La dulce venganza

—Tranquila, cariño… Vengo en son de paz…

Ahí estaba de nuevo, la muy cínica de Margarita, sentada frente a mí, a la hora del almuerzo. El estomago se me revolvió con su sola presencia, creía que no la volvería a ver, pues no había ido a trabajar por algunos días. Yo había asumido que su ausencia se debía a que se había marchado, huyendo por temor a las represalias, pues me había traicionado de una manera muy vil, sirviendo de cómplice de aquel tipo que había abusado de mí.

Había pensado en mil formas de matarla, tanto a ella como al sujeto que me había vejado de aquella manera tan artera. Al final de cuentas había logrado liberarme, pero cuando el daño ya estaba hecho. Había conseguido darles un buen par de golpes que los habían dejado fuera de combate, pero eso, ni por asomo, lavaba la afrenta. Yo había jurado que me vengaría, de un modo o de otro. Y ahora estaba sentada frente a mí la tipa que me había inmovilizado mientras su compañero abusaba de mí.

—¡Qué demonios quieres?

—Es que yo no creí que fuera capaz de llegar tan lejos… Yo estaba tan borracha o drogada que no sabía lo que hacía.

—¡Borracha y drogada? ¡Te ponía demasiado cachonda la idea de que tu noviecito me violara, que no solamente no hiciste nada por ayudarme, sino que le ayudaste a que cumpliera sus propósitos!

Yo notaba en Margarita un verdadero arrepentimiento. Su rostro daba pena. El golpe que yo le había propinado le había fracturado la nariz, por lo que sus inasistencias al trabajo estaban justificadas por motivos médicos. Se veía maltrecha, sus ojos seguían amoratados y lucía un nada estético vendolete nasal. Ahora que estaba de regreso, me buscaba para ofrecerme disculpas y alguna clase de compensación.

—Bien, te escucho… —Le dije tras sus ruegos, conteniéndome para no volver a golpearla.

Me expuso su plan su plan. Escuché su propuesta con atención, aunque con algunas reservas y le dije que lo pensaría. Después de mucho darle vueltas, acepté. Y ahí estaba yo de nuevo, una semana después de aquel desagradable evento. Esperando a la hora y lugar indicados, tal vez pecando de ingenua, por confiar en alguien que ya me había traicionado.

Tras llamar un par de veces, Margarita abrió la puerta de su casa. Se veía agitada, señal de que el plan estaba en marcha. Subimos con cautela las escaleras que conducían a su habitación. El corazón me latía con fuerza, por si las dudas, oculto entre mis ropas, mi desconfiada mano mantenía empuñado un instrumento punzo-cortante.

Cuando entré a la habitación, me encontré con un cuadro un tanto bizarro. El tipo con el que había tenido el desafortunado encuentro estaba ahí, sobre la cama, de espaldas a nosotras, con sus brazos atados a la cabecera, las piernas estaban en igualdad de condiciones, estaba semi-arrodillado, con algunas almohadas bajo su cuerpo que le ayudaban a mantener el culo en pompa.

—Ya llegó la pizza, corazón… —Le notificó Margarita, fingiendo una voz entre melosa y chillona—. No te preocupes, ahorita que termine contigo va a seguir tan calientita como lo estoy yo ahora.

El tipo murmuraba algo, pero tenía una bola sujeta a una correa metida en la boca. Margarita me entregó un juguete, de esos que consisten en un consolador sujeto a unas correas y me indicó que me lo pusiera. Ya los había visto en algunos videos, pero nunca había usado alguno. Mientras intentaba ponérmelo, mi cómplice se fue acercando a su pareja.

—Amorcito, te aseguro que esto que te tengo preparado, lo vas a disfrutar como nunca… Pero levanta muy bien tu colita para que te la pueda mamar a gusto, mi rey.

El tipo le hizo caso, elevó su trasero para que Margarita tuviera un mejor acceso a su pene, que pronto comenzó a lamer y a chupar en conjunto con sus testículos. Su lengua ocasionalmente se aventuraba por el perineo, pero sin llegar a tocar el ano.

Yo estaba tardando demasiado en ponerme el juguetito, pero mi calentura se había elevado a grandes temperaturas al ver las evoluciones de mi otrora amiga, o amiga a prueba. Ella me hizo señas con uno de sus dedos para que me acercara. Lo hice, y pude ver en primera fila cómo su lengua traviesa degustaba esa zona detrás de los testículos que está muy cerca del orificio anal al que de pronto se aventuró. Su amigo respingó al recibir la lengua de Margarita en esa zona. Y pronto comenzó a incursionar más en esa zona, arrancándole suspiros a su amante.

—Vaya, no sabía que te gustara tanto que jugaran con tu agujerito…

Margarita me hizo señas para que yo también le lamiera el fundillo a su amante, a lo que me rehusé en rotundo, haciendo cara de repulsión. Ella continuó entretenida jugueteando con su lengua en ese mismo lugar.

—Si te gusta que juegue con la lengua en tu hoyito, supongo que no te molestará si hago lo mismo con un dedito, ¿verdad?

De nuevo, me hizo la invitación para que fuera uno de mis dedos el que intentara meterse por aquel agujero. Yo negué con la cabeza y no tuvo más remedio que ser ella la que usara sus dedos ensalivados, primero uno y después dos, siempre animada por los suspiros “in crescendo” de su amante.

—Huy, que sorpresa descubrir que te gusta tanto que jueguen con tu tesorito… Pues te tengo una sorpresa a ti también… Invité a alguien para que también juegue con él.

Entonces me animó a que me subiera a la cama y ocupara mi posición a la retaguardia de aquel individuo inmovilizado en la cama. Él no se había percatado de mí, giró su cabeza intentando averiguar de quién era la presencia ajena en la cama, pero su posición no le permitía tener una clara visión de mi identidad. Margarita dio una par de salivosos lametones al ano del hombre y luego hizo lo propio con el consolador que yo llevaba ya atado a la cintura.

—Bueno, lo que pase de aquí en adelante sólo es cosa de ustedes… Yo me retiro, antes de que se enfríe la pizza; cualquier cosa, voy a estar allá abajo viendo la tele…

Antes de marcharse, se acercó a murmurarle algo al oído:

—Que no se diga que no cumplo tus caprichos, ¿eh?… Tanto que me estuviste pidiendo que te la volviera a traer para coger de nuevo… Pues ahí la tienes, no exactamente donde la querías, pero ahí la tienes…

Después, se acercó a mí y depositándome un suave beso en los labios susurró:

—Suerte, corazón…

Y se marchó como si lo que fuera a suceder en ese lugar ya no fuera su responsabilidad.

El tipo se movía inquieto, intentando liberarse de sus amarras. Yo coloqué ambas manos sobre su trasero, para aquietarlo mientras intentaba dirigir el instrumento plástico hacia mi objetivo. En cuanto logré apuntalar un poco, de un solo golpe de caderas se lo incrusté hasta el fondo. El gritó que profirió hubiera sido más sonoro si su boca no hubiera estado bloqueada. El consolador no era ni muy largo, ni muy grueso, pero cualquiera hubiera rogado por un poco más de lubricante antes de recibir semejante estocada sin la menor muestra de aprecio.

Comencé a moverme, embistiéndolo sin miramientos, igual que él había hecho para conmigo. El tipo se quejaba, protestaba, era claro que no le gustaba para nada estar del otro lado. Yo seguía en lo mío, incansable, espoleada por el rencor que se albergaba en mi corazón, el sudor y el llanto se confundían en tal acto de catarsis, que a pesar de todo, me parecía hueco, vano… Yo no estaba disfrutando, puesto que usaba como intermediario un instrumento artificial que no me producía placer alguno, ni siquiera una sensación táctil de que estuviera penetrando algo. Esa era una gran desventaja con respecto a lo que había sentido él cuando me había violentado.

Después de un rato de salvaje mete-saca, lo escuché quejarse fuertemente y lo sentí temblando de manera violenta. Me detuve en seco, temiendo haberle causando algún daño grave. Me retiré de inmediato, solamente para constatar que su reacción se debía a que el muy canalla se estaba viniendo, desde mi perspectiva podía apreciar con claridad cómo todavía su pene seguía expulsando algunos chorros de esperma sobre la cama con cubierta plástica.

—¡Ja, ja, ja!… —Fue lo primero que escuché que salió de su boca cuando le quité la bola que la obstruía. Tenía razón, el muy cabrón estaba disfrutando de lo lindo mientras me lo cogía con el consolador.

—Qué rica cogida me diste, corazón… Esa rabia que traías encima hizo que le pusieras una enjundia muy especial… Te lo agradezco de verdad, pocas veces había gozado tanto con ese juguetito… Ahora, si eres tan amable, quítame las correas y háblale a Margara para que sigamos disfrutando de la calentura que tu vengancita me ha dejado encima… A menos… Que quieras que le sigamos solos tú y yo… Que por mí no hay problema, me encantaría volver a meterte la verga por todos tus agujeritos, igual que la vez pasada.

¿Que si estaba indignada? ¡Por supuesto que lo estaba! No pude evitar soltar los lagrimones a causa de mi frustrado desquite.

—¡Ay, la nena está llorando!… ¡Ja, ja, ja!… ¡Si no quieres que sigamos cogiendo, entonces vete a lloriquear a otra parte y háblale a la Margara que yo sí quiero seguir cogiendo!

Me quité el arnés y con él en la mano me encaminé hacia la puerta, toda llorosa y presa de una frustración como no había sentido jamás. Pero, en cuanto toqué la perilla de la puerta y ante las burlas del tipejo, que ahora imitaba burlescamente mi llanto, decidí dar un golpe de timón a los acontecimientos.

Aseguré la puerta e incluso la atranqué con el respaldo de una silla. Volví sobre mis pasos, con una seguridad pasmosa, me trepé a la cama hasta susurrarle al oído:

—Está bien, la noche es joven y podemos seguir cogiendo hasta el amanecer… ¿Te agrada la idea?

La sonrisa que me devolvió era signo inequívoco de que le encantaba la propuesta que llegaba hasta sus oídos.

—En vista de que te encanta que te la metan por atrás, para seguir haciéndolo, necesito que lo lubriques muy bien con tu saliva —le dije, ofreciéndole el consolador para que se lo llevara a la boca.

—Lo haré, si lo haces tú primero… —Me retó, con una sonrisa socarrona.

Era impensable que yo lo hiciera, después de que aquel consolador había estado embutido en las entrañas mierdosas de semejante sujeto. Pero era tal mi ansia de revancha, que era capaz de todo con tal de poner a funcionar mi plan. Así que poniendo cara de viciosa, me llevé a la boca aquel consolador embarrado de heces para ensalivarlo. Cuando lo saqué de mi boca pude ver unos hilillos de baba que se estiraban desde mi boca hasta el instrumento plástico.

—Tu turno…

El tipo sonrió y recibió el consolador en su boca, chupándolo y ensalivándolo. Yo lo metí y saqué varias veces de su boca, él parecía encantado con la acción. Aproveché cuando más emocionado estaba para hundirlo hasta su garganta, cuando él pretendió reaccionar ya era demasiado tarde y como pude aseguré las correas del aparatejo atándolas en su nuca.

El sujeto intentaba pronunciar palabras que no me esmeraba demasiado en tratar de descifrar. El caso era que tenía el consolador insertado por entero en la boca y perfectamente asegurado con las correas para que no abandonara su sitio. Completamente dueña de la situación me aposté en ancas de mi inmovilizado corcel, acariciándole el trasero que yo ingenuamente había creído profanar como fruto de mi venganza.

—Tranquilo, “mi amor”; que todavía falta lo mero bueno…

Me unté su semen en una de mis manos, como si de una crema se tratara. Extendí mis dedos pretendiendo unir las puntas y comencé a pugnar con introducirme en aquel orificio que hacía rato estaba bien dilatado, aunque sabía que no lo estaba lo suficiente. Estaba dispuesta a todo con tal de lograr mi venganza, así que llevé mi lengua a aquel orificio y comencé a hurgar con ella en sus adentros y contorno, ayudándome con los dedos ensalivados. Fui tanteando gradualmente, metiendo un dedo, luego dos, al rato eran tres. Cuando finalmente conseguí meter cuatro supe que estaba cerca de mi meta. Así que haciendo rotaciones continuas, lamiendo y escupiendo para lubricar y dilatar, fui introduciendo el quinto dedo poco a poco, como lo hace una pija que se va hundiendo entre la beta de la madera, ayudada por el orificio guía, pero sobre todo, por su rosca.

Él no podía hacer demasiado por impedir mi accionar, aunque notaba la desesperación en sus movimientos que yo tenía que luchar por contener. Pese a las dificultades, mi mano fue avanzando, lentamente, a cada milímetro que se introducía, el tipo hacía acuse de recibo intensificando sus gritos. Parecía ser que la parte más dolorosa fue el paso de mis nudillos, cuando, finalmente, sentí su ano apretando mi muñeca, el tipo pareció disfrutar de un remanso de tranquilidad, como habiendo superado la parte más difícil.

Yo también tomé un descanso, pues estar del otro lado no representaba ningún día de campo, tenía sus complicaciones. Me quedé contemplando la estampa, era digna de recordarse, mi mano parecía amputada, desaparecida por entero dentro de los intestinos de ese fulano. Me dio risa cuando vino a mi mente ese pensamiento: “Acabo de convertir su anillo en una pulsera”…

Hasta mis oídos llegaban los quejidos continuos de ese individuo que minutos antes se burlaba de mí. Definitivamente, no lo estaba disfrutando y ahora era en serio. Recordé que a esto en inglés le llamaban fisting y entonces empuñé mi mano, hice un par de amagos por sacarla y mi víctima respingó. Luego comencé a girarla lentamente de derecha a izquierda, luego al contrario y el sujeto reaccionó nuevamente.

Se quejaba, negando con la cabeza, yo interpretaba aquello como una petición de clemencia, que por supuesto, no estaba dispuesta a otorgar. Empecé a combinar el movimiento rotatorio con otro, en el que pugnaba por internarme más profundamente en aquel orificio que ahora sí estaba segura de haber profanado, al menos en cuando a dimensiones se refería.

Tuve un poco de compasión con él y para brindarle algo de consuelo, mientras una de mis manos se internaba cada vez más adentro de sus intestinos, la otra, acariciaba cariñosa su miembro erecto, masturbándolo, ya con suavidad, ya con intensidad. Luego recordaba que aquello era un castigo y mi mano abandonaba su pene para apretujarle los testículos, estiré su escroto hasta alcanzarlo con la boca, lo chupé y lo mordí, luego hice lo propio con un testículo, lo chupaba, metiéndomelo entero en la boca y después lo mordía; luego hacía lo mismo con el otro, arrancándole verdaderos alaridos cuando le hincaba el diente.

Me desentendí de su escroto y de sus testículos y seguí con mi incursión hacia el interior. Comencé a juzgar que había sido demasiado severa con el castigo cuando mi antebrazo estaba ya casi entero en sus adentros. Pero la curiosidad me dominaba y me hacía preguntarme si podría meter mi brazo entero. Me imaginaba hundiéndolo hasta el hombro y acariciando con mis dedos el consolador que tenía insertado en la boca. Sin embargo, me fue imposible avanzar más. Mi otra mano sintió la acuosidad que su semen había arrojado al eyacular nuevamente. Después de eso, su miembro se volvió completamente flácido. Ya no se escuchaban quejidos. El tipo había perdido el sentido.

Retiré mi mano, ¡no!, “mi brazo”, de aquel orificio que había alcanzado dimensiones nunca antes vistas, al menos por mí. El tipo derrumbó su peso muerto sobre sí mismo. Mi antebrazo tenía una película particular, fruto de las mucosidades y el excremento, propios del sitio donde se había alojado. Advertí algunos rayones rojizos, evidencia de que le había provocado alguna suerte de desgarro. Decidí no asearme, necesitaba llevar esa huella conmigo como evidencia de mi venganza. Antes de marcharme jugué un poco a abrir aquel ano expuesto, haciendo fuerza con ambas manos y mirando sus profundidades. Escupí un par de veces en sus adentros, como quien lanza una piedra al fondo de un foso a la espera de darse una idea de su profundidad.

Salí de la habitación, sonriente; Margarita no estaba por ninguna parte, me encontré una nota donde decía que había tenido que salir. Cuando caminaba con lentitud por la calle, con una cara de satisfacción que no podía ser provocada por el sexo por sí solo, recordaba las líneas con que yo le había respondido a Margarita en su nota.

“Gracias por todo, ‘amiga’ (lo eres nuevamente)… Creo que tendrás que ponerle un consolador más grande a ese juguete que usas con tu amigo.

Besos.