Ayudando a mi madre en los negocios

Ayudando a mamá tras los negocios.

Mi nombre es Jesús y quería hablaros de mi madre, de nuestra vida juntos. Primero tengo que contaros un poco de su vida. Ella se llama Marta. Es una mujer muy inteligente y guapa. Cuando cumplió los veinte años, ya tenía claro su futuro laborar y dos años después, cuando acabó en la universidad, empezó a trabajar en la empresa familiar que había hecho el padre de mi abuelo.

Con el tiempo descubrí que en su juventud había tenido un novio, cuando tenía unos dieciocho años, un chico de buena familia que mi abuelo le había buscado un poco por interés económico de las dos familias. Si bien en un principio ella había accedido a tal relación, con el paso de los meses descubrió que aquel hombre era insoportable. Además de machista, no tenía ningún pudor de ir liándose con más mujeres, menospreciando a mi madre que al darse cuenta, lo dejó.

Siempre ha sido una mujer muy independiente. A tal punto que cuando empezó a trabajar, decidió tener un hijo ella sola. Aquello fue un drama para la familia, sobre todo para mi abuela, una mujer muy conservadora y católica que vio en aquello la condena al infierno de su hija. A mi abuelo no le importó tanto ya que descubrió en ella al hijo que siempre había deseado tener, y no por su trato en lo personal, si no por la forma en que le llevaba los negocios, dándole su total confianza al poco tiempo de trabajar con ella.

En todo este lío nací yo. No sé, ni sabré, quién será mi padre, pero mi abuelo me aceptó de inmediato como el hijo de su querida hija. A mi abuela le costó un poco más aceptarme, pero dos años después de mi nacimiento, ya no podía vivir sin tenerme cerca de ella. Así que crecí entre la casa de mis abuelos y la nuestra. Cuando ellos, mi abuelo y mi madre, tenían que hacer algún viaje de negocios, yo pasaba esos días con mi abuela, llegando a convertirse en mi segunda madre. Mi abuelo siempre lo tuve como mi padre.

Toda esta vida fue genial. Vivíamos en una casa bastante grande para nosotros dos. Las vacaciones siempre hacíamos un viaje y un mes lo pasábamos en casa de mis abuelos. Todo genial hasta que cumplí los diecisiete años.

Recuerdo que aquel verano mi madre tenía que ir a una ciudad del norte para verse con una clienta de su negocio. Así que preparamos un viaje allí, para estar cuatro días en un hotel de forma que uno de esos días viera a aquella mujer… No recuerdo el nombre.

Llegamos el primer día a aquella ciudad y después de registrarnos en el hotel, íbamos a dar una vuelta por la ciudad y a comer algo. La habitación era enorme para nosotros, y más para estar tan pocos días, pero era la única que había y el hecho de que sólo tuviera una cama de matrimonio, a nosotros no nos importaba. Lo simpático era ver cómo nos trataban en el hotel.

Mi madre tenía cuarenta años, pero se cuidaba y sólo me había tenido a mí siendo joven por lo que tenía un buen cuerpo que le hacía parecer más joven de lo que era. Yo ya tenía diecisiete años y mi cuerpo se había desarrollado bastante, y la verdad es que parecía mayor de lo que era, tampoco mucho, pero allí nos trataban como si fuéramos novios.

Para colmo, yo era bastante tímido y a mi madre le divertía esas dos cosas, mi timidez unida a que pensaran que éramos novios, así que por los pasillos del hotel se abrazaba a mí y me hablaba como si tal cosa fuera real. Yo estaba acostumbrado a tales cosas y le seguía un poco la broma.

El tercer día de estar allí fue el elegido por las dos mujeres, mi madre y su clienta, para tener una cena y conversar sobre los negocios. Así que quedaron en el mismo hotel en el que estábamos y yo esperé en la habitación a que volviera mi madre. Estaba echado en la cama mientras ella acababa de prepararse para ver a su clienta.

– Hijo. – me dijo mientras acababa de arreglase mirando el espejo – Esta mujer me asusta. Cada vez que he tenido una reunión con ella, la cosa no ha acabado muy bien… – con la mano hizo un gesto de que bebían demasiado – No sé a que hora llegaré… Si tardo acuéstate y descansa que mañana volveremos a casa.

Estando solo en la habitación, me empecé a excitar. A esa edad, cualquier cosa te enciende la lívido. Más cuando en televisión encontré un canal en el que salían chicas ligeras de ropas. No esperé, cogí el móvil y busqué alguna página de vídeos pornográficos. Una hora después estaba en medio de la cama, con mi polla fuera de los calzoncillos y una abundante corrida sobre mi barriga. Me había quedado dormido después de hacerme la paja. Miré el reloj y ya eran las una y media de la madrugada. Me alegré de no ser descubierto por mi madre en aquella situación. ¡Qué hubiera dicho! Pero podía llegar en cualquier momento, así que me levanté y me fui al baño para darme una ducha.

Por suerte no había manchado ninguna de la ropa que llevaba, así que me la quité y me metí en la ducha. Todavía estaba soñoliento aunque el miedo a ser descubierto por mi madre me había despertado bastante. Cuando sentí el agua recorrer mi cuerpo y arrastrar los restos de semen, sentí un gran alivio. Me relajé y tras la ducha, salí de la bañera para secarme. Estaba desnudo y mojado sobre la toalla del suelo. Me disponía a coger la toalla para secarme cuando escuché un portazo y las pisadas rápida de unos tacones que se movían por la habitación.

La puerta del baño se abrió de golpe, rápidamente y mi madre apareció. Se movía por el baño y se tambaleaba un poco mientras balbuceaba.

– ¡Lo siento hijo! ¡Lo siento! – decía mientras desnudo la miraba entrar – ¡No puedo más! – se puso delante del inodoro, subió su falda y bajó sus bragas – ¡Qué gusto!

Desnudo frente a mi madre pude contemplar su hermoso sexo. Ella tenía un cuerpo muy bonito, pero nunca le vi su sexo sin ropas. Fue una imagen fugaz, unos leves segundos, pero en mi mente quedó grabado aquel pequeño triángulo de pelos que custodiaban e indicaban el camino hacia el placer. El estruendoso chorro de orina golpeaba en el agua del inodoro mientras la miraba. Me miró y una sonrisa se dibujó en su boca.

– Tu madre hace mucho ruido… – en sus ojos notaba que el alcohol había hecho algo de efecto. No estaba muy borracha, pero lo suficiente para desinhibirse – ¡Guau, cómo ha crecido mi niño! – sus ojos miraban directamente a mi polla.

Sentí ruborizarme y me giré rápidamente para coger la toalla. Puse mi pie mojado fuera de la toalla de pies y los nervios me hicieron perder el equilibrio, casi me caigo. Me quedé paralizado, dándole la espalda. Sin atreverme a mirarla, la escuché levantarse de la taza y tirar de la cisterna. Yo seguí inmóvil esperando escuchar cerrar la puerta del baño.

– ¡Este culito tampoco está mal! – la sentí a mi espalda y me susurró al oído, después me dio una cachetada y se marchó.

Miré atrás para asegurarme de que estaba solo. Me sequé y me puse los pantalones del pijama y la camiseta. Salí sin saber cómo me encontraría a mi madre. Allí estaba, recostada en la cama. Me miró y me sonrió al verme.

– ¿Estás bien? – le pregunté.

– ¡Bien… sí! – me respondió – He conseguido el negocio, pero he tenido que acabar así para conseguirlo… – la miré, el alcohol la hacía tener un aspecto muy sensual – ¡¿Crees que tu madre ha sido mala?!

– ¡No… no! – fue lo único que se me ocurrió decirle.

– Hijo, ayúdame… – con gran esfuerzo se sentó en la cama. Ahora parecía que toda su alegría había desaparecido – Ayúdame a ir al baño… – extendió la mano para que la agarrara.

Apoyada en mi mano, se levantó. Caminamos con prisas y algo de dificultad hasta el baño. Casi no me dio tiempo a levantar la tapa del inodoro cuando ella cayó de rodillas y empezó a devolver todo lo que había bebido y comido.

– ¡Perdona hijo! – me decía medio sollozando – ¡Es horrible que veas a tu madre así!

– ¡No te preocupes ahora por eso! – le decía y podía ver su maquillaje difuminado por el sudor y las lágrimas – Siempre he pensado que mi madre tenía que ser una diosa por lo bien que me has criado, pero ahora veo que también eres una mortal… – le sonreí y ella se abrazó a mí.

– ¡Ayúdame a ducharme! – intentó levantarse y la ayudé. Se giró y se vio frente al espejo – ¡Tu madre es horrorosa!

– ¡Venga mamá! – le dije sujetándola pues no sabía si aguantaría de pie – ¡Dúchate y verás como eres la de siempre!

– ¡Ayúdame! – me dijo y se quedó inmóvil esperando – ¡Vamos! – me apremió.

– ¿Qué quieres que haga? – le dije sin saber qué hacer.

– ¡Desnúdame! – me miró con cara de enojada – ¡No querrás que me duche con la ropa!

No sabría describir la sensación que tuve al tener que desnudar a mi madre. Teníamos bastante confianza entre nosotros, para casi todo, pero el tema de la desnudez era algo que nunca habíamos tocado y nunca la había visto desnuda y ella a mí tampoco hasta ese día. Tembloroso por la situación, sobre todo por la extraña sensación de sentirme excitado, bajé la cremallera de su vestido, desde lo alto de su espalda hasta el comienzo de su culo. Su ropa se abrió y pude contemplar el comienzo de sus nalgas con aquellas hermosas bragas blancas de encaje. Quedé paralizado mientras la observaba.

– ¡Quítame el vestido! – me insistió.

Llevé mis manos a sus hombros y deslicé la tela que lo sujetaba a su cuerpo. Cayó y se quedó enganchado en sus caderas. ¡Qué espalda más bonita! Pensé y me sentí más excitado. Su sujetador blanco se enganchaba en su espalda y su cuello me pareció maravilloso. Deseaba besar su nuca. Soltó su pelo y la visión de su cuello desapareció. Agarró el vestido con sus manos y los deslizó por sus caderas hasta que, bajando por sus muslos, cayeron al suelo. Se inclinó en ese movimiento y admiré su redondo culo que ahora se me ofrecía en pompa para mi deleite. Tuve que aguantar mis manos para no tocarlo. Yo era virgen y no podía resistir el placer de ver el cuerpo de mi madre. Sus manos se pusieron en su espalda y soltaron el cierre del sujetador. Lo dejó caer al suelo. Yo estaba a su espalda y no podía ver sus tetas. Quería verlas, pero todo mi cuerpo temblaba por el temor de que ella descubriera mis verdaderos pensamientos.

– ¡Ayúdame a quitarme las bragas! – me dijo mientras se giraba hacia mí y me ofrecía las hermosas vistas de sus dos redondos y firmes pechos. Me miró con atención – ¡¿Mi niño nunca ha visto una mujer desnuda?! – no pude más que negar con la cabeza – ¡Pues hoy es el día!

Puso sus manos en mis hombros y empujó para que me agachara. Quedé de rodillas delante de ella que no paraba de sonreír divertida por la situación. Alargó las manos para cogerme las mías, se las entregué y ella las llevó a sus caderas, sobre la tela de sus bragas.

– ¡Vamos, bájalas! – la miré a la cara y entre el desastroso maquillaje podía ver la sensual cara de mi madre – Si me agacho mucho me caeré… ¡Bájalas hasta quitármelas!

Mis manos agarraron la delicada tela y empezó a desplazarla hacia abajo. Su vientre era perfecto, su piel suave y blanca me hacía sentirme como en un sueño. La miré a los ojos y su sonrisa me mostraba que aquello estaba bien. Seguí bajando aquella excitante prenda y empezaron a aparecer los primeros bellos que formaban parte del triángulo que custodiaban su coño, mi corazón empezó a latir con más fuerza, mi polla crecía bajo el pijama. Seguí bajando por el endiablado cuerpo de mi madre, liberando poco a poco su sexo de aquella tela. Había visto cientos de coños en las películas, incluso en tomas que no se podía ver nada más que esa parte de la mujer, pero tener delante de mis ojos el de mi madre me pareció el más bonito y sensual del mundo. El vértice inferior del triángulo de pelos acababa justo encima de donde empezaban sus labios vaginales. Podía verlo perfectamente. Estaba a poca distancia de mis ojos. El excitante aroma de su sexo llegó a mi nariz y mi excitación aumentó. Mis manos quedaron paradas a la altura de sus rodillas, agarradas a sus bragas.

– ¡Vamos niño, quítamelas! – su mano golpeó suavemente mi cabeza y la miré. Tenía una sonrisa tan sensual – ¡Venga y ayúdame a meterme en la bañera!

Bajé sus bragas hasta sus tobillos y ella sacó los pies. Me levanté y la ayudé a entrar en la bañera. Se sentó en ella y yo me giré para irme.

– ¡No hijo, no te vayas! – ella estaba sentada y sus ojos me pedían ayuda – ¡Por favor, ayúdame!

– ¿Qué quieres que haga? – le pregunté y lo que a mí se me ocurría era tocar su hermoso cuerpo.

– ¡Échame agua mientras me lavo! – señaló a la ducha para que la bajara.

La bajé y se la di. Abrió el agua y apuntó al desagüe para que se fuera el agua fría del principio. Cuando la temperatura estuvo a su gusto, me dio la ducha para que la mojara. Se recostó y se dejó mojar. Sus piernas se entreabrieron y podía ver su coño perfectamente depilado. Mojaba sus piernas y, sin pensar, dirigí el chorro de agua directamente a su sexo.

– ¡Hijo! – me dijo cerrando las piernas de golpe – Ese lugar es muy sensible y vas a conseguir que tu madre haga cosas inapropiadas… – miró la cara de extrañeza que puse – ¡¿No sabes lo qué le ocurre a una mujer si das con un chorro de agua en su sexo?! – negué con la cabeza – ¿Has probado a dar con el chorro en tu glande? – mi cara no cambió y ella lanzó una carcajada – ¡Mi inocente niño! – me miró mordiéndose el labio inferior – ¡A ver! – se acercó a mí – ¿Qué has hecho mientras yo estaba fuera?

– Ver la televisión… – le respondí atónito.

– ¡¿Seguro? – su ojos se clavaron en los míos – ¡Y esa película porno que había en tu móvil! – me sentí pillado y sentí el calor que producía mi cara al cambiar de color. Ella rio divertida – ¡Tu madre te excita! ¡Di la verdad!

– ¡No… no! – no sabía que decir después de todo lo que estaba sintiendo.

– ¡Pues, ponte en pie! – me ordenó y en ese momento fui consciente de que mi polla estaba erecta.

Me hice el remolón, pero ella insistió con quitarme el móvil si no lo hacía. Me levanté con miedo pues no me había puesto los calzoncillos y seguro que mi erección se apreciaría en el pijama. Y así fue. Ella estaba de rodillas en la bañera y sobre su cabeza estaba la terrible erección que me había producido ver a mi madre desnuda, contemplar su hermoso y excitante cuerpo.

– ¡Perdona mamá! – fue lo único que se me ocurrió decir mientras me exponía delante de ella con una incestuosa erección.

– ¡¡Nada de perdona!! – ella me miró muy seria y yo no era capaz de saber por qué estaba enojada – Esos son tus sentimientos y sensaciones… Tal vez no sean los más apropiadas hacia una madre, pero si te ocurre, no debes de preocuparte… – no podía creer que ella no se enfadara por mi situación, excitado por mi propia madre – ¡Y ahora échame agua para que me pueda bañar!

Me volví a arrodillar y, completamente erecto, observé su cuerpo y como sus manos lo acariciaban mientras se enjabonaba, mientras se enjuagaba. Contemplando cada curva, aquellos oscuros pezones, aquellas amplias caderas, aquellos hermosos labios vaginales… ¡Todo su hermoso cuerpo! Cerró el agua.

– ¡Cariño, ayúdame a salir! – se agarró a mi mano y salió de la bañera.

– ¿Estás mejor? – le pregunté.

– ¡Claro cariño! – me contestó – La ducha me ha despejado y esto… – con un dedo tocó mi erecta polla – ¡Me ha animado! – me sonrió sensualmente – ¡Vamos, sécame!

Con más placer del que debía, cogí la toalla y empecé a secar su cuerpo. Me encantaba sentir la redondez de su culo, aunque fuera bajo la tela. Sus turgentes pechos me volvieron loco y mi erección no bajó en ningún momento. Yo me mostraba como estaba y ella ni siquiera le hacía caso a mi prominente pijama. Nos fuimos al dormitorio, ella liada en la toalla y yo detrás amenazándola con mi endurecido pene. Sacó un camisón para dormir. Se quitó la toalla y pude verla por última vez desnuda. Se puso aquel camisón y si desnuda estaba preciosa, con aquella ropa estaba excitante.

Yo me tumbé en la cama mientras la miraba. Ella sabía que la estaba mirando y actuaba como si no pasara nada… Y era evidente que algo ocurría. Mi polla estaba totalmente erecta y se mostraba bajo el pijama. Ella subió a la cama y se puso de rodillas. Me miró, se fijó en mi erección.

– ¡Nada! – dijo sonriendo – ¡No hay manera de que se duerma tu cosita!

– ¡Viendo una madre tan bonita, no! – le dije animado por la confianza que me había dado antes en el baño.

– Hijo, ¿sabes por qué no tienes un padre? – me preguntó y vi que la tristeza se apoderaba de su cara. Se sentó en la cama cruzando sus piernas una sobre la otra y mirando hacia mí – ¡Nunca hice el amor con un hombre para tenerte! – sus palabras sonaban a rencor y mis ojos miraron la oscura cueva que producía sus muslos cubiertos por aquel camisón – Tus abuelos me querían casar con un tipo con dinero y que al final era un chulo putas… – mis pensamientos iban al fondo de aquella cueva – ¡Así que decidí que no tendría ningún hombre en mi vida! – allí tenía que estar el precioso coño de mi madre – Fui a una clínica, me pagué una inseminación y nueve meses después apareciste tú… – ¡Qué maravilloso sería hundir mi cabeza entre sus piernas y oler su intimidad! – ¡Niño, me estás escuchando!

– ¡Sí mamá! – dije sobresaltado y mirándola a la cara – Soy el producto de un laboratorio…

– ¡TONTO! – me dijo dándome una bofetada en la cabeza – ¡Eres mi hijo y te quiero mucho! – mis ojos volvieron a la oscuridad de su deseada cueva – Ayúdame a echarme crema…

Se levantó de la cama y buscó en el equipaje un bote de crema. Volvió a la cama y se puso de rodillas dándome la espalda. Dejó caer los tirantes y sujetó su camisón con un brazo sobre su pecho, con la otra mano apartó los pelos de su cuello y lo dejó expuesto a mi deseo sin ella saberlo.

– ¡Échame crema por la espalda! – me puse de rodillas y me acerqué a ella mientras ella miraba mi erección que no había disminuido nada – ¡Y ten cuidado con eso, no me vayas a hacer daño! – rio divertida.

Me acerqué a ella y me puse muy cerca, muy muy cerca, pero sin que mi polla llegara a tocarla. Bastaba que moviera mis caderas un poco para que mi glande empujara en su cuerpo. Abrí mis piernas y mis huevos bajaron hasta que sentí sus pies.

– ¡¿Esto qué es?! – agitó los dedos de los pies y sentí como acariciaban mis huevos – ¡Qué cerca está mi niño! – se rio – ¡Vamos, échamelo!

Puse un poco de crema en mi mano y empecé a tocar su cuello, a extender la crema. Ella se agitaba al sentir mis manos. Bajé por sus hombros, la acaricié. Eché un poco más de crema y seguí tocando a mi madre por la espalda, por la parte que tenía desnuda.

– ¡Ya está! – le dije – ¿Algún lado más?

– ¡Sí hijo! – contestó y se giró para colocarse frente a mí – ¡Guau, eso no se duerme! – negué con la cabeza.

Volví a echar más crema en mis manos y comencé a acariciar su cuello, ahora por delante. Sus ojos me miraban y una sensual sonrisa permanecía en su boca, tan persistente como mi erección. Bajé por su pecho hasta que llegué al tope que hacía el brazo de mi madre que sujetaba el camisón para cubrir sus pechos. Paré y ella miró mi polla y después mis ojos. Se tumbó en la cama y bajó el camisón por debajo de su barriga para dejar al descubierto sus pechos.

– ¡Mi pecho por favor! – su sonrisa había desaparecido, pero mostraba una expresión que yo nunca le había visto y que consiguió que sintiera pánico por lo que sentía por ella – ¡¿Te gustan?!

– ¡Sí! – dije con voz quebrada por la excitación.

– ¡Pues úntalas bien de crema! – eché crema en mis manos y las puse sobe ella – ¡Uf, qué rudo es mi niño! – aparté las manos – ¡Ven, despacito, con suavidad! – ella agarró mis manos y me las movió para enseñarme – ¿Son los primeros pechos que tocas?

– Eres la primera en todo… – le contesté.

– ¡Entonces tendré que enseñarte bien! – soltó mis manos y dejó que yo las acariciara – ¿Ves mis pezones? – afirmé con la cabeza – Cuando una mujer está excitada, se ponen así de duros… – puso sus manos a cada lado de su cuello de forma que sus pechos se mostraron por completo – ¡¿Te gustan?! – la miraba petrificado en aquella postura y afirmé de nuevo con la cabeza – Pues dile a mamá qué es lo que más te gusta de sus pechos. – permanecí unos segundos en silencio mientras la miraba.

– ¡Todo! – contesté al final.

– ¡IDIOTA! – me volvió a dar una bofetada en el brazo – Mírame bien y dime qué te parecen… – pasó sus brazos por debajo de sus tetas y se dio un abrazo, haciendo que ambas se juntaran y tomaran más volumen.

– Son… Son… – no sabía como describirlas – ¡Son bonitas! – la cara de mi madre mostró algo de enfado, pero no me atrevía a decir lo que de verdad sentía al ver sus tetas – Mamá, esta erección que tengo me la produce esas redondas y suaves tetas. – puse mis manos sobre su pecho y ella abrió los brazos con una dulce sonrisa – Desde que he visto esos oscuros y redondos pezones, mi boca desea besarlos… – me incliné para poner mis labios sobre uno de sus erectos pezones. Su mano se puso en mi frente y me frenó en seco.

– ¡He dicho que me describas lo que sientes con mis tetas, eso no te da derecho a que abuses de tu propia madre! ¡Sólo puedes tocarme para untarme crema! – quedé desconcertado con sus palabras – Continúa hablando…

– Me gustaría que tu boca echara saliva entre ellas para poner mi endurecido pene y que se frotara en medio… – su sensual sonrisa aparecía de nuevo, aquellas palabras le gustaban.

– ¡¿Qué más te gusta de mi cuerpo?! – me preguntó.

Me puse de rodillas junto a ella y la miré de arriba abajo. Ella me miraba sin saber que esperar de mi. La agarré por la cintura y la giré hasta ponerla bocabajo. Se giró para mirar qué le iba a hacer. Eché crema en mis manos, tiré rápido de su camisón hacia arriba hasta que su culo quedó expuesto a mi vista.

– ¡Este redondo culo! – puse mis manos en sus cachetes y empecé a extender la crema – Cada prieto cachete de tu culo me produce tal excitación que por mucho que me masturbe pensando en ti, no se bajará esta erección… – me incliné un poco y agarré mi polla con la mano, sin sacarla del pijama. Intenté golpear sus culo y apenas pude darle un golpe.

– ¡Guarro, qué estás haciendo! – me dijo ella girándose para mirar con qué la golpeaba – ¡Enrique, con eso no!

Se negaba a seguir el juego que ella misma había empezado, pero puse una mano en su espalda y a obligué a quedarse inmóvil. Abrí mis piernas y me senté sobre sus muslos. Retiré mi mano de sus espalda y ella intentó revolverse. Con mis dos manos agarré su culo y seguí untando la crema.

– Mamá, estate quieta o no podré seguir echando crema a tu hermoso cuerpo… – se detuvo y miró la enorme erección que empujaba la tela de mi pijama, amenazándola en lo alto de su culo.

– ¡¿Qué es eso, hijo?! – me preguntó con su entreabierta boca.

– Nunca sabré si lo he heredado de mi padre, pero esto es lo que tengo para que me digas si te gusta… – nunca imaginé hablarle así a mi propia madre, pero ella me había encendido y ahora no había forma de apagar la inmensa lujuria que sentía – ¡¿Me dirás lo que sientes al verla?! – tiré de mi pantalón y liberé mi polla que se mostró dura y erecta, amenazando el culo de mi madre – ¡Cuéntame mamá, cuéntame!

– ¡Es enorme! – dijo y agarré mi polla con la mano para darle un golpe en el cachete del culo – ¡Ah! – gritó al sentirme.

– ¡No quiero que me digas eso! – dije jugando a su juego – ¡Qué sientes al verla! – ella la miraba y podía ver el deseo en su cara.

– Me gusta sentir su dureza cuando me golpea… – le di otro golpe en su redondo culo – ¡Ah, sí! ¡Así me gusta! – agarré mi polla con fuerza y deslicé la piel que cubría mi glande para liberarlo, sus ojos se abrieron al verlo – Esa suave y rojiza piel parece deliciosa… ¡Me gustaría besarla! – mis manos amasaban su culo y puse mi polla entre sus nalgas – ¡Sí, sí! – ronroneó al sentir el tacto de mi polla en su culo – ¡Nunca sentí nada tan duro en mi cuerpo! – frotaba mi polla contra ella y ocurrió lo inevitable – ¡¿Qué eso tan caliente que siento sobre mi espalda?!

– ¡Es más crema! – le dije con la voz entrecortada y gimoteando suavemente mientras mis manos extendía mi semen sobre su espalda y su culo.

– ¡Te has corrido! – dijo dando un bote que me tiró a un lado de la cama – ¡No has esperado a tu madre!

Se sentó en la cama, con su camisón por la cintura. Sus oscuros y erectos pezones mostraban lo excitada que estaba. Sus piernas entre abiertas me mostraban aquella oscura cueva donde se escondía su coño, pero ahora no estaba cubierto por ninguna tela. No le di tiempo a reaccionar.

– ¡Ahora te toca a ti! – me lancé sobre ella y metí mi cabeza entre sus piernas.

Sus muslos se cerraron de golpe, con fuerza. Con mis manos la forcé a abrirlas y mi boca estaba encima de su coño. Una de sus manos lo tapó, mientras la otra empujaba mi cabeza.

– ¡No hijo! – me pedía – ¡Está sucio!

– ¡¿Y por qué está sucio?! – le respondía mientras luchaba contra ella – ¡Te acabas de duchar!

– ¡Pero ya está sucio! – me repetía para que parara.

– ¡Es que te has excitado con lo que te ha dicho tu hijo! – conseguí que la mano se apartara un poco de su coño y podía ver sus labios vaginales, el olor de su coño llenaba mi mente y me volvía loco.

– ¡Qué quieres que te diga! – dijo con furia como si se reconociera algo que había negado – ¡Sí, sí! ¡La enorme polla de mi hijo me ha puesto tan caliente que mi coño se ha mojado! – apartó la mano que ocultaba su coño y la que frenaba mi cabeza agarró un puñado de pelos y tiró para refregar su coño contra mi cara – ¡Cómete el coño de tu caliente madre!

Nunca lo había hecho, era la primera vez que iba a tener sexo con una mujer y que fuera mi madre ya había hecho que me corriera en su espalda. Mis labios empezaron a besar sus labios vaginales y sus caderas se agitaron mientras gemía levemente. Su mano empujaba mi cabeza para que no me apartara de su coño, para que siguiera hasta que ella consiguiera tener su orgasmo. Recordé las películas que había visto en los años anteriores y saqué mi lengua. Un gran gemido brotó de la boca de mi madre cuando mi carnosa y caliente lengua se coló entre sus labios vaginales y acarició suavemente su endurecido clítoris.

– ¡Oh, sí hijo! – gimió – ¡Chupa el coño a mamá!

Su mano aflojó la presión en mi cabeza y comenzó a acariciar mi pelo. Mi lengua recorrió toda la raja de su coño y pude saborear los ingentes líquidos que brotaban de su vagina. Lamía y lamía y ella se agitaba gimiendo con cada caricia que daba en su interior. Subí entre sus calientes labios vaginales y volví a su clítoris. Un gran espasmo de su cuerpo frotó con fuerza mi lengua contra aquel endurecido bultito y le arrancó otro gemido. No lo dude. Se lo mamaré como si fuera una pequeña polla.

Mis labios rodearon su clítoris y succioné con fuerza. Las caricias de su mano se tornaron en apretón en mi pelo. Cogió ese puñado de pelos y se tensaba mientras mi boca castigaba con placer su erecto clítoris. No emitía ningún sonido. Todo su cuerpo estaba en tensión mientras yo mamaba su coño más, y más, y más. Estalló sin previo aviso.

– ¡SÍ, ME CORRO! – gritó con un gran gemido que debió escucharse en todo el hotel – ¡NO PARES, CÓMEME EL COÑO, COME EL COÑO DE TU MADRE! – le hice caso y seguí mamando su clítoris mientras ella se agitaba y retorcía de placer, mientras en mi boca sentía todos los chorros que brotaban del interior de su vagina – ¡JODER, ME ESTOY CORRIENDO! – cayó sin fuerzas en la cama mientras mi lengua seguía lamiendo su coño para buscar de nuevo su erecto clítoris – ¡No, no más! – seguía retorciéndose de placer – ¡Para, no puedo más! – me pedía y yo seguía buscando aquel botón que había vuelto loca a mi madre – ¡Para, para! – me pedía cuando mi lengua encontró su clítoris que había perdido toda su dureza -¡Joder hijo!

Me aparté de ella y miré su cuerpo que aún se movía por el placer. La cama estaba mojada y sentía en mi cara todos los líquidos que me había regalado y yo había saboreado con placer. Me sonreía, desnuda y excitante. Me miró.

– ¡Otra vez estás listo para más sexo! – señaló a mi polla que de nuevo estaba dura – Tráela, quiero verla de cerca.

Me puse de rodillas en la cama y me acerqué a ella hasta que mi polla estaba a poca distancia de su cara.

– ¡Sé que es la polla de mi hijo, pero me excita verla! – me dijo.

La agarré con una mano y empecé a masturbarme. No sabía si a ella le gustaría, pero mi madre la observaba sin apartar la mirada. Entonces liberé mi glande de la piel que lo cubría y ella levantó su cuerpo para observarla desde más cerca.

– Me excita ver la cabeza de tu polla… – acercó un poco más la cara – Aún huele al semen de tu ultima eyaculación… – besó suavemente la punta mientras yo seguía masturbándome – ¿La puedo chupar? Nunca he probado una polla… – la miré con desconcierto – No me mires así, aunque te haya tenido por parto natural, el semen de tu padre no entró directamente de un hombre… ¡Puede decirse que técnicamente también soy virgen!

– ¿Nunca has hecho el amor con otro hombre? – le pregunté desconcertado.

– ¡No! Contigo estoy haciendo lo que nunca he hecho con otro hombre… – me dio otro beso en el glande – ¡Perderemos los dos la virginidad a la vez y juntos!

Su lengua acarició suavemente la piel de mi glande, haciendo círculos en la punta. Paró y dejó su lengua fuera de la boca, esperando que yo le hiciera algo. Agarré mi polla y golpeé con mi glande su húmeda lengua. Una gran sonrisa se dibujo en su boca mientras mantenía la lengua fuera. Golpeé otra vez, y otra, y otra… No sé cuantas veces le había golpeado hasta que su boca se lanzó como si cazara una presa y envolvió todo mi glande. Dio unas cuantas succiones y consiguió que me temblaran las piernas por el placer.

– ¡Dios, mamá, qué bueno! – le dije mientras apoyaba mi mano sobre su cabeza – ¡Sigue, mama la polla de tu pequeño!

No hizo falta que la animara más. Ella mamaba ausente de lo que le decía. Mis gemidos de placer la hacían tragar cada vez más polla y desde arriba podía ver como se dilataban las comisuras de su boca con cada centímetro de polla que le entraba. Agarré su cabeza con mis manos y empecé a follar su boca, suave al principio y el placer me hizo que la fuera follando cada vez con más fuerza. Estaba enloquecido mientras sentía en mi polla la cálida boca de mi madre. Sus manos empezaron a golpear con fuerza mis caderas y me obligaron a parar.

– ¡Animal! – de su boca salía saliva y su cara estaba enrojecida por la asfixia – ¡NO VUELVAS A METER ESA MONSTRUOCIDAD TAN FUERTE EN LA BOCA! ¡CASI ME AHOGAS!

– ¡Perdón mamá, perdón! – no sabía que hacer para que no se enfadara conmigo y me diera más sexo en aquella loca noche – ¡Ven, siéntate sobre mí!

– ¡Tranquilo hijo, tranquilo! – me dijo echándose hacia atrás – ¡No me vas a meter eso! ¡Y menos sin condón!

– No mamá. – le dije – He visto algo que me excita mucho… – ella me miraba preguntándose qué podría ser – Verás… Te sientas sobre mí ¿vale? Y pones tu coño sobre mi polla. Pero no te la metas; abres tus labios vaginales y rodeas con ellos mi polla. Empieza a moverte y nuestros sexos se frotaran hasta que tengamos un orgasmo… – me miró con cara rara, pero parecía aceptar – Nos masturbaremos, mi polla frotará contra tu coño.

Me tumbé en la cama bocarriba, sonriéndole mientras la miraba. Parecía algo indecisa, pero se acercó a mí poco a poco. Miraba mi polla erecta y podía notar su deseo hacia mi sexo. Abrió sus piernas y las colocó a cada lado de mis caderas. Mis manos fueron raudas a acariciar sus muslos. Ella me sonreía sin saber bien que era lo que le había explicado. Agarré mi polla y la llevé hacia su coño.

– ¡Frótala en tu coño! – le dije dirigiendo mi glande hacia su coño.

– ¡Pero no la metas! – me dijo preocupada.

Nunca olvidaré aquella primera vez en que sentí el cálido coño de mi madre en mi polla. Como ella me pidió, no la penetré, pero sentí como mi glande se colocaba entre sus labios vaginales y se frotaba contra el endurecido clítoris.

– ¡Uf, qué bueno! – dijo ella.

– Siéntate sobre ella… – le pedí mientras mantenía mi polla pegada a mi cuerpo.

Ella echó su cuerpo hacia abajo y su coño quedó encima de mi endurecida polla. Sus caderas se agitaron inconscientemente al sentir la dureza de mi sexo tocar el suyo. Yo los miraba y al momento sus labios vaginales se deslizaron a ambos lados de mi endurecida polla.

– ¡Joder, qué bien se siente! – ella se agitaba y podía ver como la parte de mi polla que asomaba entre sus labios vaginales estaba cada vez más mojada.

Su cuerpo se agitaba sobre el mío, cada vez con más intensidad. Yo, agarrado a sus caderas, empujaba su cuerpo para que nuestro contacto fuera más intenso. ¡Qué bien se sentía cuando mi polla se deslizaba por el coño de mi madre! Ella gimoteaba y se movía sin parar. Cada vez con más fuerza. Cada vez más cerca de su deseado orgasmo. Estaba tan cerca de tener su placer que su cuerpo ya se agitaba sin control. Ella gemía y gemía mientras mi glande se machacaba contra su endurecido clítoris.

– ¡Sí, sí! – ella se agitaba y gritaba – ¡Qué bueno, qué bueno! – repetía mientras sus caderas se agitaban – ¡Oh dios, no!

No sé como se movió en aquel momento, pero sentí como mi glande había atravesado la barrera que ella misma había impuesto. El movimiento rápido de sus caderas dejaron la entrada de su vagina expuesta a la acción de mi polla.

– ¡Hijo, hijo! – quedó paralizada con parte de mi polla dentro de ella – ¡No, no! – sólo tenía que moverse para que saliera, pero permanecía inmóvil – ¡Qué bueno! – gozaba al sentirla dentro – ¡Pero no, sácala!

No lo pensé. Agarré con fuerza sus caderas y la clavé. Su vagina estaba tan mojada que mi polla se deslizó completamente en lo más profundo.

– ¡Ah, no hijo! – dijo con un grito mezcla de placer y temor – ¡Qué bueno! – sus caderas se agitaron para penetrarse por completo – ¡Sácala, no podemos hacer esto!

Ella se levantó y yo me agité debajo, de nuevo la puse sobre mi polla, podía sentir mi polla mojada mientras se deslizaba por su coño. Miré nuestros sexos y podía ver como mi glande emergía entre sus labios vaginales. Ella gemía y se retorcía mientras su clítoris se frotaba con fuerza contra mi glande.

– ¡Qué bueno! – repetía una y otra vez entre gemidos – ¡Qué bueno!

Sus caderas se agitaban y mis manos la movían para hacer más intenso el contacto de nuestros sexos. Se agitó moviéndose de forma que mi glande de nuevo se colocaba en la entrada de su vagina. No quería que la penetrara, pero no podía resistir la sensación que le producía sentirse llena con mi polla.

– ¡Esto no puede ser! – hundió mi polla en lo más profundo de su vagina – ¡Qué bueno! – volvió a repetir.

Botó dos o tres veces mientras la penetraba, se agitaba y gemía enloquecida por el enorme placer de sentirse follada por su hijo.

– ¡No, no podemos hacer esto! – de nuevo se movía y sacaba mi polla de su coño para sentarse sobre ella – ¡Me queda muy poco, muy poco! – parecía enloquecida mientras sentía un orgasmo por el roce de mi polla en su coño – ¡Me corro, me corro! – su gemidos se volvieron gritos y sus caderas se agitaban rápidamente – ¡ME CORRO, ME CORRO!

– ¡Sí mamá! – mis manos empujaban sus caderas contra mi cuerpo – ¡Córrete!

Su cuerpo se convulsionaba mientras el placer recorría todo su cuerpo. Movió las caderas y de nuevo mi polla estaba a la entrada de su vagina. No pudo contenerse. Mi glande recorrió rápidamente su vagina y se introdujo en lo más profundo de ella. Se convulsionaba con mi polla clavada mientras mis manos empujaban en su cadera para llenarla por completo. Agitó ligeramente sus caderas y se derrumbó sobre mí, exhausta por el placer y el orgasmo que había conseguido. Su vagina se agitaba como si comiera mi polla que, endurecida en el interior de la ardiente vagina de mi madre, deseaba lanzar todo el semen que contenía mis huevos.

– ¡Me voy a correr! – pude decir antes de sentir el blanquecino líquido recorrer toda la longitud de mi polla.

Ella se movió rápido y saco mi polla de su coño. Se sentó y la dejó aprisionada entre los labios de su coño, los dos miramos el terso glande mientras ella movía sus caderas para acariciarlo con su coño. Un gran chorro de semen se disparó en mi barriga.

– ¡Así mi niño! – su voz mostraba el placer de ver a su hijo correrse – ¡Suelta todo tu semen para mamá!

Más semen salía mientras ella agitaba su cuerpo. Nuestros líquidos se mezclaban, mi semen con la gran cantidad de flujos que había lanzado su vagina. Sus labios vaginales tenían la excitante espuma que habíamos formado en nuestros sexos con el movimiento de nuestros cuerpo. Permanecimos un buen rato abrazados mientras nuestros sexos se acariciaban suavemente unidos por nuestros íntimos líquidos. Ella me sonreía y yo acariciaba su cuerpo con cariño. Aquello que habíamos hecho no era moral ni socialmente aceptable, pero en aquel momento nuestra moral había sido desplazada por el placer del sexo y la sociedad no nos importaba para nada. Habíamos tenido un maravilloso sexo y era lo único que nos importaba.