Me encanta la sumisión
Tras darle muchas vueltas, finalmente Carla había aceptado el contrato, al estilo de 50 Sombras, el contrato definía su rol como sumisa, pero no sabía realmente a lo que se enfrentaba, ambos querían explorar cada rincón de la sexualidad que la vida en pareja les ofrecía. Víctor ya había conocido el mundillo BDSM antes de conocerla a ella y era un apasionado de los juegos de dominación. Ahora les tocaba explorarlos juntos.
Tras hablarlo en multitud de ocasiones y ya plenamente dispuestos a disfrutar de la experiencia, decidieron que el próximo viernes iba a ser el momento. Así se lo comunicó ella a él y se preparó para la ocasión.
Salieron de casa vestidos correctamente, al menos por fuera iban impecablemente vestidos los dos. Él con un pantalón vaquero negro combinado con un jersey de cuello vuelto del mismo color. Una chaqueta azul marino completaba el atuendo. Ella monísima, como siempre. Su pelo cobrizo le caía sobre el espectacular y a la vez elegante abrigo de piel que le llegaba hasta casi las rodillas, con unas medias negras que se dejaban entrever. Unos zapatos con una pequeña plataforma y tacón de aguja completaban el atuendo. La única diferencia es que ella, bajo aquel abrigo, solo llevaba el conjunto de lencería roja más atrevido que tenía, y que dejaba a la imaginación muy poco trabajo.
En el coche y mientras se encaminaban a la sala que habían contactado, ella le dijo: “¿Estarás cerca siempre?”. “Por supuesto, no pienso estar lejos de ti en ningún momento. Pero la iniciación es mejor que la complete otro amo, no te preocupes que será placentero para ti también”. En estos juegos, el descargar la responsabilidad ejerce un papel sedante para ambas partes.
Pudieron aparcar cerca del local. Y se encaminaron por la estrella e irregular acera acariciados con el sol tibio de finales de invierno, en esas horas del té inglés en las que, apenas se escondiese, haría frío. Llegaron al local elegido. Llamaron levemente al timbre, la puerta se abrió automáticamente. Pasaron y cerraron a sus espaldas. La estancia estaba ampliamente iluminada no solo por alguna ventana con cortinas claras, sino también por luces estratégicamente colocadas, que daban una calidez al ambiente que rápidamente los empapó.
Se acercó sonriente hacia ellos un hombre de media estatura, más bajo que Víctor, pero un poco más alto que ella. Se había levantado de una reunión que parecía que mantenía con otros cuatro señores en la siguiente sala a la de la entrada.
– Bienvenido Víctor, espero que no hayas tenido dificultades para encontrarnos.
– Nada, ha sido muy fácil, gracias Zeus, te presento a mi sumisa Carla.
– Saludos perrita, espero que te encuentres bien y te sientas a gusto aquí, por favor ve a sentarte donde las demás esperan, allí al fondo.
Ella muy en su papel desde el primer momento, agachó la cabeza con una sonrisa, musitó “lo que ustedes deseen amo y señor” y se dirigió a pasos cortos hacia la esquina de la habitación del fondo. Donde en un sofá permanecían tres chicas más y un chico, todos semidesnudos o con prendas de BDSM de cuero muy sexys.
Al llegar allí, esperó a que una camarera, sobre altísimos tacones y con un conjunto de tiras de cuero que tan solo realzaba sus formas, se acercase por detrás y le retirase el abrigo. El contraste del fresco de la estancia con el calor que le aportaba el abrigo hizo que sus pezones se le erizaran de inmediato.
Automáticamente los reunidos en la sala no pudieron menos que murmurar sobre ella. Estaba espléndida, llamaba la atención. Según su criterio le sobraba algún kilo de más, según Víctor cada centímetro de su piel merecía ser adorado y esas curvas con toda su femineidad realzaban su sensualidad.
Se sentó y esperó. Víctor estaba hablando con Zeus, y ambos se acercaron hasta la reunión donde se saludaron con el resto de los contertulios. Tomaron un poco de café servido por aquella camarera tremendamente sexy.
No tardaron mucho más de la duración del café en llamarla e indicarle que subiese a la sala superior. Allá se dirigió ella levantando… pasiones a su paso, sabía cómo moverse y su educación en ballet clásico le daba un estilazo a la hora de moverse sobre aquellos tacones tan bellos.
Llegó a la sala superior, se dividía en dos estancias, una con pinta de mazmorra donde estaban todos los artilugios soñados por cualquier enamorado del BDSM, y otra previa con una jaula grande, varios asientos cómodos y un cuarto completo de baño a la izquierda. Se quedó esperando de pie en la antesala a la mazmorra.
Tardó poco en sentir como alguien subía las escaleras. Reconoció a Zeus al instante en que aparecía de medio cuerpo por la escalera. Poco más atrás caminaba él, la miraba mientras subía y ella se sonrojó tan solo por la lascivia que iluminaba sus ojos.
Zeus se acercó a ella y le comentó en pocas palabras que a partir de ese momento era su sumisa por cesión de su amo, que por lo tanto era a él al que debería de dirigirse para cualquier cosa que quisiera decir. Le preguntó hasta en tres ocasiones si sabía que era libre de asumir aquella sesión. Ella contestó en todas las ocasiones que lo sabía y lo asumía como señor. Acordaron que “Rojo” sería la palabra de seguridad, ante cuyo pronunciamiento todo pararía.
Ya con algo de calor en aquellas estancias por efecto de la calefacción y de la evidente calentura que se sumaba al ambiente, Zeus la ordenó:
– Arrodíllate perra mía.
– Lo que mi señor ordene – y se puso ante él en posición
– Como sumisa para esta sesión de iniciación, te colocaré el collar que lo acredita.
Ella estiró un poco su cuello para dejarse abrochar un bello collar de cuero de unos diez centímetros de ancho, acabado en una punta triangular en el pecho y con tachuelas adornándolo haciendo un arabesco.
– Ahora cierra los ojos, para concentrarte en tu placer y en tu castigo, la vista solo distrae tus sentidos.
Cerrados los preciosos ojos, Carla notó como una venda de seda le dejaba el mundo exterior clausurado. Desde ese momento una sensación de indefensión parecía apoderarse de ella, pero con tranquilidad y voz firme Zeus la ordenó levantarse mientras la sujetaba por un brazo, haciéndola sentir más segura y tranquila. Sin embargo, trastabilló un poco al dar su primer paso, en el que sentía que Zeus la llevaba hacia la zona interior, a la mazmorra. Ella no lo sabía, pero Víctor los siguió a los dos. Mientras veía el hermoso trasero de Carla vibrar a cada paso.
Zeus la dejó en el centro de la estancia y se separó de ella acercándose a un lateral donde tomó una cuerda de esparto blanquecino. La despojó sin protocolo de su sensual ropa interior e inició una serie de nudos y vueltas sobre el cuerpo inerme de Carla, que temblaba a partes iguales por la excitación y porque se sentía aún más desnuda ahora.
Sube los brazos – le ordenó y rápidamente obedeció con un: “Si, mi señor”. En esa posición sus pechos se elevaron un poco más, estaba deliciosa, sus pezones seguían duros y ahora apuntaban hacia arriba. Su pecho se realzaba, sujeto en parte por las varias vueltas de cuerda que le había trazado su señor. Sus caderas se abrían para dar paso a su mórbido vientre con su casi depilado pubis, sus nalgas eran un portento sustentadas por las dos largas y torneadas piernas que se cerraban en esos zapatos de charol negros espectaculares.
Abre las piernas – una vez más el sensual aroma del sexo caliente se esparció imperceptiblemente por la habitación. Víctor estaba muy caliente. Esa entrega de su amada le excitaba sobremanera, era una forma más de posesión, de entrega y su miembro parecía querer cobrar vida como agradecimiento.
Tras las distintas vueltas y nudos, el cuerpo de Carla aparecía a la vista de sus dos observadores, con una especie de traje de cuerda en el que con el centro en su abdomen y espalda de desparramaban ataduras que le realzaban el busto, cogiéndolo desde el cuello, dejando a su vez su pubis partido al abrirle con las cuerdas cada lado de sus ingles. No sentía dolor, pero si una sujeción distinta, se notaba sensual y poderosa en esos momentos. Tembló levemente haciendo que su cuerpo pareciese un manjar dulce y apetitoso.
Sintió como la ataban las manos a una barra, y lo mismo paso con las piernas. Ahora presentaba una perfecta X con algún problema de equilibrio porque estaba aposentada en el suelo apenas por las puntas de los zapatos. Zeus comenzó a manosearle el cuerpo, era enérgico y dulce, duro y suave, sus manos calentaron aún más su cabeza, porque su cuerpo ya estaba caliente pensando en cómo Víctor estaría disfrutando.
Sin esperarlo llegó el primer azote. Con ritmo, acompasados y con pausas, distintos azotes le cayeron sobre todo en su culo, pero también en la cintura y alguno en los pechos. No eran dolorosos, porque a cada uno fuerte le seguía una caricia que apaciguaba el palmetazo. Ese va y viene puso su piel arrebolada y dispuesta.
Sintió como Zeus le ponía como un cinturón alrededor de la cintura, se lo apretó hasta que le dejó la cintura oprimida como la de una avispa, pero la presión era uniforme y no le hacía daño. Sentía como unas cuerdas colgando del cinturón.
Víctor comprobó como la sensualidad que desprendía aquel amado cuerpo era brutal. El mini corsé que le habían colocado a Carla tenía unas ataduras colgando cuyo fin había descubierto al ver a Zeus dirigirse a un cajón de la estancia y sacar un vibrador de un modelo antiguo, con dos cuerpos diferenciados. El primero era un semicilindro de unos cuatro centímetros de diámetro y cinco de largo, era como una enorme cabeza a la que se unía mediante un cuello flexible un cuerpo cilíndrico de unos 15 centímetros.
Con extraordinaria habilidad, fruto del entrenamiento, ató el vibrador a las cuerdas que colgaban del corsé, colocando la cabeza del mismo directamente apretado sobre el coño de Carla, que trató de acomodarse lo mejor posible ante la aparente invasión de aquel pequeño monstruo. Sin embargo, Zeus no quiso introducirlo.
Con Carla muy excitada, Zeus tomó un pequeño floger, con las puntas muy abiertas y deshilachadas y descargó un primer latigazo, nada estricto, sobre las grupas de la sumisa, que dio un pequeño paso adelante al sentir el impacto. De nuevo, alternando suavidad y energía, Carla fue recibiendo esos latigazos, con la inesperada aparición de la vibración en el instrumento que le apretaba la entrada a su caliente vagina.
Los azotes, combinados con las caricias, los pequeños movimientos colgada de las cuerdas y con las piernas abiertas, consiguieron que de forma lenta pero placentera aquel puntal fuera penetrando en su cavidad poco a poco, abriendo sus labios mayores, sintiendo que la vibración se acentuaba al encontrar aquella cabeza taladradora su clítoris, tremendamente sensible y excitado a esas horas. Tuvo que levantar un poco la voz para decirle a Zeus; “Mi señor, me está excitando muchísimo, ¿me da su permiso para correrme si me llega el placer?”
Un azote algo más fuerte casi que le cortó el orgasmo, mientras le contestaba. “Aún no estás preparada perrita, no te doy permiso”. La sensación se le hizo durísima, porque su excitación no la podía parar y temía que si se corría en esos momentos sin el permiso adecuado revirtiese en algún castigo por desobediencia. Así es que trató de distraer su cabeza de aquel placer que le iba arrebatando las fuerzas. Lo que no se esperaba es que, como seguían los movimientos de sus piernas para responder a los latigazos y pequeños empujones que le proporcionaba Zeus, sintió como le desataban las piernas de la barra que las mantenía abiertas, pero a la par en uno de los pasos abrió las piernas un poco más de lo que estaban antes y…”plop”, aquel taladro vibrador entró a su vagina sin esperarlo, rellenándola por completo, con algo de dolor por la dimensión del aparato, pero disparó enseguida los terminales nerviosos para acercarla a un orgasmo bestial. Apenas si le quedó voz para susurrarle a Zeus: “Por favor, señor, ¿puedo correrme?” Esta vez un sonoro “Si”, resonó en la habitación, a la par que un jadeo descontrolado, seguido de gritos de placer entrecortados hacían que el sexo de Carla se convirtiera en una fuente de placer que manaba sin final mientras los espasmos la recorrían de arriba abajo.
“Por favor, …por favor… señor, párelo, párelo”. Rogaba Carla mientras se sacudía colgada de las cuerdas. Zeus accedió al deseo y paró la vibración, mientras de forma maestra sacaba aquel instrumento del diablo del interior de Carla. Había conseguido el primer orgasmo de la bella sumisa.
La desató y la dejó sentarse en uno de los sofás exteriores. Le deshizo aquel vestido de cuerda, pero sin quitarle ni el collar ni la venda, y le dijo que podía descansar unos minutos mientras empezaban otra vez.
Pasado estos minutos se acercó a ella de nuevo, la levantó y la guio hasta ponerla de frente a la gran cruz de San Andrés que había en un lateral de la mazmorra. La empujó un poco hasta ponerle las manos sobre las puntas superiores de la cruz, la retiró un poco para que su grupa quedase expuesta y le abrió las piernas.
Su pecho colgaba así sensualmente mientras sus nalgas quedaban deliciosamente erguidas. Tomó una fusta muy flexible de la pared y comenzó un ritual de azotes, caricias y dibujos sobre la piel de ella con algunos fustazos más serios, siempre sobre las nalgas. Todo esto de nuevo fue llevando a Carla a la excitación anterior. Apenas si se movía el aire en la estancia, una música apropiada sonaba de fondo. Algunos pasos de la fusta abriendo sus piernas y dejando rozar el clítoris de nuevo, la ponían cachonda. Pero esta vez Zeus se negó a hacerla sentir más.
Le dio la vuelta. Ahora se acercó para pinzarle los erguidos pezones con dos pinzas ajustables de palillo largo. Estas aprietan más cuento más cerca del pezón colocas los cierres, pero Zeus no quiso que el dolor fuese la motivación, sabiendo la sensibilidad que Víctor le había dicho que tenía en los pechos. Así que solo se los colocó para hacer la presión mínima. Pero, aun así, ella los sentía estallar, al principio pensó que no podría soportarlo y gritaría la palabra de seguridad, pero se contuvo. Era muy poco para hacer saltar aquel momento. Aguantó un poco más mientras el dolor se volvía tolerable e incluso por momentos sintió como algún timbrazo de placer le rodeaba el pezón y le bajaba por la cadera hasta llegar al mismo centro del mundo que se había situado en su precioso coño.
De pronto sintió en la oscuridad en la que la sumía la venda, el zumbido del vibrador puesto a funcionar de nuevo. Jadeaba ya por la presión en los pezones y las caricias que Zeus le hacía en su barriga y monte de venus. Cuando inesperadamente la vibración apareció en su cuerpo rozando los pezones hipersensibles. Un gritito se le escapó pidiendo clemencia, pero Zeus no estaba dispuesto a dársela. Con la vibración el placer superó al dolor, era como si hubiese alguien mamándole las tetas, pero mordiéndolas a la par. Y eso era doloroso pero excitante, muy excitante, como cuando le pedía a su amo “muérdelas vida mía, muérdelas que me corra”. Y empezó a retorcerse sobre la cruz. Cuando parecía que le llegaría un nuevo orgasmo se cortó la vibración. Porque no decirlo, se decepcionó, empezaba a acumular ganas. Estaba ardiendo hasta tal punto que alguna gota de sudor ya corría por su frente.
Víctor la observaba complacido. Disfrutaba de esta experiencia y se sentía afortunado de contar con ella en estos juegos que hacían de su vida un jardín del Edén. El placer con el que se retorcía la hacía más apetitosa aún. En ese momento Zeus se aproximó a ella y empuñando el vibrador como una espada con la mano derecha, le asestó una “puñalada”, con el objetivo de penetrarla de nuevo. Ella volcó su cabeza sobre Zeus, pidiendo clemencia a la par que se abría de piernas todo lo posible para recibir aquel “monstruo”, un par de movimientos más y de nuevo se sintió penetrada hasta tocar el cielo. Una vez dentro no le hacía daño, todo lo contrario, se sentía plena y gustosa. Así es que le pidió permiso de nuevo a su señor ocasional para volver a correrse. Sin embargo, en esta ocasión Zeus fue inflexible, “No, no puedes”. Y cortó de raíz la vibración sacando de golpe el instrumento de placer de sus entrañas.
Se quedó temblando, de pie y casi desfallecida, era un orgasmo interruptus. Temblaba y sus carnes vibraban, quería gritar que necesitaba correrse, que la dejaran deslizarse por el tobogán del placer supremo. Suplicó en voz queda a su señor, le prometió obscenidades, pero no hubo forma de que la hiciera caso. En su desnudez, desvalida, pidiendo placer a gritos, Víctor sintió su entrega, su complacencia con él. Eso le tenía enamorado de aquella mujer, que, sin recatos, sin falsos pudores, era animal salvaje a partes iguales con recatada esposa.
Ahora Zeus se aproximó, la cogió del collar y la llevó de nuevo a un extremo de la sala, allí había un potro, la fue acomodando en él. Tras varias maniobras, quedó en la posición de decúbito prono, las rodillas asentadas en una zona acolchada, el cuerpo descansando sobre la parte alta del potro y sus manos como en posición de perrita, asentadas en dos tacones de madera que poseía aquel instrumento de tortura medieval. Es obvio decir que sus piernas quedaban maravillosamente abiertas dejando su grupa totalmente expuesta, mientras sus pechos se aplastaban y sobresalían por los laterales de la máquina.
Zeus la sujetó en las extremidades. Y tras susurrarle al oído si estaba cómoda se acercó a tomar un nuevo látigo, largo y grueso, terminado en unas puntas de cuero. Una vez más inició el castigo con suavidad haciendo restallar aquel cuero sobre su cuerpo, pero golpeando con delicadeza incluso en las nalgas y espalda de Carla, que ya entregada por completo a su papel, se atrevía a ir contando los golpes y olvidando por completo que Víctor estaba presente, le manifestaba a su señor su disposición a complacerle de la forma que quisiera para parar aquel castigo y llegar al orgasmo de nuevo.
Se veía brillante su piel, con algunos destellos rojizos donde el látigo había mordido su preciosa piel, se removía inquieta, fruto del deseo de encontrar placer, para lo que trataba de presionar su clítoris contra el potro. Zeus, observador, puso de nuevo en marcha el vibrador.
Carla lo sintió al acercarse por detrás de ella, iba a ser penetrada de nuevo por aquel cilindro monstruoso. De inmediato los flujos le bañaron toda su vagina, que se abrió dispuesta a la penetración. Esta vez la entrada fue dulce y sencilla, Zeus se lo acomodó en el interior de aquella vagina chorreante y se pasó a su cabeza, desde donde, con una pequeña pala semirrígida, la azotaba parsimoniosamente.
El placer iba en aumento, la presión de la cabeza vibradora sobre las paredes superiores de su vagina, que a su vez chocaba con el potro contra el que presionaba su parte exterior, le hacían ir viendo estrellas en la oscuridad en la que estaba. Le propuso obscenidades a su señor. “Viólame por favor, dame placer”. “Dame tu placer señor”. ” Déjame correrme en ti y hazlo tú en mi cuerpo que es tuyo…”. Víctor no daba crédito, pero se complacía de aquella forma de expresarse. Sintió como su miembro tomaba cada vez más fuerza. Y le hizo un gesto a Zeus.
Este lo entendió perfectamente, siguió alentando a la pupila a que fuese cada vez más agresiva en su verbo, algunas de las frases pronunciadas aquella tarde allí sonrojarían a Lucifer, pero hicieron que Víctor, ya desatado, cogiese la cabeza de aquella mujer a la que amaba y deseaba con pasión, que se había sometido a aquella ceremonia sin dudarlo. Con su miembro casi dispuesto, se lo acercó a la boca a ella, que lo tomó con fruición. Zeus sin dejar de azotarla, tomó la retaguardia de ella moviendo el vibrador de tal forma que el orgasmo multiplicado por diez empezó a llegarle sin poderlo remediar. Consiguió sacarse la polla de la boca para poder implorar por su placer una última vez, deseo que se le concedió por parte de Zeus y comenzó a descargar su lluvia orgiástica.
Víctor, cogido de improviso, vio como el squirt de ella salpicaba a Zeus, que se retiraba un poco y sonreía pícaramente, mientras ella liberaba su boca para gritar “¡Me vengo, me vengooooo, dios!, que placer, que gustoooo. maasss, massss,”. En ese momento su compañero veía como le llegaba también su corrida, ella que lo notó se acopló de nuevo al potro y con su cabeza acompasada a los movimientos de él empezó a sentir como estallaba de placer.
Desmadejados los dos, Víctor se abrazó a ella que aún culebreaba en el potro, fruto de los espasmos de placer que la recorrían. Zeus sonría en la retaguardia de Carla, con el instrumento del placer en sus manos.
(Continuará, si los lectores así lo demandan…)