Follada como una puta en el hospital

Hace unas semanas mi cuñado Vicente, del que ya he escrito otro relato, fue padre. Esto nos sorprendió a todos ya que su mujer estaba de siete meses, por lo que el bebé se adelantó. En ese momento Carlos, mi novio, me llamó y me informó de todo.

-Acaba de romper aguas y mis padres no están en la ciudad, y mi jefe no me deja salir hasta que no termine mi turno -me dijo mi novio.

-No te preocupes, ya voy yo.

-¿Estás segura? -me preguntó.

-Sí chiquillo. Cuando salgas de trabajar te acercas y ya me voy contigo luego. No vamos a dejarlo solo al pobre que tiene que estar de los nervios -dije mientras me preparaba-. Yo ahora me cojo algo de ropa cómoda y me la llevo en una bolsa para esta noche, y nos quedamos allí toda la noche con él, mientrs tanto voy yo y así espero a que vengan tus padres.

-Me han dicho que no iban a tardar, sí que como mucho una hora y algo.

Nos dijimos un par de cosas más y lo dejé que volviese al trabajo. Ese día yo llevaba una falda corta de flores, muy de verano, y un top negro. El verano acababa de terminar y todavía se me notaba la piel morena de tantos días tomando el sol. Estaba muy guapa. Metí en una bolsa unos pantalones cortos y una camiseta anchas para poder pasar la noche cómoda, y metí un chándal que Carlos se había dejado en mi casa y una de sus camisetas que yo uso para dormir por si no le daba tiempo a pasarse por su casa después del trabajo. Cogí un uber y en poco tiempo estaba en el hospital.

Entré al hospital y fui hasta la zona de la sala de espera para los partos, y allí, sentado, vi a Vicente. Me acerqué tranquilamente hacia él y comprobé que estaba un poco pálido, se lo achaqué a los nervios y a que seguramente estaría deseando ver a su hija nueva. Era una niña.

-¡Vicente! -dije alzando la voz a mitad del pasillo.

Cuando me vio se levantó y sonrió, llegué hasta él y me dio un abrazo y dos besos.

-Gracias por venir, ya he hablado con Carlos y me ha dicho que hasta un par de horas no podrá pasarse -noté que me miraba de arriba a abajo-. No hacía falta que vinieses.

-Cómo que no hombre, si a estas alturas ya estoy casada con tu hermano. Además, no es ninguna molestia, y estoy deseando conocer a mi sobrinita.

Rió y me miró con un poco de preocupación en el rostro.

-Pues menos mal, porque yo no tengo nada de ganas -confesó.

-¿Y eso? -le cogí de la mano y lo llevé de vuelta a los asientos, tirando de él para que se sentase- Eso lo dices porque estás nervioso.

-Lo que estoy es hasta los cojones. Otra niña porque a ella le ha dado la gana. Ya con esta van tres niños, y no quiero más, pero como no le sale de las narices abortar, otra vez padre.

-Bueno -estaba algo confusa-, un niño siempre es una bendición.

Así me habían criado a mí, mi abuela me inculcó desde pequeña que traer un nuevo bebé a la vida es una bendición y algo maravilloso para los padres, y aunque yo no quería ser madre, me alegraba muchísimo cada vez que tenía un nuevo sobrino o primo pequeño al que malcriar como si fuese mío.

-Lo será para la madre. No he conocido a ningún padre que diga que un niño es una bendición -afirmó Vicente-. Están todo el día llorando, y cuando crecen siguen llorando y solo estorban. Les tengo cariño porque los he hecho yo, pero son un incordio. Desde que los tengo no follo casi nada, solo cuando se duermen temprano o consigo escaparme de casa -a esas alturas los hermanos y el padre de Carlos no tenían secretos conmigo, y sabía que todos eran infieles a sus parejas, así que lo dijo con naturalidad-. Y después la pasta que hay que gastarse en mierdas.

-Bueno, al menos será algo bueno para ella -dije intentando tranquilizarlo.

-Sí, ahora con la niña pasará de mi y luego se extrañará si estoy todo el día enfadado. Es una inútil, la zorra, no debería haberme casado con ella.

Le acaricié el pelo y posó su mirada en mis ojos.

-Tranquilízate, ¿vale? -dije suavemente- Ya verás como cuando veas a la niña te la comes. Dicen que los padres siempre quieren más a sus hijas.

Le acariciaba el pelo, y parecía que se iba relajando. Le cogí la mano y la apreté para tranquilizarlo más.

-Ahora lo que necesitas es descansar, relajarte un poco…

Miré alrededor y vi a algunas enfermeras que, aunque yo no me sentía atraída por las mujeres, supe ver que eran guapas. Mi cuñado también es muy guapo. Es muy varonil, alto, se mantiene en forma y es muy atractivo, además incluso para el parto de su mujer iba bien vestido.

-¿No hay ninguna enfermerita que te haya tirado la caña? -le guiñé el ojo- Si alguna te lleva a una habitación libre, yo me callo y hago como que no sé nada, seguro que eso te relaja.

Él sonrió pero negó con la cabeza.

-Qué va, están desbordadas, desde que he llegado he visto ya a cuatro tías pariendo, y por lo visto ya había dos dando a luz en el paritorio, no sabía que esta zona del hospital tenía tantas salas.

Ahora que lo mencionaba, sí era cierto que se notaba el pasillo ajetreado y en movimiento. Abrí mi bolso y saqué una botella de agua y un paquete de patatas.

-Bueno mira, come y bebe algo, ¿vale?

-¿Dónde vas? -dijo alarmado ante la posibilidad de que fuera a dejarlo solo.

-Sólo voy al baño a cambiarme, me he traído ropa cómoda porque veo que nos queda toda la noche.

Vicente puso su mano en mi muslo y comenzó a acariciarlo.

-Yo creo que así estás genial -susurró.

-Sí, pero ya hace frío aquí -el hospital tenía el aire acondicionado congelado-, y me estoy helando. Me voy a cambiar…

Vi que agachaba la cabeza deprimido.

-Mira -señalé hacia el baño-. El baño está ahí, si necesitas cualquier cosa voy a estar ahí dentro, solo tienes que llamar y entrar. No me voy a ir a ningún sitio.

Sonreí y le di un beso en la mejilla. Olía un poco a alcohol, supongo que se tomaría algo para relajarse, y a su colonia, que me encantaba. Me levanté, agarré mi bolso y la bolsa en la que llevaba la ropa y fui hacia el baño. Entré y no eché el seguro. Aquel día no había mucha mujer en los pasillos, las que había iban a parir o eran enfermeras, y ambas tenían sus baños propios, así que no me preocupé. Saqué mi ropa de la bolsa, que consistía en unos pantalones cortos, una camiseta ancha y un tanga. Odiaba estar más de un día con el mismo tanga puesto. Cómo siempre, no llevaba sujetador porque no uso. Lo dejé todo sobre el lavabo y comencé a desnudarme. Me quité la falda y luego el top, quedándome solo en tanga. Me miré en el espejo y, aunque está mal que yo lo diga, cada día mi cuerpo me gusta más. Buen culo, buenas caderas, tetas en condiciones y ni un gramo de grasa.

Justo cuando me iba a quitar el tanga escuché cómo abrían la puerta, y al girarme para ver quién era vi que se trataba de Vicente. Rápidamente cogí la camiseta ancha y me la lié al cuerpo para tapar mis tetas, aunque ya las había visto más veces cuando hacía topless o en el último relato sobre él que escribí.

-¿Qué pasa? -pregunté- ¿Necesitas algo?

Estaba serio, mirándome de arriba a abajo. No contestaba.

-¿Vicente? ¿Ha llegado Carlos?

No entendía porqué me miraba fijamente pero no decía nada. Tardó poco en darme una explicación, ya que se giró, echó el pestillo a la puerta y se acercó hasta mí. Con un movimiento rápido y fuerte le pegó un tirón a la camiseta de su hermano y me dejó desnuda. Me intenté cubrir las tetas con las manos pero él, agarrándome las muñecas con fuerza, lo evitó, dejándolas al descubierto y mirándolas fijamente. Vicente y Carlos eran muy distintos, a Carlos le gustaba complacer a las mujeres y para él lo principal era el placer de su pareja. Vicente solo pensaba en su polla, en correrse y hasta la vista. Eso me ponía mucho.

Me empujó contra la pared, sin hablar ni una sola palabra, y comenzó a comerme el cuello. Me lo mordía, besaba y lamía, y yo gemía intensamente. Me ponía mucho la situación, Vicente siempre me había puesto cachonda, y que me comiesen el cuello también. Subió y comenzó a besarme. Me comía la boca como un animal. No era cariñoso, yo no le importaba, simplemente estaba cachondo y quería deshacerse de la tensión acumulada por el parto. Le mordí el labio suavemente y soltó un gruñido indicándome que le gustaba. Yo estaba super cachonda, y del calentón rodeé su cintura con mis piernas mientras me tenía contra la pared por mis muñecas. Me agarró del culo y me levantó en el aire hasta que me sentó sobre la piedra fría del lavabo. Seguía comiendome la boca y el cuello, y ahora que sus manos estaban libres me amasaba las tetas como si fuesen de gelatina. En mi cabeza sólo podía pensar en su mujer, pariendo, mientras su marido se estaba liando conmigo. Seguro que tenía las tetas más firmes que mi cuñada, sin duda estaba más buena que ella.

Escuché cómo se desabrochó el pantalón, bajando la cremallera de la bragueta. Tiró del tanga y lo rompió, y segundos después noté el calor de su polla buscando la entrada de mi coño. No hizo falta mucho, y cuando la encontró embistió rápidamente, metiéndome la polla hasta el fondo. Solté un grito que él apagó con su lengua en mi boca. Chupaba su lengua y jugaba con la mía, sin cerrar los labios, un beso guarro y lleno de saliva, mientras que sus embestidas me penetraban. Sus embestidas eran a las que estaba ascostumbrada, eran embestidas de padres que acumulaban tensión y necesitaban simplemente un polvo para liberarla toda. Necesitaban correrse, volver a sus instintos primarios, para quedarse a gusto y luego volver a casa con sus mujeres e hijos, con la polla babeada por mis babas y mis jugos, y actuar como si nada hubiese ocurrido.

Me incliné hacia atrás, y él lo aprovechó para comerme las tetas. Sus embestidas animales me arrancaban gemidos potentes, y la manera en la que me mordía los pezones solo hacía añadirle leña al fuego. Yo estaba en el cielo, estaba muy cachonda, y él lo sabía y lo notaba. Empezó a embestir más rápido y más fuerte, era uno de los polvos más fogosos y simplemente carnales que había tenido, nada de sentimientos involucrados, solo dos personas usándose la una a la otra. Un hombre que necesitaba correrse y una mujer que estaba dispuesta a ser usada sin ningún otro fin. Mi tipo de sexo.

Me mordió un pezón y noté que yo llegaba al orgasmo, justo cuando sentí que su polla comenzaba a salir de mi coño. En ese momento se me vino a la cabeza las palabras que dijo sobre cómo no quería ser padre y estaba harto de sus hijos, y algo en mí hizo que enrollase mis piernas sobre su cintura y no dejase que se apartara. Quería que se corriera dentro de mí y probar mi suerte. ¿Le daría un sobrino a mi propio novio?

-Puta de mierda, suéltame -habló por primera vez desde que entró al baño, y se notaba la furia en su voz, pero se iba a correr y tenía demasiada poca fuerza como para separar mis piernas.

Un gruñido me avisó, y poco después noté su leche caliente golpeando las paredes de mi coño. Me estaba rellenando, y yo en ese momento llegué al orgasmo, arañándole el cuello y los hombros. Fue intenso, y me dejó extasiada.

Cuando terminamos, rápidamente sacó la polla de mi interior y, sin pensarlo dos veces, me pegó un guantazo en la cara. Lo miré y estaba rojo de furia.

-Cómo por tu culpa tenga otro hijo te vas a enterar, zorra.

Se guardó la polla en los pantalones, yo me llevé la mano a mi coño y, sacando dos dedos manchados de lefa le dije adiós con la mano mientras salía del baño. Sabía que eso lo haría enfurecer y pagarlo con su mujer.

Cuando salí ya había llegado Carlos.

-¿Qué tal? -me preguntó dándome un beso.

Carlos y yo no teníamos secretos, y nunca nos ocultábamos nada, pero decidí no contarlo lo que acababa de ocurrir hasta saber si estaba embarazada o no.

Sonreí y simplemente le devolví el beso.

-Estaba cambiándome, vamos a buscar a Vicente que está agobiado.

¡Hasta aquí el relato! Para los curiosos: no, no me quedé embarazada, y si lo hubiese hecho habría abortado, no quiero ser madre pero me gustaba la idea de que mi cuñado se corriese dentro de mí.

Si queréis, como siempre podéis escribirme por correo y hablamos 😀 Gracias y un beso.