Mi suegro me alimenta
Suficientes problemas amenazaban su matrimonio como para visitar a sus suegros y seguir alimentando fricciones. Al final fue Carol la que dio el brazo a torcer y Emilio quien se salió con la suya. La propuesta de él era pasar un día en el pueblo, estar con sus padres y volver a la capital por la tarde, en cambio Carol no estaba por la labor de viajar con un temporal amenazante, y menos a la sierra. Ese parecía el principal de los motivos, el otro era el de la tensión generada por el problema sexual que él parecía no tener interés en solucionar y que estaba deteriorando la relación paulatinamente.
Carol manifestó desde el principio su rechazo a viajar con una borrasca, pero en contra de todo vaticinio, la nevada superó todas las predicciones y el pueblo quedó aislado durante días, con el agravante de impedirle ir al trabajo en los días sucesivos.
La relación con sus suegros no era ni mala, ni buena, simplemente no existía relación alguna, pero no porque ella se opusiera, sino porque él parecía desvinculado por completo del pueblo y de sus padres. Desde que se casaron apenas se vieron una vez por año y Carol pensaba que la distancia, el trabajo y la apatía habían sido los motivos de no alimentar una relación más cordial y afectuosa.
Matías era un hombre recio, de rudos modales, pero sincero y afable. En muchas ocasiones, Carol detectó que no había buen feeling entre ellos y quizás ese era un motivo más que suficiente para no querer visitar a su padre más a menudo. Lo paradójico era que eligiera el temporal para visitarlos.
Emilio tuvo claro desde siempre que no quería pasar toda su vida como un ermitaño y se buscó la vida desde bien joven en la gran ciudad, puesto que el campo y el monte no entraban dentro de sus expectativas. Ambos tenían treinta años y ya llevaban dos casados, de los cuales, el último había sido un mar de dudas para ella, dado que el sexo brillaba por su ausencia. Emilio sufría una disfunción eréctil y parecía no querer solucionar ese obstáculo que se interponía entre ellos, pues por más que Carol insistiera que tenía un problema, él se resistía a visitar a un especialista. El hecho de hacerlo comportaba echar por el suelo su hombría y Carol entendía que eso podía ser duro para él, pero sino intentaba resolverlo, el problema no se iría solo.
La cena resultó tensa, por no decir violenta. Padres e hijo hablaban de algunos cambios en el pueblo, pero Carol permanecía apática y no le apetecía conversar porque sabía que si abría la boca explotaría ante una situación que ella ya le advirtió que pasaría. El día siguiente tenía que defender a un cliente en un caso importante en los juzgados y estaba claro que no iba a poder acudir, dadas las circunstancias. Carol era abogada, Emilio vendedor de equipos médicos. Para él no era más importante un día que otro. Le daba igual vender más o menos, pero un juicio no se podía posponer sin más, después de estar el cliente meses esperándolo, por lo que tenía motivos más que suficientes para estar enojada.
Después de la cena tampoco había muchas cosas que hacer, sólo contemplar el fuego de la chimenea o ver las continuas noticias que alertaban a no salir de casa ante semejante nevada. Ya era tarde para eso. Ahora estaba a ciento diez kilómetros de Madrid, en un pueblecito en medio de la sierra, totalmente incomunicada y sin internet, con un caso importante que defender al día siguiente y ante la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Por otro lado, existía la posibilidad de verlo desde otro prisma e intentar encontrarle a la situación su lado positivo. Podrían aprovechar para intentar recomponer su maltrecha vida sexual, sin embargo, cuando Carol lo intentó, Emilio la rechazó de nuevo y se dio por vencida, dando por perdida aquella batalla.
Emilio se durmió, pero en la cabeza de ella pululaban demasiados problemas para poder conciliar el sueño. Tenía ganas de sexo, pero estaba claro que tendría que hacerlo sola si quería liberar endorfinas y relajarse, de modo que intentó aliviarse con la ayuda de sus dedos. A los pocos minutos, escuchó los sonidos de la batalla que se estaba librando en la planta de arriba. Los crujidos de la cama de sus suegros delataban una frenética actividad y Carol abandonó su paja para ir a beber agua y no tener que escuchar el sonsonete. Desde la cocina se oían los gemidos de su suegra y Carol, movida por el morbo y la calentura subió a la planta superior a hurtadillas como si fuese una vulgar mirona.
Nunca había hecho nada parecido, ni siquiera en su época estudiantil cuando compartía piso con otras compañeras, pero las circunstancias ahora eran las que eran y su excitación la impulsó a hacer algo que consideraba que no estaba bien.
Conforme se iba acercando, los sonidos iban ganando nitidez y Carol pensó que la cama iba a venirse abajo de un momento a otro. La puerta estaba semiabierta y se asomó para ver la escena. Su suegro estaba encima de su esposa y ésta debajo con las piernas abiertas y en el aire, recibiendo las embestidas del que parecía un toro en celo resoplando una y otra vez mientras Consuelo disfrutaba de los embates.
Carol envidió a su suegra y reconoció que después de tantos años de matrimonio, su vida sexual era activa, y por lo que comprobó, extraordinariamente satisfactoria.
Matías se hizo a un lado para cambiar de posición y se tendió boca arriba para que Consuelo subiera encima, de tal modo que Carol pudo observar la tremenda polla de su suegro en completa erección a la espera de que el coño de su esposa la engullera. Ahora entendía la euforia de su suegra. Con semejante verga, ¿quién no gritaría de gusto? Carol ratificó que en ese sentido, su marido en poco se le parecía a su padre, ya no por el tamaño, sino por lo eficiente y enérgico que era sexualmente.
Mientras contemplaba el voluminoso trasero de Consuelo saltando alegremente sobre aquel puntal, Carol deslizó su mano por dentro del pijama y sus dedos patinaron por los hinchados labios vaginales. Después de un buen rato brincando sobre la verga de su esposo, Consuelo decidió cambiar de posición y se apoyó en la cama sobre sus codos quedando su retaguardia a su merced. Matías se cogió la enhiesta polla (brillante por los caldos de su esposa), entretanto Carol no perdía detalle. La puso a la entrada y de un empujón se adentró sin hacer paradas.
A aquellas alturas la raja de Carol hacía aguas y los flujos se deslizaban por sus piernas. Matías cogió a su esposa de las caderas y arremetió una y otra vez con gran exaltación, hasta que un bramido evidenció el orgasmo de Consuelo, desplomándose poco a poco en el lecho. A continuación Matías se colocó boca arriba y a Carol se le abrió involuntariamente la boca mientras observaba la divina polla en toda su magnitud esperando las atenciones de su dueña. A la par que le hacía una mamada de escándalo, los dedos de Carol se movían con vida propia, y al mismo tiempo que su suegra se tragaba la verga de su esposo, Carol disfrutaba de un orgasmo contenido, ahogando un gemido de placer para no delatarse. Todavía no daba crédito a como aquella mujer de pueblo disfrutaba del sexo con su esposo. Ahora se afanaba chupando y relamiendo los restos de la corrida de su esposo.
Cuando el ambiente recuperó la calma, Carol bajó de forma sigilosa las escaleras y regresó a su habitación. Ahora, ya más relajada pudo conciliar el sueño hasta que la luz de la mañana la despertó.
Lo primero que hizo fue hacer unas llamadas para avisar a su cliente e intentar aplazar la vista, habida cuenta del inevitable percance sufrido. Tuvo suerte, dado que Madrid quedó paralizada casi por completo por los efectos de la nevada, con lo cual se suspendieron la mayor parte de los juicios. A partir de ahí, se tranquilizó e intentó afrontar el tiempo que tuviese que permanecer en el pueblo con más sosiego. Se acordó de la noche anterior y de su papel de voyeur ante unos suegros de cincuenta y ocho años para los cuales parecía que el tiempo en aquel lugar no transcurría con la misma celeridad. Aquel par de maduros disfrutaban más del sexo que ella con treinta años y con un marido con el que empezaba a alimentar dudas con respecto a su sexualidad.
Carol se colocó la toalla sobre el cuerpo y fue a darse una ducha junto a su esposo, pero cuando entró, era su suegro quien se enjuagaba los restos de jabón de la cara. Carol se sorprendió. Pensaba que estaría su marido en la ducha y se quedó boquiabierta ante el cuerpo maduro de su suegro adornado con una polla medio dilatada a causa del agua caliente. Carol se disculpó ruborizada y salió rápidamente del baño hacia su habitación. La polla de su suegro aún permanecía grabada a fuego en su cerebro por las imágenes de la noche anterior, y ahora se habían reavivado al ver el miembro a medio crecer de aquel hombre rudo, con la consiguiente revolución de sus hormonas. En cualquier caso, no por ello se sentía menos abochornada por la controvertida escena que acababa de compartir con su suegro. Cuando Matías terminó de ducharse se puso la toalla en la cintura, se calzó sus zapatillas y en la puerta de la habitación le dijo a Carol con la mayor naturalidad que ya podía ducharse. Ella le dio las gracias y pese a su tímida mirada, su vista no perdió detalle de la forma que dibujaba el miembro a través de la toalla.
La ducha fue reconfortante. El agua caliente sobre su cuerpo junto a sus dedos dándose placer la llevaron a otro orgasmo en el que pudo liberar el gemido reprimido de la noche anterior.
A los dos días remitió la nevada y Matías invitó a ambos a acompañarle a ver el estado del camino que llevaba a la carretera. Como solía ser habitual, si había que ayudar a evacuar nieve, harían falta todas las manos posibles. Así era la gente de pueblo. Siempre dispuestos a colaborar en lo que hiciera falta.
—No gracias, —fue la respuesta de su hijo.
—Vale. No me acordaba que a ti no te gusta doblar el espinazo.
—Yo sí que voy, —dijo Carol. Tampoco había muchas cosas que hacer y no le apetecía estar encerrada en casa otros dos días, de modo que consideró que un poco de actividad física no le vendría mal.
Matías colocó las cadenas en el cuatro por cuatro, a continuación subió al coche y Carol hizo lo mismo. El coche se puso en marcha y se fue alejando mientras las cadenas iban rompiendo nieve y hielo a su paso.
—Es muy señorito. Yo no le enseñé así, pero desde siempre tuvo muy claro que no quería hacer su vida en el pueblo, por eso se marchó a la ciudad. Y no le culpo. La vida aquí es dura, pero más gratificante, te lo aseguro. Se fue a la capital, estudió y se labró un porvenir. Después te conoció a ti y os casasteis.
—Bueno, eso tampoco es tan malo.
—No, no lo es. Lo que es malo es tenerle miedo al trabajo y no querer ser solidario. Aquí nos ayudamos unos a otros. Creo que si está aquí también podría arrimar un poco el hombro. Te agradezco que vinieras. Dos manos más nunca vienen mal.
—Me vendrá bien estirar los músculos.
—Por supuesto que sí. Por cierto, ¿cómo os va? Mi hijo no habla mucho. No sabemos nada de su vida.
—Bien, nos va bien, —mintió.
—¿Seguro? —preguntó incrédulo.
—¿Por qué no habría de irnos bien?
—No lo sé, por eso pregunto.
—Por algo lo habrás dicho.
—Bueno, él no quería vivir en el pueblo, pero se marchó porque sus gustos eran otros, ya me entiendes.
—No, no te entiendo, —dijo intrigada.
—Bueno, ya sabes. Este es un pueblo muy pequeño y todo se sabe, por eso cuando dijo que quería casarse contigo me sorprendió, pero me alegré gratamente. Al final parece que encontró el camino correcto. O eso creo. Por eso te he preguntado.
—¿Estás diciéndome que tu hijo es gay?
—Bueno, creo que ya no lo es. Ahora está casado. Eso debe significar algo.
—Me estás dejando alucinada.
—¿No lo sabías?
Carol respondió moviendo la cabeza. No podía articular palabra ante semejante aseveración, pero ahora entendía la poca motivación en la cama, su disfunción eréctil y su apatía para hacer terapia.
—Supongo que te hará feliz en la cama ¿no? —preguntó sin contemplaciones y Carol pensó que aquel hombre no tenía ningún filtro para hablar, ni para exteriorizar sus pensamientos. Quizás toda la gente de pueblo se expresaba así de abiertamente sin reparar en las consecuencias de ciertas afirmaciones. Sin embargo, el silencio por respuesta de Carol constató la verdad y su suegro supo que su hijo apenas la tocaba.
—Yo pensaba que tenía un problema, —dijo ella al fin.
—Pues ya sabes donde está el problema, aunque yo pensaba que ya lo había resuelto. ¡Que desperdicio de mujer!
—¿Cómo dices?
—Una mujer como tú se merece un hombre de verdad. ¿No te parece?
—Supongo, —dijo indignada por haber vivido en una mentira durante dos años.
—¿Entonces qué haces, pasar la mano por la pared?
—Más o menos. Pensaba que teníamos que ir a terapia por ver si teníamos un problema…
—La mejor terapia es un buen polvo, —aseguró sin dejarla terminar. —¿Le has puesto los cuernos? —preguntó de nuevo sin cortarse lo más mínimo.
—Nooo…
—Pues deberías. El orificio hay que mantenerlo engrasado o acaba oxidándose.
—Sí, eso pienso yo, —dijo Carol empezando a soltarse. Empezaba a gustarle la franqueza y la espontaneidad y la desenvoltura con la que su suegro se expresaba.
—¿Y qué haces cuando las ganas aprietan? ¿Te masturbas?
—Eso no es asunto tuyo, ¿no crees?
—No, no lo es, pero el otro día vi como lo hacías mientras mi mujer y yo follábamos. Incluso vi como te corrías, ¿o no?
Eso sí que no se lo esperaba. Aparte de que desconocía que su suegro era sabedor de su condición de mirona, nunca había hablado con nadie con semejante desparpajo y osadía para llamarle al pan pan y al vino vino.
De nuevo se quedó sin palabras y fue Matías quien rompió el breve silencio que se produjo después de aquella afirmación.
—No te preocupes. Soy una tumba. Si te digo la verdad, era en ti en quien pensaba cuando descubrí que estabas tras la puerta.
Matías detuvo el cuatro por cuatro, cogió la mano de Carol y la posó sobre su polla hinchada.
—Esto es lo que necesitas y no al inútil de mi hijo, —afirmó mientras él mismo le presionaba la mano sobre su miembro.
Carol no salía de su asombro, sin embargo no quería soltar aquel bulto que empezaba a ganar dureza.
—Ya la has visto en acción y sabes de lo que es capaz. ¿Qué me dices? —le preguntó al mismo tiempo que desabrochaba su pantalón y extraía la enorme polla nervuda con un sonrosado, brillante y apetecible glande.
—No es necesario que te conteste, —le replicó ella mientras cogía el madero y lo movía arriba y abajo.
—¡Vamos, cómetela que te mueres de ganas!
Carol no se hizo de rogar, se agachó y su boca se abrió para abrazar el pilón de carne del que hacía gala su suegro, y su cabeza inició un movimiento oscilante ayudado por la mano de su suegro en su cabeza. Por un momento abandonó el cipote para contemplarlo y piropearlo.
—Menudo pollón tienes,—Matías.
—Ya veo que te gusta. Está enteramente a tu disposición.
Carol se aplicó sus palabras al pie de la letra, lo apretó y volvió a tragarse la mitad de aquella barra de carne. Matías echó el asiento hacia atrás e intentó desnudar a su nuera, y ella le facilitó la labor, de manera que pronto quedaron los dos desnudos dentro del vehículo. El hombre maduro la cogió de tal modo que la ensambló acoplándose ambos en un perfecto sesenta y nueve en el que los dos se afanaban en dar y recibir placer. Los caldos de Carol resbalaban directamente en la boca de Matías mientras la lengua repasaba cada rincón de la hambrienta raja. En aquella posición, el pequeño botón permanecía esquivo, pero el dedo del hombre maduro acudió en su ayuda esforzándose en complacer a una nuera, ávida de hombre. Al otro lado, la lengua de la joven se esmeraba en repasar cada centímetro de la polla de su suegro. En su trayecto de descenso se encontró con dos huevazos cargados y los golpeteó, a continuación los cogió con la mano y los sopesó, después con la otra mano aprisionó el manubrio y lo volvió a engullir prosiguiendo con la mamada. Al cabo de diez minutos dedicados a dar y a recibir, el coño de Carol explosionó en la boca de Matías y este se recreó sorbiendo toda la ambrosía. Carol abandonó su condición de mamona unos segundos para recibir el clímax, pero seguidamente continuó con la felación hasta que su suegro estalló en su boca. El primer trallazo se perdió en su garganta, provocándole una arcada, los siguientes fueron impactando en su boca cerrada y en la cara.
—¡Joder! Eres una mamona de primera. Lo que se pierde el imbécil de mi hijo… Con una mujer como tú estaría todo el día follando.
Carol se incorporó y se montó encima de su suegro. Le cogió la polla y se la metió.
—¡Fóllame!
—¡Joder! Voy a follarte hasta que te salga la leche por las orejas.
Carol notó como la verga de su suegro ganaba dureza dentro de su coño y empezó a saltar sobre el cipote, mientras sus tetas bamboleaban delante de la cara de Matías. Su boca se apoderó primero de un pezón, después del otro, de manera que iba alternando, entretanto las manos aferraban con fuerza las nalgas de una nuera desatada que gritaba con la polla de su suegro bombeando en su interior.
—¡Dame polla Matías! —pedía una y otra vez, mientras un dedazo se aventuraba en su ano, añadiendo una nueva sensación al placer que ya de por sí le estaba proporcionando la soberbia polla.
—Me voy a correr cabrón. Qué gusto me das. ¡Dámela toda!… ¡Fóllame!… ¡No pares! —gritó disfrutando del prodigioso orgasmo que se negaba a abandonarla, hasta que tras muchas convulsiones el clímax pareció retirarse, dejándola con una gratificante sensación de bienestar, acompañada de una complaciente y desencajada sonrisa que le dedicó al padre de su marido. Sin embargo, aún notaba el ariete bien metido en sus entrañas golpeando contundentemente en busca de su placer. Matías sacó la verga del mojado agujero, le dio la vuelta a su nuera y se la volvió a ensartar con un contundente golpe de cadera al que siguieron otros muchos, entretanto Carol volvía a gozar del pollón reventándole su desatendido coño, y después de pocos minutos sintió el espeso líquido golpeando en su interior, lo que la condujo a un nuevo e inesperado orgasmo.
Matías quedó tendido encima de Carol y su polla fue perdiendo la rigidez hasta que escapó del orificio con un sonoro pedo, al que le siguió un reguero de semen escabulléndose de la abierta raja. Matías posó el flácido miembro en la regata del culo mientras permanecía apoyado sobre ella. A Carol le gustó la sensación de sentir su peso encima y notar su hombría entre sus nalgas después de haberle proporcionado tres extraordinarios orgasmos, algo que su hijo no había hecho jamás.
Cuando se vistieron retomaron la ruta y se unieron al grupo de gente que ya estaba pala en mano quitando la nieve del camino. Fue una mañana vivificante. Se sentía viva como hacía años. La constructiva charla con su suegro, los polvazos que le dio, y después el fresco de la mañana, le aclararon las ideas. Ahora sabía a qué atenerse y lo que tenía que hacer.
Al llegar a Madrid Carol le planteó la separación y Emilio le preguntó por qué.
—Creo que te estoy haciendo un gran favor, —aseguró ella.
—¿Por qué dices eso?
—¡Dime que me equivoco!
Emilio la miró y no contestó ratificando con su silencio la verdad. No hubo explicaciones. No hubo tampoco lamentos, ni siquiera reproches, puesto que era lo que ambos querían. Lo que ella no deseaba bajo ningún concepto era romper el vínculo con su exsuegro, y al parecer, era un deseo compartido.