Le regalo mi virginidad a mi hermano
Por la mañana, una súbita caricia sobre su pene lo volvió a despertar. Al abrir los ojos, lánguidamente, descubrió que su hermana estaba recostada a su lado y divertida lo miraba, al tiempo que jugueteaba con su miembro flácido entre sus finos y largos dedos.
— Buenos días hermanito, ¿has dormido bien? —preguntó Cathy con una encantadora sonrisa en sus finos y sonrosados labios.
— ¡Oh si muy bien hermanita! ¿Y tú? —replicó él mientras se estiraba llevando los brazos hacia atrás y tensándose como un arco a punto de disparar su flecha mortal.
— Bien, muy bien también. Anoche estaba cansada y creo que te dejé con las ganas de algo, ¿no es así?
— ¡Oh bueno! Tal vez, pero vi que estabas cansada y te dejé dormir.
— ¡Gracias hermanito! Lo cierto es que sí, habíamos trabajado mucho durante el día y no podía con mi alma —confesó Cathy.
Ambos se miraron metidos en el saco de dormir, Cathy se estiró sensualmente y le sonrió. Tom le devolvió la sonrisa y le apartó de la cara un mechón de pelo que le tapaba parte de ella.
— ¿Qué te pasó ayer con mamá? Cuando entré en la cocina teníais unas caras raras y parece que interrumpí algo —dijo Cathy curiosa.
— Pues bueno, si, estuvimos hablando de un tema delicado y bueno mamá me regañó.
— ¡Ah si, de qué tema! —insistió Cathy con más curiosidad.
Tom pareció vacilar, como si en su interior se librase una batalla entre el «se lo cuento» y «no se lo cuento».
— ¿Recuerdas cuando te conté que no llegaba al orgasmo?
— ¡Si, claro! ¿Ya has podido? —preguntó Cathy en su inocencia, pues seguía creyendo la mentira que yo le había contado.
— Pues digamos que si —confesó Tom dejándola pasmada.
— Pero, ¿cómo ha sido? ¿Tú solo lo has conseguido? —dijo Cathy muy intrigada.
— No Cathy, verás todo fue una mentirijilla mía —dijo Tom confesando.
— ¡Cómo! ¿Me mentiste? ¿Y qué tiene que ver mamá en todo esto?
— Pues digamos que ella también creyó mi mentira y me ha estado masturbando también en estos días —Tom se pensó lo siguiente—, entre otras cosas.
Cathy abrió los ojos de par en par y también su boca quedó tan abierta que parecía una leona bostezando.
— ¿En serio! ¡Tú estás de coña! —exclamó Cathy al oírlo escandalizada lejos de ofenderse.
Tom le contó entonces lo que pasó en el lago y luego lo de la noche en el porche y Cathy lo escuchó con tremenda curiosidad.
— ¡No me lo puedo creer! Esa sí que es una historia morbosa y no las del libro, ¿y qué te dijo mamá ayer?
— Pues que me había descubierto y que no volviese a mentirle —confesó él apesadumbrado—. Ahora me siento culpable, he ido demasiado lejos con ella y contigo y quería contártelo yo antes de que tú me hubieses descubierto.
— Bueno Tom, la verdad es que estoy anonadada. Es cierto que me diste lástima y en parte por eso hemos hecho lo que hemos hecho. Me siento un poco como mamá, pero bueno, también decidí formar parte de ello y ayudarte y bueno, tú también te has entregado sexualmente a mí, en fin, no pasa nada mejor pasemos página de todo esto.
— Gracias por tu comprensión Cathy, no volveré a mentiros. Ahora no sé qué pasará con mamá.
— No te lo tomes muy en serio, las mujeres somos un poco complicadas, seguro que al final pasa esto por alto y al menos seguiréis como antes.
Su hermano se quedó callado, pensativo.
— Tom, ¿recuerdas cuando fui con papá y tú me preguntaste qué tal el día y no te quise contestar? —dijo Cathy con su inocencia habitual.
— Si, recuerdo que te noté extraña y supe que había pasado algo pero que no querías contármelo.
¿Es que ayer jugasteis a algo interesante? —preguntó su hermano siempre ávido de íntimas y excitantes confesiones, pues en su actual vida, la placidez y la monotonía eran las reinas del día a día.
— Está bien hermanito, te lo voy a contar, porque si no lo hago «reviento» —dijo Cathy finalmente cediendo a su voluntad de confesión.
«Resulta que en nuestro siguiente viaje al pueblo me puse unos shorts muy ajustados, esos que casi se me ve el culo y una camiseta anudada en la cintura, con la que mostraba mi ombligo.
Ya en la camioneta subí una pierna y la puse sobre la puerta y me recliné como distraída, yo sabía que estaba provocándole y él un poco inquieto me dijo que me sentara bien, pero me negué y me dejó para no discutir.
En el supermercado, mientras hacíamos la compra, tomé una cajita de condones y le pregunté risueña si no necesitaba provisiones de aquellas, a lo que él un poco colorado dijo que: “bueno, tal vez” y la echó al carro. Entonces le dije que a lo mejor yo también necesitaba uno, ya sabes, “por si acaso”, él rio y se lo tomó a broma.
Luego almorzando vimos a la camarera de la taberna, ya nos conoce y es muy amable con papá, tiene unos enormes melones y papá no para de mirarla. Entonces empecé a sonsacarle:
— Vaya melones tiene, ¿verdad papá, son más grandes que los de mamá?
— ¡Cómo dices hija! —exclamó él azorado, como si no fuese con él la pregunta.
— Vamos papá, sé que le miras los melones a Louise, sé sincero conmigo, no se lo contaré a mamá, ¡te lo prometo!
— ¡Oh bueno hija, sí admito que tiene unos buenos melones! —confesó por fin riendo.
— ¡Pues yo creo que le gustas! —agregué.
— ¡Oh no, no creo! —replicó él negando con la cabeza.
— Claro que sí, una chica sabe cuándo a otra le gusta un hombre.
Papá sonrió y no quiso decir nada a mi afirmación, pero yo creo que en el fondo le gustó saber que ella probablemente se sentía atraída hacia él.
— A mí me encantaría tener un buen par de melones como ella —le confesé yo de repente.
— ¿En serio hija? Tú ya eres guapa con tu busto, no son tan grandes, pero sí muy bonitas.
— ¿De verdad papá? —le dije un tanto emocionada.
Ese día lo llevé a comprarme ropa y le hice pasar al probador, enseñándole mi cuerpo en ropa interior, él se quedó mirándome y no dijo nada, pero sé que me miraba interesado.
Luego en la tienda de herramientas tonteé un poco con el hijo del dependiente y creo que a papá no le gustó que fuese tan descarada, así que insistí.
Ya al salir me reprendió un poco por mi actitud, yo le dije que me sentía sola en la casa y eso aplacó un poco su enfado. Le estuve contando que tal vez necesitase relacionarme con chicos del pueblo pues yo también tenía necesidades y él se puso un poco colorado.
Otro día en el pueblo, recuerdo que también con la camarera estuve tonteando con la camarera, y diciéndole lo fuerte y guapo que era mi padre. Y decidí inventarme una historia de que era viudo. Papá me miró escandalizado, pero no dijo nada. La chica se mostró muy preocupada por él y yo seguí provocándola hasta ponerla nerviosa, haciéndole insinuaciones sobre lo sólo que se encontraba papá. Pero curiosamente él no desmintió mi historia, tal vez por vergüenza para no dejarme en evidencia.
Luego me estuvo preguntando el porqué de aquella mentira mía y yo le dije a las claras que le daba la oportunidad de montárselo con Louise si él quería, y que yo guardaría su secreto. Papá no las tuvo todas consigo ese día.
De vuelta también le pedí dejarme conducir y estuve bromeando con que yo era Louise y me enseñaba a conducir, incluso en mi sátira le hacía tocarme los pechos y le rozaba con mi culo muy provocadora. Hasta creo que se puso algo dura en su vaquero, aunque no podría asegurarlo.
Al volver otro día la camarera estaba sola, pues su jefe había salido y no había más gente en el local. Así que se sentó con nosotros y también comió algo. Ese día estuvo muy sensual y claramente tirándole los tejos a papá.
Entonces yo le dije que tenía que volver al supermercado porque había olvidado comprar “una cosa de chicas” y los dejé solos. Estoy segura de que los dos tuvieron sexo dentro del local, porque cuando volví papá estaba un poco despeinado y Louise se hacía la longui en la barra.
Así que, volviendo a casa le pregunté cómo había estado Louise y él me negó con la cabeza, seguí insistiendo para que confesara y él se empeñó en negarlo. Así que le amenacé en que o me lo contaba o se lo decía yo a mamá y de este modo confesó. Admito que fui brusca, pero fue la única manera de oírle admitirlo. Le pedí detalles escabrosos y lo forcé a contarme que lo habían hecho en el almacén, de pie, que se la había clavado por detrás y que había sido un polvo rápido y nada más y me pidió que por lo que más quisiera, que no lo contara a mamá.
Luego me arrepentí, pues sentí que yo había sido partícipe del engaño, incluso que lo había provocado. Ves a veces las personas somos complicadas y hacemos cosas estúpidas de las que luego nos arrepentimos.»
Tom quedó pensativo, allí en el sótano, donde ya había compartido momentos tan íntimos, pensó cómo su padre podía haber engañado a su madre, pero luego se dio cuenta que el sexo llama y por ese mismo motivo él se inventó aquella mentira, para tener sexo.
— ¡Jo, nunca pensé que papá pudiera engañar a mamá! Si están casi todas las noches dándole al tema —dijo Tom incrédulo.
— Si la gente miente, como lo has hecho tú —dijo Cathy casi leyendo sus pensamientos—. Por eso no debes martirizarte tanto por lo de tu mentira para tener sexo, eso sí, quiero ver cómo te corres, ¡me lo debes!
— En serio que quieres eso Cathy.
— ¡Sí! —dijo solícita.
— Bueno, cuando quieras.
— ¡Pues ahora!
— ¿Ahora? —dijo Tom incrédulo.
— Sí, me he puesto cachonda contándote la historia de papá con la camarera y tengo ganas.
De modo que Cathy ayudó a Tom con sus calzoncillos y ella misma se quitó sus braguitas, pues no iba a dejar escapar la oportunidad de masturbarse ella también mientras se lo hacía a su hermano.
— Jo Tom, ¿en serio que mamá te la chupó?
Preguntó Cathy mientras se la meneaba y al mismo tiempo se acariciaba su sexo suavemente a modo de preliminares.
— En serio, yo no lo podía creer mientras la veía allí abajo.
— Pero, yo también te la chupé y no conseguí que te corrieses —dijo Cathy.
— Ya, pero es que mamá tiene más experiencia, no te enfades Cathy.
— ¡Ya te digo! Te confieso que yo no había chupado nunca una, antes de la tuya, ¿quieres que hagamos el sesenta y nueve?
— Bueno, pensaba que sólo querías masturbarme hasta que me corriese —dijo Tom.
Se colocaron y se afanaron en su nuevo pasa tiempo, Tom degustó una vez más la joya de Cathy, como decían en las memorias y ella se tragó su glande y trató de excitarlo hasta que éste se corriese, aunque no estaba segura de si quería que eso pasara en dentro de su boca.
— ¡Oh Tom qué caliente estoy hoy! ¿Quieres que lo hagamos?
Preguntó Cathy en un momento álgido de la escena.
— Pero Cathy, yo soy tu hermano, como Renée, ¿no querrás recordar la primera vez con tu hermano, no?
— ¡Cómo, mi hermano rechazándome! ¡Eso no puede ser! Te estoy ofreciendo mi virginidad, ¿y pretendes rechazarme? —estalló Cathy perdiendo su carita de dulzura.
Se subió encima de Tom de un salto, de manera que se sentó justo en su pene erecto provocándole dolor al doblarlo con el peso de su cuerpo planchándolo con su chochito encima.
— No me dirás que no soy apetecible, ¿eh hermanito? ¡Venga hombre, es imposible que rechaces un ofrecimiento así! —le dijo mientras se quitaba la camiseta y le ponía sus pechos literalmente en la cara.
La muchacha se irguió y con una mano apartó sus braguitas, destapando su chochito desnudo. Tomando con su mano su pene lo extrajo del calzoncillo y entonces volvió a sentarse poniendo en contacto sus labios vaginales y la punta del glande de Tom, que la contemplaba dejándose dominar por ella. Tras rozarlo unas cuantas veces con su rajita arriba y abajo, sintiendo que su excitación lubricaba ya cada pliegue de su vagina, se dispuso con determinación a ser desflorada por la verga de su hermano.
Empujó suavemente con su cintura clavándose tan sólo punta. Justo en ese momento sintió una punzada de dolor y la hizo dudar de si continuar o no. Tom, pendiente de lo que su hermana intentaba, la asía por la cintura y esperaba a que ella tomase la iniciativa de nuevo. Así que decidió relajarla apretándole los pechos suavemente y levantándose se los chupó hasta poner duros sus pezones sonrosados.
La chica muy sonrojada por la excitación del momento intentó de nuevo el acercamiento hacia su sexo, lo colocó y cuando fue a empujar, de nuevo una punzada de dolor la paralizó.
En ese instante Tom sintió un tremendo deseo de entrar allí, en su cálido interior, tras sentir lo dulce del mismo apenas en la punta de su glande, por lo que asiéndola fuertemente por las caderas dio un golpe de cintura y Cathy gritó, lo que lo paralizó también al él.
Tal vez alertada por los gritos involuntarios de Cathy, su madre bajó las escaleras del sótano con su delantal denotaba que venía de la cocina, ajena a lo que allí ocurría, se dobló por la cintura tras bajar la primera parte de la escalera, con idea de avisar a sus hijos de que el desayuno estaba listo, sin sospechar que la escena que allí contemplaría la dejaría sin apetito…