotada y allí mismo se quedó dormida.

A las siete de la mañana Fernando la despertó, ya le había soltado las correas, le habló con voz pausada.

— Tienes tiempo para levantarte y ducharte, ya hemos mirado al resto para asegurarnos que todos están bien, solamente nosotros sabemos lo que ha pasado, nos puedes denunciar si quieres, nosotros diremos que nos maltratabas y nos vengamos, es posible que no nos crean pero aquí ya estamos encerrados, nuestra vida no va a empeorar mucho, la tuya sí, alguien nos creerá y eso te costará el trabajo y quedarás marcada de por vida. Piénsate bien lo que hagas.

Fernando se marchó, Beatriz se duchó a conciencia intentando borrar los recuerdos de la noche anterior, había sido una experiencia horrible, pero en el fondo de su mente algunas cosas habían dejado un poso, le había gustado cuando estaba atada y se sentía indefensa en la cama, miró las marcas del bastón en su culo y las acarició.

ATLAS

Este es mi primer relato en esta sección, también es el primer relato basado en lo que me ha contado una lectora, agradeceré mucho los comentarios y valoraciones que me enviéis tanto aquí como en el mail, prometo contestar a todos.