Mi primer y maravilloso incesto
Fueron mis tiempos más revueltos, tiempos en que por la mínima caía una paja. Que iba a la fuente a por un cubo de agua y una mujer se estiraba en el lavadero y enseñaba las piernas, paja. Que una chavala me sonreía, paja. Que veía a un perro montar a una perra, dos pajas. Cualquier situación medianamente excitante me valía para sacudir el muñeco, eso sí, los coños me los imaginaba, ya que no había visto uno delante.
Mi madre cosía para la gente y comía en sus casas. Mi padre llevaba en una fiambrera la comida a su trabajo de peón caminero. Yo iba al instituto y mi hermana Asunción hacía de comer para ella y para mí.
Mi hermana y yo éramos uña y carne, por eso cuando se echó novio buscó ayuda en mí. Estábamos sentados a la mesa comiendo una tortilla con pan y regada con vino tinto con gaseosa, más gaseosa que vino, cuando me dijo:
-Necesito que me ayudes.
La miré. Aquel día llevaba puesta el último vestido que le habían comprado, un vestido azul con volante que le daba por debajo de las rodillas y calzaba sus zapatos nuevos, unos zapatos marrones con poco tacón.
-¿A dónde tienes pensado ir?
-Quedé con Benito esta tarde.
-Por eso te has puesto tan guapa.
Dejó de comer, se levantó, dio una vuelta en redondo, y me dijo:
-¿De verdad crees que estoy guapa?
-Sabes que lo estás. ¿En qué quieres que te ayude?
Lo soltó cómo quien dice que va a llover.
-Benito quiere que le haga una paja y que se la chupe y no sé hacerlo.
Me atraganté con la tortilla. Nunca antes me había hablado de aquella manera tan obscena. Eché un trago de vino con gaseosa y después le dije:
-Esas cosas no se le dicen a un hombre, y menos si ese hombre es tu. hermano.
-¿Eso quiere decir que no me vas a ayudar?
-¡¿Como quieres que te enseñe a masturbarme y chuparme la polla?! Soy tu hermano mayor. Debo cuidar de ti.
-Un año mayor. Tampoco es tanto… Solamente sería para aprender a hacer una paja y para aprender a chuparla. ¿Qué tiempo lleva eso, cinco minutos?
-Ni cinco, ni uno.
-Eres un mal hermano.
Se lo tenía que preguntar.
-¿Has tomado vino sin gaseosa, Asunción?
Mi hermana, que era morena, de ojos marrones, cabello negro y largo, pecosa, con las cejas y los labios como los de Audrey Hepburn, que tenía buenas tetas y buen culo, que estaba rellena, sin llegar a estar gorda, y que media un metro cincuenta y cinco, me respondió:
-No.
Yo, por aquel entonces, si nos olvidamos de lo de pajillero, era muy formal, le dije:
-No te puedo enseñar por dos razones, una porque soy tu hermano y dos, porque no sé como se chupa una polla.
Se volvió a sentar a la mesa.
-A mí me dijo Lucía que hay que hacerle lo que se le hace a una piruleta, primero se le quita el papel, que en el caso de la polla es la piel, y después se chupa.
-Sigo siendo tu hermano.
-Si me dejas que aprenda, después te enseño yo cómo se hace una paja una mujer, y luego como comer un coño.
Aquellas palabras me dejaron boquiabierto, con curiosidad y con la polla morcillona. Le pregunté:
-¡¿Es que sabes comer un coño?!
-Sé, pero no me hagas más preguntas al respecto.
Mi hermana empezó a recoger la mesa.
-No me puedo creer que comieras un coño.
Estaba visto que mi hermana se quería salir con la suya, pues decidió calentarme.
-Y se corrieron en mi boca.
Era difícil de creer lo que estaba oyendo.
-¡¿Se corrieron en tu boca?! ¿Es que era más de una?
-¿No decías que no lo creías?
Ya no era su hermano el que le dijo:
-Si me dices a quien le has comido el coño y me enseñas también a comer unas tetas, a lo mejor, te sirvo de muñeco de pruebas.
-A quien le comí el coño no te lo puedo decir.
-Si no puedes es porque es mentira. Seguro que te lo imaginaste mientras te tocabas.
-¿Y tú cómo sabes que me toco?
-No lo sabía, pero ahora sí lo sé.
-Tan listo para unas cosas y tan tonto para otras.
-¿Cuándo empezaste a masturbarte?
-¿Si te lo digo dejas que aprenda con tu polla?
-Sí.
-¿Te acuerdas aquel día en el monte, que te echaste encima de mí, que me hiciste cosquillas, que me revolqué en la hierba y que se te puso dura y me reí de ti al ver el bulto en el pantalón?
-Ese día jamás se me olvidará.
-Pues fue ese día, bueno, por el día, no, fue por la noche, en mi cama. Me toqué pensado en ti y me corrí por primea vez.
-Esa noche yo también pensé en ti. Ya que estamos de confidencias, dime. ¿A quién le has comido el coño?
Mirándome con cara seria, dijo:
-Promete que no le dirás a nadie nada de lo que te he dicho, ni de lo que te voy a decir.
-Te lo prometo.
Echando los platos al fregadero, me dijo:
-Se lo comí a las primas.
-¡¿A las tres?!
-Sí, y ellas me lo comieron a mí.
-¿Juntas o por separado?
-Juntas y por separado, y ya llegó de preguntas.
-¡Me acabas de poner cómo una moto!
-Me alegro. ¿Aprendo aquí o vamos para mi habitación?
-Primero voy a mear.
Cuando volví, sobre la mesa solo quedaba el mantel azul con lunares negros. Mi hermana había desaparecido. La llamé:
-¡Asunción!
-Estoy aquí.
La voz había venido de su habitación. Fui y la encontré sentada en el borde de la cama. Me eché sobre la cama y le dije:
-Soy todo tuyo para que me hagas lo que quieras.
Me quitó los zapatos y los calcetines, luego el pantalón, la camisa y al final los calzoncillos. Al ver mi polla tiesa, mirando al techo, me dijo:
-Es grande.
-Empúñala, apriétala, y mueve tu mano de abajo a arriba y de arriba a abajo.
Hizo lo que le había dicho.
-¿Lo hago bien?
-Sí, eso es hacer una paja.
-Pues ahora voy a chupar la cabeza, ya que la piel baja sola.
Tanto chupò y subió y bajó la mano que me corrí en su boca. Mi hermana escupió la leche sobre la otra leche que seguía saliendo del meato.
Al acabar de correrme fue a buscar una toalla a la coqueta, volvió, me limpio la leche, tiró con la toalla al piso, y me dijo:
-Tengo las bragas mojadas.
-Enséñame cómo masturbarte o dime cómo comerte el coño.
Había cambiado la hoja de ruta.
-Luego.
Me cerró los ojos con dos dedos y después sentí como se quitaba la ropa, luego sentí cómo sus pezones se frotaban con los míos. Entreabrí los ojos y vi que agarraba sus bellas tetas con las manos para frotarlos. Al rato los pezones se posaron en mis labios.
-Saca la lengua, lámelos y después mama mis tetas.
Le comí las tetas hasta que dejó de dármelas… Me puso el coño en la boca, y me dijo:
-Abre los ojos y mira como hago la paja.
Creí que me estaba engañando porque no metía los dedos dentro de su coño peludo, lo que hacía era frotar la parte de arriba del coño. Enseguida supe que no me engañaba, ya que de su coño comenzaron a salir jugos cómo de una fuente, eran chorros finos, pero no paraban de salir. Me cogió la cabeza y con la voz tomada, me dijo:
-Lame mi coño.
Lamí y sus gemidos y sus convulsiones se hicieron más fuertes.
Al acabar de correrse se sentó sobre mi vientre y me dio el primer beso, solo fue un pico, pero cómo se había inclinado para besarme, su vagina mojada quedó justo delante de mi polla. Le clavé el glande de un chupinazo. Le había entrado muy apretada. Mi hermana exclamó:
-¡Me acabas de desvirgar!
-Fue un pronto.
Le comí la boca y le eché las manos a sus duras nalgas. Asunción no movió el culo para quitar la polla del coño.
-Un pronto que se llevó mi virgo.
Le volví a comer la boca. Mi hermana no me devolvió los besos. Le pregunté:
-¿Sigo metiendo?
-No, quítala.
Se la metí un poquito más. Ahora fue ella la que me comió la boca a mí, y mientras me la comía, echó el culo hacia atrás y metió mi polla hasta el fondo de su coño. Luego, follándome muy lentamente, dijo:
-¿Qué estoy haciendo?
-Estás haciéndome el amor.
-Yo diría que te estoy follando.
-Para follarme tienes que clavarla con más fuerza.
Aceleró los movimientos de culo. Yo le di caña, y mi hermana, sin decir: esta boca es mía, comenzó a temblar y se corrió en mi polla.
Esperé a que acabara de correrse, la saqué y me corrí en la raja de su culo.
Después de quitarse de encima de mí, de salir de la cama, de coger la tolla y de limpiarse y de volver a la cama, quise saciar mi curiosidad, le pregunté a mi hermana:
-¿Me dejas ver tu coño?
-¿Es qué lo tengo tapado?
Me arrodillé entre sus piernas, mi hermana flexionó las rodillas, se abrió de piernas y vi de cerca mi primer coño. Estaba echando unas gotitas de jugos. Lo abrí con dos dedos y su vagina se cerró y se abrió.
-Tienes un coño nervioso.
-¿Quieres aprender a jugar con él?
-Quiero.
Asunción se tocó arriba y me dijo:
-Esta es la pepitilla. Es lo que las mujeres frotamos para corrernos, aunque nos corremos mejor si nos la lamen y nos la chupan.
-¿Quieres que te la lama y te la chupe?
-Quiero que hagas lo que te diga.
-A mandar.
-Levanta mis nalgas y lame de abajo a arriba apretando la lengua contra el coño.
Lamí desde el ojete a la pepitilla.
-El ojete no se lame, esa es una cochinada muy grande.
-¿Y lamer el coño, no?
Como no supo que responder, dijo:
-Lame si quieres… Ahora, al lamer, cuando llegues a la entrada del coño, mete y saca la lengua varias veces y luego, al llegar arriba, después de lamer la pepitilla, chúpala.
Me había dicho que hiciera lo que quisiera, así que implementé algo, le metí y le saqué la lengua del ojete. Cómo comenzó a gemir y cómo su ojete se cerraba y echaba mi lengua cuando se la metía dentro del culo, decidí seguir un poco más. Mi hermana me preguntó:
-¿Qué me estás haciendo, cochino?
No le respondí. Tenía la lengua ocupada. Luego, le metí y saqué la lengua del coño y después lamí de abajo a arriba. Sus gemidos se volvieron escandalosos. Lamí su clítoris, y ya no me dio tiempo a chuparlo, ya que mi hermana, jadeando como una perra, dijo:
-¡Me corro, me corro, me corro, me corro!
Estaba hinchado como un globo por haber hecho correr a mi hermana, pero aún me hinché más cuando me dijo:
-Haz que me corra otra vez.
Ya fui de sobrado.
-¿Con la lengua o con la polla?
-Con la lengua, que con la polla es muy peligroso.
-Sabes que nunca me correría dentro de ti.
-Eso quiere decir que quieres volver a meter.
-Eso quiere decir que te voy a hacer todo lo que me has enseñado.
-Y que me la vas a meter.
-Y que te la voy a meter.
-Vale, hazme correr.
Miré a mi hermana a la cara. Era una preciosidad. Su largo cabello reposaba sobre la almohada, sus sensuales labios pedían a gritos que los besara, luego miré para sus tetas, unas tetas firmes como dunas que tenían unas areolas rosadas y unos pezones tan lindos que invitaban a devorarlos, luego vi su vientre, era plano, su ombligo estaba hundido y su coño tenía una pequeña mata de vello negro. Me preguntó:
-¿Te gusta lo que ves?
-Sí, eres preciosa cómo un día soleado, luminosa como un arco iris y tienes un cuerpo maravilloso.
-¡Vaya! No creo que me vuelvan a decir algo tan bonito en el resto de mi vida.
Le cerré los ojos con dos dedos, tal y como me había hecho ella, le di un pico en los labios y después la besé con dulzura. Besándola le pasé un dedo por el coño y con la yema mojada le froté la pepitilla, luego bajé a sus tetas. Sus pezones parecían más grandes y estaban duros y erectos cuando los lamí. Chupé pezones y areolas y magreé sus duras tetas. Mi hermana me cogió la mano del dedo acariciaba su clítoris, estiró mi dedo medio, lo metió entro del coño, me echó la otra mano a la nuca, llevó mis labios a sus labios y mientras mi dedo entraba y salía de su coño me comió la boca, bueno, nos comimos las bocas. Al rato cogió mi mano, sacó el dedo del coño, lo llevó a la boca, lo chupó, y me dijo:
-Soy una cochina.
-Eres un cielo.
-No, soy una cochina, métemela.
-¿No quieres que te coma el coño antes?
-Me lo comes después, ahora quiero sentir tu polla dentro de mi coño.
Me puse encima de ella, mi hermana me cogió la polla, puso el glande en la entrada de la vagina y me dijo:
-Yo meto y tú sacas.
Me echó las manos a las nalgas, lentamente tiró de mi culo hacia ella y la polla entró hasta el fondo del coño. La saqué y la volvió a meter. Al principio sus manos tiraban de mi culo con una cadencia lenta, luego, moviendo sus caderas debajo de mí, fue acelerando el ritmo. Al final el ritmo fue frenético hasta el momento en que se corrió. Corriéndose, levantó la pelvis y con ella me levantó a mí. Clavando sus uñas en mis nalgas, dijo:
-¡Córrete conmigo!
Si me corro con ella la dejo preñada. Aguanté como un jabato mientras mi polla, enterrada en lo más profundo de su coño, recibía el segundo baño de jugos de su vida.
Estaba su coño con las últimas contracciones cuando saqué la polla y me corrí en sus tetas.
Mi hermana, después de correrse, no se acordaba de lo que me había dicho cuando sintió que se iba a correr. De lo que se acordaba era de que se la tenía que comer.
-Ahora sí, ahora para terminar, cómeme el coño.
-¿Y si antes follamos como los perros? Dicen que a las mujeres les gusta más.
-¡¿Quieres que me ponga a cuatro patas como una perra?!
-Sí.
-Tú lo que quieres es volver a comerme el culo.
-Y el coño, pero después quiero meter.
Se limpió, luego se puso a cuatro patas y me dijo:
-Hártate.
No sé qué me pasaba con los culos de mujer que me encantaban. El de mi hermana era redondo y grande. Con los dos dedos pulgares le separé las nalgas y vi su ojete estriado. Se lo lamí y se lo follé un rato largo. Luego, al lamerle el coño, lo encontré perdido de jugos. Lo lamí y lo follé otro buen rato y después lamí coño y ojete de seguido. Mi hermana ya estaba tan cachonda que cuando le froté la polla en el ojete, me dijo:
-Métela muy despacito.
Se la metí muy despacito, en el coño. Con toda dentro me dijo:
-Creí que me ibas a desvirgar el culo.
Me había dejado a cuadros.
-¡¿Quieres que te la meta en el culo?!
-No, pero si la metes tampoco te voy a decir nada.
Aquella era una invitación en toda regla. Le saqué a polla del coño, se la froté en el ojete y le metí la mitad del glande.
-¡Cooooño! Otro virgo que se va al carajo.
Si fuera hoy en día no me la metía doblada, pues la polla había entrado apretada, pero sin dificultad. Las estrías del ojete no eran de andar dura, eran de que le habían dado duro… A saber que se habían metido mis primas y mi hermana cuando follaran. Empujó con el culo y metió todo el glande, de meter el resto ya me encargué yo, y de darle duro, también, y no fue porque fuera un sádico, no, fue porque me mandó ella darle. Creí que me mentía cuando me dijo entre gemidos:
-Me voy a correr.
No mentía. Segundos después, sus piernas comenzaron a temblar. Se corrió a lo grande. Viendo cómo se sacudía, le quité la polla del culo y se la metí en el coño. Mi hermana, me dijo:
-¡Préñame!
La saqué y me corrí la entrada del ojete.
Nada más acabar de correrse, se puso boca arriba y me dijo:
-Para acabar, cómeme el coño.
Ese día comenzó mi fijación por los coños corridos. Estaba tan encharcada y los jugos me supieron tan bien, que le comí el coño con lujuria… Lamí el coño cómo un perro. Enterré mi lengua en su coño como entierra un carnicero, el cuchillo en la carne y le hice unas succiones en el clítoris que Drácula, a mi lado, sería un aficionado. Vale que exagero, pero no exageró al deciros que la corrida que me dio en la boca fue la más torrencial de todas las que me he tragado, y os aseguro que han sido unas cuantas.
Esa tarde iba a ver a su novio, y con las ganas que tenia de que le llenasen el coño de leche, me temí que sería tío muy pronto, pero no fue así. Esa misma tarde rompió con su novio. Tenía en casa lo que necesitaba.
Quique.