Me provoca mi cuñada con sus pies

Una de mis cuñadas (la hermana de mi esposa) ha sido consciente desde hace mucho tiempo de mi enorme lujuria por sus pies. Esbelta, delgada, pequeña (lleva una talla 35 como su hermana), blancos como todo su cuerpo. Es una mujer hermosa, de cabello rubio y ojos verdes.

Además de los pies que adoro, tiene otro detalle que me vuelve loco de lujuria: un trasero espectacular, respingón, con una cintura muy estrecha que hace resaltar aún más su culo de ensueño.

Cada vez que la veía en la playa en bikini, y miraba ese provocativo trasero suyo, inmediatamente me encontraba en un estado de erección que trataba de disimular por mi cuñada y mi esposa. Un día que estábamos solos le dije:

– ¡Mira, tienes un culo que es un verdadero monumento al pecado!

Ella se rio a carcajadas y respondió: – ¿De verdad lo crees así? Así que trataré de ocultarlo lo más posible cuando estés cerca, no quiero que peques, de lo contrario mi hermana podría enfadarse y pedir el divorcio.

Ella sonrió, yo también, y lo dejamos así.

En cuanto a sus pies, ella sabe desde hace mucho tiempo sobre el gran fetiche que tengo por los pies y la enorme lujuria que tengo por sus hermosos y sensuales pies. Desde que la conocí, eso se lo confesé, porque siempre que iba a casa de mis suegros, aun cuando yo aún estaba soltero, ella calzaba chancletas o sandalias que dejaban ver tanto sus deliciosos deditos como sus incomparables plantas… Cuando se sentaba, mientras hablaba, se descalzaba. Y eso me hacía enloquecer de lujuria.

Un día que estábamos solos, le confesé que pensaba que sus pies eran un verdadero atentado al pudor, eran tan excitantes y sensuales. Y continué diciendo que con el esmalte de uñas rojo que se había puesto, realzaba aún más esa sensualidad. Ella estaba asombrada y sonrió diciéndome que no sabía que sus pies causaban tanta excitación. Pero fue avanzando, con una risa provocadora, que me di cuenta de que el efecto que había dicho que tenían en mí era realmente cierto (mirando el bulto que no disimulaba en mis pantalones…).

Desde entonces, cada vez que estábamos solos, le tomaba los pies, le quitaba los zapatos si todavía los tenía puestos, y le masajeaba y besaba los pies. Ella sonrió pero no me negó el placer. Hasta que, al poco tiempo, todo esto comenzó a acompañarse de hermosas chupadas que le daba en cada dedito, acompañadas de lamidas a lo largo de todo el largo de sus pies, con énfasis en las plantas que son únicas: deliciosamente suaves, tan suaves. Que impresionan, porque parecen de terciopelo. Eso mismo le dije y ella me contestó que no le hacía ningún tratamiento especial, antes de hecho siempre los había tenido muy suaves.

Cuando notaba que yo ya estaba en un estado de excitación alto, quitaba los pies y se alejaba diciéndome con una sonrisa provocativa: – ¡Ahora te vas a venir en los pies de tu mujer!

Ella se acaba de casar, pero su marido no sabe aprovechar esa maravilla de pies, ni tiene ese fetiche. Ella me confesó.

Hace unas semanas nos invitaron (mi esposa y yo) a cenar en su casa. Mi cuñada llevaba unas sandalias de una sola tira que pasaba por el primero y segundo dedo, de esas que no tienen ningún apoyo en la parte de atrás, estilo Hawaianas pero con tacón alto. Esto permite ver bien las plantas no solo cuando camina, sino cuando permite un balanceo que se le da tan bien. Una cachonda que sabe lo mucho que me excita. Después de la cena, nos sentamos en la sala de estar y hablamos.

En un momento, se quitó las sandalias y, apoyando los pies descalzos en el sofá, comenzó a masajear con los pies las piernas de su esposo, mirándome discretamente con una sonrisa, tratando de asegurarse de que nadie más entendiera algo inusual. Lo masajeó y volvió a poner sus pies a la vista, mirándolos mientras hablaba.

Yo ya no sabía qué hacer y en un momento pedí permiso para ir al baño. Ella sonrió como si entendiera el motivo de mi necesidad y me mostró dónde estaba. Pero con la excusa de que sería mejor que me acompañara y me dijera dónde estaba, vino descalza a acompañarme al baño, mientras mi esposa y mi cuñado seguían hablando. Cuando llegamos me dijo: – ¡Ve para allá a ver si no ensucias nada con tu esperma!

Soltó una risita y estaba a punto de regresar a la sala, cuando la agarré, agarré uno de sus pies descalzos y comencé a chupar con avidez esos dedos y lamer por todas partes. Ella lo permitió por un corto tiempo, pero luego retiró su pie de mi boca y lengua tratando de detenerme. Yo completamente loco, sacando mi pene de mi pantalón y ropa interior, le dije en total estado de erección: – ¡Mira, Helena, lo que yo quería ahora era derramar mi esperma en tus pies! Ella hizo una mueca de asombro y me dijo: – ¿Estás loco? ¡Mira, mi hermana y mi esposo pueden sospechar algo y pueden escucharnos!

Regresó a la habitación como si nada hubiera pasado y yo fui a aliviar la excitación en la que estaba…

Durante el resto de la noche no volvió a quitarse las sandalias, sabiendo que aunque no apartaba la vista de sus pies, evitaba lo peor.

Cuando volvimos a casa, y para mi sorpresa, mi mujer me dijo con cara de incomodidad: – Veo que te excitan más los pies de Helena que los míos, porque te pasaste la noche mirándole los pies. Y mi hermana parece ser muy consciente de tu fetiche, ya que me dio la sensación de que todo el juego de quitarse las sandalias fue intencional y para provocarte. ¿Fue realmente? ¡Debes saber! Tienes suerte de que nuestro cuñado no se haya dado cuenta de nada, ¡pero ten cuidado!

Le respondí que no me había importado, que no había hecho nada al respecto, pero que su hermana en realidad tenía unos pies deliciosos. – Como los tuyos, me adelanté intentando componer.

Pero mi esposa respondió con una sonrisa socarrona: – Sí, sí, intenta darme la vuelta, pero tienes que mostrarme toda tu lujuria por mis pies esta noche. Solo espero que mientras estés con los míos, no estés pensando en los de Helena. La besé en los labios y le prometí que solo pensaría en sus pies y que quería correrme muy duro con ellos esa noche.

Pero algo sucedió hace días. Estábamos en casa de mis suegros y todos querían ir de compras a un centro comercial. Mis otros cuñados (incluido su esposo) estaban ausentes porque habían asistido a un torneo de tenis. Mi cuñada dijo que prefería quedarse porque estaba viendo una película en la televisión que le interesaba. Aproveché para decir que estaba trabajando en la computadora y que no quería parar en ese momento.

Así que contaba con tener la suerte de encontrarme a solas con Helena.

Así sucedió. Tan pronto como vi que no había peligro, después de unos 10 minutos, fui hacia ella. Sentada en el sofá, con esos hermosos pies escondidos en sexys tacones altos, escotados en la parte delantera, dejando entrever el comienzo de los pliegues de los dedos, no pude resistirme y comencé a quitarle los zapatos.

Ella sólo comentó: – ¡Cuidado, que puede venir alguien! Después de calmarla y decirle que todos se habían ido y que iban a llegar tarde, comencé a acariciar, besar y lamer esos pies calientes. Luego chupé cada dedo, hasta que saqué el pene ya duro de mis pantalones y comencé a frotar sus pies contra mi polla.

Se volvió hacia mí con una mirada de admiración pero no de rechazo y me dijo: -¿Estás loco? Le respondí que sí y que quería que me masajeara la polla con los pies y me dejara derramar toda la leche sobre ellos, ya que no había tenido la oportunidad de hacerlo la otra vez en su casa. Ella sonrió y me preguntó si solía hacer eso con los pies de su hermana, si me masajeaba la polla con los pies y si me subía a los pies de mi esposa. Quería saber si la hermana aceptaba y animaba tales prácticas Obviamente tuve que confesarle que siempre que teníamos sexo se usaba esta práctica y que a mi esposa incluso le gustaba provocarme así.

Empezó a masajearme primero con esos pequeños dedos de ensueño que subían y bajaban por mi pene, y luego hacía lo mismo con esas plantas blandas y sedosas. Cuando vio que estaba a punto de explotar, comenzó a masajearme la polla con mayor intensidad con sus dedos, hasta que exploté y me derramé por todo el empeine y los dedos. Al final, yo mismo le limpié los pies y le pregunté si le gustaba. Confesó que fue emocionante y que su esposo nunca usó sus pies durante el sexo ni los acarició, mostrando cierto disgusto. No me pude contener y le respondí: – ¡Tienes un marido que es una fiera! ¿Cómo es posible que te hayas casado con un tonto que no puede excitarse con pies hermosos y sexys como los tuyos? Que desperdicio cuñada

!!! Ella sonrió y respondió: – A partir de ahora no tendré ese problema, ¡cuento contigo para apreciarlos bien! Le dije que siempre que pudiera podía contar conmigo.

¡Me pregunto por qué a las mujeres les gusta provocarnos tanto en las situaciones más complicadas!