Me convertí en una zorra muy obediente a base de golpes
Estaba deseando que llegase este día. Habíamos quedado para divertirnos todo lo que nuestros trabajos y responsabilidades no nos habían permitido. Yo, que soy algo presumida, me maquillé de forma natural pero con mucho rimel, para destacar mis ojos cuando le mirase desde abajo. Me había vestido provocativa bajo el fino abrigo de entretiempo: medias de rejilla, una falda que apenas me tapaba el culo y un top escotado en v que transparentaba mis pezones. Obviamente no llevaba nada de ropa interior y en mis dos agujeros inferiores estaban colocados una bala vibradora y un plug que él controlaba desde su móvil. No me había dejado estar ni un segundo sin excitación en los últimos dos días. Estaba permanentemente mojada y agradecía que la falda fuese oscura y tapase la humedad si me tenía que sentar. Su coche aparcando frente a mi en aquella esquina donde esperaba me sacó de mis pensamientos. Me abrí el abrigo para que viese mi ropa antes de entrar. Nada más me senté se activaron los dos vibradores y emití un gemido al mismo tiempo que saludaba.
– Mi Señor.
Abrí las piernas y me subí la falda. Mis muslos sólo estaban cubiertos por las medias de rejilla. Él los apretó mientras seguía conduciendo, sin decir nada pero comiéndome con la mirada, de soslayo. Creo que, en nuestros veinticinco años de vida, jamás habíamos estado tan cachondos. Y yo estaba deseando serle de utilidad para bajar ese calor… O subirlo.
Llegamos en poco a la casa donde tantas veces nos habíamos hecho los inocentes frente a nuestros amigos. Detuvo la vibración; estaba empapada. Me iba a cerrar el abrigo cuando me detuvo.
– Deja que te lleve el abrigo – Dijo, falsamente caballeroso. Dudé unos instantes, pero se lo di y salí, en minifalda, unos discretos tacones negros y medias de rejilla a aquella calle medio desierta, esperando que nadie estuviese mirando por la ventana en esos momentos.
Le seguí hasta la casa, subimos hasta el que era su dormitorio y me hizo desnudarme con un solo gesto, mientras dejaba mi abrigo y mis pertenencias en el armario y me observaba por el reflejo del espejo. Las medias de rejilla me dejó mantenerlas, aunque durarían poco. Me indicó que me tumbara boca abajo en la cama y obedecí, completamente ida del deseo por un solo roce suyo. Cerré los ojos y empezó a liar lo prometido sobre mi espalda. Yo suspiraba a cada escaso contacto y él comprobaba constantemente la humedad de mi coño con los dedos, haciéndome gimotear. Me recordó cuantos azotes me había ganado esas últimas semanas y yo subí de forma sutil el culo, ofreciéndome aún más.
– Mira que eres zorra.
Aún no lo encendió. Me sacó con cuidado plug y vibrador y los dejó aparte. Algo peludo rozó mis piernas y algo frío entró por mi culo: una cola de zorra. Me revolví ligeramente, pero sus dedos acariciándome la entrepierna me hicieron estremecerme del placer nuevamente.
– Vas a dejarlo todo sucio, de lo mojada que vas, perra. – Gruñó, dándome un leve azote. Yo gemí a modo de respuesta. Oí un mechero y se puso frente a mí, levantándome la cara. Le vi dándole una calada y me besó, pasándome el humo. Dejé que el humo de la maría entrase en mí y me dejé llevar. Sólo eso: me dejé hacer a sus deseos, volviéndome mansa y obediente a cada calada que me daba.
Mientras yo daba algunas caladas lentamente, me puso a cuatro sobre la cama y me ató las manos a la espalda y las piernas de forma que tuviese que estar sí o sí de rodillas. De vez en cuando me acariciaba la cabeza y la cola, ambos pelirrojos, ambos de zorra. El momento de calma acabó pronto. Él dio unas caladas y me acomodó sobre sus rodillas, y sobre mi culo cayó el primer azote. Me agarraba el culo y los muslos con fuerza, haciéndome gemir, entre cada uno de los golpes. Sólo paraba para dar una profunda calada y darme otra a mí. Yo contaba los azotes con los ojos cerrados, sintiéndome flotar. Al decimoquinto empecé a notar el picor de la piel y el dolor de la fuerza en aumento. Estaba tan mojada que estaba mojándole el pantalón. De repente me rompió las medias de un tirón y se quitó el cinturón, dejándome a cuatro sobre el colchón, temblando.
– Sólo estaba calentando, perra. Ahora vas a aprender lo que pasa cuando provocas. Y vas a darme las gracias por educarte como lo que eres, una putita cachonda hecha para satisfacer deseos y estar siempre mojada y sumisa.
– Yo… – Un azote suave interrumpió mi protesta – Sí, Señor.
El primero me hizo gritar de la sorpresa y el dolor. El cinturón picaba como el diablo y yo empezaba a estar completamente ida. Jadeé contra la colcha.
– Cuenta, te he dicho.
– Uno… Gracias, Señor, por educar a esta puta para que sea la sumisa que debe ser. Dos… – gemido de dolor. Cerré los ojos. – Gracias, Señor…
Los azotes se sucedían y yo gemía, me retorcía y gritaba de dolor y placer. Mientras pasaba del cinturón a la mano me dio varias caladas, que aspiré con deleite. Al primer azote con la mano se me saltaron las lágrimas del dolor. Tenía el culo ardiendo. Metió dos dedos en mi húmedo coño.
– Pero mírate, si estás empapada… Te encanta que te corrijan, ¿verdad, perrita? No quiero lágrimas de cocodrilo…
Y cayó un nuevo azote. Me mordí los labios, intentando no llorar, sin conseguirlo.
– Contéstame…
– Sí, Señor… Me encanta… Yo…
Me apretó la cara interior del muslo y descargó un azote en esa zona. Me retorcí de dolor, cayendo de lado. Me levantó de un tirón en el pelo. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas y me corrían el rímel, dándome cada vez más el aspecto de una prostituta después de un largo día. Intercalaba masturbarme con azotarme y pellizcarme. Yo gemía de placer y dolor a partes iguales, aunque seguía igual de mojada y cachonda.
– Te estoy dejando un pequeño recuerdo… – Volvió a azotarme y mordió en mi nalga. Chillé del dolor y la sorpresa, llorando y gimoteando. Se puso frente a mí y me dio un guantazo que me dejó muda. Muda, pero excitada. Me encantaba notar su poder sobre mi. Abrí los ojos con el golpe y me quedé mirando su rostro serio. – Estás haciendo mucho ruido, perrita… – Me dio una última calada y me colocó una mordaza que no sabía ni que tenía. La saliva no tardó en resbalar por la bola y caer sobre la manta. Los efectos de la droga empezaron a notarse en mi. Gemía como ida, estaba tremendamente excitada y buscaba cualquier roce para frotarme, aún sin poder moverme mucho. – Me encanta verte así… – susurró en mi oído. Antes de que pudiese darme cuenta se había puesto tras mi espalda y me había metido la polla de golpe. Jadeé desesperada, intentando moverme para que me follase más rápido. Me agarró del pelo y empezó a moverse con violencia dentro de mí. Soltó varios azotes en mis doloridas nalgas y gimió de placer. Estaba disfrutando de mi coño húmedo. Levantó mi cola de zorra con la mano libre para verse entrar y salir de mí. Yo estaba extasiada del placer.
Con delicadeza sacó el plug de cola de mi culo y, con rabia, entró dentro de mi, haciéndome llorar del dolor, de lo poco acostumbrada que estaba a eso. Embistió tirándome del pelo y azotándome con la mano libre. Grite ahogada por la mordaza, con la piel sensible y sintiendo espasmos de placer. Quería correrme, pero…
Él se corrió primero, como debía ser. Era la primera vez que notaba una corrida sin condón dentro de mi. Jadeé totalmente extasiada, la saliva resbalando, el rímel corrido, el cuerpo temblando y la piel enrojecida por todas partes. Me corrí a continuación, nada más notar sus dedos pellizcando mi clítoris, con él aún dentro de mi. Me soltó la mordaza.
– Soy tuya – susurré, apenas siendo capaz de hablar. Salió de mí lentamente, viendo mi cuerpo sacudirse entre el dolor y el placer. Soltó las ataduras con calma y me dejó caer sobre el colchón, húmeda, con su semen saliendo de mi, las piernas temblando, la cabeza nublada – Gracias, gracias, gracias… – Murmuré, arrastrándome para limpiar su polla con los ojos casi cerrados.
Nos tumbamos, yo a sus pies, él con la mano sobre mi pelo, desnudos y extasiados. Me sentía la perra más feliz del mundo sabiendo que eso era precisamente lo que era: una perra.