Los excitantes juegos de mis hijos

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Y por desgracia ese día llegó. Era por la tarde y había decidido ira a lavar la ropa al lago mientras los chicos buscaban algo que comer para la cena. Cuando volví a la caída del sol los encontré discutiendo, Daniel lloraba desconsolado.

— ¿Qué ha pasado aquí? —pregunté al acercarme.

— Nada mamá, aquí el renacuajo éste que se ha enfadado —afirmó tajante Carlos.

— ¡Si, pero tú tienes la culpa! —le espetó Daniel en su cara.

— ¿Pero por qué te has enfadado Daniel? —pregunté yo comprensiva.

Daniel se secaba las lágrimas con el brazo y respiraba aceleradamente.

— Es que… es que… —balbuceo.

— ¿Si? —pregunté yo de nuevo.

— Pues no le pasa nada, ya está todo solucionada mamá, ¿verdad Daniel? —se interpuso su hermano, tal vez temeroso de lo que fuese a contar.

— Verás mamá, Carlos dice que con él gozas más que conmigo, que sabe hacerlo mejor y yo le replicaba que ni hablar, que yo tenía tanto derecho como él a estar contigo. Entonces hemos empezado a discutir sobre quien te lo haría esta noche y Carlos ha propuesto que nos lo jugásemos al palito más largo y yo no quería, pero finalmente he aceptado y bueno… he perdido?

— ¡Cómo, os habéis jugado quien me tomaba esta noche! ¡Sois unos cerdos! ¡Ambos! ¿Derechos sobre mí? Yo soy quien decido con quien quiero estar, ¡de acuerdo! Y ahora os quedaréis los dos sin cena y sin cópula por tiempo indefinido —les dije sintiéndome terriblemente ultrajada.

Sentí tanta ira que mientras les gritaba esas y otras barbaridades peores les empujé y les di una bofetada a cada uno, les dije que no quería verlos ni esa noche ni al día siguiente, a ninguno de los dos.

Luego salí corriendo de allí mientras sentía el peso de la vergüenza persiguiéndome. ¡Mis hijos echando a suertes quien copulaba conmigo!

Me fui a dormir a la cueva y esa noche no cené. Creo que ellos tampoco. No vinieron ni siquiera a buscarme, de modo que los tres tuvimos tiempo de reflexionar en las largas horas de la noche.

En mi caso me planteé si mis fornicaciones con mis hijos debían terminar y decidí que sí, que era hora de terminarlas.

Los siguientes días fueron horribles, yo estaba dispuesta a hacerles pagar la osadía de sus comentarios, que tanto daño me habían hecho.

En los días siguientes me mantuve apartada de ellos y aunque intentaron buscarme para disculparse siempre los evité, ni siquiera les hablé o escuché.

Comíamos cada uno por su lado y aunque en esos días no pude probar la caza tan rica que ellos me traían, me mantenía a base de frutas y ellos seguramente también, pues, aunque podían cazar, no sabían cocinar lo que cazaban.

En el fondo sufría mucho por esta situación, y me acordaba especialmente del pobre Daniel, durmiendo solo. Pero decidí no ceder, ni siquiera con él, los dos tendrían que arrepentirse y aprender la lección. Los dos recibían su castigo y mi silencio como pago.

11 de diciembre de 1622
Tras aquella discusión yo seguí durmiendo en la cueva y ellos en la playa. No estaba dispuesta a aceptar ninguna tentativa de reconciliación, y aunque hubo algún intento de acercamiento, se chocaron con mi carácter y determinación de no ceder ante la tentación de la carne.

Por suerte el tiempo lo cura todo y aunque los primeros días fueron difíciles, terminamos reconciliándonos. Observé que desde el incidente ellos se llevaban mejor. Carlos ayudaba a su hermano menor y Daniel había recuperado su admiración por su hermano mayor.

De modo que un buen día los busqué y les dije que ya era hora de que los tres comiéramos decentemente, les pedí que cazaran algo y yo lo cociné en la hoguera. Aunque me mantuve tan fría como pude y ellos no osaron relajarse y acercarse a mí en esos días, pues tampoco yo se lo permitiría.

Desde entonces ambos estaban a mis órdenes en todo y aunque a veces holgazaneaban, a una voz mía los tenía dispuestos para lo que hiciese falta.

22 de enero de 1622
Carlos consiguió dos faisanes y sus huevos así que tuvo la idea de celebrar una fiesta en la playa esa noche, para lo cual me pidió permiso para abrir una botella de ron. La verdad es que ya habían pasado muchas semanas desde nuestra discusión, no sabía exactamente cuánto tiempo, pero ya me apetecía celebrar nuestra reconciliación y accedí encantada.

Nos divertimos mucho, comimos y bebimos hasta hartarnos y luego bailamos alrededor de la lumbre dando vueltas en torno a ella como la primera vez.

El calor nos hacía sudar así que terminamos en ropa interior, yo me quité mi vestido y me quedé con mi camisón y ellos terminaron en calzoncillos.

— !Bañémonos! —gritó Carlos.

Y todos salimos corriendo hacia las olas, donde seguimos chapoteando y echándonos agua para refrescarnos.

La verdad es que el baño nos sentó fenomenal, con lo acalorados que estábamos, hasta la borrachera se me pasó un poco y extrañamente comencé a desear que Carlos o Daniel me abrazaran y cogieran mis pechos o mis nalgas o se atrevieran a deslizar sus manos por mi vestido. Pero esto no pasó, ellos se mantuvieron prudentemente alejados, no en vano me había comportado como una déspota esas dos semanas cada vez que me insinuaban un acercamiento.

Cuando nos refrescamos volvimos a la hoguera para calentarnos y nos sentamos cada uno en la esquina de un triángulo imaginario en torno a ella.

Aún respirábamos aceleradamente por la actividad en el agua y seguíamos riendo. Y yo por dentro me sentía la mujer más ardiente del planeta.

Es extraño, cuando queremos algo lo deseamos con ansia y cuando ya lo tenemos, no lo valoramos lo suficiente. El caso es que aquella noche estuve decidida a cortar todas las rencillas que habíamos tenido hasta el momento para lo que me levanté y sin decir nada me quité el camisón dejando mis pechos y todos mis encantos a la vista iluminados por las relampagueantes llamas de la hoguera.

Los chicos quedaron atónitos, con los ojos como platos, se clavaron en mi cuerpo y lo recorrieron de arriba a abajo y viceversa.

Como no se decidían a hacer nada, di yo el segundo paso y me acerqué a ellos caminando, primero me puse delante de Daniel y ofreciéndole mi sexo besó y lamió mi raja unos instantes.

Luego me acerqué a Carlos y se la ofrecí también, y éste respondió como el hermano besando y lamiendo con ansiedad aquel fruto que les había prohibido.

Cogió mis nalgas y puso tanto afán que me costó despegarme de su cara por el intenso placer que me proporcionaba.

— ¡Quitaos los calzoncillos! —les ordené.

Y no hizo falta más para que ambos saltaran de la arena y cumplieran mis órdenes. Sus vergas ya estaban casi erectas cuando ambos quedaron de pie desnudos.

— Bueno hijos, antes de nada, os advierto que no debéis tener celos uno del otro pues si no lo pagareis los dos. Lo que os doy es para ambos y es como un regalo que debéis compartir. Ahora tumbaos aquí, juntos en la arena —añadí.

Me puse de rodillas ante ambos y tomando sus vergas, una en cada mano, comencé a masturbarlos hasta conseguir unas buenas erecciones.

Luego me puse encima de Daniel, decidí que el por ser el menor merecía este primer puesto y me clavé su estaca inhiesta en mi flor.

Inmediatamente sentí su calor y suavidad dentro de mí y el pobre exhaló como si fuese un moribundo. Forniqué con él un tiempo mientras Carlos, para mi sorpresa comenzó a acariciarme los pechos tumbado a nuestro lado, lo cual me gustó, luego se incorporó y comenzó a chuparlos mientras me abrazaba y acariciaba la espalda y el trasero, lo cual incrementó mi gozo.

Decidí cambiar las tornas y complacer un ratito a Carlos, así que lo tumbé, me senté en su verga y continué con mi cabalgada. Daniel en esta ocasión se puso detrás de mí y me abrazó mientras me acariciaba los pechos. Yo sentía su verga en mi espalda y en mi culo frotándose conmigo.

Me tumbé en la arena un tanto cansada ya y abriendo mis piernas los invité a entrar de nuevo en mí. Le tocaba a Daniel así que este ocupó su lugar y me cubrió dulcemente como solía hacer.

Mientras fornicaba tenía asida la verga de Carlos mientras lo masturbaba y este me acariciaba los pechos sentado cerca de mi cabeza.

Lo animé a ocupar el lugar de Daniel y este se retiró de mi sin protestar, a pesar de que estaba ya muy excitado y seguramente próximo a su orgasmo.

Carlos me cubrió en su estilo, rudo y fuerte, sentí su verga llenarme y arder en mi interior, sin duda el contraste de estilos resultaba tremendamente interesante. Todo aquello lo era, los turnos, el protocolo, la espera. Sería condenada al infierno por ello, por lo que decidí disfrutar al máximo de todas estas experiencias carnales.

Me puse a gatas y Daniel me tomó desde atrás, aferrándose a mis nalgas intentó emular a su hermano y fornicarme con fuerza. El pobre no se dio cuenta que aquel no era su estilo y casi en seguida alcanzó su final y se vio obligado a retirarse, eso si, acordándose de esparcir su semilla por la arena y no en mi interior.

Entonces Carlos tomó su lugar y con su fuerza me elevó al éxtasis del placer y me trajo un intenso orgasmo. Pero él no acabó, siguió fornicándome aferrado a mi culo con ansias desmedidas hasta que el suyo también llegó y como siempre en el último segundo me regó mi espalda con su semilla.

¡Fue toda una delicia! ¡Una orgía fenomenal! ¡Una bacanal de la carne! Aquella nueva faceta en nuestras vidas nos marcaría y uniría aún más en aquellas alejadas tierras en mitad del gran océano.

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Como has podido comprobar hay fuego en Náufragos, la primera novela completa que escribí. La última es La Embarazada, por si te interesa te dejo aquí su sinopsis:

Violeta está embarazada, fruto de un primer y escandaloso amor por su profesor, una relación que no terminó y que fue la causa de su temprano embarazo. Sus hormonas están disparadas, llevándola a unas cotas de calentura que no podría imaginarse.

Graciela es su madre, que trabaja para unos acaudalados señores de la ciudad para mantener a la familia y al bebé que está por llegar. Su trabajo le gusta y los señores se portan bien con ella pero, en la vida todo cambia y los sucesos que ocurrirán tendrán un gran impacto en las vidas de ambas.