La sumisión es un humillante pero necesario vicio
Eran más de cuatro meses que no me encontraba con JL. Lo más de duro de la pandemia comenzaba a pasar, la familia de él y la de sus amigos se habían ido a Miami y él viajaba allá cuando salía de sus turnos. Por mi parte lo pasé con teletrabajo y con mi hija encerrada en casa cuatro meses solo saliendo a comprar un día a la semana. Respetábamos el aislamiento, hacíamos gimnasia juntas en el balcón, veíamos HBO, Netflix y ella logró que no resultaran tan duros esos días. Quizás teníamos claro ambas que era la última vez que íbamos a estar tan juntas, tan cerca una de otra. Cuando volvíamos a trabajar y no fue muy difícil conseguir pasajes por avión, JL me escribió diciéndome que en dos semanas más me podía enviar pasajes para que nos encontráramos, si me acomodaba la fecha. Me ponía al final, “todos tienen muchas ganas de verte”.
Mi primera reacción fue de felicidad, me encantaba volverme a encontrar con Jorge Luis, salir a comer, buen sexo, conversación entretenida, regalo ocasional, esas cosas que a una mujer le gustan tanto. Pero estaba ese “todos”. Me perturbaba. Ese todos me perturbaba, a veces me ponía mal genio y otras me hacía sonreír, me atraía y me llegaba a transportar más que JL mismo. Yo de todos. Yo para todos. Y me parecía absurdo y sin embargo sonreía.
Cuando llegué esa tarde noche a su departamento ellos ya estaban allí. Los cuatro. Estaban igual. Recién afeitados, frescos, hecha la manicure, argollas de casados y zapatos impecables. Me saqué la mascarilla y nos saludamos de un rápido beso en la boca, uno de ellos, el Dos, al tiempo que se agachaba para rosar mis labios me agarró mi trasero con toda su mano que me hizo saltar. Todo seguía igual excepto cortinas nuevas y el vacío de la lámpara que colgaba del techo del centro de la sala y en su lugar solo el gancho. Y sobre el mesón-bar que separa la sala de la cocina había muchas aguas minerales francesas. Cuando vi el sillón sentí un aire frío en la espalda, allí estuvo el Gringo ese, y yo en el suelo suplicando, así que volví rápida la vista a las botellas.
— Las están coleccionando?, les pregunté sonriéndome
— Nada flaquita, se juntaron no mas pero las bajamos con whisky, no?. Con hielo de esta agua queda perfecto. Y me fui al dormitorio donde me siguió Jorge Luis que cerró la puerta tras él. Me preguntó como estaba, como habían sido esos meses, creo que en verdad estaba interesado en mi lo que me pareció muy tierno de su parte, y también se notaba su interés en saber si nuestra relación seguía igual. No sé porque a los hombres, bueno los pocos que he conocido, les cueste tanto entender que una puede tener una relación por el solo interés del sexo. Es cierto que hay afecto y algo de admiración también, que me gusta que se preocupe por mi, pero es aleatorio, lo importante es que no me deje, que no me cambie por otra. Al final nos reímos, me dejó meterme al baño y se fue con los otros a probar su agua francesa. Están locos!.
Me bañé, usé los enemas que hay en el baño, y quedé frente al espejo que tiene de pared a pared, la frente limpia y ancha, el pelo separado al medio y ensortijado en sus puntas, labios pequeños, nariz delgada y respingada, los pómulos altos y unas pequeñas pecas de sol. Los hombros demasiado enjutos para hacer buen boxing, mis senos que lo único bueno que tienen es que aun no se han caído y pezones rosados siempre hinchados, los brazos largos, las costillas que casi se me adivinaban me dejan cintura aún y para abajo otra, los muslos redondos algo separados que dejaban ver mis labios rosados que me había rasurado anoche, pasé mis dedos por mi vagina abriéndola levemente, se irían y nos dejarían solos con JL? O se quedarían,? todos? Y me acaricié levemente un clítoris que esas dudas y mis recuerdos llenaban de sangre. Deslicé la palma de mi mano por mi bajo vientre hasta meterme la punta de tres de mis dedos, se quedarían y me tomarían todos? solo la punta. Me doblegarían y lastimarían y serviría para su placer?. Saqué la mano, me miré el cuerpo: sí estaba bien, bastante bien todavía, me puse de perfil y mi cola está aun parada, redonda y dura sin pliegues donde se junta con las piernas y la cintura pequeña hace que se me vea mejor aún… el cuello sí me traicionaría luego, las manos también, aunque los brazos son fuertes y redondos. Me sequé rápido me puse una crema, perfume y un colaless blanco y unos pantalones sueltos blancos también, arriba un corset de encaje blanco con bordado rosa que tiene relleno y una blusa de seda escotada palo de rosa, JL me había dejado bajo la toalla un Chanel 5 de 100, esos detalles de él me encantaban.
Salí a la sala donde había oscurecido, cantaba Phil Collins y un servicio de cathering había traído unos sushi, ostras y cosas así. Hacía meses no se reunían tampoco y yo ya era parte de ese grupo, al menos así me lo hacían sentir. Me fueron sentando a su lado cada uno, me arrimaban a sus cuerpos, me besaban el cuello, me revolvían el pelo, luego pasaba a otro mientras se reían del futbol, la política, del trabajo y debo reconocer yo también lo hacía. Pasó una hora quizás y las bromas habían subido de tono pero sin caer en lo vulgar, también me manoseaban descaradamente y me era imposible negarme, negarme a que me suban la mano por la pierna hasta abrazar mi sexo, o que introduzcan sus dedos en mi corset pellizcando un pezón o que me abracen con toda su mano un seno. Finalmente JL me sentó en su falda. Abrió mi blusa, dejó ver el corset y luego deslizó su mano entre mis piernas acariciando mi entrepiernas fuerte y seguro sin dejar de conversar con ellos, acariciaba mi sexo, sus dedos hasta mi colita por atrás y por delante su pulgar apretando sobando mi clítoris siempre hablando riendo con ellos. Yo dejé descansar mi cabeza en su hombro, cerré mis ojos, me dejé llevar mientras le acariciaba sus brazos duros. Estaba muy excitada y solo esperaba que no se notara. Pasado un tiempo el Dos se puso de pie frente a mi, me tomó de ambas manos como quien te saca a bailar y me llevó tras el barcito que separa el comedor de la cocina para no perderse la conversación. Se paró detrás mío y restregaba su sexo en mi trasero mientras que con su mano por sobre el pantalón buscaba mi entrepierna que frotaba y estiraba. Me habían manoseado descaradamente como lo mas natural del mundo, y yo sin sexo tanto meses y recordando todo lo que antes había allí vivido difícilmente soportaba esa situación. Finalmente seguí su juego con mi trasero siguiendo el bulto de su pantalón y eché mi cabeza atrás buscando un beso un contacto con su cara que no llegó. Apretaba mis glúteos contra él las manos en el bar firmes, me tenía a mil, me tenían a mil lo sabía y me controlaba. Hasta que se separó, me dejó allí sola, colorada, acezante. Entonces la conversación cambió. Me aludieron directamente
— Son cuatro meses que has estado sola flaquita, te recordaste de nosotros seguro, no? Te recordabas y te tocabas?, quizás qué te metías… Me dijo el Tres desde su sillón, a mi, que seguía parada sola tras el mesón del comedor.
— Nada, contesté. No molesta sí incómoda por ese alargar la situación, porque eso hacían, alargar la situación. “Seguro que nada?, ni una corridita sola en la ducha? Ninguna?”…
— Ninguna, volví a contestar.
Presentí que jugaban conmigo. Con mi deseo que sabían ya habían despertado. Di la vuelta y me senté en el sillón las rodillas levemente separadas, el pelo en los ojos, acalorada, roja, respiraba agitada mirando el suelo. El Cuatro se paró despacio, se puso tras el respaldar del sillón y sus manos sobre mis hombros y los acarició, luego mis brazos que abrió sacándome el brasier por debajo de la blusa abierta y dejando mis senos desnudos delante de ellos. Con los dedos comenzó a jugar con mis pezones, frotaba la yema sobre ellos, luego su aura y finalmente los pellizcaba suavemente, los frotaba hacia afuera de tal forma que sentía como mi estómago se endurecía por ese ardor delicioso, luego les volvía a aplastar con la yema de sus dedos, deseaba que me los tirase, que me los arrancara a ese juego que hacía que se hincharan de sangre y deseo, estaba duros irritados, me los hubiera mordido yo si hubiera podido, lleve ambas manos a ellos y me los protegí entonces me dejó así y se fue a tomar el vaso que tenía en la mesa. Yo me mojaba los labios secos con mi lengua, la vista clavada en el piso. Vamos! me decía, cuándo… son cuatro meses y tantos recuerdos y sensaciones en mi cabeza, pero no hacían nada, bromeaban sobre Miami, y cada minuto que pasaba me invadía implacable mi inseguridad, se habrán aburrido de mi?, muy “mala para la cama”?, ya pasé los cincuenta… o simplemente ya no me deseaban. Me humedecí los labios nuevamente tratando ahora de ser provocativa pero no resultaba mas que un gesto sin significado. Siempre me ha costado ser provocativa, insinuarme, tomar la iniciativa. Habían pasado meses en Miami, quizás que mujeres habrían tenido allí. Aunque estaban con sus familias con sus esposas igual se han dado maña. Y yo ya he quedado para esto, un manoseo, calentar el agua, nada mas Las gringas son tetonas. Y si dejo de gustarles a ellos luego dejaré de gustarle a JL también, o ya no tendré atractivo para que venga conmigo. Y había aprendido que necesitaba ser de alguien, necesitaba esa cuota de adrenalina que nace del miedo, del dolor, de sentir el poder sobre mí, de la indefensión. El castigo, la humillación que tanto me excitan. El pelo me colgaba sobre mis ojos y esbozaba una sonrisa conciliadora, los codos en las rodillas y las manos en las sienes, acezaba ansiosa, caliente, con la duda anidada en lo mas profundo de mi pecho. Nada mas que eso? Calentarse conmigo?, un preámbulo? Calentarme así?… se irían ahora? como se habían ido el otro…
— Toma, te vas a poner de pie y te vas a colgar de allí, me dijo el Dos apuntando un cordel con dos muñequeras a donde antes estaba una candelabro al medio de la sala, sobre la mesa de centro-, ambas manos sobre la cabeza, antes te sacas todo de la cintura para abajo, claro menos tus zapatos, por supuesto, me dijo riéndose. Sentada me despejé del pelo que me caía sobre los ojos respirando aliviada y miré el cordel en mis manos, los miré a ellos agradecida, sí agradecida, y después a Jorge Luis y volví a mirar la cuerda, el techo donde debía colgarlo, era nuevamente el ratón que corre sin sentido cuando el gato lo ha atrapado. Dudé pero hice como me lo dijeron, hasta con gusto, lenta sentada me saqué el colaless y pantalón al mismo tiempo y luego pasé las manos por una muñequera luego la otra, me las ajusté y las enganché a la cuerda que había colgada del techo. El Dos dejó de lado la botella con agua que tomaba y tiró de la cuerda y me vi obligada a levantarme y quedar de pie en el centro de la sala los brazos ligeramente alzados. La blusa abierta que con sus flecos caía poco mas debajo de mi cintura no tapaba nada. Tenía el pelo sobre la cara y no podía despejarla, quizás ellos lo querían así, pensé. Me tapó la vista con esas anteojeras que entregan en los aviones en primera clase y la ceguera terminó de bañarme con una sensación de indefensión. Estaba en manos de ellos nuevamente y de la frustración e inseguridad había pasado al miedo. Si bien era verano y hacia mas calor que el normal sentí frío en la espalda, un frío que me subía por la columna. Era lo que deseaba hace meses, entregarme a JL, a ellos para que me usen a su antojo, para sentirme vulnerada, para que me obliguen a hacer lo que me enseñaron mis amigas no puedo desear que me hagan.
Uno desde atrás mío puso ambas manos en mi estómago apretándome hacia él. Sentía su sexo duro entre mis nalgas y me refregaba sobre su pantalón. Subió la mano a ambos senos y me los manoseo, estaban duros, los pezones tersos, parados, hipersensibles, luego las bajó hasta mi entrepiernas y me abrió levemente exponiendo mi clítoris también hinchado y expectante. Solo esperaba que finalmente sacara su sexo y me lo clavara, “por favor, hazlo ya, hace horas que me tienen así” y tiraba mas atrás mis glúteos y me dejaban sola colgando allí. La blusa abierta dejaba mis pequeños senos expuestos y sentía que me frotaban los pezones con algo áspero y húmedo, áspero y húmedo, olía húmedo, me los dejaba irritados, hipersensibles, y luego por atrás habían traído el consolador del dormitorio y lo sentía entre mis piernas, rozarme por atrás y abajo, primero cuando lo acercaban a mi ano me echaba hacia adelante escapándole pero luego me entregué y al contrario buscaba que me penetrara, aunque sea por atrás total no sería la primera vez. Era la esponja de acero de lavar los platos, esa me la pasaban por los pezones, esa la metálica aspereza que me los hinchaba y dejaba palpitando solos. Ahora el consolador me buscaba por delante, se me metía abajo vibrando entre las piernas rozaba mis labios y se detenía en la entrada, yo bajaba las caderas buscando que me entrara pero lo bajaban mas, doblaba mis piernas y separaba las rodillas pero se divertían, les sentía sonreír, reír viendo como movía mis caderas buscando disimulada la penetración. Cuando me enderezaba a respirar lo sentía en el cuello, en la barbilla, en la boca. Lo lamía, vergonzosamente lo lamía. Ninguno hablaba. Solo escuchaba las respiraciones, sus risillas, los hielos en los vasos, y el jadear de una mujer en una película en el TV. Alguien parado detrás mío me abrazó, por fin pensé, por fin, en verdad eran quizás no mas de quince, quizás veinticinco minutos que me habían parecido eternos, ese deseo prolongado, esa vergüenza de sentirse necesitada, este cuerpo que me traicionaba que buscaba entregarse, abrirse para ellos. Se había bajado sus pantalones, su sexo duro y caliente entre mis glúteos, por donde sea pensé por donde sea, no solo eran cuatro meses deseando esa verga era una vida sin ella, eché la cabeza atrás y separé las rodillas y sentí que aflojaba el cordel y bajaban mis manos que me ponía las suyas en mi hombros hasta arrodillarme. Me dio vuelta y sentí que penetraba mi boca, con las manos aun atadas me untaba de él me lo restregaba en el cuello entre mis pechos. Me detuve, a tientas me enderecé, le di la espalda y me agaché delante de él esperando que me lo metiera desde atrás pero solo sentí sus risas y que otro me tomaba la cara y me ponía otro sexo en la boca, “por favor” balbucí suavecito, “por favor” echando mi cuerpo atrás esperando encontrar que me clavaran, me traspasaran. Nada, solo ese otro en la boca. Volví a ponerme de rodillas sobre la alfombra a chupar, a chupar, con las manos atadas no podía hacer mas.
— Por favor, rogué humillada Una humillación, una degradación que me hacia sentir baja, sucia, pero era una degradación que me excitaba que me humedecía y aceleraba el corazón.
— Primero nosotros, y si te portas bien, bueno quizás, dijo el Dos. Entendí y me di entera a que terminaran allí, de inmediato. Aun cuando estaba semi colgada, transpirada, atada, el pelo revuelto sobre la cara, la blusa abierta y los pezones rojos, hinchados, arrodillada tomé los sexos con todo el esmero que me permitían las manos atadas y acaricié, chupé, lamí, besé y me castigué y tragué hasta donde pude esas vergas rojas y calientes, tirada en medio de la sala a medio hincar, las rodillas me dolían, rojas, el olor me atontaba, sentía como vibraban en mis manos aun atadas esas vergas duras, sus rugosidades y dureza me estremecían hasta lo insoportable, como latían poderosas, como por esa tensión de su polla sentía todos sus cuerpos estremecerse, sentía esa electricidad que se les venía segundos antes que me explotaran en los labios, en la cara. Esa humedad viscosa, intensa en las mejillas, corriéndome por los hombros, pegoteándome el pelo, ese olor fuerte a hombre, dulzón y denso.
Yo señora de peluquería e iglesia, mojigata y algo vanidosa, a la que tratan de usted, le dan el asiento, madre de dos hijos, ejecutiva, falda a media pierna y blazer, de 50 años, de cuenta corriente y profesional, con anillo de casada que se niega a sacarse. Esa señora colgada, semidesnuda sudando y chupando tres vergas duras que le explotan en la cara, el cuello, le salpican el cabello, le chorrea por los senos, y queda, la dejan jadeando, jadeando, abatida y ultrajada.
De rodillas aún después de descansar unos segundos llevé las manos a mi entrepiernas y busqué mi clítoris que brotaba, escapándose casi de mis labios, solo debía acariciarlo, levemente, para que me dejase explotar, para que me dejara derretirme allí en el suelo, pero no fue posible ni siquiera sentirlo, me ataron algo duro en las rodillas que me impedía juntar las piernas y me dejaron en el suelo delante de ellos sentados en los sillones, los sexos flácidos. Exhalé una súplica, porque eso fue, un “por favor, déjame terminar, necesito…” hacia donde creía debía estar Jorge Luis.
— “Aun te falta, aun te falta, o no? yo creo que puedes mas” me respondió.
— Yo quiero escuchárselo decir clarito, que me diga fuerte y claro, que es lo que quiere, y claro si lo quiere mucho. No? Era la voz del Cuatro, casi riéndose
Me fui de rodillas abiertas y atadas por la alfombra hasta donde salía la voz y le dije “te lo ruego, hazme terminar, lo necesito, por favor” y el escucharme decirlo, el sentirme diciéndolo me retumbaba dentro de mi cabeza “hazme terminar” ¡¡¿quién pide eso?!! Era quizás lo mas bajo que había hecho en mi vida, quién debe pedir, rogar, porque se lo metan, a eso me había llevado JL. No! a eso me había llevado yo misma. Y me fui hacia adelante lentamente dejándome ir hasta tocar con mis manos el suelo y luego con mi cara. Era una obra de teatro sin actores, solo yo la Muñeca del Diablo, la frígida y abandonada, y JL, y estaban ellos. Nuestra obra nuestro juego de adultos y sentí que me tomaban del pelo por atrás me levantaban la cara y me decían “A ver si te inspiro un poco”, y sentí que me acariciaba la parte interna de las piernas que rozaba suave el borde de mis labios, que volvía a mis piernas y las recorría con esa mano dura y fuerte cubriéndome casi toda, estaba nuevamente hincada en el suelo sintiendo que su pie me recorría, puso uno de los dedos en mi vagina y lo introdujo levemente, si lo mueve un milímetro mas adentro exploto, pero se dio cuenta y lo retiró. Yo acezaba, de caliente, de puta. Alguien había tomado el cordel que ataba mis manos y las alzaba por sobre mi cabeza.
Sentí un zapato presionar mi entrepierna, pensé que era Jorge Luis, el único que estaba con pantalones y me restregué contra él, creí por un momento que me ayudaría pero ya no podía siquiera pensar bien, estaba demasiado aturdida por el deseo, la necesidad del orgasmo, jadeaba en el suelo, me restregaba contra ese zapato, la imposibilidad de ver acrecentaba mas las ansias de estallar y terminaba con todo mi pudor y recato, sudaba, sentía la espalda húmeda, los brazos cercanos a un calambre. Retiró el zapato me colgaron e inesperadamente un golpe eléctrico se descargó sobre mi sexo que me hizo saltar atrás y exhalar un pequeño grito, era una mano que se adhirió a mi con un manojo de agujas que me traspasaba y llegaba a mi clítoris desintegrándomelo, una mano llena de agujas de hielo adherida con furia a mi entrepierna que luego se refregó contra el incrustándome unos pequeños trozos en mi interior. Gemí como un animal mientras los ojos se me llenaban de lágrimas gimoteaba con tal intensidad que alguien desde atrás me sujetó y amordazó. Ya pasada la sorpresa volví a bailar colgada de la cuerda, los codos a la altura de mi cabeza, las puntas de los hielos que me volvieron a refregar herían menos, me metieron unos dentro de mi vagina pero se volvían agua en segundos cayendo al piso, colgaba del techo con ambas manos sobre la cabeza y las rodillas dobladas sobre la alfombra impedidas por esa cosa que me impedía juntarlas, mi libido estaba en su pulsión máxima, el estómago se me contraía y expandía al ritmo de la respiración, debo haber pulsado como la peor perra en celo pero ello era ajeno a mi yo, mi cabeza me sentía neutralizada, no encuentro una mejor palabra para definir ese momento, expectante, no podía mas, realmente no podía mas y lloraba, lloraba y lloraba pero la venda impedía que ellos me vieran hacerlo y era lo mejor, no era dolor, ni vergüenza, ni humillación, creo que violaban un límite mio y ya no podía mas conmigo misma y me entregaba a ellos, era entera para ellos hasta que colgada allí, quizás por lo incómoda logré tranquilizarme y comencé a respirar a ritmo. Me detuve, sí, pedí que me saquen la venda y desenganchen ese cordel del techo. Sentada en el suelo, mirando sus pies dije: “no puedo mas, de verdad, no puedo mas” y les estiré las manos para que me las desataran y luego yo me desaté las rodillas. El Cuatro me pasó un vaso de whisky del que tomé un trago. Luego otro. Estaba sentada aun en el suelo, jadeando, las piernas abiertas descaradamente, miraba el suelo tratando de recuperarme.
— Querían que les rogara por sexo?, les rogué por sexo… querían verme en el suelo revolcándome de deseo?, me vieron…, querían verme tratando de masturbarme, de meterme algo?… traté y no me dejaron. Lo decía a tirones, extenuada, con la vista en el charco de agua. Qué mas me van a hacer ahora… que falta?, háganlo, ya saben que pueden hacer conmigo lo que deseen. Respiraba agitada en medio de la sala. Hagámoslo luego, dije.
— Te vamos a dejar correrte, pero allí tirada en el suelo. Boca abajo.
La calentura se me había pasado pero sabía que bastaría que me tocase unos segundos para que volviera peor que antes. En el sillón grande el Dos se tomaba su sexo con una mano y en la otra tenía una botella casi vacía de esa agua que había traído, en el otro extremo el Tres hacia lo mismo. Comenzaban a parárseles, rosado claro primero, a aparecerles por la mano como curioso, a crecerles, la cabeza, cada vez mas grande mientras me miraban. El del Cuatro aun descansaba flojo pero estaba estirado cuan largo y grande.
El Tres se agachó me tomó de un brazo, me subió al sillón y me acostó en medio de los dos, se dejó mi boca que me puso sobre su entrepierna para que comenzara a chupárselo mientras sentí que el Dos en el otro extremo del sillón me separaba las piernas. Me pasaba sus manos por las corvas, subía por la parte trasera de ellas hasta mi trasero que acariciaba, me lo abría, me lo rodeaba, jugaba con sus dedos en el borde de mi ano, de mi vagina, volvía a bajar sus manos por mis piernas hasta que sentí el runruneo del consolador que me recorría mi entrepiernas, que recorría los labios de mi vagina sin penetrarla. El sexo en mi boca estaba duro como palo, lo tragaba y sentía nuevamente ese olor intenso y cálido, aún tenía gotas de semen seco de hace unos momentos atrás entre sus vellos que me dejaban el gusto espeso en la boca. Mi nariz junto a ese penetrante olor, esa textura tersa y gruesa en mi lengua y ese sabor ácido, sus vellos gruesos en mis mejillas me molestaban, jugaba a aplastarme la cara contra su entrepierna, me asfixiaba y me liberaba a su antojo y ese estar en sus manos me excitaba como instantes atrás. Cuando sentí que el runruneo abajo buscaba introducir su puntita me sentí perdida nuevamente. Hundí mi cara, mi cabeza en su entrepierna con fuerza, brusca me tragaba su sexo y aplastaba mi nariz entre sus piernas, me apretaba a ellas rodeándolas con mis brazos delgados, al Tres le abría mis piernas para que le quedara mas expedito mi rajita, directo, entregándoselo, abierto, a sus dedos, a su mano si lo deseaba.
El Dos tomó mi cara y después de aplastarla contra su sexo agarrada por el pelo me volvió la cabeza atrás, debe haber descubierto que estaba lista porque me miró y se sonrío. “Por favor”, le dije suplicante, suave y tratando de ser convincente, “por favor” mientras mi corazón parecía que se me salía y mis pechos subían y bajaban desesperados. Por favor qué? parecía preguntarme con su sonrisa cínica, subía las cejas como si no me entendiera, por favor que, entonces se lo dije como un susurro agitado, “por favor culéame… te lo ruego… culéame”. Miró al Tres que le alcanzó una botella.
— Lo dijo la perrita, lo dijo, viste putita? Bastaban esas palabras: culéame, por favor culéame, nada mas.
Me tirarían al piso. Y me tiraron. Me dejarían boca abajo cara al suelo y así me dejaron. Me pasaron una botella y me dijeron úsala y la usé, con las mejillas en el suelo bajé mis manos atadas nuevamente entre mi estómago y al alfombra la apunte hacia mi vagina y violenta me la enterré toda dentro mío, palpitaba entera, me apoyé en ambas rodillas y en parte me enderecé, es decir dejé mi cara en el suelo y paré mi trasero para metérmelo mas adentro y mejor abrirme, sabía que estaban sobre mi disfrutando mi hoyito abierto, “le está balbuceando” no “la Chancadora” dijo otro y se rieron por mis contracciones. En ese momento que sentí el frio del vidrio aplastarme mi clítoris rojo e hinchadísimo fue mi primer estertor, fue un grito y un sentir que me mojaba entera, la sensación de orinarme y salpicar todo mientras jadeaba boqueba y agonizaba en el suelo boca abajo, tirada, con la botella en mi mano enterrándomela e inconsciente ya, asumida veía con los ojos cerrados cuanto me controlaban cuanto me vejaban allí, arrastrándome, con la entrepierna mojada. De “cara al suelo, que sino te quito la botella” me decía el Dos mientras se reía y me entregué nuevamente al placer que lo había detenido que pasaba y retornaba al, desesperada, clavármela entera nuevamente desde el gollete hasta donde me lo permitía mi cuerpo, abierta, en el piso, delante de ellos que me miraban curiosos contentos, perversos, como, -con un brazo doblado bajo mi cara-, en el suelo, y con la mano del otro ensartándome violenta, brusca destemplada ese vidrio grueso y helado que me atravesaba. Las rodillas me dolían soportando el peso de mis caderas de mi culo que paraba para ellos hasta que exhalé un segundo orgasmo animal, brutal, un orgasmo que desde dentro mío descargaba un golpe de electricidad atravesándome, me iba a blanco en esa electricidad que primero me agarrotaba los músculos y que me sacaba incluso de la alfombra y luego no me dejaba sentir mas que ese desahogo largo y profundo, me mordí la muñeca mientras terminaba tres cuatro veces palpitando sobre la madera mojada y helada y movía nuevamente la botella despacio dentro mío, tiritaba levemente, jadeaba, despacio, me retorcía lenta en el suelo ya mas pausadamente, abandonada, ida. Sentía bajo mi estómago bajo mis pechos pequeños la madera del suelo mojada por mi, junto a mi mejilla. Boqueaba pez fuera del mar, ahogándose. Sentí que expulsaba la botella de dentro mío, con las manos me tapé la cara, la poca luz de la sala me molestaba. Tiritaba. Entre mis piernas abiertas bajo mi estómago una poza de agua, una inmensa posa de agua que no era exactamente orin. Había saliva mía en mi cara. Me dejé estar allí. Mi sexo latiendo aun deseoso pero tranquilo. Me regalé esos segundos. Sentí que el ruido de los vehículos en la calle había disminuido. Alguno de ellos dejó un pie sobre mi espalda. Luego otro puso su zapato sobre mi cadera.
Un largo rato después el Dos me recogió de un brazo y me montó sobre él. Frente a su cara. Me recogió el pelo con sus manos bordeando mi frente y sin compasión ni preámbulo me lo incrustó, me tomó de la cadera, me subió un poco y me volvió a clavar ahora con mas precisión y profundidad, me restregó dos tres veces contra su entrepierna y mirándome a la cara con esos ojos de malo me hizo sentir como explotaba dentro mio tieso, frío, sonriente. Solo sentí esa expulsión breve que me conmovió por dentro, mi sexo aun me perturbaba, aun la calentura estaba dentro mío viva. Y solo instantes después el Tres me desmontaba de un brazo y casi colgando de él me llevó por medio de la sala hasta frente a la mesa, me puso de espaldas a él, me agachó como aquella primera vez, me abrió con ambas manos desde atrás y apunto su sexo a mi ano. Empujaba pero mi cuerpo se resistía solo la transpiración me humedecía, insistió y sentí que me iba a hacer tira, “no tan duro por favor” imploré con una voz sin fuerzas, “así no, no por favor”. Alguien le alcanzó aceite que sentí me caía por mi rajita y allanaba su entrada que de un espolonazo me hizo gritar al tiempo de levantar la cabeza al aire como si me agarrara por detrás el cabello. Solo atiné a agarrarme del mantel apretarlo mientras me perforaba desde atrás dejándome inmóvil. Se masturbaba en mi ano, eso hacía, sentía su cabeza dura entrar por mi ojito atravesarla y salir entrar y salir entrar y salir hasta que me lo clavó tan dentro que lo sentía en los riñones y junto con ellos que me llenaba de ese líquido cálido grueso y suave, ese líquido fuerte que me perdonaba, me eximia. Me dejo allí, tirada, doblada sobre la mesa y no me atreví a mover.
Pasados unos instantes, quizás minutos, me resbalé. Literalmente me resbalé de la mesa hasta casi caer hincada al suelo, allí descansé unos instantes y lenta arrastré mis pies al baño me senté allí en el WC abrí la ducha tibia y sentí en mi entrepierna aun un hilo de esa electricidad dentro mío, me lavé con calma, con cuidado, con esmero cada rincón, descansaba. Creo era el peor sexo que he tenido en mi vida.