Eres mi dueño, hazme lo que quieras

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No sé porque me deje convencer por Laura para salir aquella noche. Lo que realmente me apetecía era estar en casa con Alberto, tumbaditos en el sofá. Una noche de peli y manta para desconectar de una dura semana de trabajo. Pero allí estaba, en el piso de mi mejor amiga, terminando de ajustarme el ceñido vestido que me había prestado.

– Estas de muerte. Esta noche vas a ir poniendo pollas duras a tu paso.

– No me interesa poner ninguna polla dura. – le conteste a mi amiga entre risas.

Es cierto que iba a salir solo para acompañar a mi amiga a estrenar su soltería. Y que yo era feliz con mi novio y no tenía intención de hacer nada con nadie. Pero si soy sincera conmigo misma, me gustó la idea de Laura. Mirándome una vez más en el espejo de cuerpo entero de su habitación, tengo que reconocer que estaba increíble. El vestido azul claro se ajustaba milimétricamente a mi cuerpo. Incluso el tanga de hilo, que había tenido que ponerme para que no se notara, dejaba claro donde estaba el elástico que rodeaba mis caderas y donde empezaba a esconderse entre mis nalgas. Incluso al frente, se declaraba las ubicación exacta del pequeño triangulito que escondía mis partes más íntimas. Por arriba ya no era lo que se marcara, pues nadie se fijaría en el encaje del sujetador con el canalillo que lucía con ese sujetador y el más que amplio, escote del vestido. Sin dudas no pasaría desapercibida.

Por suerte, el de Laura no tenía nada que envidiar al mío. De color violeta, igual de ceñido y con un ligero volante disimulando su, aún más, corta falda que la mía. Con un escote palabra de honor, de esos que la obligarían a estar toda la noche subiéndolo para que no se le escapen sus tetazas. Si, tetazas. Porque si bien no es que yo ande escasa con mi 90 de pecho, las de Laura eran aún mayores. Unido a que medía 1,58 m, unos 5 centímetros menos que yo, hacía que sus pechos resaltaran más todavía.

Reflejadas ambas en el espejo del ascensor. No sabía si éramos dos amigas que salían de fiesta a devorar hombres. O dos putas que tenían un cliente. Ella castaña clara, casi rubia. Yo morena como el tizón. Su piel es bronceada, pero no tanto como la mía, que luzco un moreno natural permanente todo el año. Ambas de cintura estrecha, más marcada en su caso por su cadera más ancha y su culo más grande. Pero no un exagerado. Un culo firme y redondeado, quizás menos respingón que el mío. Pero con estos vestidos, igual de imponente y fresquito, pues el aire paseaba bajo mi falda a su antojo según salimos a la calle.

Habíamos pedido un taxi, pues donde íbamos estaba lejos para ir en metro. Y no somos de conducir si bebemos. La cara del taxista era un poema al vernos. Salió del coche para abrirnos la puerta y todo. Yo diría que la profecía de mi amiga de la infancia se había cumplido antes de llegar a la discoteca.

El viaje hasta allí fue divertido. Jugando con el taxista a pillarle mirándonos desde el espejo interior. Siempre nos ha divertido jugar con los hombres. Y se nos da muy bien. El cortes y hablador conductor se quedó sin palabras cuando mi amiga abrió las piernas para dejar que se viera su tanga rosa. Una vez acobardado, era nuestro. Un: que bien te queda ese sujetador, parece que se te van a salir las tetas. Y el maduro taxista estaba mirando disimuladamente. Mirada nuestra al espejo y agachaba la cabeza. Solo habíamos tomado dos copas antes de salir, pero lo suficiente para entonarnos. Continuamos con el juego hasta llegar, momento en el que deje caer mi tarjeta al suelo, solo para agacharme y que Laura le pillara mirándome bajo el escote en primera línea.

– ¿Qué pasa? ¿Te gustan las tetas de mi amiga? ¿Y Las mías qué? – dijo ella bajándose el vestido.

El pobre taxista no atino a decir nada. Solo me devolvió mi tarjeta sin pasarla. Nos estaba invitando a la carrera. Un precio justo por vernos las tetas a ambas.

El subidón del viaje se nos fue al ver la inmensa fila de gente que esperaba para entrar en la discoteca. Odio hacer cola. Es algo que no lo soporto. Por mi me hubiera vuelto a casa sin entrar por no esperar. Pero como no podía dejar a mi amiga sin su merecida fiesta, tenía que pensar una solución. Me fije en dos chicos que estaban cerca de la puerta. Solo tenían un grupo grande delante de ellos y otro grupo de 3 chicas que eran las siguientes. Eran dos y nosotras también, perfecto. Le guiñé el ojo a mi cómplice y cogiéndola del brazo fuimos hacia ellos con el inconfundible eco de nuestros tacones acompañándonos. Eran dos hombres algo mayores que nosotras. De unos 30, 32 años diría yo. Una presa fácil para dos pibones de 27 con vestidos de 15.

¡Ya pensaba que no os encontrábamos! – le dije abrazándome al más alto.

¡No pensarías entrar sin mí ¿verdad? – le dijo Paula al que tenía cara de niño bueno.

No podíamos dejar que nos delataran, por lo que, pegándome bien mi pecho al suyo, le dije al oído a mi víctima.

– Si nos dejáis entrar con vosotros os debemos una. Y nosotras siempre pagamos nuestras deudas. – termine diciendo haciendo la gracia de la conocida serie.

Paula por su parte, fue menos sutil. Directamente beso al niño bueno, dándole un morreo que le serviría para las futuras pajas durante meses. No sé si por lo mío o lo suyo, pero el plan surtió efecto. Entramos en menos de 5 minutos.

– Bueno… ¿Y cómo piensas pagar tu deuda? – dijo mi fugaz acompañante.

– ¿Qué te parece con una copa? – le dije yo, mucho menos cariñosa que en la calle.

– Las copas me las puedo pagar yo. Seguro que se te ocurre algo mejor.

– Bueno… la noche es joven. Seguro que después de unas copas se me ocurre algo. – le contesté.

Volviendo a coger a mi amiga del brazo, la lleve en dirección a la barra. Atravesando la maraña de gente que se concentra cerca de allí, les perdimos de vista. La verdad es que era una pena. Sin ser nada del otro mundo, eran guapetes. Y al menos el que había sido mi pareja por unos minutos, tenía algo que me llamaba la atención. Pero no habíamos venido allí para estar toda la noche aguantando a dos tíos. Nos lo íbamos a pasar bien. Íbamos a jugar con los hombres, reírnos y verlos como se volvían locos por nosotras. Pero al menos yo, volvería a casa sola. No puedo decir lo mismo de mi amiga, que ya estaba hablando con otro hombre en la escalera que subía a otra planta de la discoteca.

Con aquel chico y sus amigos estuvimos un rato bailando y bebiendo, por supuesto invitadas por ellos. Que fácil es hacer pensar que pueden conseguir algo contigo. Lógicamente los tíos van a lo que van. Pronto la mano que agarraba mi cintura fue bajando hacia mi culo. Digamos… que una copa daba permiso a un manoseo rápido en mis glúteos. Pero cuando agarro con descaro, fue el momento de buscar otras presas más… frías.

Unas miradas con un chico rubio y pronto estuvo bailando cerca de mí. Conseguí separarme de mi acosador para acabar, milimétricamente, chocando con mi culo en el paquete de mi rubio de ojos azules. Era de Londres, perfecto, así podía practicar mi oxidado inglés. Llame a Laura para que nos acompañara. El guiri no podía imaginar que aquella noche tendría a dos españolas perreando para él.

Así estuvimos un rato, jugando con nuestro cachorrito rubio. Pero o mi inglés estaba demasiado oxidado, o el alcohol dificultaba en exceso entendernos. Le dejamos tranquilo y con la polla dura, algo que notaba en mi culo cada vez que me acercaba a él. Eso sí, después de que Laura le agarrara el paquete y le comiera los morros en medio de la pista de baile. Como dijo ella, una ayuda al turismo español. Ese volvería toda su vida a España de vacaciones.

No sé las copas que tomamos, pero muy pocas pagamos. Eso quiere decir que nos divertimos mucho y por supuesto, que dejamos muchos tíos cachondos y frustrados. Parecía que tuviéramos 19 años. Me lo estaba pasando genial a pesar de que en un principio no tenía ninguna intención de hacer todo aquello. Pero solo me hacia falta un poco de ginebra y tengo que reconocerlo, zorrear un poco, para volver a mis años locos…

Yo estaba bailando, si se puede llamar a así a moverse entre las manos de un tío de unos 25 años que parecía un pulpo. Era guapo, pero nunca me han gustado los hombres más jóvenes que yo. Mientras Laura había pasado directamente a liarse con un morenazo de más de 30. Agarrada de la cintura por el yogurin, que intentaba traspasar la tela de mi vestido y de sus pantalones, vi como Laura me hacia el gesto de que se iba al baño, con aquel hombre. ¡Pues si que iba a celebrar haberlo dejado con Fran! La verdad es que el hombre tenia su morbo, si yo hubiera estado soltera y con el calentón que llevaba encima… quizás hubiera acabado también de rodillas en el baño. Pero no, me había tocado lidiar con este niñato. Que estaba más caliente que un mono. Notaba su herramienta claramente entre mis nalgas. Si, es cierto que por un lado aquello me ponía cachonda. Pero era tan… torpe. Intento tocarme las tetas, con disimulo, pero torpemente. Plantando su mano en mi pecho derecho y dejándola allí, muerta. Sin moverla. Cualquiera podía ver como aquel niño me estaba tocando la teta. Y encima no hacia nada. La frustración y la mala conciencia por estar zorreando teniendo novio, hizo que quisiera escapar de allí. Me di la vuelta con un movimiento sexy y le dije al oído que tenia que ir al baño, que no se fuera.

No espere respuesta. Me fui medio corriendo, siguiendo los pasos de Laura. Ni siquiera sabía dónde estaban los baños con la borrachera que llevaba. Me sentía mal por llevar toda la noche siendo manoseada por otros tíos, mientras Alberto estaba en casa durmiendo plácidamente. Aunque no era lo único que sentía. Hacia mucho que no me sentía tan viva. Tan deseada. Sexy… caliente. Pensar cuantas manos había pasado por mi cuerpo en poco más de dos horas. Cuantos paquetes se había rozado con mi culo bailando… Estaba cachonda. Muy cachonda. El alcohol siempre había avivado mi libido. No quería serle infiel a mi novio y no lo iba a hacer. Necesitaba desahogarme. Encontré los servicios y mi mente calenturienta tuvo una idea perversa.

Si ya, pensareis. Te mas a masturbar para quitarte el calentón. Pues sí. Pero estaba tan cachonda que no me valía con eso. Necesitaba más morbo. Y en ese momento de poca lucidez y mucha excitación mis filias ampliaron horizontes. Me vino a la mente la imagen de Laura de rodillas comiéndole la polla a aquel morenazo y me moje. Lo peor es que no era ya por el moreno, que si bien estaba muy bueno y me moría de ganas de ver su polla. Fue el pensar en mi amiga haciendo aquello. Imaginarme a mi amiga tragándose hasta la garganta el falo de un hombre… Eso no era ser infiel. quizás ser una pervertida, pero no infiel.

Entre sin mirar a nadie en el baño de los hombres. Sabía que ella habría elegido el de los tíos y no el de las tías. Quizás sea más sucio, pero si te pilla un hombre follando, nunca se va a quejar ni montar un numerito. En cambio, hay mucha amargada que monta el espectáculo.

Los tíos que allí había me miraron como un león mira a un cervatillo. Me disculpe con la escusa de que me meaba y no podía esperar la cola del baño de mujeres. Fui hasta el penúltimo reservado de aquel amplísimo baño. Estaba abierto y el último cerrado. Por lo que deduje que allí estaba mi amiga disfrutando de su presa. La música de la discoteca se escuchaba casi tan bien como fuera, por lo que Laura podía estar gimiendo como una loba que no la escucharía. Daba igual, estaba a mil. El mero hecho de masturbarme en el baño de hombres a unos centímetros de mi amiga teniendo sexo era suficiente para que no lo pensara y entrase en el wáter.

Estaba sucio. Muy sucio. No me atreví a sentarme, pero aquello no me bajó el calentón. Me sentía una puta. Me apetecía correrme allí, de pie, como una zorra. Subí la falda del vestido hasta mi cintura y colocando una pierna a cada lado de la taza, empecé a tocarme por encima del tanga. Era increíble lo mojada que estaba ya. No tengo claro si fue por los juegos de la noche o por la perversión de pensar en mi mejor amiga haciendo una felación. Me sentía una zorra. Me ponía a mil estar allí tocándome en el baño de hombres. Sabiendo que fuera habría tíos tocándose la polla mientras meaban y yo a unos metros frotándome el coñito. Necesitaba más emoción. Sacando los tirantes del vestido de mis hombros, baje el vestido y saque mis tetas del sujetador. Sentirme expuesta de esa manera me llevo al cielo de la excitación. Corrí mi tanga y comencé a frotarme el clítoris a la vez que pellizcaba mi pezón derecho. El mismo que aquel torpe había tocado sin ningún arte. Pobre iluso, si hubiera sabido tratar a una zorra como yo ahora podía tener su rabo en mi garganta, como seguro que Laura tiene la de aquel morenazo.

No podía dejar de pensar en aquello. Mi mejor amiga estaba a mi lado. No sabia que estaba haciendo. Me moría de ganas de verlo. Pero en mi mente me la imaginaba de cuclillas, tragando carne y con la barbilla llena de babas de ahogarse de una buena polla. Me moría de envidia. Yo quería lo mismo. Cuando llegara a casa iba a despertar a Alberto y hacerle la mejor mamada del mundo. Pero no podía esperar. Estaba a punto de correrme. Abrí mi boca todo lo que pude. Como si me fuera a entrar una polla enorme en ella. Me quería correr así. Con las tetas y el coño al aire en aquel sucio baño. Y con la boca bien abierta esperando que un hombre me la metiera hasta la campanilla. Porque no desee que me tocara la lotería…

– Vaya… aquí te escondes para no pagar tu deuda. – escuché claramente a pesar de la música.

Debí tener los ojos cerrados al estar casi llegando al clímax, pues no me había dado cuenta de que la puerta se abría. Allí estaba el tío que había usado para no esperar al entrar en la discoteca. Me quede helada. Él en la puerta, la puerta completamente abierta. Yo aún con la boca abierta y las tetas y el coño a punto de explotar al aire.

– No pares. Termina lo que estas haciendo. Luego hablamos de tus deudas. – dijo él.

Sin saber por qué, no había cerrado la boca ni dejado de tocarme aún. Solo había bajado la velocidad. Pero el cuerpo no me respondía. No quería dejar escapar aquel orgasmo por nada. Mi cuerpo había decidido. Y no tenia fuerzas para llevarle la contraria.

– Cierra la puerta, por favor. – le dije, sin dejar de tocarme.

– Entonces me deberás dos.

– Lo que tú quieras. Pero cierra que me van a ver.

Cerró la puerta. Pero lo hizo después de pasar. No se por qué me sorprendía. Me había pillado masturbándome en el baño de hombres y todo lo que le había pedido es que cerrara la puerta. Pensé que se abalanzaría sobre mí. No sentí miedo. Estaba demasiado cachonda para ello. Quizás mañana me sentiría violada, pero no lo hubiera sido. En ese instante, deseaba a ese hombre. O a cualquiera. No sabía que estaba pasando por mi mente, pero estaba desatada. Y no. No se abalanzó sobre mí. Se quedo mirando como seguía frotándome lentamente mi coñito. Nunca antes me había tocado delante de un hombre así. No me refiero por hacerlo en el baño de una discoteca. Que tampoco. Quiero decir que nunca lo había hecho con un hombre mirándome en exclusiva a mí. Sí lo había hecho muchas veces delante de mi pareja. Pero mientras teníamos sexo o mientras le hacia una mamada. Pero él siempre estaba entretenido. No me miraba directamente, examinando mi manera de hacerlo, los gestos de mi cara, las contracciones de mi cuerpo. Me sentí un objeto. Y me sentía en el paraíso.

Cada lento movimiento de mis dedos era como un mini orgasmo. Jamás había disfrutado tanto de darme placer a mi misma. Yo diría que jamás había disfrutado tanto a secas. Intente acelerar el ritmo, pero no. Mi cuerpo me pedía ir despacio. Retener aquel orgasmo. Mi mente sabía que aquello no podía acabar así, por mucho que mi entrepierna lo deseara ya. No entendía por qué aquel hombre no se sacaba la polla y me la acercaba para que mi boca no estuviera abierta y vacía. No podía con mi excitación y tampoco con mi curiosidad.

– ¿Solo vas a mirar? – le dije, volviendo a dejar la boca abierta después.

– Te he dicho que termines. Y que luego hablábamos. No me quiero aprovechar de tu calentón.

– Eso quisiera. Pero no puedo. No es fácil con un hombre mirándome.

– ¡jajaja! Viéndote así, y por lo que he visto esta noche. No pareces una mujer vergonzosa.

– No es eso. No se lo que es. Pero no puedo. Me falta algo. – le contesté, con toda la sinceridad que da hacerlo desnuda y al borde del orgasmo.

– Yo si lo sé. No te preocupes, tendrás tu orgasmo. Pero primero, voy a divertirme un poco. – me contestó con una sonrisa de ganador.

Por fin. Parecía que aquel tío iba a dar el paso. En esos momentos ni me acordaba de mi novio, ni de lo que significa ser fiel. Solo pensaba en mi hinchado y mojado botoncito que no podía dejar de frotar dándome descargas de placer, anunciando lo que seguramente me dejaría temblando.

– ¿Qué es lo que te ha hecho estar aquí de esta manera? – me preguntó.

– Supongo que no he sido una monja esta noche. – le contesté, frustrada porque siguiera hablando y no actuando.

– Si… puede ser. Seguro que ser una zorra te pone cachonda. Pero hay algo más.

– Mi amiga está en el baño de al lado chupando una polla. O follando. No estoy segura.

Aún todavía no entiendo porque le dije aquello. Porque descubrí a un completo desconocido que era una pervertida. Más aún del hecho de estar masturbándome en el baño de los hombres y no haber parado cuando me pilló infraganti. Le estaba confesando a aquel hombre que me ponía cachonda pensar en mi mejor amiga. Me sentía humillada, sucia, degradada… cachonda. Muy muy cachonda.

– Entonces es eso. Te pone imaginarte a tu amiga follando. – me dijo él.

– Mamándosela. Lo que imagino es que le esta haciendo una mamada. – le conteste con toda la sinceridad que te da la excitación máxima.

– Entiendo. Por eso mantienes tu boca completamente abierta. Deseas una polla en ella como tu amiga.

– Si. – le conteste avergonzada, sintiéndome violada, no en mi cuerpo, si no mi mente.

– ¿Te gustaría ver a tu amiga chupando un rabo? – me preguntó el cabrón, sabiendo de antemano la respuesta.

– Si. Muchísimo.

– ¿Cómo te la imaginas? ¿sentada en el wáter, de rodillas? – continuo con su caliente interrogatorio.

– Me la imagino de cuclillas. Porque el suelo esta muy sucio para ponerse de rodillas.

– Pero si ella es tan puta como tú, no le importará mancharse con tal de comerse una polla como hacen las putas ¿no?

Mi cabeza daba vueltas al igual que mi dedo en mi rajita. En una sola frase nos había llamado putas a mi mejor amiga y a mí. Y no solo era cierto, sino que me ponía y me humillaba a partes iguales. En cualquier otro momento le habría dado una ostia por llamarme puta o llamárselo a Laura. Pero que poder moral tenía yo para decir que no era lo que más ansiaba ser.

– Laura no es tan puta como yo.

– Demuéstralo. Y yo te daré lo que tanto deseas. – me contestó él.

No tenia del todo claro lo que quería. Mi mente no funcionaba al completo. Solo la parte que tenia que ver con el placer y el morbo. No sabía que ganaría con ello. Ni me importó las consecuencias. No tenía claro que fuera eso lo que tenia que hacer para demostrar que era más puta que mi mejor amiga. Pero como un autómata que solo obedece órdenes, hice lo que entendí que él quería por lo que había dicho. Me arrodille en el suelo, delante de la taza y a unos escasos centímetros de su sexo.

– Buena chica. Me gustan las perritas inteligentes y obedientes. – me dijo mientras ponía su mano sobre mi cabeza y acariciaba mi pelo.

Pensé que ahora se sacaría la polla y me la metería en la boca. Yo continúe con la boca abierta, tocándome suavemente. Notaba mis rodillas y piernas mojándose, de lo que prefiero no pensar que era. Me daba igual. Solo quería acabar atragantándome como posiblemente estaba siendo Laura. Aquel hombre metió la mano en el bolsillo de su pantalón y saco su móvil. Me iba a grabar. Me daba igual. Le pediría que me mandara el video y sería el material de mis orgasmos por años. Pero no. Alzando el brazo y gracias a su altura, llevo el móvil por encima de la pared de madera que separaba mi cubículo del de Laura.

Estaba grabando lo que allí pasaba. No podía verlo. Solo podía ver la tela de su vaquero, ahora más cerca al estirarse para grabar la escena. Mis labios rozaban la tela. Saque mi lengua. Quería lamer. Pero algo no me dejaba. Era como si no pudiera porque él no me había dado permiso. Que absurdo. ¿acaso le iba a molestar que un pibón medio desnudo y de rodillas le lama el paquete por encima del pantalón? No. Seguro que no. Pero no podía. Mi lengua no se movía. Solo disfrutaba de cada roce que su ligero movimiento hacia que mi lengua chocara contra él, mientras que mi saliva empezaba a deslizarse por mis labios y encaminándose por mi cuello.

– Dime. ¿Qué tienes más ganas de correrte viendo el video que estoy grabando para ti o de hacerlo lamiendo como una perra mi pantalón?

Aquel hombre descuadraba todos mis esquemas. Me hablaba de la manera mas soez que nadie me había hablado en mi vida. Y a la vez tan tranquilo como si me estuviera dándome la hora o indicándome una dirección. No eran solo las palabras, ni la pregunta en sí. Era su forma de hacerla. Con esa tranquilidad, esa seguridad. Dominando la situación completamente. Sabia que me tenia a su merced. No me había tocado, pero era suya. Así me sentía yo. Suya. En cuerpo y mente. Porque mi cuerpo se moría por él, porque me tocara. O porque me dejara tocarle. Y mi mente no entendía como aquel cabronazo me dejaba sin palabras. No sabia que contestarle. No podía elegir una de las dos opciones. Quería las dos. No lo sabía hasta que lo preguntó, pero ahora lo tenia claro. En mi vida solo necesitaba dos cosas. Ver a mi mejor amiga comiéndose una polla y lamer el vaquero de aquel misterioso desconocido.

– Las dos. No puedo elegir. De verdad que no. Quiero hacerlo, pero no puedo. Por favor. No me hagas elegir una. – le dije de la manera más dócil y sumisa que había hablado nunca.

– Eres una niña caprichosa. Pero me gustas. Esta vez te consentiré. Pero no te acostumbres. Empieza a lamer mientras veo a tu amiga. A ver quien lo hace mejor.

Como si sus palabras fueran el disparo de salida de una carrera, mi lengua comenzó a recorrer la áspera tela de sus pantalones. Estaba lamiendo el paquete de un desconocido, mientras él veía a mi mejor amiga teniendo sexo a través de la pantalla de su móvil. No solo la veía. La estaba grabando. Ese cabronazo tendría un video de Laura en su móvil. Me daba igual. Mi único pensamiento era en que mis labios y mi lengua pusieran dura aquella polla. Si mi amiga tenia que ser grabada para ello, que se joda. Por puta. Es lo que puede pasar si te dedicas a hacer mamadas en el baño de una discoteca. De hecho, a mí me podría estar grabando su amigo desde el baño de al lado. Me da igual. Que me grabe. Solo quiero probar su polla. Quiero notar en mis labios su dureza y saber que a sido porque soy más puta que Laura. Diooooooos. Estaba fuera de mí. Pero aún no podía correrme. Le había pedido hacerlo mientras le lamia y veía el video de mi amiga. Y mi mente no dejaba que mi cuerpo lo hiciera hasta que cumpliera lo que me habían concedido.

-Bien perrita ¿Quieres correrte viendo a la guarra de tu amiga?

-Si. Por favor. ¡Porfa! ¡Porfa! ¡PORFA! – le suplique como una niña pequeña.

– 4 minutos 26 segundos. Al final tengo un video muy largo. Mucho tiempo para una perra en celo como tú. Te pondré el ultimo minuto. Si no te corres antes de que acabe, no podrás hacerlo. ¿entendido?

– Entendido. – le dije, sin pensar en las consecuencias de no conseguirlo.

– Y no dejes de lamer ni un segundo mientras lo ves. Quiero que mis pantalones acaben tan mojados como tu tanga.

– Así lo haré. Haré lo que tú quieras. Todo lo que tu quieras. De verdad. – le contesté fuera de mí.

-Eso ya lo sé.

Aquel hombre sin nombre coloco el móvil a la altura del botón de su pantalón y dio al play. Cerré mi boca un segundo intentando generar toda la saliva posible para cumplir lo que me había ordenado. Me sentía realmente como el decía. Como una perrita obedeciendo a su Amo. La primera imagen de la cabeza de Laura moviéndose de adelante a atrás frenéticamente no se me olvidará nunca. Aunque en ese momento mi mente se repartía en asimilar estar viendo a mi mejor amiga tragándose aquel falo, y en lamer como la perra que deseaba ser, aquel otro falo que solo podía intuir bajo el pantalón.

No podía controlar el tiempo. Ni siquiera pensé en que podía verlo en el temporizador del video. Solo veía como Laura no dejaba de chupar una polla que salía en ocasiones del todo. Y que ella lamía la punta como si fuera un chupachups. Deseaba hacer yo lo mismo, pero no podía. Solo podía lamer. Me sentía vejada por estar machacándome el clítoris como una guarra, sin dejar de recorrer toda la tela de aquel paquete que, para esas alturas, adoraba. No aguanté. Era imposible. Me había dado un minuto. Pero podía haberme dicho 5 segundos que yo habría obedecido. Abrí mi boca todo lo que pude y pegué mi cara contra su polla dura pero escondida, intentando cazarla inútilmente. Y así, casi sin respiración y mirando de reojo a mi mejor amiga recibiendo una corrida descomunal en su cara, me corrí yo. Me asusté al notar una explosión en mi interior, para después sentir un líquido caliente y muy caudaloso recorriendo mis piernas y encharcando el suelo. Fue largo, muy largo. Pensé que me desmayaba. Jamás me había corrido así. El mayor orgasmo de mi vida sin duda.

– Sabía que no me equivocaba cuando viniste hacia a mí en la puerta.

No sabía a lo que se refería. Mis piernas temblaban como un flan, mientras respiraba agitadamente contra su paquete. Si mi boca no hubiera seguido atrapando la polla bajo el pantalón, hubiera caído hacia delante contra la puerta. Mis piernas no respondían, los espasmos hacían que limpiara el suelo con mis rodillas. Había sido el orgasmo más largo e intenso de mi vida. Y, aun así, seguía cachondísima. ¡¿Pero qué coño me pasaba?!

– Pero fíjate como me has puesto el pantalón de babas. Eres una perrita babosa.

– Lo… lo siento. Solo hice lo que me habías pedido. – le contesté sin saber si había hecho mal.

– No te lo he pedido. Te lo he ordenado. Y lo has hecho muy bien perrita. Pero no puedo salir así. Sopla. Sopla para secar lo que has mojado con tus babas.

Tenía razón. Él no me había pedido nada desde que había entrado al baño conmigo. Cada palabra que salió de su boca fue una orden. Órdenes que habían conseguido que tuviera el mejor orgasmo de toda mi vida. No contesté. Solo obedecí. Y mientras soplaba la tela que cubría lo que yo me moría por probar, supe que esto solo era el comienzo.

– ¿Cómo te llamas?

– Tamara. Me llamo Tamara, señor. – le dije sumisamente entre soplidos.

– Muy bien Tamara. Pero prefiero que me llames Amo. – contestó haciendo que un escalofrió recorriera mi cuerpo hacia mi enrojecido coño.

– Ya puedes decir que eres una soplapollas. ¿Te gustaría ganarte el título de chupapollas? – continuó diciendo él.

– Más que nada en este mundo. Haré todo lo que me pidas, Amo.