Mi mamá entregó su culo
Siempre fui un niño mimado, lo sé, tal vez por eso mi mamita me dejó hacer lo impensable, lo increíble, lo inimaginable.
Era verano y hacía calor, mucho calor, yo sesteaba en mi cuarto, empapado en sudor, ¡y encima había tenido un sueño húmedo!
Había soñado con la madre de mi mejor amigo por aquel entonces. Con sus hermosos melones desnudos, siendo mamados por mi, con sus gordos pezones mordisqueados por mis dientes y su hermoso culo follado por mí.
Sí, lo sé, tengo fijación por el culo. Aún soy virgen y cuando me imagino mi primera vez, no es la cara de ella lo que veo, es su enorme y gordo culo desde atrás, con ella en cuatro, agachando sumisamente su cabeza. Esa es mi visión y aunque parezca retorcida, es una turbación tan imponente que no paro de hacerme pajas mientras me imagino a tal o cual mujer, preferiblemente de gran culo, de espaldas a mi, en cuatro, mientras le arremango el vestido, le vago sus grandes bragas y le meto mi dura estaca entre cachete y cachete. ¡Uf, ya me caliento otra vez! Y acabo de pajearme, pero en estos calurosos días, raro es aquél que baja de dos o incluso tres pajas. A veces dos seguidas, o casi por la mañana, y luego por la noche otra por la noche o lo que se tercie en mitad de la siesta.
El caso es que un buen día mi madre estaba en la playa, conmigo y la vi ponerse a cuatro patas para estirar la toalla y limpiar un poco de arena, que el viento había llevado a ella y por raro que parezca, vi que el bañador se le había metido en la raja del culo, con lo que sus cachetes aparecían claros y diáfanos como un piso por estrenar.
Tal visión me turbó y pensé que cómo era posible que lo hiciera, pues después de todo aquella en quien me había fijado era mi madre y no otra. El caso es que estaba yo tumbado a su lado y tan cerca vi su culo, que además vi con cristalina claridad, ¡su raja marcada en el bañador mojado!
¡Qué escándalo! ¡Qué alboroto! Y claro, ahora va mi pija, ¡y se me pone tiesa! En esto que la mujer se gira y me observa.
—¡Pero mijo, qué te ha pasado! —exclama con sorpresa.
—¡Oh verás mamá es que ha pasado una y no lo he podido evitar! ¡Qué melones mamita! —digo yo un poco azorado intentando que no se me notase que todo era pura mentira y que era su hermoso culo el que había despertado mi lascivia.
Ya sentada a mi lado ella me dijo…
—¡Oh, qué descarado! —riéndose conmigo—. ¡Es que eres un semental! ¡Mi semental! —dijo para más inri, pues siempre fue mi mami y yo su hijito.
Por fin se acomodó y se puso de costado, ofreciéndome de nuevo su culo a mi lado. Sesteó un poco mientras yo ya no pude, sino pensar en su culo hacía tan sólo un momento.
Ya con el sol por el horizonte, decidimos levantar campamento y emprender el camino de vuelta, nada del otro mundo, sólo un par de kilómetros, pero entre pinos y arena la cosa se hacía larga.
—Oye, tengo una urgencia y me dijo haciendo un alto en el camino.
—¿Urgencia, de qué clase?
—¡Es que me meo y ya no aguanto más! Apartémonos un poco del camino y acompáñame que me lo hago aquí mismo.
Así que así lo hicimos, y ya apartados del camino además se permitió la licencia de quitarse el bañador mojado, pues decía que le escocía los muslos y desnuda de cintura para abajo, se agachó allí entre los pinos y su gran chorro de pis se perdió entre la arena.
Yo mirando de soslayo, ella levantándose con su culo desnudo y yo mirando como se limpiaba con un pañuelo de papel el chumino, de espaldas a mi pero viendo yo su hermoso culo desnudo.
Para más inri, me dijo que el sujetador le dejaba las tetas frías así que una vez puestas las bragas y antes de ponerse el vestido. Sus hermosos y grandes pechos colgaron de sus costillas como dos enormes gotas de carne, terminadas en negras areolas y grandes pezones erectos por el frío de la tarde.
—¡No seas descarado! —me dijo—. No me mires tan fijamente, que me da vergüenza amor mío, eres mi hijito pero ya no eres un niño.
—No pasa nada mamita, tú siempre serás mi mamita, no importa lo gordas que tengas las tetas o lo hermoso que sea tu culo —dije yo sonriéndole, para evitar que se sintiese cohibida.
Entonces va ella y me estampa un beso en las mejillas. Pellizcándomelas allí mismo.
—Ahora soy yo el que me meo, ¿te importa cogerme la sombrilla y aguantarme la mochila?
—Claro que no cariño mío —dijo ella cogiendo mis pertenencias.
Ahora saqué mi verga allí mismo, sin separarme mucho de su lado, de espaldas comprendí que la tarea sería difícil, pues de nuevo estaba empalmado y así todo se complica.
—¿Qué te pasa? —dijo ella impaciente.
—Nada que esto no sale, es que… —dije yo sin querer confesar mi erección.
—¡A ver qué pasa! —dijo ella asomándose y viendo el pastel.
—¡Oh ya veo, otra erección! Así no puedes hacerlo, empalmado cómo estás.
Entonces todo se complicó un poco más, aunque finalmente pude aliviarme lo suficiente para que un escaso chorrito cayera y finalmente pude aliviarme un poco mejor.
Ya en el camino de vuelta saqué un incómodo tema de conversación.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de una mujer? —dije para su sorpresa.
—¿El qué pillín? —dijo ella sonriente.
—Su culo, un hermoso y gran culo —me atreví a confesarle—. Justo como el tuyo —añadí.
—¿En serio? ¿Te gusta mi culo? —preguntó incrédula.
—¡Si mamita! Tienes un culo muy hermoso, como los que a mí me gustan, grande y voluptuoso.
—¡Vaya y yo antes haciendo exhibición! ¿No?
—Un poco —dije yo riendo.
—Pues tú tampoco te quedas corto, con esa vergota tan grande que tienes. Sin duda harás las delicias de toda mujer que se te ponga de culito como quieres.
—¡Uf, no me digas eso que de nuevo esto se me pone tieso!
Mi madre soltó una risotada, ya era tarde y estábamos cerca del pueblo, pero aún quedaba un poco de camino.
—¿Alguna vez te lo han hecho, no por atrás, sino por el culo? —me atreví a preguntarle.
—¡No seas descarado mijo! ¡Que soy tu madre, o ya te olvidaste!
—¡No me olvidé! Pero mi mamita no se ofende porque sabe que es mi amiga —dije sonriente.
—En eso tienes razón mijo, tú nunca me ofendes. Pues he de confesarte que tu padre que en gloria esté era un gran amante de ese arte. Es más que siendo novios, como por aquellos tiempos no había anticonceptivos. Primero aprendimos a amarnos por detrás y luego ya, una vez casados, lo probamos por delante.
—¡En serio! Me parece increíble, imaginarte a ti rindiéndote tan joven al amor culero.
—Pues sí, después de todo era muy caliente y consentí que entrase por ahí. Aunque fue difícil, no te creas, tardé en pillarle el tranquillo, pero acabé por gustar probar un rato por delante y otro rato por detrás.
—¡Uf mamita, qué me estás poniendo otra vez malito!
—¡Y yo hijito, y yo!
Seguimos caminando, ya casi estábamos llegando…
—¿Y cuánto hace que no lo haces? —pregunté con descaro una vez más.
—¡Uf hijo, pues ya va para diez años que no conozco varón! —desde que tu padre nos dejó.
—¡Tanto! —me escandalicé.
—¿Qué pasa mijo? Los hombres son unos cerdos y te tuve a ti, no quería juntarme con ningún borracho.
—¡Es una lástima mamita! ¡Con lo hermosa que eres!
—Ya no lo soy tanto, el tiempo pasa y no perdona —dijo ella resignada.
—¡Qué va mamita! ¡Tú estás tan buena como las mamás de mis amigos! —le espeté a bocajarro—. Sin ir más lejos hoy te he visto con el bañador metido en la raja de tu culo y esa ha sido la causa de mi erección en la playa y no otra —le confesé finalmente.
Ella me miró asombrada, tal vez no lo podía creer.
—¿En serio mijo? No me lo esperaba —dijo respirando divertida.
—Pues eso, que ni yo mismo sé cómo ha pasado, pero ha pasado.
—¡Qué locura! ¿No? —dijo ella mientras ya llegábamos.
Entramos en casa, soltamos la sombrilla, la mochila y la neverilla…
—¿Quién se ducha primero? —fue la pregunta al llegar a casa.
—Si quieres pasa tú y luego iré yo.
—Me parece bien mijo, así prepararé algo de comer rico
Así que la dejé ducharse, pero la espié sin ella sospecharlo. Con el calor que hacía se duchaba con la puerta abierta y yo me asomé para verla tras la cortina, sensualmente descubrí su cuerpo mostrarse esquivo tras la tela de plástico y de nuevo me sorprendió mi erección en una actitud que hasta a mí mismo me sorprendía.
Ya terminó y entonces decidí entrar, más que nada por verla salir del baño, desnuda como una diosa griega, de esas que tienen carnes, no como las modelos de hoy en día.
—¡Ya estoy limpita! Te confieso que hasta tenía arena en mi culito, y he tenido que emplearme a conciencia para dejarlo bien limpito.
—¡Espero que si mamita! Que la arena en el culito te lo puede irritar —le dije yo mientras se liaba en la toalla y me ocultaba la visión de su cuerpo lascivo y voluptuoso.
Me bajé en bañador delante suyo, le mostré mi verga morcillona y sé que ella la miró pues yo la via de soslayo.
—¿Te gusta mi vergota mamita?
—¡Oh si mijo! Tienes una verga bien bonita, como la de tu padre, que en paz descanse.
—Me alegra, tú también eres muy bonita —dije yo agradeciendo el cumplido.
¡Qué ricas viandas había en la mesa! No muchas pero si en cantidad, ¡y qué ricas estaban! Nos pusimos hasta el quico y luego charlamos tras el banquete.
—Creo que estoy lleno para tres días —dije yo fanfarroneando.
—¡Uf yo también mijo!
—Ahora sólo nos faltaría un buen postre.
—Si quieres hay flan casero en la nevera —dijo ella sin comprender.
—No me refería a eso mamita, me refería a un hermoso culo donde clavar mi verguita —dije yo escandalizándola y divirtiéndola al mismo tiempo.
—¡Tú mijo eres hormona pura! ¿Eh?
—Si, y no me aguanto —dije yo mientras me restregaba con la mano la erección por encima de mi pantalón de deporte, que bien parecía una tienda comanche.
—¿Otra erección?
—¡Otra, esta está hambrienta y no tiene nada qué comer! —me lamenté yo.
—Bueno si quieres vete a tu cuarto a aliviarte —dijo ella en confianza.
—Bueno, ¿y si cometemos una locura? Tú hermoso trasero y mi erección dura… —sugerí con descaro.
La risotada resonó por todo el vecindario…
—¡No, no, lo digo en serio! —insistí.
—Anda mijo, me haces gracia.
—¿Y quién se va a enterar? Tú llevas diez años sin mojar y yo no he mojado nunca, apuesto a que sería fenomenal, ¡clavártela en el trasero! —le dije susurrándole muy cerca de la cara.
—¡Estás loco mijo! ¡Pero cómo haría yo algo así!
—No sé, queriéndolo simplemente, ¡será nuestro secreto!
Entonces mis manos se fueron a su trasero y se lo acaricié desde la cintura, mi gesto no pasó desapercibido para ella.
—¿No te atreverás?
—¿No me dejarás? —dije yo mientras insolente metía la mano en su escote y deslizándose alcanzaba uno de sus gordos pezones encontrándolo erecto.
—¡Descarado! —dijo ella apartándome la mano.
—Mira cómo tengo esto —dije yo sacándola de mi pantalón de deporte y poniendo su mano encima.
—¿Pues apúrate a tu cuarto? ¡Alíviate tu calentura y listo!
—¿Pero y tú qué? —lo deseas tanto o más que yo—. ¡Miénteme y dime que no! —dije yo apretando su mano en torno a la base de mi poderosa verga.
—Pero mijo, ¡esto es pecado!
—El pecado es lo que dicen los curas, yo lo llamo naturaleza, ¡vamos aprieta! —le ordené y soltando la mano, observé que esta en principio siguió agarrándomela.
Ese fue el gesto de debilidad que esperaba, entonces me levanté y tiré de su mano. La metí dentro de casa y a oscuras transitamos por el pasillo hasta llegar a mi cuarto, pues me pareció obsceno hacerlo en el que había convivido con mi padre.
Una vez allí, sin mediar palabra la hice inclinarse sobre mi colchón y ponerse en cuatro.
—¿Pero mijo? ¡Qué me vas a hacer!
—Nada mamita, sólo te voy a dar placer, haciéndote rememorar cuando papá te tomaba por detrás.
Levanté su vestido y bajé sus grandes bragas, descubrí así sus grandes nalgas. Ella intentó escabullirse pero no la dejé, la sujeté por la cintura y usando mi erección como lanza la puse entre sus cachetes acertándole en todo el ojete.
—No así no, ¡debe estar lubricado! —me dijo en un susurro mostrando su enfado.
Entonces me incliné y mi lengua se clavó en su ajustado ojal. Lamió con lascivia este y le arrancó un gemido ahogado. Y ya que estaba tan cerca, deguste sus jugos salados apenas aun par de centímetros de la entrada de su sexo.
La clavé en su hoyo haciéndola saltar en un mar de jugos, gimió acalorada y yo desatado, no esperé más e incorporándome lubriqué a concienca mi verga y me dispuse a penetrar su culito.
—¡Despacio, despacio! —gritó ella asustada ante mi entusiasmo.
Y despacio entró, sin prisa pero sin pausa, sin mesura pero con premura, la sentí llenarla y llenarme de gozo, con cada centímetro que entraba en aquel ajustado agujero que entre las sombras se lamentaba.
Una vez dentro, un poco forzada al principio. La saqué y la volví a introducir y se acomodó un poco más, a la segunda y tercera veces cada vez mejor y en la cuarta o la quinta, ya perdí la cuenta, aquello discurría con total libertad y ella se entregaba al goce y gemía al compás de mis envites.
—¡Oh mijo!¡Qué pecado estamos cometiendo!
—Pues luego vas y te confiesas, aunque yo no te lo recomiendo. Porque el cura igual sabiéndolo nos excomulga a los dos —dije yo riendo.
Aferrando a sus anchas caderas, sentía su gran culo rebotar en mi pelvis, me eché sobre su espalda para sentir su piel en íntimo contacto, su gran culo en mi barriga, mientras mi verga la cogía tan profundamente en culito.
Finalmente la dejé parada, ya me corría y quería sentir las contracciones de su culo en torno a mi verga. Internamente estallé y fue tan delicioso que no me quise mover para no estropear el momento. Y mientras me corría ella también se unión y su culo palpitó con cada andanada de mi cañón. Sólo una vez que hube terminado me permití follarla un poco más a pesar del dolor que ambos compartimos, pues tras el orgasmo todo estaba mucho más sensible pero fueron unos minutos extra de gozo y un post-orgasmo dichoso.
Finalmente la saqué de su culo y me despedí de él, esta cayó de costado y nos tumbamos cada uno de lado.
—¡Oh amor mío! No sé si debí dejarte —dijo ella lamentándose.
—¡No te arrepientas! ¿Es que no te ha gustado?
—Si, ¡y mucho! Pero es pecado y tendré que asumir las consecuencias.
—¡Qué consecuencias! ¡Este será nuestro secreto! Tú y yo gozando, en íntima unión, entregados al amor filial, lo demás no importa, los demás no se tienen por qué enterar.
—¡Entonces que así sea! ¡Que este sea nuestro secreto! Compartido e íntimo, te dejaré mi culo cuando quieras, pues soy tuya y tú eres mío.
Y de esta manera se convirtió en mi concubina, eso sí siempre usé su culo, nunca por delante, pues he de confesar que soy un amante de los hermosos culos, ajustados y prietos, grandes y carnosos, voluptuosos y ansiosos y sólo de pensar en que me corro en su interior, me empalmo y me tengo que pajear…
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Una vez más he decidido probar este estilo digamos «ligero» de relato incestuoso. Admito que tiene su punto, pues es caliente y fresco al mismo tiempo. ¿Qué opinan ustedes? Sin desmerecer el relato presente, en La Hija de Dorothy cuento la incestuosa historia de una madre con su hija, que comienza «para ayudarla» con «su problema», pero que va evolucionando y llevando a la madre y a la hija por el tortuoso camino del incesto entre otras calientes aventuras…