Le entrego mi culo al electricista

Este relato es una continuación a «Los feos también cogen rico», lo puedes encontrar en mi perfil.

Empiezo este relato con una lectura que me causó mucha risa ya que me considero «un poquito narcisista». Me resulta gracioso la forma en la que algunos nos ven.

«¿Es bueno que tenga relación íntima con una narcisista?

No te lo recomiendo por un tema energético. Si haces la pregunta y ya estás informado sobre el trastorno, me imagino que sabes con la mala calaña (tóxica) que te estás metiendo y le estás tratando de buscar el lado bueno a estos seres pero, hasta el sexo con el tiempo cambiará, te defraudará y dañará. No le resultarás un desafío, recuerda que son cazadores y si tienen seguro que se pueden acostar contigo cuando les plazca dejará de tenerte ganas, lo verá aburrido, poco apetitoso y buscará algo nuevo o desechado que ahora le pueda ser más desafiante. Además cada vez que te acuestas con narcisistas te chupan tu energía, literalmente se la llevan y se nutren de eso».

Ahora si, el relato.

Estaba oscureciendo al llegar a mi condominio. Había pasado toda la tarde con mis compañeras de estudios con las que estuve dando vueltas por el centro de la ciudad en el automóvil de una de ellas, visitando varios Mall y comprándonos ropa y calzado entre otras cosas.

El conserje de turno, un señor de avanzada edad, no más de 170cm de altura, moreno, canoso y con cara de pocos amigos me detuvo.

—Tiene una encomienda, señorita María —dijo de mala gana, como si el oficio de conserjería fuese algo que le habían impuesto, un empleo del que no disfrutaba ni un escaso segundo, un hombre de mal gusto que no cumplía bien sus funciones.

Yo no esperaba ninguna encomienda, no había hecho ningún pedido, mis padres no solían enviarme cosas así que me sorprendí de que hubiera una encomienda para mi.

Más sorprendida quedé cuando vi que era un gran y hermoso ramo de rosas, y una caja pequeña con una tarjeta de regalo con mi nombre escrito pero sin el nombre del remitente.

Subí a mi habitación, con la enorme curiosidad de saber quién me había enviado esas hermosas rosas y qué contenía la caja.

La abrí apenas coloqué las rosas encima de la mesa, eran hermosas, preciosas, bellísimas, un detalle que no puede pasarse por alto, adoro las rosas, además de los ricos bombones de chocolate que se veían bastante ricos; más tarde al probarlos lo confirmé. Además de los bombones había un sobre y dentro una carta la cual me dispuse a leer inmediatamente impulsada por la curiosidad que me mataba.

La carta, cuya letra no era la mejor pero tampoco la peor y que aún conservo decía:

«Ha sido sin duda la mejor experiencia que he tenido en mi vida. Nunca imaginé que ese sábado se convertiría en el mejor fin de semana de toda mi existencia. Desde entonces te pienso y te extraño, deseando poder algún día volver a disfrutar de tus encantos, tu olor, tu piel, tus lindos, deliciosos e irresistibles senos y pezones, tu hermoso rostro, tu sexo, tu cara de placer mientras te hacía mía, toda tú, deliciosa mujer. Me tomé el atrevimiento de investigar dónde te habías mudado y aunque pudiera parecer acoso espero sepas entender que solo quería que supieras lo feliz que me hiciste esa excitante mañana. Disfruta las rosas y los bombones. Atentamente: Antonio Rojas».

La carta llevaba anexada en la parte adversa y con cinta adhesiva una foto del electricista. Lucía sereno, asomando una leve y carismática sonrisa, además de su número de teléfono escrito con tinta gruesa.

Quedé impresionada. Me causó risa la carta y al mismo tiempo admiración por él, por su atrevimiento, su ocurrencia, el modo de comunicarse conmigo sin que me pareciera molesto, siendo muy respetuoso en lo escrito.

Muchos hombres tienen la errada idea de poder impresionarnos con dinero, joyas, autos, una cara bonita, un léxico perfecto pero no siempre es eso lo que termina imponiéndose, lo que nos seduce, lo que nos enamora, lo que nos encanta. A veces un pequeño detalle tiene más significado para nosotras que todo el dinero y lujos del mundo.

Me quedé pensando en Luís Ernesto, un guapetón compañero de clases con el que venía saliendo hacía unos días pero con el que no había tenido la química suficiente como para entablar una relación de pareja. Era lindo, amable, atento, detallista, cariñoso, tal vez demasiado cariñoso y probablemente era eso lo que impedía que hubiera una conexión interesante.

No se me da mucho el romanticismo. Me gustan las personas bien activas, bien enérgicas, provocadoras, aventureras, que seducen sin tantas previas e introducciones. Los noviazgos enfocados en el amor no son lo mío y entiendo que algunos hombres puedan decepcionarse de mi (aunque lo dudo) pero, «de gustibus non est disputandum». Para gustos hay colores.

Quizá por esos matices Luis Ernesto seguía siendo para mi un buen amigo, un chico agradable con el que compartía entre semana y nada más que eso. No había ni habría algo más entre nosotros, era cuestión de días o semanas que él lo entendiera.

Por otro lado Antonio Rojas, el electricista, había sido un simple capricho mío, una aventura, algo alocado que me permití en la más absoluta discreción, cosa que naturalmente alimenta mi morbo.

Pero para que esa aventura se hiciera realidad, el electricista tuvo que poner de su parte, saber unir los cables correctos que permitieran la energía entre él y yo y lo logró. He ahí la diferencia entre Luis Ernesto y él, dos personalidades muy adversas y solo una llamó mi atención. No fue el dinero, no fue una cara bonita, solo hubo la química y energía suficiente.

Quizá pueda parecer una mujer controversial para muchos pero dejo una pregunta al aire: ¿Conocéis alguna mujer en este mundo que no sea compleja y controvertida?

No tardé en contactarlo, pasarían como 2 o 3 días cuando desde mi otro número de teléfono le envié un mensaje de whatsapp.

«Me encantaron las rosas y los bombones. Ven el viernes de la próxima semana».

Una vez que le escribí apagué y guardé el teléfono en una cajita especial que tengo para este. Es un número que solo utilizo para planear y llevar a cabo mis travesuras en el más absoluto secreto.

El jueves, un día antes de recibir en mi nuevo apartamento al electricista busqué y encendí nuevamente mi segundo teléfono.

Tenía varias conversaciones en whatsapp pero solo abrí la de él quien me había escrito varios mensajes. También tenía notificaciones de varias llamadas perdidas.

Le respondí:

«Te espero mañana, a las 5pm. Viste como quieras y al llegar a portería dile al conserje que eres mi tío»

Volví a apagar el teléfono. No me gusta guindarme a hablar con alguien de forma extensa si se trata de redes sociales. Prefiero las conversaciones personales, en un café, a la orilla de la playa, recostados a un árbol o en el cesped, en un parque, un restaurante, un hotel, un lugar exótico o simplemente conversar en la sala de estar. Las conversaciones por chats me resultan aburridas y solo me limito a escribir cosas puntuales. También huyo de las conversaciones por teléfono. Si me voy a enamorar o encaprichar con alguien que sea en persona, lo mismo si me tengo que decepcionar.

Si le atraigo a un hombre, que me invite a un café, no que me lo diga con memes, emojis y stickers. Si un hombre me desea que sea lo más directo posible. Hay un 50% de probabilidades de que suceda, no 20% ni 80%, un 50%. Es si o no.

Un poco más de las 4pm del viernes pasé por la conserjería sabiendo que había cambios de turno y que para el momento estaría el señor Alberto, nada que ver con el anciano repugnante del otro día. Alberto era agradable, muy atento y servicial. Le avisé que mi tío estaba por llegar, que me avisara al citófono.

¿Adivinen a quién me encontré en el ascensor de regreso a mi apartamento? Sí, a Don Pedro, el anciano con el que tuve sexo. Les recuerdo que en el relato anterior con el electricista vivía en otro condominio y en este nuevo vivía en el 5to piso y Don Pedro era mi vecino, con el que terminé teniendo una aventura de lo más loca, la cual también podéis conseguir entre mis relatos si esta es la primera vez que me leéis.

Don Pedro continuaba saludándome con insinuación a la que yo no prestaba atención manteniéndolo a distancia. Había una tensión sexual mientras coincidíamos en el ascensor pero yo no iba a ceder, ese anciano nunca más me pondría un dedo encima, así que aunque le permitía morbosearme y decirme todo lo que se le ocurría yo hacía caso omiso a sus palabras, sus miradas lujuriosas y sádicas.

«Sé que un día de estos tocarás mi puerta, mi niña, y estaré ansioso esperándote» me decía el muy degenerado.

El citófono de mi apartamento sonaría faltando escasos minutos para las cinco, «¡Qué puntuales son los hombres cuando les conviene!». Me causó risa cuando el conserje me avisó de que «tenía visita de mi tío Antonio».

No les he contado que llevo dentro de mi una lucha interior y probablemente todos los humanos la tengamos, algunos le llaman conciencia, yo le llamo María, la otra, aunque seamos la misma.

Es esa vocecita interna que siempre está alertándonos de las cosas que hacemos y que nos parecen descabelladas, algunas veces también nos alerta del peligro, nos recuerda cosas que hemos olvidado y demás.

A mi vocecita interna le encanta hacerme sentir puta, acusarme, condenarme y en lugar de producir en mi lo contrario termina ocasionando un morbo incontrolable.

«Hasta que te decidiste y te vas a dejar coger de nuevo por ese feo», me acusa mi voz interna y me lo repite de muchas maneras durante el día y la noche cada vez que pienso en el momento en el que el electricista o quien quiera que sea va a disfrutar de mis encantos.

«Eres una perra. Qué dirían tus compañeras de estudio si se enteraran, o tu hermano, tus padres y hasta el mismo Don Pedro, al que te le entregaste como una completa zorra»

Me reí para mis adentros, es una lucha interna que hace que se me moje la ropa interior así que debo controlarla o terminaré en un manicomio.

Sonó el timbre de mi apartamento, sin duda debía ser él, Antonio, el electricista así que fui de inmediato a abrir la puerta pero antes me miré al espejo.

Vestía calcetines tobilleros, bóxer (calzón) cachetero de tela liviana y un top pañuelo, las tres piezas de color blanco, no llevaba nada más.

«En serio piensas salir así» me cuestioné a mi misma. «No, no lo harás, irás al cuarto y te pondrás ropa decente al menos para recibir a ese hombre»

Pero no le hice caso a mi vocecita interior y me encaminé hacia la puerta.

Antonio me vio, escaneándome detalladamente desde arriba hasta abajo, enamorándose una vez más de mi físico. Sus gestos me parecieron graciosos y terminé en una pequeña carcajada.

—Pasa, pasa, pasa —le apuré a adentrarse en mi apartamento antes de que la única persona de ese piso -Don Pedro- fuese a aparecerse.

«Qué puta», oí a mi vocecita interna decirme y esta vez le puse una mordaza para que dejara de condenarme por lo que restaba del día.

Antonio caminó con toda la confianza y dejó en la mesa las cosas que me trajo y a las que no les presté atención, pues, lo único que me interesaba en ese momento era que ese hombre me hiciera suya.

No me interesaba su vida, lo que había hecho en los meses que no le había visto, no me interesaba si se había casado, si tuvo hijos, si tenía novia, si se ganó la lotería, solo me interesaba cogérmelo.

Se abalanzó sobre mi y me besó a lo que yo correspondí. Me cargó y recostó un poco a la mesa redonda de madera que uso de comedor.

Lo besé como si fuera mi enamorado, el amor de mi vida, el hombre que envejecerá conmigo pero no, era solo sexo, una extraña atracción hacia un hombre que me doblaba la edad y que naturalmente es feo. Supongo que ninguna mujer le habrá besado tan intensamente como yo lo estaba haciendo y ese simple detalle de saberme exclusiva me producía morbo, además que dejó impregnada toda la sala de estar de su rico y delicioso perfume masculino.

Besaba muy bien y un hombre que sepa besar muy bien puede conducirnos a un placer intenso. Me hacía desearlo cada vez que metía su lengua hasta lo más profundo, comiéndose la mía, devorando mis labios mientras sus manos me despojaban del top pañuelo y se apoderaban de mis senos a los que luego se inclinó para llevárselos a la boca dejándome tendida sobre la mesa.

Si ese hombre hubiese entrado a mi apartamento, arrancado la ropa que llevaba puesta, tirándome a la cama y cogiéndome con dureza yo no me habría quejado pero debía esperar y no ser tan sádica y enferma, las previas también eran deliciosas y esa la estaba disfrutando al máximo aunque deseando ser penetrada con urgencia.

Luego de disfrutar de mi boca y de mis pezones a los que chupó, lamió y mordió con tanta intensidad que estuve a punto de decirle que me cogiera pero al parecer adivinó mis pensamientos pues me cargó y me llevó a la cama donde me recostó y empezó a desvestirse. Yo terminé de desnudarme, quitándome el bóxer y los calcetines y antes de que él se lanzara sobre mi me levanté de la cama y le dije:

—Acuéstate

y lo empujé hacia la cama, haciendo que quedara acostado boca arriba, terminé de desnudarlo mientras le dedicaba miradas lujuriosas.

Intenté jalarlo de las piernas para que estas quedaran fuera de la cama y así poder hincarme a chuparle el pene pero no tenía fuerzas para mover a ese hombre tan pesado así que entendiendo mi intención él colaboró para quedar en la pose que yo quería.

Me hinqué de rodillas y me llevé su pene a la boca, ya estaba erecto, solo me lo metí a la boca, desesperada de hacerle sexo oral.

Gemía como loco recibiendo mi ansiosa felación, iba a estallar en cualquier momento, me decía

—Harás que me corra, preciosa

Pero yo no presté atención a sus advertencias, solo quería chupar ese delicioso pene y sentir su eyaculación en toda mi boca.

Así estuve un buen rato chupándole el pene de todas las formas, él gemía y se retorcía, sabiendo que en cualquier momento la sensibilidad lo llevaría al orgasmo

—Me vengo, preciosa, me vengo

Y se vino. Su pene empezó a escupir chorritos de semen, uno tras de otro que recibí en mi boca la cual quedó adherida a este recibiendo todo lo que pudiera, oyéndolo casi gritar del placer que le ocasionaba haberse corrido en mi boca y de verme recibirlo con tanto deseo. Cuando noté que no saldría más semen de su miembro me lo tomé de una bocanada, intentando soportar el extraño sabor de su líquido.

Me produce un enorme morbo tomar el semen, no es una malteada y mucho menos un delicioso jugo de frutas, es semen, tiene un sabor muy particular, a veces desagradable pero me encanta tomarlo, sentir como baja por mi garganta, el picor que me deja en la lengua y boca, ese sabor que no puedo quitarme hasta pasado un buen tiempo, saber que no hay nada que ellos amen más que vernos tomar su eyaculación en forma de leche condensada.

Luego de hacerlo eyacular y tomarme todo su abundante semen continué chupándole el pene, oyéndolo sufrir por la sensibilidad que esto le ocasionaba hasta que su pene volvió a tomar fuerza. Me le subí encima, me metí su pene en mi vagina y comencé a cabalgarlo.

Puse mis manos en su pecho peludo y mirándole a los ojos cabalgué sobre su pene. Me dio risa su cara de atontado, de placer, de no creerse que acababa de tomarme su leche y que deseaba más.

Apareció de nuevo mi vocecita interna con un único fin, insultarme.

«PUTA, ZORRA, COGIÉNDOTE A UN FEO Y EN TU PROPIA CAMA»

En lugar de intimidarme lo que hizo fue animarme a cabalgar con más ímpetu a ese hombre. Empecé a moverme a un ritmo más rápido, sintiendo dentro de mi todo el enorme pene del Señor Antonio que yacía como muerto, disfrutando de la cabalgada.

Sin que él se diera cuenta me lamí los dedos y los llevé a mi culito, metiendo dos de ellos dentro, un culito al que ya había lavado previamente con la intención de tener sexo anal.

Estuve jugando con mi culito mientras cabalgaba al electricista hasta que me detuve, saqué su pene de mi vagina y lo llevé a mi culito, logrando que él reaccionara de inmediato.

Se me quedó mirando mientras yo misma me metía su pene en mi culito y este lo aceptaba sin resistencia alguna.

Volví a cabalgarlo, esta vez suavemente mientras mi culito se adaptaba al tamaño de su pene. Me estaba cogiendo yo misma mientras él simplemente me miraba con una cara de idiota bastante graciosa.

Pasaron como dos minutos en esa pose, se levantó, me sujetó cargándome, se dio la vuelta y me tiró a la cama bruscamente, me tomó de las piernas logrando voltearme y dejarme boca abajo, con mis piernas fuera de la cama.

Sentí su pene ubicarse en la entrada de mi culito y entrar sin resistencia. Me quedé boca abajo, ahogando mis gemidos con mis sabanas mientras él poco a poco comenzó a romper mi culito hasta que pasados unos minutos me cogía a su antojo, como una muñequita de trapo.

Me jaló de mi cabello con ambas manos y continuó empalándome agresivamente, disfrutando de mi. En esa pose sumisa no podía verlo, solo disfrutaba de la penetración anal.

Debió enloquecer en esa pose pues así estuvo durante un largo rato sin parar hasta que entre jadeos y gemidos me avisó que se corría. Me llenó el culito de semen y se recostó sobre mi.

Allí sobre mi espalda se quedó sufriendo su eyaculación, susurrándome al oído lo delicioso que era cogerme y hacerme suya; le dije que me había encantando, que cogía muy rico.

Nos levantamos y nos vestimos mientras conversábamos de la experiencia y ante su deseo de volver a vernos le dije que tal vez habría una tercera vez pero que no le aseguraba nada y que no me buscara, ni me llamara ni me enviara más cartas porque no me gustan los acosadores, que esperara paciente el momento de comunicarme con él. Le agradecí una vez más por las hermosas rosas y los riquísimos chocolates.

Así fue como una vez más me dejé coger por el electricista, un hombre que no significaba nada para mi, al que volví a buscar solo por capricho de coger con un desconocido, saber que me desea y pasar un momento agradable, pues, sabía cogerme bien rico y era lo único que me importaba.