Viendo como follan en medio del campo

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El incidente
Estando Tobías en el monte una tarde, recogiendo sus hierbas para sus aceites, disfrutando del paisaje, del canto de los pájaros, de aquel cielo, hasta del calor que hacía, rompió el silencio unas voces que le trajo el viento.

Intrigado por quien podría andar por allí se acercó entre los matorrales a ver quién pasaba y a medida que se movía entre las rocas donde crecían el tomillo y el romero entre otras, las voces se fueron haciendo más audibles.

Allí estaban dos jóvenes, no podría precisar sus edades pero podrían ser adolescentes. Enfrascados en el conocimiento de la anatomía propia y sobre todo ajena. La chica se recostaba en la hierba, boca arriba y él de costado a su lado, jugueteaba con su falda levantándosela mientras ella protestaba bajándosela.

—¡Pero no tienes condones, sin condones a mí no me catas! —espetó ella volviéndola a bajar.

—Venga no seas tonta, sólo jugaremos un poco —dijo él atacando de nuevo.

—¡Que te he dicho que no, que no me quiero quedar embarazada! Que seguro que una vez que me acerques eso ya no hay vuelta atrás. —explicaba ella.

—Tú sabes que son caros y aquí en la farmacia sólo te los venden si estás casado —protestó el muchacho.

—Bueno, entonces si quieres te la meneo un poco.

Entonces el chico la extrajo de su bragueta y la chica la cogió con su mano y comenzó a moverla, quedando extasiada de su tamaño y su dureza.

Tobías los espiaba con gran deleite, contemplando aquella inocente escena, que más de un recuerdo traía a su mente, recuerdos de tiempos lejanos donde las ganas eran muchas, las oportunidades como aquella pocas. Así que decidió seguir mirando.

—¡Qué gorda la tienes! —exclamó ella asombrada tras estar un rato meneándosela

—¿Te gusta? —preguntó él fanfarroneando.

—¡Oh sí! Aunque admito que con eso me harías mucho daño en mi coñito.

—¡Que no tonta! Que eso sólo duele la primera vez, ¿y lo que ibas a disfrutar luego?

—¡Tú lo que quieres es dejarme preñada! ¿Y luego qué?

—¿Bueno y entonces?

—Está bien, ¡entonces sólo juegos! —dijo la chica finalmente.

—¿Juegos como por ejemplo…?

—Besémonos y acariciémonos, ¿no es eso suficiente?

—¡Vale! Al menos nos pegaremos un calentón —dijo el desilusionado mozo.

Comenzaron a besarse mientras las manos del muchacho iban a sus pechos, los estrujaban y los juntaban, ella suspiraba y se retorcía mientras su mano volaba hacia su erección y seguí moviéndola con pasión.

—¡Qué gorda la tienes! —asintió ella nuevamente.

—¡Pues hazme algo que me guste! —rogó el muchacho.

Entonces la chica se acercó al duro miembro viril y abriendo su boquita comenzó a chuparlo delicadamente. Tras lo cual él echó la cabeza para atrás y suspiró profundamente. Siguió mamándola y él se transportó al séptimo cielo, ¡al menos!

Cuando esta se hartó, se levantó y se limpió la comisura del labio con el dorso de la mano. Entonces él la hizo sentar y levantándole las faldas hundió su cabeza entre sus muslos y se comió sus bragas.

La chica gimió y se arqueó hacia atrás, pero luego severamente le advirtió…

—¡No me metas el dedo!

—¡Que no mujer! —prometió él.

Y no muy convencida ella se volvió a echar para atrás, dejando al muchacho entre sus piernas comiendo su coñito, la chica se retorcía bajo la presión de los labios y lengua del muchacho, que luego se atrevió a acariciar con sus dedos su sexo tremendamente lubricado.

—Hacemos el sesenta y nueve, dijo finalmente el muchacho.

La chica pareció dudar en un principio, pero luego decidió que la propuesta era lo bastante osada, como para merecer la pena, así que se subió encima suyo entusiasmada y bajó la cabeza hacia su dura estaca, poniéndole en la cara a él lo que ella más deseaba.

Así siguieron chupando y lamiendo respectivamente, cada uno por su lado, disfrutando al unísono de sus caricias. Pero tanta excitación les daba aquellas prácticas, que el muchacho no pudo aguantar cuando ella se enceló y comenzó más fuerte a chupar y lamer su dura estaca.

Este soltó el primer chorro en su boca, esta se separó y escupió al tiempo que él se aferraba a lo suyo y terminaba la faena frotándosela impetuosamente con la mano, soltando el resto de chorros fuera ante la carita atónita de la muchacha encima suyo.

Cuando la acción ya se hubo calmado ella se quitó de encima y le recriminó severamente.

—¡Eres asqueroso! —dijo ella dándole un buen puñetazo en el hombro.

—Bueno si quieres te lo como un poco y te corres tú en mi boca, ¡a mí eso no me importa! —le ofreció él a cambio.

—Vale, pero nada de dedos ni acercarme tu cosa, ¿eh?

—Vale, está bien, ¡anda quítate las bragas y túmbate!

La chica se dispuso a tumbarse y en esto que algo fue mal y dio un grito.

—¡Ay, qué daño, algo me ha picado! —se quejó ella.

—¡Qué dónde! —dijo él alarmado.

—¡Aquí, qué daño, en mi culito! ¡Mira ha sido un escorpión! —exclamó la desdichada levantándose rápidamente.

El muchacho rápidamente lo pisó, pero era demasiado tarde para ella que lloraba sin parar y se quejaba de sus partes traseras.

—¿Y ahora qué hacemos? Preguntó el muchacho nervioso.

—¡Ay yo qué sé! Tendrás que llevarme al pueblo, ¡y rápido que esto me duele mucho!

Tobías entonces saltó entre los matorrales, dejando estupefactos a los amantes.

—No temáis, os he oído y mientras cogía hierbas en el monte y creo que puedo ayudar.

—¡Pero usted lo que estaba es espiándonos! —dijo el chico levantando su puño.

—¡Ay, qué daño! Se quejó ella dando un nuevo grito.

—Bueno chico, ¿qué vas a hacer? Mientras esperamos a tu novia se le extiende el veneno —dijo Tobías convincente.

—¡Está bien ayúdela!

—Venga, ¿dónde te ha picado? —dijo Tobías yéndose ya a su trasero a mirar.

Con un poco de corte la chica se levantó la falda y le mostró su culito desnudo.

—¡Estábamos… estábamos! —dijo llorando amargamente.

—¡No importa chica! Hay que sacar el veneno, dijo entonces él y sacando su navaja la lavó con agua de su botella y le indicó que se tumbara.

Allí, con su culito en pompa y desnuda de cintura para abajo, la chica lloraba mientras Tobías se disponía a realizar la acción. Primero calentó la hoja con su mechero para esterilizarla y de nuevo la enfrió con agua.

Tras esto se dispuso a realizar un pequeño corte en su blanco culito. La chica apretó los puños y chilló, luego la sangre brotó y Tobías se acercó a su culo y chupó con fuerza, repitiendo la operación varias veces.

Tras esto Tobías sacó un pañuelo limpio y puso sobre la herida, indicando al muchacho que presionara, mientras la chica amargamente lloraba.

—Tranquila, ¡ya pasó todo!

Cuando se le pasó un poco el sofoco, Tobías la cargó a su espalda y se encaminó con paso firme al pueblo. Se fueron turnando para llevarla hasta su casa, hasta que un coche se paró junto a ellos en el camino.

Momento en el que la chica se subió a él y junto a su novio salieron hacia el pueblo para llevarla a su casa. Quedando allí un sudoroso Tobías al pie del camino.

Secándose el sudor con el antebrazo de su camisa, resopló y comenzó a caminar en dirección al pueblo.

Por la noche para su sorpresa se presentó la guardia civil en su casa y estuvo interrogándolo sobre el incidente. Él les contó que estaba cerca de allí cuando oyó los gritos y que ayudó a la chica, pero estos insistieron en si no estaba mirando a los chicos hacer sus cosas en el monte.

Tobías no lo negó, se limitó a levantar la cabeza y dijo que gracias a él probablemente la chica ahora dormía plácidamente en su casa, en lugar de estar temiendo por su vida tras la picadura.

Con cara de pocos amigos los agentes se levantaron de las modestas sillas de Tobías en su salón y se encaminaron a la puerta, al despedirse uno de ellos se volvió y le dijo:

—No nos gustan los mirones…

—¿Y los buenos samaritanos? —replicó Tobías con dignidad.