Los huevos de un maduro

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Yo acababa de cumplir dieciocho años, hace dos años, era, y soy, una chica guapa y muy sensual. En casa éramos mi madre y yo, y había un dormitorio libre; mi madre decidió alquilar la habitación a alguna persona respetable, la alquiló con derecho a comida y a lavar y planchar la ropa del inquilino, con lo que cobraría más por esa habitación. Después de varias visitas mi madre eligió como inquilino a don Ramon, un señor de unos cincuenta y cinco años, muy educado y limpio. Don Ramon se había trasladado a nuestra ciudad por trabajo, y estaba encantado de poder vivir con nosotras, decía que le salía más barato que en un hotel y estaba más acompañado. Don Ramon comia con nosotras en el comedor, mi madre limpiaba su habitación y le lavaba y planchaba la ropa.

Yo estudiaba con ganas, era mi primer año en la universidad, para cualquier duda, acudía al cuarto de don Ramón y le pedía ayuda, ya que es un hombre de estudios y muy preparado. Don Ramon siempre llevaba traje y corbata, cuando iba a trabajar siempre llevaba su maletín de piel color miel. No sé porque, y sin pedirtelo el, un día que él estaba en el baño, cogí sus zapatos y se los limpié con betún y les saqué brillo con un paño, desde ese día que el quedó encantado, todas las noches después de la cena entraba en su cuarto y le limpiaba los zapatos, me lo había puesto como mi obligación por ayudarme con los estudios. Mi madre estaba encantada con el, decía que era un hombre muy apuesto y muy amable. Mi madre lleva sola muchos años, tiene cuarenta y cinco años y tiene un novio que la visita cuando viene a la ciudad los fines de semana. Su novio básicamente viene para hacer el amor con ella, se encierran en su dormitorio y no hacen ruido.

Don Ramon era un torpe afeitándome, siempre salía del baño con uno o dos papelitos en la cara de haberse cortado, un día le dije que yo sabía afeitar, que si quería que probara a afeitarlo. Use su maquinilla desechable con tres hojas, pero antes le puse un paño con agua caliente en la barba. Lo afeité como me afeito el chocho y el pubis, no dándome nunca a contra pelo… ¡Lo dejé genial!, después le di loción con mis manos y le eché su Colonia de Dior, ¡que me encanta como huele! Desde ese día lo afeitaba todos los días, aunque de primeras el se negó. Mi madre estaba encantada de verme atender tan bien a nuestro inquilino, me decía que era una chica con madurez.

Hablaré de mí: Soy una chica muy normal, media melena castaña y un cuerpo pequeño pero precioso. Me encanta llevar faldas y lencería sexi, siempre he sido muy coqueta. He tenido experiencias variadas, digamos que me gustan también las chicas, ya os contaré, jajaj. Mi sexo es abultado, y los pliegues internos, aunque pequeños, siempre me asoman un poco, rosados de tono muy claro. Me lo afeitó yo misma, y solo me dejó un cuadradito de vello en mi pubis.

Mis estudios iban muy bien aquel primer año en la universidad, dicen que soy muy lista. Don Ramon me ayudaba mucho en el estudio; me empecé a poner minifaldas más cortas, y las llevaba por casa también. Mi madre me decía que estaba muy guapa, don Ramon me miraba los muslos a veces como el que no quiera la cosa. Empecé a arreglarle el chocho a mis amigas más íntimas, les encantó lo bien que me había arreglado el mío. A mi amiga Laura, además de arreglarlo, se lo chupé con ganas, no se como conseguí convencerla, es una chica muy alta con novio formal, ¡se derramó en mis labios!, siempre recordaré el sabor de sus líquidos brotando sobre mis labios.

Mientras repasaba mis apuntes en mi cuarto junto a don Ramon, lo vi varias veces rascándose la entrepierna; no pude evitar preguntarle:

—Don Ramon, veo que se rasca mucho ahí abajo, ¿tiene algún sarpullido?, yo tengo una pomada muy buena para eso.

—No, Rosa, no es sarpullido, es el vello que lo tengo muy fuerte y se me enrosca y me pica.

—¿No se afeita usted ahí abajo?

—No guapa, la última vez me hice varios Cortes en los, perdón, abajo. Me recorto un poco.

—Pues yo si me afeito mi rajita, menos un adorno que dejo de vello.

Pasaron los días y las semanas, don Ramon empezó a pagarle a mi madre más dinero por la habitación y la manutención, salió de el, es tan gentil; eso si, el vivía allí como un Rey. Su limpieza, su amabilidad y su vestimenta siempre elegante me habían hecho imaginar… siempre me duermo acariciando mi sexo suavemente, e imaginando que otras personas me lo acarician. En aquella época hace dos años, don Ramon pasó por mi imaginación más de una vez. Yo quería seducirlo, quería que me mirara con deseo, para conseguirlo, doblaba mi pierna en el sofá para que él, al pasar, viera mis medias con liga.

Un día estudiando vi que el se rascaba cada vez más, mi madre se había ido el fin de semana con su novio y solo estábamos en el piso don Ramon y yo. Solo de saber que el no se iría el finde y que estaríamos solos en el piso, hizo que mi rajita se pusiera empapada… Nunca habría imaginado antes que desearía tanto que me abrazara un hombre maduro, y menos uno de cincuenta y cinco años. Le dije:

—Don Ramón, me gustaría afeitarlo.

—Rosa, si me afeitas todos los días.

— Me refiero a sus, a su, vamos, donde se rasca.

— Rosa linda, me daría mucha vergüenza, eres tan bella y tan joven, seria como propasarme.

—Ni mucho menos don Ramon, ¡que soy yo quien se ofrece a hacérselo sin malicia alguna! (mentira) además soy mayor de edad.

—No te molestes chica, que somos amigos, vale, y agradecido.

—Quiero enseñarle mi rajita para que vea que bien lo hago, lo de afeitar. No me diga que no que me enfadó.

—Bueno, bueno, enseñamelo, pero eres tan bella y yo tan viejo, que solo de pensar en vertelo, se me ha acelerado el pulso.

Yo llevaba una minifalda blanca, metí mis manos debajo y bajé mis braguetas de encaje de color rosa hasta mis rodillas. Después levanté mi falda con las dos manos dejando mi bollito claro a la vista. Mis labios internos asomaban un poco rosados y brillantes. Don Ramon estaba sentado en la silla, su rostro estaba a la altura de mi pubis… Él soltó un suspiro como si soltara la vida y abrió tanto los ojos que se le veían las venillas de los ojos. Mantuve mi falda alzada, súper excitada de tener mi sexo desnudo frente al rostro de don Ramon, siempre recordaré aquel instante de silencio. Rompí el silencio diciéndole:

—¿Que le parece como me lo afeitó?

—Un sueño Rosa, me parece un sueño.

—Pues, no está nada áspero, porque me lo afeitó en el sentido del vello, toque, toquemelo y vera que suave.

Acerqué mi chocho más a el, don Ramon dudó, alargó una mano y rozó mi pubis, dijo:

—Esta súper suave, una delicia.

—Toque también abajo, igual de suave.

Su mano temblorosa se deslizó hacia abajo y la piel áspera de sus dedos rozó mis labios externos abultados, con tanta delicadeza que, mis pliegues íntimos se desplegaron más, hasta humedecer uno de sus nudillos, ¡casi me corrí!. Tosió él, retiró su mano, me subí las bragas y el me dijo:

—Rosa, eres un primor, gracias por dejarme tocar. Si quieres afeitarme, estaré encantado.

Fuimos al baño, el se quitó los pantalones y los calzoncillos azul marino y se lavó los bajos en el bidé. Después se puso de pie junto al lavabo y separó las piernas. Llevaba su camisa de rallas y los calcetines solamente, estaba excitada e impresionada, su pene estaba hinchado y era oscuro, a punto de estar empalmado, un pene rudo y grosero, curtido. Sus testículos colgaban distendidos y llenos de vello, su pubis era una selva. Había estado con algún chico, pero a oscuras, solo toqué el pene de aquel chico, me gustó, pero era mucho más pequeño. Era la primera vez que veía el pene de un hombre hecho y derecho con buena luz, para mi fue algo impresionante, me sentía abierta solo de mirar aquella polla enorme y oscura delante de mí. Yo me puse de rodillas delante de él, con la alfombrilla debajo de mis rodillas, un cacito para mojar la brocha y enjuagar la maquinilla, y una palangana con agua tibia. Con las espuma de afeitar unté su pubis, mojé la brocha en agua caliente en el cacito y empecé a afeitar los lados de su pubis, dejándole el centro sin afeitar. Tras varias pasadas le limpié el jabón con una toalla húmeda.

Le temblaban las piernas a don Ramon, su pene se alzaba y bajaba ante mis ojos, ¡enorme y rudo! Le recorté el vello del pubis que le dejé con las tijeras, después, agarrando su polla con mi mano izquierda y moviendola a los lados, le fui recortando el vello de los huevos… joder… ¡me sudaba la frente y mi raja era un charco.

Alcé su polla hacia el techo, siguiendo yo de rodillas, y le enjaboné sus gordos huevos, después, con pasadas certeras de las hojas de acero, cercene todo el vello de sus huevos, que cada vez me parecían más gordos. Su erección entonces, con su polla agarrada por mi mano izquierda, ¡era tremenda!, tremenda, yo apretaba pero no undia la piel de su miembro. Dejé sus huevos lisos, preciosos… ¡un hombre de cincuenta y cinco años con esa erección!, ¡tremendo!, le comenté a don Ramon:

—¿Le puedo hacer una foto a su paquete sin que se vea su rostro?, es de recuerdo de mi primer afeitado a un hombre.

—Lo que tu quieras Rosa, lo que tu quieras.

Le hice varias fotos (aún las guardo) después, y sin preguntarle, doblé su polla contra su vientre y comencé a besar sus gordos y rugosos huevos afeitados, aplasté mi cara contra su bolsa escrotal, luego absorbí uno de sus testículos metiendolo en mi boca, ¡casi llena con uno! Dentro de mi boca lo moví a los lados con mi lengua, tiraba hacia afuera echando atrás mi cabeza y mordiendo su cordón suave, después, solté ese huevo y me tragué el otro, lo chupé intensamente tirando de el con mi boca en todas direcciones, mordisqueando la piel de lija de sus huevos… su perfume me embriagada, así que le pulverice un poco en las inglés y volví a comerle los huevos. El carraspeó y me dijo:

—Rosa, tengo que orinar, no puedo aguantar.

—Vale, mee.

Le solté la bolsa escrotal y se puso a orinar en el inodoro delante de mí, siguiendo yo de rodillas. El chorro de orines salía como un torrente desde su polla hasta la taza, me corrí un poco de verlo soltar aquella meada. Terminó, se giró, y me dijo:

—Chupame la polla Rosita, por favor, por favor.

—Como usted quiera don Ramon, ¿me entrará?

—Si no le das con la lengua por fuera.

Así lo hice, le di lenguetazos, su glande era morado oscuro, brillante. Abrí mucho la boca y metí la cabeza de su polla en mi boca, que quedó llena… hice un esfuerzo y agarrandome a su culo con las manos, metí ese enorme miembro hasta mi garganta… ¡me dio una tos que me iba a aogar¡ me la saqué de la boca y tosí agusto… una gota blanca colgaba del agujero de su glande, le di con la lengua en el frenillo y acaricié sus huevos con mi mano derecha. ¡Joder!, en ese momento un chorro de leche blanca le salió de la polla estampándose contra mi nariz, y de allí, se desparramó sobre mis párpados, casi cegada agarré su miembro con mi mano diestra y lo moví intensamente, para que liberara su tensión… otro chorro me dio en la frente y chorreó por mi cara hasta colarse en mi boca abierta, le comi la polla y me soltó dentro otros dos chisquetazos más pequeños, unnnnn un sabor fuerte y limpio inundó mi boca, me lo tragué.

Después del fin de semana, me dijo don Ramon:

—Rosa, no puedo seguir aquí, tú eres demasiado joven para mi y después de haberme corrido en tu cara y siendo un hombre formal, como creo que soy, no me sentiría bien viéndote por el pasillo con tus minifaldas, al final acabaría follandote y me sentiría culpable. Le presentaré a tu madre a un amigo que me envidia por estar tan bien atendido por vosotras. Y de lo que ha pasado yo no diré nada a nadie, tu haz lo que quieras Rosa.

Al día siguiente se marchó y no lo he vuelto a ver.

Rosa de luz