De nena mala a nena buena

Después de los incidentes que tuvo Malena al asistir ese día a clase, entró muy contenta en su vivienda, utilizando su propia llave.

Al no ver ni escuchar a su madre gritó desde la entrada, avisándola de que había llegado.

¡Mamá, ya estoy en casa!
Como no escuchaba respuesta, volvió a llamar a su madre sin obtener tampoco respuesta.

Supuso Malena que estaba sola en casa, pero observó que un vestido, uno de su madre, colgaba del perchero de la entrada. La extrañó porque su madre nunca colgaba ahí sus vestidos. Acercándose, cogió la prenda, cayendo al suelo unas bragas, las de su madre.

¡Qué extraño!
Pensó nuevamente y más aún al ver unos zapatos de tacón, amontonados de mala manera en el suelo, como escondidos.

¡Estaría su madre desnuda!
Pensó divertida.

Sabía Malena que a su madre, cuando estaba sola, la gustaba pasearse desnuda por la casa y más de una vez la pilló así, sin ropa. Una vez incluso se masturbó la niña viendo cómo unos obreros observaban desde el tejado de una casa vecina a su madre tomando el sol desnuda en el jardín.

En ese momento, en el piso de arriba se despertó Elena, la madre de la niña, y, al ver que Dioni, completamente desnudo, permanecía en la misma habitación muy atento a cualquier ruido, supuso acertadamente que su hija ya había llegado a la casa.

Para alertarla, gritó tan fuerte como pudo, pero un ligero gruñido ahogado por la mordaza escapó de su boca, por lo que empezó a moverse en la cama, botando, para alertarla.

Dioni, al ver lo que hacía, alarmado se dispuso inicialmente a acallarla, golpeándola incluso hasta volver a dejarla inconsciente, pero se lo pensó mejor, que sería un cebo para que la sabrosa niña acudiera, cayendo en sus manos y en su polla.

Abajo, escuchó Malena a su madre y los botes que daba encima de la cama, pero, lejos de conocer lo que realmente sucedía, supuso que estaba follando y, tan excitada estaba, que ni siquiera escuchó a su hija llamándola. No sería la primera vez que pillara a su madre follando con alguien no fuera su padre y la excitó tanto verlo que incluso se masturbó observándolo sin que ella se enterara.

Estaba Malena tan caliente que deseaba ver como se la follaban, pero no quería que se enterara así que temiendo que sus zapatos e incluso su ropa delataran al hacer ruido su presencia.

Así que, sin pensárselo más, en la entrada de la vivienda se desnudó rápido y sin hacer ruido. Se quitó primero los zapatos, luego el polo que llevaba y la falda, para finalmente los largos calcetines, quedándose como su madre la trajo al mundo, completamente desnuda. Además ya tenía ganas de quitarse la ropa y disfrutar de la libertad que la proporcionaba ir desnuda y, si es posible, calentando a los machos.

Como sabía que su padre solía llegar muy tarde, con el fin de incrementar el morbo, dejó las prendas que se había quitado descuidadamente en el suelo y comenzó a subir sigilosamente por las escaleras para ver si pillaba a su madre follando.

A la niña la encantaba ir desnuda, lo que repetía con frecuencia cuando estaba sola en casa e incluso estando su madre ya que ésta, al contrario que su padre, era más permisiva y no la solía decir que se cubriera cuando estaban a solas.

Subiendo por las escaleras no sabía Malena que su madre yacía no solo desnuda, sino también maniatada y amordazada sobre la cama de matrimonio y que Dioni, el bruto que la había violado en repetidas ocasiones, estaba escondido, completamente desnudo y en medio de un subidón de cocaína, con la intención de hacer lo mismo con la niña.

Caminando silenciosamente por el pasillo se acercó Malena al dormitorio de sus padres de donde salía el ruido. No la parecía el ruido normal que había escuchado las otras veces que la pilló follando, pero aun así siguió adelante, picada por la curiosidad.

Asomando una parte de su cabeza por el hueco de la puerta observó a su madre tumbada bocarriba sobre la cama.

Estaba completamente desnuda y maniatada, con sus brazos muy separados y atadas sus muñecas a la cabecera de la cama, y sus piernas bien abiertas y atados sus tobillos a los pies de la cama. Un grueso almohadón estaba colocado bajo sus nalgas, levantándola la pelvis que mostraba, entre sus piernas, un enorme pepino verde metido por el coño.

La miraba la mujer con ojos aterrados, pero no vio a su amante.

Lo primero que Malena pensó fue:

¡Me ha pillado! ¡Vaya bronca que va a caer!
Por lo que retiró asustada su cabeza, y continuó pensando lo que había visto, llegando a una conclusión que resumió en una sola palabra que explotó en su cabeza:

¡Sadomaso!
Y, morbosa, volvió a mirar por el hueco de la puerta para ver en qué consistía el excitante juego sadomasoquista, suponiendo que el que su madre la viera, se sentiría más humillada y aumentaría el placer de ésta.

Tan atenta estaba Malena a su madre que no se dio cuenta que una sombra siniestra se cernía detrás de ella. Dioni, que se había ocultado en una habitación próxima, se acercó por detrás a la niña sin hacer ruido.

La que si se percató fue Elena que, maniatada desde su cama, vio al hombre detrás del cuerpo de su hija, y redobló sus gritos y movimientos.

Observándola el culito prieto y respingón, Dioni no pudo evitarlo y la propinó un fuerte y sonoro azote en una de sus nalgas ocasionando que la sorprendida niña fuera lanzada hacia delante, entrando a trompicones y con sus manos cubriéndose el culo, en el dormitorio donde yacía atada su madre.

Todavía estaba aturdida y sorprendida cuando el hombre la cogió por detrás las tetas, y, acercándosela, la abrazó, levantándola del suelo y exclamó triunfal hacia la madre de Malena:

¡Mira a quien tenemos por aquí! ¡A la putita calientapollas de tu hija! ¡Y viene el caramelito sin envoltorio, listo para que me lo coma!
Las miradas aterradas de madre e hija se cruzaron antes de que el hombre cerrara de una patada la puerta del dormitorio y, sentándose sobre la cama, puso a la joven bocabajo sobre sus rodillas. Sujetándola con un brazo empezó a azotarla con la otra mano en sus nalgas.

Pateaba, se agitaba y chillaba la niña aterrada ante la horrorizada mirada de su indefensa madre mientras el tipo la propinaba uno tras otro fuertes azotes en las nalgas mientras se reía a carcajadas.

Detuvo su azotaina para meter sus dedos entre los labios vaginales de Malena, por el acceso a su vagina, hurgando en ella sin dejar de escuchar los sollozos de la niña.

¡Veamos si eres virgen, niña! ¡Siempre me ha gustado romper el virgo a las vírgenes!
Sollozando no juntó Malena los muslos a tiempo ni con la suficiente fuerza para impedir que hurgara en su sexo.

¡Ay, ay, ay! ¡No me haga daño, por favor, no me haga daño!
Gimoteaba la niña de miedo y dolor notando como, sin ninguna delicadeza, hurgaban en el interior de su vagina.

Sacó Dioni los dedos de la vagina y se los miró sorprendido, volviéndoselos a meter otra vez, sacándoselos a los pocos segundos y, después de mirárselos por segunda vez, exclamó furioso:

¡Será puta! ¡Tan joven y ya la han desvirgado!
Ahora la metió los dedos por el agujero del culo y ahora sí que la hizo daño a la niña que chilló más fuerte.

¡Ajajá! ¡Esta si es virgen del culo! Por aquí no se la han metido.
Exclamó triunfante el bruto y, reanudando los azotes sobre las nalgas de Malena, la preguntó:

¡Dime, putita! ¿Quién te ha roto el virgo? ¿Quién te ha jodido?
Como la niña no respondía, solo chillaba al recibir cada azote, el tipo la volvió a preguntar:

Responde putita si no quieres que te destroce el coño y te cause el mayor dolor que has sentido en tu vida. Dime quién te ha desvirgado. No me mientas que papá pollagorda lo sabrá y será incluso peor.
Pensó rápido Malena que había que dar una respuesta convincente al bestia antes de que cumpliera su amenaza, pero no debía mentir, aunque tampoco decir toda la verdad, como que su padre se la había follado, lo que provocaría un shock todavía mayor a su madre. Además no había sido solo él, sino más de uno los que habían disfrutado de sus encantos, casi siempre en contra de su voluntad.

¡Un hombre en el bosque!
Respondió la niña entre sollozos y no mentía, aunque no fue el primero que se la folló pero si el primero que la violó.

¿Qué hombre? ¿Quién fue?
La volvió a preguntar morboso el bruto.

¡No lo sé, no lo sé! ¡Llevaba una máscara de lobo en la cara!
Al escuchar su respuesta histérica, se lo pensó el hombre durante un instante para a continuación romper a reir con fuerza, dejando de azotarla las nalgas, pero sujetándoselas con fuerza para que no escapara.

¡Que joputa! ¡El lobo desvirgó a Caperucita!
Entre carcajadas la volvió a preguntar, entre divertido e irónico:

¿Ibas tú sola, Caperucita, por el bosque?
Y, al preguntarla, la metió los dedos entre los labios vaginales, y empezó a masturbarla con energía.

¡Sí … sí … sola … y me violó!
¿Y qué hacía una niña virgen y buena como tú sola en el bosque? ¿No estarías buscando que un lobo de polla gorda te desvirgara?
¡Ay … ay … no … no!
¿Te gustó, Caperucita? ¿Te gustó que el lobo te rompiera el virgo?
¡No … no … me violó … me violó!
Respondió la joven mirando angustiada a su madre que, horrorizada, no apartaba su vista del rostro ardiente de su hija.

¡Es una pena porque entonces tampoco te va a gustar ahora!
¡Por favor … ah ah … no … no me haga daño … ah ah … haré … haré todo … ah ah … todo lo … lo que quiera … ah ah … todo lo que … quiera!
¡Seguro que también dirías eso al lobo para que no desvirgara! Pero papá pollagorda va a ser bueno contigo si tú lo eres conmigo. ¿Vas a ser una niña buena, dulce Caperucita, y vas a hacer todo lo que yo quiera?
¡Sí … sí … lo … lo juro … lo juro!
¿Jurar? ¡Me vas a comer la polla, niña!
Y a punto de que Malena se corriera, la dejó de masturbar y, empujándola, la hizo de caer de sus rodillas al suelo.

Tirándola por detrás por el cabello la hizo incorporarse y la colocó de rodillas entre sus piernas, frente a su enorme verga erecta.

¡Cómemela, niña, cómemela! ¡Pero, niña, se buena y nada de morder que te arranco los ojos y me follo tus jodidas cuencas vacías!
La amenazó, acercando sus enormes y deformes pulgares a los ojos de Malena.

Observando fijamente, como hipnotizada, la enorme verga erecta que tenía frente a ella, se asustó la niña contemplando las abultadas venas azules que recorrían el gigantesco y torcido pene que surgía amenazador de una frondosa mata de pelos canosos y enmarañados.

¡Era como una monstruosa y retorcida seta que ahora la obligaban a comerse!

Agarrándola de las orejas, Dioni tiró de ellas, acercando el rostro de la niña a su grotesco cipote.

¿A qué esperas, Caperucita? ¿A que nunca has visto un solomillo tan hermoso como el mío? ¡Venga, cómemelo, nena, cómemelo!
Acercó Malena sus manos hacia la enorme polla como si temiera que ésta las diera un bocado y las engullera. Cogió el miembro con las dos manos como si fuera una palanca más que una polla e inmediatamente perdió el miedo.

¡No la había mordido! ¡Al menos todavía no!
Pensó aliviada y, acercando su boca, la dio un ligero lametón en la punta, como degustando el copioso manjar que tenía que comerse por obligación.

No la resultó el sabor tan asqueroso como pensaba, y le dio otro lametón. ¡Y otro y otro más!

Perdiendo el miedo, comenzó a lamerle la polla, especialmente la punta, pero fue bajando, bajando y subiendo por el miembro, lamiéndoselo.

Se metió un buen pedazo en la boca, ya que no toda la cabía, acariciándolo con sus voluptuosos labios. Restregando sus labios por el pene, lo fue masajeando como una experta, mientras una de sus manos lo cogía y la otra le acariciaba el escroto.

No solo lo había visto en internet y espiado como otras lo hacían, sino que ella misma ya lo había hecho y, aunque no era ninguna experta, era muy diestra comiendo pollas y sus dueños se habían quedado francamente agradecidos.

Mamándole la polla, Dioni se entregó al placer y Malena, aunque ahora podía morderle la polla, estaba segura que sería en vano y el castigo sería terrible, así que continuó comiéndosela como si no hubiera un mañana, sin preocuparse de nada más.

Sus labios, su lengua y sus manos no descansaban y acariciaban cada vez con más energía la polla y el escroto del tipo.

Sintiendo como la verga vibraba como si fuera un volcán a punto de entrar en ebullición, logró sacársela de la boca a tiempo, antes de que eyaculara, y una potente ráfaga de esperma salió despedida por encima de su hombro, embadurnando una de las paredes de la habitación.

Corriéndose, rugió ferozmente el hombre como si fuera el león de la Metro, salpicando también el rostro y pechos de la niña con su semen.

Dócilmente esperó Malena de rodillas entre las piernas abiertas del bruto que tumbado bocarriba sobre la cama, disfrutaba de una de las mejores corridas de su vida.

Al incorporarse, miró primero a la niña, entre agradecido y curioso, y luego divertido a la madre a la que sacó el pepino que tenía metido dentro del coño al tiempo que la decía muy sonriente:

¡Ves, puta, como tu niña bonita no es ni pura ni virgen! ¡Hace la calle y se consigue unos buenos dineritos como puta!
Volviendo su mirada a la niña, la ordenó, señalando con el pepino a Elena:

¡Ahora, cómela el coño a la puta!
Dudó Malena un breve instante pero enseguida, obediente, se levantó del suelo y, poniéndose a cuatro patas sobre la cama, gateó hacia su madre. Metiéndose entre las piernas abiertas de Elena, se tumbó bocabajo y comenzó a lamerla la vulva.

Instintivamente intentó la mujer separarse de su hija pero, estaba tan fuertemente atada, que la fue imposible, así que aguantó los insistentes lametones con los que su niña estimulaba a su clítoris, mientras la metía los dedos por el acceso a la vagina, jugueteando dentro.

En contra de su voluntad, poco a poco se fue también ella excitando y de su sexo fue fluyendo un ligero fluido seminal.

Desde detrás de Malena, Dioni las observaba morboso. Sonriendo perverso a la madre y fijándose como las hermosas tetas de ésta crecían y crecían según se iba excitando. Pero lo que más atraía la atención del bruto era el culo de la niña, sus hermosas nalgas redondas y sonrosadas y, debajo de ellas, sobre el colchón, su jugosa y joven vulva.

Colocó sus manos sobre los glúteos de la niña y, mientras ésta le comía el coño a su madre, él la sobaba a placer las nalgas y, separándolas, observó el todavía inmaculado agujero que se encontraba entre ellas.

Cogiendo un plátano que se había traído de la cocina, le quitó la cáscara y se lo metió poco a poco por el blanco y prieto ano, deshaciendo la fruta y convirtiéndola en una blanda y carnosa pulpa que taponaba el agujero.

Mientras la penetraba el plátano maduro un excitante placer recorrió la columna vertebral de Malena desde su blanco e inmaculado esfínter hasta la nuca que la puso la piel de gallina, pero no por ello dejó de lamer lenta y minuciosamente a su cada vez más excitada madre.

Cada vez la mujer estaba más cachonda, su respiración se hacía cada vez más profunda, sus tetas crecían y amenazaban con reventar, sus pezones empitonados apuntaban al techo como dardos a punto de ser lanzados, su rostro cada vez más arrebatado y un fluido cada vez más denso corría entre sus piernas bañando el rostro y deslizándose dentro de la boca de su calentona hija, hasta que de pronto, la mujer gritó, emitió no uno sino dos gritos. Aunque su boca estaba cubierta con un bozal, los gritos fueron perfectamente audibles por todos. ¡Se había corrido, se había corrido en la boca de su querida Malena!

Carcajeándose el hombre empezó a aplaudir, mirando, entre irónico y morboso, al rostro arrebatado de Elena que avergonzada rehuía su mirada.

Malena dejó de lamerla el coño y, limpiándose la boca y el rostro en el interior de los muslos de su madre y en las sábanas de la cama, esperó dócilmente los deseos que había que satisfacer del bruto.

No duraron mucho los aplausos y carcajadas y, lo mismo que empezaron, acabaron, abruptamente.

Dioni, sin perder de vista las redondas y sonrosadas nalgas de la niña, se acercó a ella y, cogiéndola por las caderas, la hizo incorporarse hasta colocarla a cuatro patas sobre la cama.

Sujetándola por las caderas, se colocó entre las piernas abiertas de Malena, con un pie sobre el suelo y el otro sobre el colchón, y dirigió su verga, otra vez erecta y congestionada, hacia la vulva de la niña. Presionando ligeramente, se la fue metiendo poco a poco hasta que llegó al final, donde se detuvo. Mirando sonriente a la madre, la guió un ojo, y, con la fuerza de sus piernas y de sus glúteos, empezó a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, follándose a Malena. Lentamente al principio e incrementando poco a poco el ritmo.

Temía la niña que no fuera el coño lo que la penetrara, sino el ano y la ocasionara un fuerte desgarro y un mayor dolor, por lo que se sintió aliviada cuando sintió como el cipote del hombre se introducía por la entrada a su vagina. Sintió incluso agradecimiento al hombre cuando la penetraba y disfrutó mientras se la follaba.

Aumentando el ritmo del balanceo, Dioni miraba continuamente a Elena mientras se follaba a su hija. También Malena levantó la cabeza y su mirada se cruzó con la angustiada de su madre, sosteniéndose por unos segundos la mirada hasta que el hombre la propinó un fuerte y sonoro azote en una de las nalgas.

Cogiéndola el cabello por detrás levantó la cabeza a la joven, obligándola a mirar a su madre, mientras no dejaba de follársela y de azotarla las nalgas.

¡Mirala, puta! ¡Mira cómo me follo a tu hija! ¡Ves como la gusta, como la gusta que me la folle!
Sin poder contenerse, los gemidos y suspiros de Malena dieron paso a chillidos hasta que, por fin, alcanzó el orgasmo ante la mirada angustiada de su madre.

También Dioni se corrió dentro del coño de la niña, y, sin dejar de mirar sonriente a Elena, aguantó unos minutos con su polla dentro.

Cuando la desmontó, Malena se dejó caer bocabajo sobre la cama, entre las piernas abiertas de su madre, donde se mantuvo quieta y sin moverse, recuperándose del polvo que la acababan de echar.

Cogiendo Dioni el móvil tomó varias fotos, tanto de Malena como de Elena, incidiendo más en el culo de la primera y en las tetas de la segunda.

Dejando el móvil donde estaba, se subió de pies a la cama y, cogiendo a la niña por los sobacos, la hizo levantarse al tiempo que la decía:

¡Ya dormirás, putita, pero antes tienes que hacer lo que te diga papá pollagorda si no quieres que sea malo, muy malo contigo!
Y, empujándola hacia la cabecera de la cama, la obligó a arrodillarse con la cabeza de su madre entre sus piernas, colocando su empapado sexo sobre la boca de ella, a la que previamente había liberado violentamente de la mordaza.

Satisfecho se bajó de la cama y dijo sonriendo a una Elena a la que no se le veía la boca:

De ti depende, mamá tetas gordas, que no rompa el culo a tu niñita. Si no la comes el coño te la reviento aquí y ahora, encima de ti, así que empieza a chupar y que vea que se corra.
Agarrada con sus manos a la cabecera de la cama, se estremeció Malena y emitió un sorprendido gemido cuando sintió como su madre la lamía el coño.

Carcajeándose, el hombre animó a la madre para que subiera el ritmo.

¡Venga, mamá tetas gordas, con brío! ¡Cómela el coño a tu niñita!
Y, cogiendo con sus manos las tetas de Malena, comenzó a sobárselas, sintiendo cómo los pezones de la niña se endurecían y empitonaban al tiempo que la respiración de ella se hacía cada vez más más profunda.

Cerrando los ojos y con la boca semiabierta la joven disfrutaba de la sabrosa mamada que la estaba haciendo su madre y del reiterado sobe que sometía el sátiro a sus tetas. Sus gemidos y suspiros llenaban toda la habitación.

Subiéndose nuevamente el hombre a la cama, se colocó de rodillas entre las piernas abiertas de Elena y, cogiendo su verga nuevamente erecta, la dirigió a la vulva de la mujer, penetrándola despacio hasta el fondo, y, una vez que no podía avanzar más, se detuvo y, cogiendo por detrás las tetas a Malena, comenzó a follarse a su madre.

Despacio, se la fue follando sin ninguna prisa, disfrutando en cada instante del morbo y la humillación que estaba causando tanto a la madre como a la hija.

Sin soltar las tetas a Malena, solo con la fuerza de sus glúteos, Dioni mediante bamboleos lentos adelante y atrás, adelante y atrás, se fue follando a Elena.

Malena, multiorgásmica como su madre, hacía pocos minutos que se había corrido y ya estaba gozando de un nuevo orgasmo, dando paso a un par de agudos chillidos que ni pudo ni quiso mitigar.

Elena sintiendo como su hija se estremecía y se corría dentro de su boca, dejó de comerla el coño.

Conociendo que la niña ya se había corrido, Dioni, desmontando a la mujer, se incorporó, obligando a Malena a que se tumbara bocabajo sobre el colchón, al lado de su madre, con un grueso almohadón bajo su pelvis, levantándola el culo y colocándoselo en pompa.

Terminando el acomodo de la niña con un fuerte y sonoro azote en una de sus nalgas, que provocó que chillara más excitada que dolorida.

Ahora se dedicó a la madre, a Elena, y, desatando rápido una de las muñecas de ella, la acercó a la otra muñeca, atando con la misma cuerda las dos muñecas a la cabecera de la cama, sin encontrar ninguna oposición por parte de ella.

Utilizando la misma cuerda que había desatado de la muñeca de la madre, ató las dos muñecas de la hija también a la cabecera de la cama.

Le atraía al bruto el culo de la niña y, sentado al lado de ella, continuó amasándolo durante varios minutos, dándole ligeros azotitos de vez en cuando hasta que el color de las nalgas se tornó de un rojo encendido.

¡Que culito más sabroso tienes, Caperucita!
Exclamó Dioni babeando sobre las nalgas de la joven, para continuar diciéndola:

¿Me dejaras comértelo, Caperucita?
Como la niña no se atrevía a responder, el hombre la dio un par de largos lametones en las nalgas.

¡Están para devorarlas!
Gritó, asustando más a las dos hembras, dando un mordisco a Malena en una nalga, provocando que ésta chillara dolorida y aterradas, y Elena gritara angustiada:

¡Déjala, déjala, por favor, ten misericordia! ¡Haz conmigo lo que quieras pero déjala! ¡Ten piedad!
Riéndose Dioni replicó a la madre:

¡Contigo, puta, ya hago lo que quiero y ahora con tu hija haré lo mismo!
Mientras el tipo la lamía y sobaba el culo a Malena, su madre giró su rostro para no ver lo que estaban haciendo a su hija y cerró los ojos, llorando amargamente y en silencio.

Levantándose el bruto, dejó a la niña y se acercó a la madre.

Sentándose a su lado, puso sus manos sobre las tetas de la mujer y comenzó a sobárselas, sintiendo que tanto a la madre como a la hija la crecían las tetas y se las ponía duros y empitonados los pezones cuando más las sobaba.

Sobándola más y más las tetas, Elena se iba excitando cada vez más en contra de su voluntad y, aunque quería disimular ante los ojos de su violador, éste enseguida se dio cuenta de lo que la sucedía a la mujer.

Una de las manos de Dioni dejó de amasarla una teta y se metió entre los empapados labios vaginales de Elena y empezó a acariciarlos insistentemente, aumentando el placer de la mujer. Esta vez fue el clítoris de Elena el que congestionado, incrementó su tamaño, y el hombre lo fue estimulando hasta que, chillando con todas sus fuerzas, la mujer se corrió.

Mientras la mujer disfrutaba del orgasmo que había alcanzado, Dioni la desató los tobillos, dejándola libre las piernas, y, volteándola, la colocó bocabajo sobre la cama, al lado de su hija, permaneciendo tanto una como otra sin moverse, bocabajo como estaban.

Levantándose el hombre, se colocó frente a la cama, a los pies de ésta, y observó los culos, tanto de la madre como de la hija. Los ojos del tipo iban de un culo a otro comparándolos y, mientras lo hacía, su cipote también crecía, erigiéndose majestuoso apuntando al techo.

Las caderas de la madre eran más anchas que las de la niña y sus glúteos más musculosos y abultados, pero tanto el culo de una como de la otra eran muy similares, los dos ideales para ser amasados, devorados y follados.

Colocándose de rodillas entre las dos hembras, palmeó ambas nalgas, una mano en las de la joven y otra en las de la mujer, sobándoselas, probando la textura y firmeza de tan prietas carnes y, propinándolas azotes, comprobó el sonido que emitían y no era precisamente el que emitían objetos huecos. Separándolas las nalgas, observó los anos y el de Elena era, por supuesto, mucho más ancho, lo que era lógico debido a que ya la había enculado y, por tanto, dilatada la abertura. El de Malena era mucho más estrecho, prieto y cerrado como lo que era, virgen, blanco e inmaculado. Se encargaría él de desvirgarlo. De las nalgas, sus manos fueron a los coños de la dos y, metiéndose entre los labios vaginales, comprobó que estaban ambos empapados tanto de fluidos propios como del semen de él. Las tocó el clítoris, cogiéndolo entre sus dedos y ambos estaban hinchados y duros como frutas maduras listas para devorar. Estaba el tipo analizando las carnes de las dos hembras como el chef de un restaurante antes de comprar carnes al carnicero para los clientes de su restaurante.

Cogió su móvil y sacó varias fotos y vídeos de los dos culos. Una vez hubo acabado dejó el aparato de donde lo había cogido y se dispuso nuevamente a la acción.

Eligió primero el de la madre y, separándola las piernas, se colocó entre ellas e inclinándose hacia delante, apoyo sus manos sobre el colchón. Dirigiendo su cipote erecto al ano de la mujer, lo apoyó en la entrada y, presionando, se lo fue metiendo poco a poco por el culo, ante la agitación, gemidos y soplidos de la mujer. Lo tenía ya lo suficientemente dilatado para que la entrara sin problemas y esta vez sí que entró toda la gigantesca verga dentro del cuerpo de Elena, y una vez dentro, empezó a sacárselo, lentamente al principio, para, a punto de sacárselo, volvérselo a meter, una y otra vez, cada vez más rápido.

Como un atleta, en este caso del sexo, su respiración fue acompasada con el ritmo de las arremetidas. Cogía aire al meter la polla en el coño y lo expulsaba al sacarla.

Eran tantos los polvos que había echado, tanto a la madre como a la hija, que no acababa de eyacular por más que se esforzaba en sus embestidas. Viendo que todavía le quedaba a la niña para desflorarla el culo, iba ya a desistir cuando sintió como el placer brotaba de sus entrañas, envolviéndolo. Una vez se hubo corrido, sacó la verga del culo de la madre y se acercó al de la hija que yacía bocabajo sin moverse.

Las suplicas de la madre para que dejara en paz a su hija fueron acalladas por un fuerte azote en una de las nalgas de la mujer y la amenaza que, si oponían resistencia, iba a ser mucho peor.

¡Cállate, puta, si no queréis que os reviente a las dos por dentro!
Escuchó llorar a la hija y luego a la madre, pero, aun así, tenía el Dioni una misión que cumplir: Desvirgar el culo de la niña.

Separándola las piernas a Malena, encontró una cierta resistencia que venció tirando con más fuerza de las rodillas de la joven.

Colocándose entre las piernas de la niña, intentó meterla el cipote entre los dos glúteos pero estaban fuertemente cerrados, y, por más que lo intentaba, no podía vencer la resistencia de Malena, así que, sin dejar de presionar, la amenazó:

De ti depende, putita, porque, hagas lo que hagas, te voy a desvirgar ese culito tan sabroso que tienes. Si eres una niña buena más que daño te causaré placer, pero si eres una niña mala te haré un daño que no olvidarás en tu vida. ¿Qué quieres ser niña buena o niña mala?
¡Buena … niña buena!
Respondió entre sollozos Malena.

¡No tengas miedo, Caperucita, y relaja los músculos que será solo un momento! ¡Ya verás cómo te encanta, como la encantó a la puta de tu madre!
Intentó tranquilizarla el bruto para que no siguiera resistiéndose.

Sin dejar de llorar por miedo a que la hiciera mucho daño el bruto, Malena logró relajar durante un instante los fuertes glúteos que Dioni aprovechó para meter el cipote entre ellos y, presionando sobre el ano de la niña, logró, con gran esfuerzo, ir metiéndoselo poco a poco ante los chillidos de dolor de la niña y los gritos desgarradores de la madre.

A pesar de los fuertes azotes y puñetazos que recibió Elena en sus glúteos no consiguió Dioni hacerla acallar hasta que dirigió su puño contra la cabeza de ella, dejándola inconsciente.

Pasados los primeros centímetros del cipote dentro del culo de la niña, ésta se calló, aunque la abertura era tan estrecha que bastaron tres o cuatro mete-sacas para que el bruto se corriera dentro de los intestinos de la niña.

Tirando de su verga logró el tipo sacársela del culo a Malena. Lo tenía cubierto de una sangre roja muy fluida que, al principio pensó el bruto que la sangre era suya, pero se tranquilizó al comprobar que eran de la niña. La sangre también manchaba las sábanas con un color rojo intenso.

La volteó, colocándola bocarriba sobre la cama. Estaba la joven en un estado semiinconsciente pero aun así no dejaba de estar muy deseable a los ojos del bestia, por lo que, colocándose entre las piernas de Malena, la penetró ahora por el coño, y, cogiéndola las tetas, la embistió una y otra vez, pero, después de tantos polvos, el tipo estaba agotado y su verga no daba más de sí, a pesar de los chutes que se había dado esnifando cocaína.

Así que, a su pesar, dio por finalizada la función. Se levantó de la cama y, después de vestirse, desató a las dos hembras que seguían sin moverse, Malena bocarriba y Elena bocabajo.

Volvió a tomar fotos y vídeos de las dos hembras, sobre todo de la hija que yacía despatarrada como un juguete roto, bocarriba sobre la cama.

Hurgando en los cajones y en el armario, recogió todas las bragas de Elena que encontró y se las llevó, haciendo lo mismo en la habitación de Malena con sus braguitas.

Finalmente, recogiendo sus cuerdas y la mordaza, salió de la casa tan exhausto y con tanta prisa para que no le pillaran, que ni se molestó en cerrar la puerta de la vivienda y la dejó entre abierta.