Una buena y obediente jovencita
Alicia había crecido en un barrio de las afueras. A pesar del esfuerzo de sus padres, una complicada adolescencia había acabado truncando su futuro. Acababa de cumplir los veintiuno y era madre soltera.
Hasta hacía bien poco, Alicia había trabajado como camarera. La muchacha había mamado el oficio desde pequeña. Sus padres habían regentado varios locales, yendo de traspaso en traspaso hasta dar con un local en el que cayó la lotería cuando trasladaron, justo al lado, la principal Comisaría de la ciudad.
La verdad era que aquel negocio funcionaba bien, estaba lleno a todas horas. Sin embargo, Alicia no tenía vocación hostelera. Por mucho que sus padres acabaran de firmar la hipoteca de un apartamento en la playa, ella no pensaba terminar sus días “encerrada entre dos cocinas”, tal y como su madre solía renegar.
Aunque de forma diferente, las voces de su niña y de su madre le habían servido de acicate para quitarse horas de vida y de sueño para estudiar. Sí, finalmente Alicia estaba decidida a sacarse el Título profesional básico de Gestión Administrativa. Sólo ella sabía cuánto le había costado dejar a su hija llorando en los brazos de su prima Yolanda para ir a clase cada mañana.
En cambio, Jaime, el padre de su hija, sí había decidido seguir el oficio de su padre. Era carpintero. Aunque se negaba a vivir con ella, Jaime le prometió que cumpliría como padre si ella decidía no abortar, y así lo hacía. La mayor parte de los meses, él le abonaba más dinero del que habían acordado como manutención y todavía no le había dicho ni una sola vez que no podía quedarse con Candela durante el fin de semana.
A veces Alicia deseaba que Jaime no fuese tan bueno, que fuera un cabrón y no quisiera saber nada de ellas. Sin darse cuenta, aquel chico seguía siendo el hombre perfecto a ojos de Alicia. La bondad de Jaime no la ayudaba a dejarle atrás. Por lo menos, Alicia ya creía tener asumido que el padre de su hija sería solamente eso, el padre de su hija.
Cuando una persona se esfuerza en alcanzar una meta, la suerte siempre le acaba sonriendo, y Alicia lo estaba poniendo todo de su parte para salir adelante. La empresa farmacéutica donde había hecho las prácticas le había ofrecido un contrato de verano. Alicia trabajaba como secretaria de contabilidad en el turno de tarde, aunque también solía pasarse por Recursos Humanos para ir aprendiendo.
Una de las condiciones que le habían puesto a la hora de contratarla era que debería aprender como funcionaban los distintos departamentos, por si de un día para otro necesitaban que sustituyese a una secretaria de otro servicio.
No quería hacerse ilusiones, pero la verdad era que allí estaba muy a gusto, tanto con el trabajo como con las compañeras.
A Alicia le había costado un horror encontrar un apartamento en alquiler que estuviese cerca del de sus padres. Al final lo había conseguido gracias a uno de los clientes habituales del bar y, aunque algo caro, se encontraba en un estado bastante decente.
Alicia nunca se hubiera planteado independizarse de no ser porque tenía otra fuente de ingresos además de su modesto sueldo de secretaria. Ese era su gran secreto. Nadie sabía que, una vez que acababa su jornada laboral, la nueva empleada de la oficina echaba una hora diaria como webcamer.
Todo había empezado de forma accidental. Jaime le pidió subir a una popular página de Internet un vídeo guarro que habían grabado juntos. Ella accedió, en el vídeo ocultaba su rostro bajo un elegante antifaz negro que la hacía parecer una gatita, nadie la reconocería.
La grabación les había quedado fenomenal, con estilo y buen gusto. Habían cuidado todos los detalles: el maquillaje, la iluminación. Incluso habían escogido cuidadosamente la tela roja muy oscura que habían utilizado de fondo y que les había servido de inspiración para dar con un pseudónimo, Escarlata.
Aún siendo unas imágenes muy explícitas, puesto que en ellas Alicia le hacía a su novio una impresionante mamada, el resultado general había sido muy elegante.
Durante los primeros segundos de rodaje sólo aparecía ella vista de perfil, desnuda y sentada sobre sus talones en medio de la habitación. Su cabello rubio platino lucía suelto detrás de su espalda y, como único atuendo, Escarlata llevaba la fina gargantilla de oro con un colgante con forma de estrella que él le había regalado cuando eran novios.
Alicia y Jaime habían decidido jugar con los clichés de la sumisión y la disciplina. Por eso, además de estar arrodillada, Alicia tenía las manos atadas a la espalda con una elegante cinta negra.
Después, Jaime entraba en escena vestido con unos jeans ajustados, nada más. El padre de su hija poseía, no en vano, un torso y un abdomen más impresionantes que cualquier camisa. Se acercaba a ella paso a paso, sin prisa y, cuando al fin tenía a Escarlata delante de él, el muchacho le acariciaba la mandíbula, la mejilla y le pasaba una mano por el pelo hundiendo los dedos en su sedoso cabello.
Mientras tanto, Escarlata debía mantener la mirada fija en el suelo en señal de sometimiento. Entonces, alzándole el mentón con un leve gesto de sus dedos, Jaime hacía que le mirase a los ojos. Tras mirarla fijamente un instante, el muchacho pasaba su dedo pulgar sobre la boca de Escarlata, a lo que ella respondió separando apenas los labios.
En tanto que ella le chupaba el pulgar de manera lasciva, Jaime iba desabrochándose los jeans con la otra mano. Sin llegar a quitárselos, extraía su maravillosa erección. Sin embargo, Jaime no se la ofrecía de inmediato, sino que dejaba apreciar la gran diferencia de tamaño entre el dedo que Alicia tenía entre los labios y su miembro viril.
Con su lengua, Alicia iniciaba unas lascivas lamidas a lo largo del tronco, terminando siempre con un besito en la punta. Cuando ella pasaba a mamarle la verga, tenía que abrir mucho la boca, ya que el miembro de su chico lograba llenarla por completo. No tenía sentido que Alicia intentara tragársela entera, eso no sería elegante. Con meterse la mitad era suficiente, pues lo sexy era dejar claro que ya no le cabía más.
Luego Alicia empezó a cabecear lentamente, debía contenerse para que su chico aguantara y que el vídeo durase los diez minutos que se habían propuesto. Sin apenas sacárselo de la boca, la muchacha chupaba aquel manjar con deleite.
Después de un buen rato, Alicia dejó escapar de su boca la imponente verga de su novio. Lo hizo para comprobar que su saliva le hacía resplandecer. A pesar de que lo estaba haciendo fenomenal, Jaime guardaba absoluto silencio para que la cámara registrara nítidamente el sonido de sus lamidas y succiones. Sin embargo, a Alicia le costaba aguantarse la risa al ver las muecas de su chico.
Poco a poco, Alicia empezó a chupar con mayor intensidad, indicándole a su chico que se dejase llevar. Emprendió de forma obscena y decidida el que sería el desenlace del vídeo. No fue mucho lo que Alicia hubo de esperar para que Jaime comenzara a eyacular en el más absoluto silencio.
El miembro de su novio se sacudía una y otra vez, llenando de semen con cada descarga el exiguo espacio libre dentro de su boca. Entonces, Alicia hizo lo mismo que había visto hacer en uno de los vídeos que Jaime le había mostrado a modo de ejemplo. Acumuló en su boca todo el esperma que fue capaz y, cuando ya no le cupo más, la muchacha lo liberó todo de golpe logrando un efecto sobrecogedor.
En último lugar, Alicia debía girarse y mirar directamente a la cámara. Jaime haría entonces un recorrido en plano corto por el cauce que el esperma había seguido sobre su cuerpo. Desde la comisura de su boca, surcando su cuello hasta alcanzar el espacio entre sus pechos, el ombligo y su sexo.
Sólo un par de semanas más tarde, y casi sin saber cómo, Alicia ya tenía un show on-line, en directo y disponible en cualquier lugar del planeta con acceso a Internet.
Ese show era mucho más prosaico, más sencillo. Alicia no le había dicho a Jaime que ella sí había aceptado la propuesta que les habían mandado por email, ni a él ni a nadie. De hecho, seguía llevando aquel antifaz con el que había saltado a la fama.
Ella, Escarlata, siempre aparecía sola en ese espectáculo. Se trataba de una hora de emisión en la que su cometido era lograr que los espectadores hicieran generosas donaciones económicas a la web. Para ello, Alicia debía echarle imaginación para entretener y excitar a todos aquellos usuarios ávidos de juegos picantes y emociones fuertes.
Además de una pequeña colección de juguetes sexuales de todo tipo, forma y tamaño, Escarlata contaba también con unos cuantos accesorios de masoquismo. Tenía una mordaza, una venda para los ojos, un collar con su correa, esposas, una pluma, un flogger de tiras de cuero y, claro está, una fusta. La verdad era que, salvo un compañero en quien pudiera confiar, Escarlata tenía todo lo necesario para una buena sesión de dominación y masoquismo.
A falta de ese compañero, Escarlata jugaba a solas con todos aquellos objetos. A solas, sí, aunque observada por varios cientos de atentas miradas a través de Internet. Ella misma se encargaba de azotarse el trasero hasta dejarlo bien colorado. Escarlata no era ninguna mojigata, no lograba excitarse si no se atizaba como es debido, y si ella no se excitaba, menos lo harían los que pagaban para verla.
Aunque poseer un cuerpo joven y esbelto la había ayudado a destacar, la popularidad de Escarlata entre los adeptos a las webcamers no se basaba en la hermosura de sus pechos, ni en la perfección de su trasero. Alicia era popular porque tenía talento.
Desde niña, Alicia había mostrado fascinación por las actrices de las series y las cantantes del momento, incluso por las presentadoras de televisión. Había sido algo natural que Escarlata sacara a relucir sus dotes interpretativas, así como una innegable capacidad para trasmitir sentimientos y emociones a flor de piel.
Al igual que juglares y cuentacuentos, Alicia poseía un talento innato para narrar e interpretar relatos. Parodiaba de un modo magistral muchas de las acciones que ocurrían en esos relatos: La esposa madura que seducía a su joven vecino, la jovencita que se dejaba engañar y encular por el buen doctor, la traviesa colegiala que obtenía una mejora en sus calificaciones tras un profundo examen oral en el despacho de su malvado profesor… Nada se le resistía.
Además, Alicia había imitado la fórmula del programa con más éxito de la televisión. La clave era la variedad, el dinamismo y, sobre todo, la sorpresa. Al principio de su programa, antes de la ficción que hubiera preparado, Escarlata hacía alguna de las cosas que habían pedido sus fans en los comentarios y votaciones del programa anterior.
Había algunas burradas que no haría ni por todas las bit-coins del mundo. Por lo demás, Escarlata hacía casi de todo: anunciaba las novedades del porno, presentaba juguetes, hacía desfiles de lencería, criticaba los vídeos X que sugerían sus espectadores, proponía a sus fans que leyeran un relato erótico para comentarlo al día siguiente, hacía concursos de preguntas, apuestas… En fin, cualquier cosa que se le pasara por la cabeza y pudiera resultar rentable y divertido.
En cuanto a los espectadores, había de todo. Desde tipos interesantes, sagaces y divertidos, a auténticos cretinos. De manera más práctica, Alicia dividía a sus fans en dos tipos. Los que le iban ofreciendo criptomonedas a cambio de hacer realidad toda clase de caprichos y fantasías, y aquellos que aguardaban al final para hacer una donación en función de cuanto le hubiera gustado el espectáculo ese día.
Dicho de otro modo, por un lado estaban los usuarios que andaban tocándole las narices cada tres por dos a cambio de sus miserables propinas y, por otro lado, los que se centraban en participar con comentarios picantes y que luego, al final, hacían una donación económica. Por eso estos últimos eran sus preferidos, y no sólo porque fueran más generosos con sus propinas, sino porque solían ser bastante más perspicaces y simpáticos.
Escarlata tenía unos cuantos incondicionales como: JuanGT, AgenteSmith, AlexFP, Osobucco y otros muchos que no fallaban casi nunca. Luego estaban los otros cincuenta, cien o doscientos espectadores que variaban día a día.
Otra de las actividades que Escarlata solía organizar eran las entrevistas. El formato de las mismas era muy provechoso, dado que la muchacha subastaba el turno de pregunta. Sin embargo, una de aquellas tardes, Agente Smith hizo una donación bastante importante antes siquiera de que hubiera comenzado la puja.
— Te has adelantado… Es una buena oferta, pero tendrás que esperar a ver si alguien la supera —comentó ella, desafiante.
— Tienes razón —reconoció su fan al momento— Si no quieres, no tienes por qué responder.
— ¿Qué quieres saber? —accedió Escarlata tomando en consideración la donación económica de AgenteSmith.
— ¿Cuántos años tiene el hombre de mayor edad con quien te has acostado?
— Cuarenta o así —mintió ella de manera flagrante.
Hasta entonces, Alicia solamente se había acostado con tres chicos y ninguno de ellos era mucho mayor que ella. Con todo, Agente Smith no dudó de su sinceridad. Es fácil sonreír y mentir a alguien que no te está mirando a los ojos.
— Ahora, hazme tú una pregunta, por favor —escribió rápidamente aquel fan en la pantalla.
— ¿De dónde viene tu nick? —inquirió ella con sincera curiosidad.
— Esa es demasiado fácil. Sólo has de buscar en Internet.
— Ups, no la he visto —reconoció a Alicia tras descubrir que el Agente Smith era el villano de una película de ciencia ficción de antes de que ella naciera, una película de culto que había tenido muchísimo éxito tras su estreno en 1999.
— Imperdonable —se disculpó Alicia juntando las palmas de las manos a modo de súplica— Este fin de semana la veo, prometido.
Aquella tarde, cuando Alicia cerró el programa que le permitía emitir el show desde el ordenador de su despacho, echó un vistazo a la sinopsis de la película que había prometido ver. Se trataba de una película realmente interesante, una de ciencia ficción. Después, Alicia hizo clic en el enlace Agente Smith. Se trataba de un hombre que era, en realidad, un despiadado programa informático cuyo objetivo era encontrar y destruir a los rebeldes humanos.
El personaje de Agente Smith, representaba a un hombre maduro trajeado de negro y con un rostro inexpresivo carente de toda emoción. Debía rondar los cuarenta o cuarenta y cinco años. Eso que acababa de descubrir, junto a la pregunta que Agente Smith le había hecho, llevó a Alicia a suponer que su fan debía rondar esa edad. A pesar de los años, aquel villano resultaba un hombre ciertamente elegante y atractivo, con unos rasgos que remarcaban un carácter dominante, unos labios muy apetecibles y una mirada tan intensa que haría derretirse a cualquier mujer.
Alicia no conocía personalmente a ninguno de sus fans, pero sabía que Agente Smith era bastante friki. Cómo olvidar esa otra ocasión en que aquel fan incondicional había pagado una suma desorbitada para poder decidir que obscenidad habría de hacer Escarlata para cerrar el espectáculo.
— Túmbate y hazte la dormida, por favor —fue, sin embargo, todo lo que Smith le pidió.
Alicia tuvo que disimular su asombro, con tanto tiempo como llevaba su programa en antena, ella pensaba que ya nada la podría sorprender. Sin embargo, Smith lo había logrado.
No supo que decir, los pensamientos se daban codazos en su cabeza. Personalmente, la idea le encantaba. Nunca había hecho nada así, normalmente los hombres deseaban verla hacer todo tipo de guarradas, no verla dormir. Aquello le parecía muy bonito. Por otro lado, Escarlata no sabía como se tomarían algo tan soft el resto de sus espectadores.
Entonces, la muchacha recordó una famosa frase que había oído en la tele, en un programa del corazón: “No importa que hablen bien o mal, lo que importa es que hablen de ti”. En ese mismo instante, Alicia decidió que haría lo que Agente Smith le había pedido. Cogió su chaqueta del respaldo de la silla y, colocándola sobre la mesa a modo de almohada, cerró los ojos y se dispuso a hacerse la dormida.
Entonces, Alicia recordó que no se había despedido. Sonrió con aire travieso y, volviendo a abrir los ojos, escribió en su teclado.
Escarlata: Buenas noches, Smith.
Agente Smith: Hasta mañana, preciosa.
Alicia se echó de nuevo frente a la webcam para hacerse la dormida. Tubo de esforzarse para no sonreír, no entendía por qué estaba tan contenta. Aquel rato en que fingía dormir, Alicia sintió como la felicidad se apoderaba de ella, dejándola casi sin respiración. De que quiso darse cuenta, ya estaba especulando sobre quién sería Smith en realidad, sobre qué clase de hombre sería o en qué lejano lugar del mundo viviría, y eso la preocupó.
El lunes siguiente, Alicia se despidió de su hija en la puerta del colegio con una gran sonrisa. Aunque Carmen le hubiera mandado un mensaje a primera hora diciéndole que tendría que pasarse por la oficina en cuanto le fuera posible, la muchacha no estaba dispuesta a que nada le amargara el día.
Esa noche, Alicia había dormido a pierna suelta como hacía tiempo que no lo hacía. La cálida luz del sol camino de la oficina resultaba agradable, todo parecía perfecto: la música de la radio, el frescor del aire que entraba por la ventanilla del coche, hasta la compañía del resto de conductores.
Tras saludar a unos y otros con un gesto amable a su llegada a la oficina, Alicia fue consciente de la cantidad de asuntos que debía actualizar y archivar. Siempre tenía demasiadas preocupaciones, pero ese día había tomado la determinación de tomarse las cosas con calma.
Sin embargo, toda aquella positividad se esfumó de golpe cuando, poco antes del almuerzo, Alicia escuchó a su supervisora dar la bienvenida a un alto y elegante ejecutivo de mediana edad.
— ¡Smith! ¡Dichosos los ojos!