Mi hijo me ayuda a dejar la prostitución

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Después de aquella tarde en la peluquería, los hechos se precipitaron. Ricky, el macarrilla que me enamoró sexualmente, se tomó en serio lo de convertirme en su puta favorita. No dejaba pasar oportunidad de pasar por la peluquería y follarme dónde y cuándo le apetecía. En una ocasión, incluso se dio el filetazo con su novia Susi mientras me bombeaba en el vestuario.

Con el ritmo que llevaba se me hizo difícil mantener oculta mi infidelidad. Acabé por contarle a mi marido lo que estaba sucediendo. Desde mi confesión sólo nos hablamos lo justo y necesario. Reconozco que era un golpe muy fuerte, toda la vida juntos y que tu mujer te diga que se la tira un niñato que la tiene tres veces más grande que tú. Al final, no soportó la presión de saberse el cornudo del barrio. Recogió sus cosas y se marchó.

La vida comenzó a ponerse dura para mí entonces. Con el sueldo de la peluquería no llegaba a fin de mes, con lo que tuve que buscar trabajos alternativos. Esto no gustó demasiado a mi amo y señor, pues disponía de menos tiempos para gozar de su madura, como él decía. Sin embargo, su poder se fue acrecentando sobre mí, reconozco que por mi culpa ya que estaba como abducida por el enorme miembro de aquel chico y su potencia sexual.

Antes de entrar en el capítulo que quiero narraros, deciros unas cuantas cosas sobre como evolucionó mi relación sexual con Ricky.

Se apoderó de todo lo que era mío. Entre ello, las llaves de mi casa lo que le permitía entrar y salir cuando le apetecía.

Sus condiciones sexuales cada vez eran más exigentes. Al hecho de no dejarme utilizar bragas, se añadió la prohibición de asearme después de tener relaciones sexuales con él. De esta forma, siempre iba marcada de los chorretones de semen que me soltaba el muy guarro, que como sabréis del anterior relato, (El macarra, el peluquero y yo), era bastante cantidad cada vez que eyaculaba. A veces, iba por la calle y notaba como su esperma resbalaba por mis piernas, teniendo que detenerme en cualquier lugar y limpiarme disimuladamente. Al poco tiempo, llegó un día a casa. Después de besarme y obligarme a hacerle una felación, me tumbó boca abajo en sus piernas, levantó mi bata y después de acariciarme la raja, que por cierto estaba bien húmeda, comenzó a azotar mi trasero hasta dejarlo encarnado. Luego, no sé ni cómo, me ató a la cama y me hizo todas las perrerías sexuales que os podáis imaginar. El remate fue cuando después de correrse por última vez en mi coño, me puso de rodillas y se orinó encima de mí. No me quejé, pues yo lo había hecho muchas veces encima suyo, cuando me empalaba y perdía el sentido.

Otra de las cosas que sucedió fue que, lógicamente, un día me sodomizó. El chaval intentó hacerlo lo más suave posible, pero una polla de más de veinte centímetros no entra así porque sí en el recto de una mujer normalita como yo, por más madura que fuera. Aquel día lo recuerdo como horrible. Pese al trabajo previo que realizamos, lubricando bien mi ano e introduciendo algún que otro juguete sexual antes de clavarme la polla de verdad, cuando llevaba el chico poco menos de la mitad de su falo introducido, y yo llorando desde el primer milímetro, perdí la consciencia y me meé y defequé allí mismo. Él no se rindió. Se limpió y continuó clavándome la tranca hasta que me llegó a los intestinos. Evidentemente, el desgarro anal que me produjo fue brutal. Al día siguiente tuve que ir al médico y contarle lo sucedido, pasando la mayor de las vergüenzas. Tardamos un tiempo en volver a repetir, pero poco a poco mi culo se fue acomodando, que no acostumbrando, a las repetidas folladas que me metía Ricky.

Quizás el sumun de todo fue cuando decidió que yo le pertenecía por completo y eso se tradujo en la obligación de prostituirme. Él sería mi proxeneta y yo me acostaría con quien él quisiera. Mi primer cliente fue el señor Juan. Un señor de unos sesenta y largos años que había enviudado hacía unos años. Quedamos en una pensión del centro. Yo llegué antes y me desnudé. Le estaba esperando con un conjunto de sujetador y tanga negro de encaje muy sexy. Cuando me vio comenzó a babear, aunque está mal que yo lo diga aún tengo un buen cuerpo a mi edad. Se metió en el lavabo y salió en calzoncillos. Los mismos que llevaba mi padre: esos de algodón hasta la cintura, azul clarito y con una raja inmensa en el lado para sacarse la polla y mear. Se me antojó un poco guarro el señor pues se apreciaba alguna que otra mancha ves a saber de qué. Me pidió que me sacara el sujetador cosa que hice al momento. Cuando vio mis tetas, el muy cerdo comenzó a tocarse el paquete metiendo la mano por la raja del calzoncillo para tocarse la picha. Luego, me pidió que me acariciara el potorro y le obedecí. Aparté mis braguitas y dejando a la vista mi conejo empecé a frotarme la vulva con dos dedos. En ese momento el señor Juan se sacó la polla por el agujero de los calzoncillos. No tenía un mal tamaño para su edad, pero ya estaba babosita. Se acercó hasta mí y comenzó a sobarme las tetas con sus manazas húmedas del precum que había soltado. Quiso darme un morreo y yo aparté la boca. Entonces me pidió que le chupara la polla. Me arrodillé y sintiendo un poco de asco, comencé a hacerle una felación que no olvidara nunca, chupando su húmedo capullo, recorriendo todo el tronco y hasta llegué a lamerle los huevos. Como veía que no iba a aguantar y dudaba mucho que pudiera repetir polvo, le pregunté si quería penetrarme. No se lo pensó el cabrón. Me tumbó en la cama y me penetró, en la postura del misionero, sin ninguna caricia ni ninguna delicadeza. Menos mal que mi chocho ya estaba lubricado y su pene era bastante más pequeño que el de mi chulo. El abuelo empezó a bombearme a toda velocidad, parecía un perrito. Yo sabía que a ese ritmo poco iba a aguantar y así fue. Casi sin darme cuenta el señor Juan se corrió en mi coño, soltándome una buena cantidad de mecos. Se notaba que el viejo se había estado reservando para la fiesta. El tío resultó un buen cerdo. Después de sacarme la polla, se tumbó a mi lado, me metió dos dedos en el chumino y sacando una buena cantidad de lefa de mis entrañas, me la metió en la boca y tuve que chuparle los dedos. Por orden de Ricky, tuve que marcharme para casa sin asearme manchando mis preciosas braguitas con el semen de aquel viejo putero.

Otro día me prostituí con dos currantes. Estaban haciendo unas reparaciones en la calle. Vi a Ricky que hablaba con dos de los obreros y al instante estaban tocando a mi puerta. Entraron los dos. Vaya dos ejemplares: -Hola Churri, me llamo Julián y él es Pepe. Pasaron los dos y sin darme ni cuenta, ya estaban los dos metiéndome mano. Julián me sobaba toda la raja y Pepe me comía las tetas con la misma delicadeza que mi Ricky. Me despelotaron enseguida me tumbaron en la cama y mientras Julián me comía el chumino, Pepe se sacaba la polla y me follaba la boca sin compasión. Tenía un buen aparato el tal Pepe y el otro chico me estaba poniendo el coño empapado entre mis flujos y sus babas. Como os podéis imaginar, me corrí en la boca del chico. Luego se intercambiaron las posiciones. Julián me dio su ración de picha y Pepe me ensartó sin el menor problema: así estaba mi conejo. Después de un rato de mete y saca, Julián le indicó a Pepe que era el momento. Yo no entendía, pero Julián sacó la polla de mi boca y sorprendentemente, se colocó detrás de Pepe, comenzó a comerle el culo y acabó penetrándolo. Habíamos montado un trenecito. Julián le daba por el culo a Pepe, quien, a su vez, me bombeaba a mí. Al final, como no, corrida en el coño de la puta por parte de Pepe y Julián me soltó todo su esperma, en las tetas. Yo también me había corrido por segunda vez con la verga de aquel chaval.

Sólo contaré otra experiencia, sólo por el morbo que suponía. David era uno de los chicos con los que se juntaba Ricky. Tendría unos dieciocho o diecinueve años, igual que mi hijo Rubén. Tenía aquel aire gamberro de Ricky, pero era sumamente tímido. Nos encontramos en el parque. Me había pedido que llevara ropa interior, que le ponía mucho. Me apoyó contra un árbol, me bajó los tirantes de vestido y comenzó a chuparme torpemente los pezones, al tiempo que con sus manos intentaba abrirse camino entre mis bragas hasta mi chochito peludo. Después de provocarme un buen orgasmo con sus dedos, le comí la tranca, más pequeña que la de Ricky, pero bastante gruesa. El chico acabó soltando sus buenos lechazos en mi boca, pero se sobrepuso rápido y me empotró. Como follaba el cabrón. Tímido, sí pero que potencia tenía. Tenía los ojos en blanco de los pollazos que me metía. Mientras me follaba, me vino a la mente que ese chico podía ser mi hijo. Mi Rubén. Me calenté enormemente con la idea, por guarra que fuera. Nunca había pensado que mi hijo pudiera follarme, pero ese día soñé con que lo estaba haciendo: físicamente era David pero en mi mente era mi hijo. Al final, acabé corriéndome y luego él soltó su corrida en mi útero, se vistió y antes de marcharse me pidió mis bragas: esta noche me cascaré una buena paja oliéndolas y pensando en ti. Me dijo mientras me mostraba explícitamente lo que haría.

Lo que quería compartir sucedió un fin de semana. Aquella tarde los chicos se habían marchado de casa. Elena pasaría el fin de semana fuera con las amigas y Rubén me comentó que después del fútbol saldría de fiesta con los amigos. Mi hijo, debido a las circunstancias se había convertido en un chico muy responsable. Jamás hablaba mal de su padre ni le reprochaba nada. Tampoco a mí, siendo consciente de que todo había sucedido por culpa mía. Es más, un día que hablábamos de los problemas económicos, me dio a entender que sabía que me prostituía, para luego decirme que él siempre estaría a mi lado. Cuando acabé el trabajo en la peluquería, me cambié para irme a casa. Al salir me encontré con Susi y RIcki. El macarrilla me informó que tenía un cliente esa noche. Enrique era un chico en la cuarentena, no mal parecido y no mal dotado, pero al que le costaba relacionarse. Era más fácil pagarse una puta que enrollarse con cualquier chica. No era la primera vez que se acostaba conmigo. Lo habíamos hecho en otras ocasiones y tenía una fantasía bastante particular: le gustaba follarme con las bragas o la tanga puestas.

No me encontraba muy bien, tenía cierto dolor premenstrual y pensaba que de un momento a otro podría venirme la regla, pero no le podía decir que no a mi chulo. Pensaba que era mucho mejor dejarme follar por Enrique que chuparle la polla a cualquier viejales al que ni se le levantaba. Una vez en casa, después de ducharme llegó el chico. Le esperaba en bata y con un tanga de encaje de color azul eléctrico que me quedaba bastante bien. Una vez en faena, Enrique me practicó sexo oral provocándome un bonito orgasmo. Yo también le dedique una estupenda mamada que el chico premió con una buena regada de semen sobre mis tetas. Después me penetró. Estuve cabalgando sobre él un buen rato, pues el tío tiene bastante aguante. Luego me puso a lo perrito y volvió a bombearme todo el rato que le salió de la polla. Finalmente acabó taladrando mi conejito en la postura tradicional y el premio final fue, como a él le gustaba, una brutal corrida en el interior de mi coño. Normalmente, Enrique cuando se corría en mi vagina luego me corría las bragas para que las empapara pero esta vez se vistió y se marchó. Sin fuerzas en mi cuerpo me di la vuelta y me quedé dormida espatarrada en la cama, con la tanga corrida enseñando todo el potorro empapado de mis jugos, mientras el semen de Enrique brotaba de mi interior, resbalando por mi rajita y manchando las sábanas.

Serían las dos de la madrugada que escuché la puerta de entrada. Por el sonido de los pasos sabía que era Rubén, así que ni me moví, continué durmiendo. De repente, sin moverme, abrí los ojos. En la oscuridad de la habitación Rubén no veía si yo tenía los ojos abiertos, pero yo sí que le veía a él por el espejo del armario. Mi hijo se estaba sobando el paquete mientras miraba en dirección a mis partes íntimas. Recordé entonces que estaba desnuda, con el potorro al aire y enseñando los restos de la corrida del último tío con el que me había prostituido. Pensé en lo guarra que era, pero me sorprendió ver que mi hijo se había desabrochado el pantalón, se lo había bajado hasta los tobillos y sacándose la picha de los calzoncillos, se estaba masturbando, contemplando el cuerpo desnudo de su madre. Me calenté, la verdad y me di la vuelta para que mi hijo pudiera contemplar mis grandes tetas y mi peludo chochito bien abierto y rebosando esperma. Nunca me había fijado en el tamaño del pene de mi niño, pero sin ser como el de Ricky, era bastante más grande que el de su padre. Cada vez mi vulva estaba más y más mojada y pensaba que mi hijo acabaría dándose cuenta. El meneó que le estaba dando Rubén a su zambomba era brutal. ¡Que pajote se estaba cascando el cabrón! Finalmente, aceleró el ritmo y acabó corriéndose en los calzoncillos, imagino que para no manchar el suelo. Se subió a medias los pantalones y se fue hacia su habitación. Me quedé empapada y pensé en hacerme un dedo, pero lo dejé: no puedes ser tan puta Fany, pensé, te follan un montón de tíos y luego vas y deseas acostarte con tu hijo. Eres una auténtica zorra. Me volví a dar la vuelta y me dormí.

Sobre las siete de la mañana volví a escuchar la puerta. Ahora no me cabía duda: era Ricky. Cuando llegó a la habitación venía ya en calzones. Se sacó el bóxer y se tumbó encima de mí restregando su enorme polla por toda mi raja.

-Estás mojada, eh perra

-No Ricky, por favor, no me penetres. Estoy cansada y me duelen los ovarios.

-Quiero tu culo, puta. Me dijo al oído mientras chupaba mi cuello

Y diciendo eso, separó los cachetes de mi culo, apuntó su enorme capullo a mi agujerito anal y sin más miramientos me perforó el orto provocándome un enorme grito de dolor que se debió escuchar en todo el barrio. Lloraba y tenía la cara empapada de lágrimas al tiempo que Ricky no paraba de empotrarme, dándome un pollazo tras otro. De nada servía que le pidiera que parase. Estaba como enfurecido, seguro que no había follado con la puta de Susi. Abrí los ojos y miré al espejo del armario y mi sorpresa fue inmensa: Rubén, estaba en la puerta de la habitación, en calzoncillos y sobándose nuevamente el paquete. Tenía un buen bulto en la entrepierna, señal de que se había puesto muy cachondo viendo como sodomizaban a la puta de su madre. Ricky también lo vio y empezó a reírse. Rubén se sentó en la butaca de la entrada de la habitación a contemplar la follada. Ricky aceleró el ritmo del mete y saca y cuando estaba a punto de correrse, me sacó la polla del culo, me dio la vuelta y meneándosela con la mano acabó soltándome toda la corrida, y ya he dicho que el niño soltaba leche para dar y vender, entre mi cara y mis tetas.

-Ahhhgggg, ¡que gusto zorra!. ¡Como me gusta petarte el culo y correrme en tus tetas y en tu cara de guarrona!.

Todo esto lo decía delante de mi hijo, quien para mi sorpresa ya tenía el cimbrel en la mano y volvía a estar pajeándose como un mono.

Ricky se levantó de la cama y se fue hacía Rubén.

-Chaval, ¿te ha gustado cómo me he follado a tu madre?

-Sí, contestó Rubén.

-Te gustaría follártela, chuparle esas tetorras que tiene y comerle el coño peludo que gasta la muy puta, ¿verdad?

-Sí, volvió a responder Rubén con evidentes síntomas de excitación en su respiración

-Anda, abre la boca, que vas a saber lo bien que sabe el culo de tu madre

Rubén abrió la boca y Ricky le ensartó aquella enorme tranca hasta las amígdalas. Mi hijo dejó limpio y reluciente el nabo del macarra.

-Ahora ve con ella a la cama. Límpiala bien la cara y las tetas con tu lengua. Ella lo está deseando y luego le comes la chirla que la tiene bien empapadita de los mecos del hijo de puta que se la ha follado esta noche.

Ricky recogió su ropa y salió de la habitación. Al poco rato escuchamos como se marchaba de casa. Entonces Rubén se subió a la cama. Se puso a mi lado y empezó a besar mi cara empapada de lágrimas y de esperma el chulo de Ricky. Recogía el semen con su lengua y lo saboreaba. Finalmente llegó con su lengua hasta mi boca. Forzó mis labios con ella, buscando desesperadamente la mía. Nos comimos la boca durante un buen rato, sin tocarnos más, sin decirnos nada. Después, mi pequeño se dirigió hasta mis tetas como le había dicho el macarra. Succionaba mis pezones con desespero al tiempo que con sus manos amasaba mis pechos restregando los restos de esperma del cabrón de Ricky. En ese momento se colocó encima de mí, restregando su tiesa polla por los pelillos de mi coño. Se la cogí con la mano y comencé a masturbarlo. Suspiraba y gemía como nunca lo hubiera imaginado. Mi niño gozaba del sexo tanto como la puta de su madre. Nos colocamos en la posición del sesenta y nueve y en esa postura, a la vez que él se comía los caldos que salían de mi caliente cueva, mezclados con los restos de lefa de mi cliente, yo pude, por fin, disfrutar de la maravillosa polla de mi hijo: que rico el olor de su sexo, aún húmedo de la corrida que se había pegado observando a su madre desnuda a primera hora de la noche y que rico el sabor de su esperma que ya salía a gotitas por aquel maravilloso prepucio. La lengua de mi hijo consiguió arrancarme por lo menos dos orgasmos, mientras chupaba mi raja y mordía mi clítoris. Finalmente conseguí que Rubén se corriera en mi boca. Aguantó bastante el chaval, se notaba que se había vaciado ya antes. Fue un orgasmo brutal para él y yo recibí el regalo de su esperma con mucho placer. Lo saboreé a conciencia y me lo tragué entero con muchísimo gusto. Nos tumbamos juntos en la cama, acariciándonos y besándonos.

-Cariño, no sabía que podrías darme tanto placer.

-¿Soy buen amante Mamá?, ¿Cómo los tíos con los que te acuestas?

-Eres un verdadero macho hijo mío. Mucho mejor amante que todos los tíos con los que me he acostado.

Y me puse a llorar mientras le pedía perdón por haberme prostituido. Él me consolaba, diciéndome que había hecho lo que tenía que hacer, besaba suavemente mis labios y acariciaba mis senos mientras me decía que viera las cosas por el lado positivo. Había aprendido muchas cosas del sexo que nunca hubiera aprendido con su padre y ahora podríamos ponerlo en práctica juntos.

-¿Te gusta Ricky Mamá?. El tío está muy bueno, pero no me gusta cómo te trata.

– A ti también te gusta, ¿eh? He visto como le has chupado la polla. No me imaginaba que fueras bisexual, pero he visto como lo deseabas. Pero tienes razón, es muy peligroso enamorarse de él. Folla como una máquina, pero también es muy salvaje. No te conviene cariño.

El pene de Rubén, para mi sorpresa, volvía a estar duro como él acero.

-Cariño, ¿te gustaría hacer el amor con Mamá?

-Lo estoy deseando. Quiero follarte mamá. Hace tiempo que deseo ser tu macho, poseerte y hacerte aullar de placer.

-Hazlo amor mío. Penétrame con esa preciosa polla que tienes.

Rubén se sentó en la cama y yo me ensarté un su falo dejándome caer como en su día había hecho con Ricky, pero esta vez fue mucho más placentero. Los dos de cara, besándonos, comiéndonos la boca, jugando con nuestras lenguas mientras mi hijo con sus manos en mi culo controlaba el ritmo de la follada, subiéndome y bajándome a su antojo. Como un auténtico maestro. De vez en cuando, dejaba mi lengua para buscar mis duros pezones, aún húmedos de la corrida del macarra. Que aguante tenía mi pequeño. Me corrí como una colegiala en apenas unos minutos, pero él seguía bombeándome al tiempo que introducía algún dedito en mi recto. Penetrada de esta forma alcancé mi segundo orgasmo ensartada por mi propio hijo.

-Rubén, cariño, Mamá se va a correr, me viene ya, me estoy corriendo ahhggg!!!

-Yo también Mamá, me viene ya, toma toda mi leche en tu coño, tómala, siiiii

Y se vino en mi interior de una forma tal, que sentí como el calor de su semen me dejaba marcada por dentro para siempre. Después de haber follado con mi hijo sentí en mi interior que mi vida debía dar un cambio. Adiós a la prostitución impuesta y adiós al macarra que me chuleaba. Ya disponía de un buen semental que me diera placer y además me tratara con todo el amor que me merecía.

-Mamá, yo no te voy a fallar, me dijo Rubén. Quiero volverte a penetrar. Vuelvo a tener una erección del carajo

Miré su polla. Estaba claro. Era mi semental y dejé que mi hijo volviera a follarme a su antojo.