Eduardo y Sara son hermanos que se tienen muchas ganas

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Me llamo Eduardo, nací en Valencia en un parto múltiple en el que también nació mi hermana melliza Sara. Ella desde pequeña fue mi mejor amiga, íbamos a todos lados juntos, comíamos juntos y casi se podía decir que dormíamos juntos ya que lo hacíamos en cama separadas, pero en la misma habitación. Tener una amiga de juego como ella no estaba pagado con nada, era pura diversión. Ambos éramos inquietos y tremendamente imaginativos. Mi infancia pasó feliz junto a mi hermana a la que quería como a nadie. Siendo mis sentimientos correspondidos de igual manera, para ella no había un amigo mejor que yo. Formábamos un tándem indestructible.

Nuestro dormitorio era muy simple: armario, dos camas y mesa de estudio con ordenador. La pubertad empezó a hacer estragos en mi hermana, la cual empezaba a salirle unos bultitos en el pecho muy simpáticos, su lívido también empezaba a hacer estragos en ella. La veía mirando a los chicos de diferente manera. Como todo ser humano ella empezó a tener conciencia del sexo antes que yo. Y es que como se suele decir ellas desarrollan antes que nosotros, aunque yo también experimentaba cambios en mi cuerpo, mi voz se estaba volviendo más masculina y mi pequeño pene, al igual que mis testículos, también estaban tomando unos tamaños más acordes con esas edades.

Sara era más atrevida e intrépida que yo. Un día encontró escondido en el dormitorio de mis padres un DVD pornográfico, titulado el amor de Gabriela. Aprovechando que mis padres habían salido a cenar con unos amigos, me dijo que la viéramos en nuestro ordenador. Nos metimos cada uno en nuestra cama, nos empezamos a tocar, la protagonista era preciosa, con un cuerpazo que me pareció precioso.

Empecé a tocar mi pene, en lo que sería mi primera masturbación, me estaba gustando tocarme, miraba la tele y vía a la actriz porno recibiendo unos pollazos monumentales, cerraba los ojos y me acordaba de Irene, una novieta que tuve, abría los ojos y miraba de reojos a Sara y su movimiento casi hipnótico de su mano debajo de las sábanas, ella movía sus caderas, casi sin hacer ruido, abría su boca para tomar aire y correrse con un leve gemido. Empecé a gemir fuertemente, era mi primera paja y aquello era brutal, lo más placentero que había vivido hasta ese momento. Sara se levantó y tapó mi boca con su pequeña mano, por temor a que alguien se enterara de mis gemidos, aquello lejos de no gustarme, causó el efecto contrario, me provocó un placer extremo ver a esa mujer de la película porno, mientras mi hermana trataba de someterme para que mis gemidos no salieran más allá de aquella habitación, mi orgasmo fue brutal. Limpié mi corrida como pude con las sábanas.

Recuerdo aquel día perfectamente. El día en que ambos disfrutamos del sexo por separados, en la misma habitación, había sido muy placentero, tanto para Sara cómo para mí. Habíamos descubierto una nueva diversión que nos proporcionaba mucho placer. Aprovechábamos los momentos que estábamos solos para meternos en nuestras camas para masturbarnos. Pocos meses después las sábanas estorbaban y nos desprendimos de ellas. Sara había visto mi polla y yo casi su coñito, hasta que un día en nuestros juegos desaparecieron nuestras ropas.

Pude ver el cuerpo de Sara en su plenitud, era una mujer guapa, de mirada cautivadora, y boca pequeña con sonrisa amplia. Pequeña, de un metro sesenta, delgada, con un cuerpo bien definido. Unos pechos pequeños con unos pezones que parecían dos botones. habíamos perdido el pudor. La pubertad me había traído un crecimiento físico, dejándome con una estatura un poco superior a un metro setenta y dos centímetros, unos testículos más desarrollados cubierto de vello rubio, a ella le hacía gracia ya que parecían de oro. Llegué a alcanzar los dieciséis centímetros de pene, algo que me frustraba a veces al ver esos actores de la película calzando esos pollones descomunales. Las masturbaciones desnudos eran de lo más excitantes.

Aunque nos gustaba la película porno y nuestra actriz favorita, nos observábamos de reojos. Yo, viendo cómo Sara se masturbaba pasando sus dedos por su coñito de arriba abajo por su rajita y haciendo círculos en su clítoris, de cómo pellizcaba y magreaba los botones de sus pechos. Su mano aceleraba a medida que llegaba a su orgasmo, abriendo su boca para tomar aire y emitir un leve gemido. Mientras yo lo hacía intentando gemir con las manitas de mi hermana tapando mi boca.

Un día estábamos los dos desnudos, en una cama visualizando las escenas de la película porno en nuestro ordenador. Sara estaba boca abajo a los pies de la cama y yo de rodillas, ella se masturbaba mientras yo hacía lo propio, tenia una visión perfecta de la película y de su pequeño culo, redondito con unas mínimas caderas y ligeramente realzado, lo miré y vi debajo de su delineada rajita de su culo sus deditos jugando con su coñito. Si la peli era excitante ver a Sara tenía tanto o más morbo.

Mi posición era perfecta, estábamos a punto de conseguir nuestros orgasmos, llegando yo primero y eyaculando con gran fuerza, un buen chorro salió de mi polla manchando su zona lumbar, a ella el calor de mi líquido seminal, le provocó un extra de excitación y acabó corriéndose diciendo que le gustaba sentir mi semen caliente en su espalda. Me animé a restregarlo por su zona lumbar a modo de masaje. Fue la primera vez que me corrí sobre ella, y a ambos nos gustó. A partir de aquel día mis corridas serían en su espalda para después masajearla con mi líquido seminal.