Las mucamas con mucho que aprender
Rei ojeaba unas notas mientras Maia pasaba el rato aburrida en un sillón muy cerca de él. Danna había demostrado ser una excelente cocinera y se dejó ver los días siguientes luego de su liberación. Maia se enamoró perdidamente de sus comidas, después de todo Rei no era muy bueno con eso y ella jamás había tocado una sartén. Se había adaptado rápidamente, ganó peso logrando una figura mucho más sensual y se la veía más feliz. Era dueña de la cocina como Rei era dueño de la tienda y Maia dueña de todo, incluyéndolos. Se sentía muy bien ser útil en algo, le pareció que había desperdiciado su vida tantos años en ese sótano sin hacer nada. Además, muchas veces tenía verdaderas ganas de tener sexo y Rei o Maia la complacían y eso era algo que siempre había soñado, el sexo era lo único importante en su vida desde que nació y muy pocas veces había sido satisfecha realmente, siempre era la que hacía sentir bien a los demás. De a poco su mentalidad estaba cambiando.
Luego de hacer un rico flan de chocolate lo sirvió frente a Maia que, ansiosa, se acomodó en el sillón y comenzó a devorarlo. Abrió las piernas para que Danna hiciera lo mismo con su coño. La cocinera, sonriente, decidió jugar un poco.
—Oh, no puedo, tengo un pastel en el horno y necesito concentrarme.
Maia la observó con una cara entre irritada y decepcionada pero decidió tragarse su orgullo y juntó sus piernas.
—Está bien. Hazlo y más vale que esté delicioso.
—Cuando termines eso podrías venir a supervisarme a la cocina.
Le indicó mordiéndose el fino labio inferior. La chica pequeña la observó sin inmutarse y se llevó una gran cucharada de flan a la boca.
—Te estás acostumbrando muy rápido a las libertades que te dimos —le advirtió la chica, seriamente pero Danna ya la estaba conociendo y sabía que estaba jugueteando.
—¿Luego podrías hacer que me acostumbre un poco más? —le replicó la cocinera arrugando un poco el borde de su falda.
—Antes de que dejen la cocina hecha un desastre otra vez y yo tenga que ponerme a limpiar les cuento una cosa. Hoy vino un muchacho, poco más que un adolescente, y compró dos vestidos para mujer.
Rei señaló a un costado. Eran dos vestidos de mucama.
—Tenemos que ir a llevárselos. Al parecer tiene dos prisioneras.
—Qué cerdo —comentó Maia comiendo otro bocado de flan.
—¿Dos? ¿Hay gente que puede permitirse más de una? —preguntó Danna que hasta el momento había pasado por manos bastante empobrecidas.
Rei y Maia la observaron con dulzura. Era una muchacha inocente que poco sabía de las cosas.
—Hay gente que tiene miles —le explicó Rei como si fuera algo normal.
—Esos sí que son unos cerdos —dijo Maia dejando a un lado el plato de su postre terminado —. Pero todavía no puedo permitirme apoderarme de esas personas. Empezaremos por este niñato y me ayudarás, Danna.
—¿Yo? ¿Qué podría hacer yo? Sólo se cocinar.
—Y coger —le recordó Maia acercándose a acariciarle la cintura.
—¿Y cómo ayudaría eso en este caso?
—Déjame todo a mí. Les recordaremos a esas dos que son mujeres. Rei, danos la dirección y los trajes, haremos la entrega.
Iván era un joven con mucha suerte que todavía no había entendido bien el significado del esfuerzo y el trabajo duro. Su padre había sido un buen hombre, muy adinerado, que había amansado una fortuna gracias a negocios inmobiliarios. A pesar de los cambios en la sociedad, él se había negado a vender a su familia y tampoco lo necesitaba, con su trabajo era suficiente para darles una buena vida. Se había casado con una mujer mucho más joven que él y había tenido dos hijos, Iván y su hermana Yanina. Hacía poco tiempo su padre había fallecido por insuficiencia renal e Iván terminó siendo el hombre jefe de familia antes de tiempo. Con lo cambios en la sociedad, el muchacho, ambicioso, no dudó en apoderarse de los derechos sobre su madre y su hermana, además de todos los bienes de su familia. Sin embargo, por no saber administrarse, Iván poco a poco iba dilapidando el dinero que le había quedado. Además de que, aburrido, no sabía con qué entretenerse.
—Mami —preguntó el muchacho sentado en una banqueta mientras esperaba que su madre preparara la comida.
—Dime, hijo.
—Mi pito tiene ganas de sentir algo rico —expresó dibujando círculos con su mano derecha sobre la mesa y haciendo un puchero con sus labios.
Su madre se dio vuelta para observarlo con ternura. Ana era su nombre y ella amaba a sus hijos. Tuvo la suerte de haber encontrado a su difunto marido, Héctor, quien a pesar de los cambios sociales que estaban ocurriendo no la tomó como una esclava sino como una esposa. Entre tanto maltrato ella vivió en un hogar cálido y acogedor, criando a sus hijos con mucho amor. Sin embargo, con la preocupante pérdida de su amable esposo no le quedó otra opción más que alentó a su hijo Iván a hacerse cargo de la familia, si no había un hombre para hacerse cargo de ellas terminarían los tres siendo prisioneros de alguien más y eso no podía permitirlo. Así que convirtió a su hijo en un dulce niño mimado con dinero. Ella haría con su pene lo que él quisiera.
Se acercó a acariciar su espalda y su cabello.
—¿Qué le ocurre a mi bebé? —preguntó Ana sonriente. Era una mujer joven, no llegaba a los cincuenta y estaba muy bien arreglada, con un cuerpo cuidado y un largo cabello platinado bien peinado.
—¿Puedes chupármelo? Necesita un poco de afecto.
—Oh, mi vida —Ana se derritió ante el pedido dulce y avergonzado de su hijo. Se arrodilló ante él, le bajó los pantalones con cuidado y metió su verga semierecta en la boca.
El cambio le había venido bastante bien pues ella era una mujer en la cúspide de su necesidad sexual y si difunto esposo era un hombre muy ocupado que la satisfacía cuando podía. Desde que Iván empezó a usarla para saciar su apetito ella tenía horas y horas enteras de sexo muy excitante por día. Le encantaba mimar a su hijo en todas las formas y nunca se había entregado tanto al amor como lo había hecho con él. Para ella él nunca la maltrataba, nunca la usaba, nunca violaba. Ella se había creado su propio mundo de fantasía donde hacer el amor con su hijo era lo más sagrado y divino del mundo.
Se la chupo mucho tiempo, tanto que empezó a sentirse olor a quemado. Ivan disfrutaba mucho del sexo oral de su madre, era lo que mas le gustaba, tenerla horas ahí con su boca ocupada con su miembro y luego de un buen rato acabarle en la cara y en esas grandes tetas que tenía. El muchacho, contento, se sostuvo con sus delgados brazos de la mesa, apretando con fuerza y sintiendo las lamidas tibias y húmedas de la lengua de su mamá.
—¿Por qué hay tanto olor a quemado?
Alana era la hermana menor de Ivan y era muy parecida a su padre. Había sido una chica inteligente y emprendedora y Héctor la había incentivado a eso, sin embargo, ella no había tenido tanta suerte como su madre y su hermano. Ella quería mucho a su padre y le dolió tanto su pérdida en un momento tan complicado de su adolescencia que se refugió en la soledad y la desolación de su cuarto, la música y sus pensamientos. Eso hasta que su madre comenzó a dejar que Iván hiciera lo que quisiera y desde entonces él abusaba de ella como se le antojara. Ella sabía que no podía hacer nada contra eso pues así eran las cosas y había que aceptarlas pero su padre nunca hubiera permitido ese comportamiento, la hubiera defendido. Ella solo quería sufrir y llorar en paz hasta que su cerebro madurara y pudiera pensar en otra cosa que no fuera la muerte y el dolor. Pero el pene de su hermano en la vagina a diario le recordaba que él controlaba esas dos variables.
Y con ella no era amable y cariñoso con su madre. Para nada, era despiadado, la maltrataba, la golpeaba, la sometía e insultaba con todas sus fuerzas. Ella odiaba el sexo, nunca quiso hacerlo, no comprendía que tenía de bueno pues desde sus inicios siempre había sido doloroso, repugnante e incómodo.
—Madre, ve a ver que se quema la comida —le dijo Iván cambiando de golpe su actitud y su voz delicada a una más dura. La desprendió de su entrepierna y se levantó de la banqueta mientras Ana se incorporaba y continuaba con sus tareas domésticas como si nada. El chico se acercó a su hermana quien retrocedió unos pasos.
—Iré a mi cuarto —intentó decir la chica.
—No.
Iván fue rápido, brutal y aplastante. La abofeteó con fuerza, la barrió con sus piernas hasta hacerla caer al piso y una vez ahí empezó a desnudarla.
—¡¡No, no, NO! ¡Iván, basta, no por favor, somos hermanos y lo sabes! ¡Sabes que papá no lo permitiría! ¡Déjame, me duele, me haces mal las tetas!
Él mordisqueaba sus pezones con fuerza mientras le aplastaba la cabeza contra el suelo con una mano y la desnudaba con la otra, medio rompiendo sus vestimentas. Ella hubiera querido no ser tan débil, ser más sumisa como su madre, después de todo la actitud de su madre hacía que Iván fuera más bueno con ella, pero no podía. Simplemente no podía entregarse a él había algo en su mente que siempre le recordaba que eso estaba mal. Su hermano forcejeó para voltearla y ella intentó zafarse pero no pudo, la tristeza la mantenía paralizada.
La puso boca abajo, le abrió las nalgas con las manos y sin mucha preparación le metió la vara en la vulva con fuerza y profundamente.
—¡Ay me duele, me duele mucho, hermano, por favor, déjame, me lastimas mucho!
—Cállate, hermana, ¿de que forma vas a estar mejor que así? Estás cogiendo con tu hermano mayor, nadie te ama como yo y tu no puedes amar a nadie más que a mí.
—Está bien pero hazlo despacio, me vas a romper.
Sin importarle, el joven siguió moviéndose a una gran velocidad, metiendo su tranca limpiamente en la raja de su hermana, haciéndole fluir jugos mezclados con sangre por el interior de sus piernas.
—¡Ay, ay, ay! ¡Mamá, por favor, necesito que me ayudes, Iván me va a matar!
—Ay, chicos, no jueguen tan rudo —les dijo Ana sonriente intentando salvar la tortilla que se le pegaba.
En ese entonces un cristal estalló y por la ventana empezaron a meterse Maia y Danna, ambas con el disfraz de mucamas que Iván había encargado a Rei.
—Parece que este chico tiene energía —comentó Maia furiosa, tronándose los nudillos.
—¿Qué vas a hacerle? —preguntó Danna conociendo la fuerza de Maia. No dejaba de impresionarla la gran fuerza de la chica y le recordaba todo el tiempo su rescate. Se veía muy sensual la pequeña con ese vestido.
—Nada en comparación a lo que él está haciendo.
Maia corrió y lo embistió. Iván las había visto entrar pero estaba tan sorprendido que no había podido reaccionar. La chica lo tiró a un lado boca arriba, le dobló los brazos hasta sostenerlos juntos con una mano, apoyó su otra mano en el delgaducho estómago de él y empezó a frotar sus panties sobre ese pene tieso y lleno de jugos vaginales de la hermana. El muchacho se retorció de dolor al sentir que pasaba de frotar una superficie tan suave como la tierna vagina de Alana a sentir la dura tela de poliester.
—Grrrrr, au —gruñó de dolor intentando aguantar y acomodar sus ideas.
—Nada de quejas. Recién empiezo. Voy a hacer pedazos esa verga con mi vagina y te va a gustar sentir como parte en dos tu glande de tanto sexo.
Con maestría, Maia comenzó a mover su cadera para darle lugar al pene de Ivan entre las ropas apretadas hasta que se metió por entre la tela y la carne y penetró la vagina hasta el fondo.
—¡Ohhh! —Iván no sabía si le había gustado o le había dolido tanto que ya no sentía su pito.
—¡Ahhh! —gimió con potencia Maia mientras empezaba a sacudirse con fuerza sobre él.
Ana, inmóvil, no sabía que hacer ante esa situación pero le molestaba algo en lo profundo de su ser el ver como estaban violando a su hijo. Alana, muy sorprendida, se abrazó a Danna quien fue a levantarla.
—¿Q-quienes son ustedes? —preguntó.
—Veníamos a entregar un pedido. Pero parece que nos llevaremos algunos trofeos. Soy Danna, ten, ponte algo de ropa mientras Maia termina con él.
—¿Qué le hará? —cuestionó Alana mientras buscaba sus bragas.
—Ja, que no le hará —comentó sonriente Alana.
Maia soltó los brazos de Iván y lo amordazó con la mano, presionando su mandíbula contra el suelo y haciéndola crujir varias veces. El muchacho empezaba a sentir el dolor caliente sobre su cuerpo y a quejarse en voz cada vez más alta.
—¡Ah, aaah, AAAAAH!
—Mmm, me fascina cuando jadean, dame más, bebé, gime más para mami. ¿Que tal? Te gusta que mami te monte ¿verdad?
Iván se revolvió monstruosamente en el suelo intentando frenar el descomunal orgasmo que había tenido llenando las entrañas de Maia con semen. Y ella no paraba.
—Muy bien, así me gusta, dale más lechita a mami —se burló Maia mordiendose el labio mientras sentía caer el semen por sus muslos. Hacía rato necesitaba sacudir el culo como lo estaba haciendo.
El chico ya no quería más de eso y Ana empezaba a quejarse desde la cocina, intentando frenar eso.
—¡Deja a mi hijo en paz!
—No se preocupe, señora, la compra de los dos vestidos incluye este servicio especial, verá como su nenito se hace todo un hombre
Maia no dejó de brincarle arriba hasta que los gritos de Iván ya eran desgarradores. Un último mal salto lo dejó llorando e incluso Maia se levantó algo dolorida.
—Creo que se me fue un poco la mano.
—No lo creo, me parece que necesitaba alguien que le saque bien las ganas —la consoló Danna.
—Cada día me caes mejor, chica. A partir de hoy ustedes tres son de mi propiedad y no admito quejas al respecto. Busquen lo que aprecien y quieran llevarse esta casa y se vienen conmigo. Van a aprender de verdad el significado de la palabra familia con una matriarca como yo a la cabeza.
Y, tironeando de la pierna desvaída del pobre Iván que lloraba en el suelo, emprendió el camino de regreso a la tienda con Danna, Alana y Ana siguiéndolas por detrás con muchas incógnitas aún sobre la fuerte y pequeña Maia.