Me sorprenden placenteramente en la escalera

Aquella misma noche a cientos de kilómetros de distancia…

Melany bebía en una fiesta privada junto a un amigo de las pasarelas. Se conocían de haberse visto en Barcelona, Madrid y Milán. El chico le parecía muy mono, así que estaban tonteando en una esquina mientras la música y el murmullo de muchas conversaciones se entremezclaban.

Como el ambiente no era el más propicio para hablar, acabaron saliendo del apartamento donde un amigo común daba la fiesta y terminaron dando un paseo por la manzana anexa.

A esas horas las calles estaban desiertas. Solo vieron pasar a un empleado de la limpieza, que perezosamente empujaba su carrito con los aperos para barrer las calles y un poco más adelante, un camión con un operario a pie se dedicaba a regar las calles para limpiarlas. La ciudad dormía y sólo algunas personas, por trabajo o placer, le daban vida a las solitarias calles.

El chico no paraba de charlar y hacerla reír, aunque realmente todo lo que decía eran tonterías y chistes fáciles.

Él se sentó en un banco y cuando Melany fue a hacerlo, el chico la cogió por la cintura y la sentó sobre sus piernas. Ella sonrió tras la sorpresa inicial y comprendió que estaba sentada encima de su erección. Esta ocurrencia del chico la excitó, pues sintió su conchita tan cerca del miembro erecto del hombre, que dicha proximidad la hizo imaginarse sin ropa y en íntimo contacto en aquella misma posición con él.

Para colmo aquel chico descarado, osó recorrer el espació que separaba sus rodillas desnudas de la intimidad de sus braguitas y con sus manos profanó aquel lugar tan tremendamente cálido e íntimo.

Para ella este lance fue en exceso turbador, sintió la emoción del contacto de su mano con su sexo, ésta le secó la boca ante la expectativa, su deseo se desató en su interior, salió del cofre donde lo guardaba con llave de plata, para recorrer cada centímetro de su suave piel.

Cerró sus piernas en acto reflejo y así cortó el acceso fácil a su delicada intimidad, esto hizo que el chico sacara su mano de ahí y tomase su barbilla, haciendo girar su cara hacia él, buscando su boca para robarle un primer beso.

Melany lo degustó y se entregó a una serie de largos y húmedos besos, mientras sentía que por dentro el ansia y la excitación la consumían, pero debía contenerse, dejar que fuese él quien se aventurase en la exploración de su cuerpo, pues así era como le gustaba a ella.

Aquel chico travieso tuvo la osadía de separar de nuevo sus muslos con cierta brusquedad y acceder por segunda vez a su más tierna intimidad, arropada por su abrigo, escondida bajo la noche.

Sus dedos se detuvieron sobre la blanca tela de algodón que envolvía su joya, la abrió, como el envoltorio de un bombón y la acarició haciendo que sus hábiles dedos se deslizaran sobre su cálido y lubricado interior, provocándole un hondo suspiro, tal vez un leve gemido, ahogado para no parecer una desvergonzada.

No contento con eso, el travieso chico lanzó su otra mano bajo su abrigo y su blusa, llegando hasta su pequeños pechos libres de sujeción, acariciando las suaves montañas que estos formaban, coronadas por unos pezones finos y afilados, que sus dedos se encargaron de pellizcar y acariciar suavemente, mientras sus labios le robaban otra serie de besos, dándole a probar su dulce saliva.

Aquello era ya demasiado Melany sentía que iba a estallar, sintió tal excitación que se corrió secretamente en estos lances preliminares sin que el chico lo notase, así que después zafó de su abrazo y se sentó a su lado en el banco.

Hacía frío, pero en aquel banco la temperatura parecía tropical entre aquellos dos amantes recién estrenados.

Aquel chico, que no se detenía ante nada, se bajó la cremallera de su vaquero y tras desabrochar su botón, extrajo su miembro palpitante al frío de la noche y tomando la mano de ella hizo que se lo agarrase. Melany sintió todo el poderío de aquella arma secreta, la sintió palpitar bajo su mano.

— ¿Me la chupas? —le susurró en sus oídos enredándose con su pelo.

Pero Melany no estaba dispuesta a hacer tal cosa, en plena calle, así que soltó su virilidad y girándose lo besó y hasta le mordió los labios.

— Busquemos algún sitio más apropiado —le susurró ella que aún deseaba probar su falo.

— Ok nena —contestó él guardando su miembro apretadamente bajo su vaquero.

Emprendieron de nuevo su paseo, pero esta vez de regreso a la fiesta, pensando en colarse en alguna habitación para gozar de su pasión contenida. Esta vez el paseo fue más sensual, pues sus manos volaban por sus cuerpos posándose traviesamente donde menos se lo esperaba el otro. El chico le agarraba su trasero, le robaba besos y le acariciaba sus pechos, mientras ella igualmente agarraba su trasero y palpaba su tremenda excitación apretada bajo su pantalón.

Llegaron al rellano de la entrada, allí la temperatura era mucho más agradable, así que se enzarzaron en un mar de besos y abrazos, sintiendo que volver a la fiesta no era lo más indicado. Por lo que se ocultaron en la escalera y allí, en la penumbra, el chico le metió la mano por su minifalda y empuñando su tanguita tiró de él con tal brusquedad que hizo saltar sus finas costuras.

Esto sorprendió a Melany aunque aquella muestra de cierta brutalidad la excitó y se dejó llevar por la ardiente situación. Tras quedarse sin bragas, el chico descubrió su trasero desnudo y lo mordió sensualmente mientras sus manos recorrían cada centímetro cuadrado de sus muslos y sus dedos traviesos acariciaban su intimidad allí abajo.

Sentía su lengua recorriéndole la piel, su caliente lengua que llegó hasta a introducirse entre sus glúteos y bajar hasta donde ella nunca hubiese pensado que bajaría. Sintió como éste le comía el culo y esto la excitó tanto que deseó que la poseyera en ese mismo momento. Con brusquedad la giró y la sentó sobre un escalón, allí sus nalgas reposaron sobre su largo abrigo de cachemir.

Con su sexo al aire aquel travieso chico se zambulló en él. Su lengua lo recorrió en todas direcciones recogiendo cuantos jugos manaban de su joya. Melany se sintió desfallecer allí mismo, en aquella oscura escalera mientras aquel chico se afanaba en agradarla, regalándole oleadas de placer.

Pero el macho dominante no estaba dispuesto a que esto quedase ahí, de modo que incorporándose extrajo su verga y se la acercó a la boca. Esta vez no hubo preguntas, esta vez no le pidió permiso, esta vez la condujo directamente a sus labios.

Melany no pudo rechazarlo, aunque le daba algo de asco hacerlo sin que él se lavara la mano del varón puesta en su nuca la obligó y su boca se abrió para que aquel trozo de carne palpitante y caliente entrase.

Su sabor fue amargo al principio, Melany trato de contener las arcadas, pero después éste desapareció y la sensación de tener su verga en su boca la hizo olvidarse de él. La excitación que le produjo el hecho de que aquel cabrón la había forzase un poco a hacer algo que ella no quería en principio, incrementó su excitación y saboreó su miembro tremendamente excitada.

Aunque le mantenía la mano en su nuca, ya no la forzaba como al principio. Melany recorrió aquella barra carnosa con su boca y aprendió a disfrutar de su sabor, de su textura y de su brío. Cuando ya estaba acostumbrada a ella, el chico la liberó, extrayéndola de sus dulces labios.

La levantó y colocándola en el escalón superior, le tomó una pierna y acercando su pelvis la colocó justo delante de su joya, acercó su miembro y frotó su glande con sus pequeños labios vaginales. La excitación se disparó, pero entonces ella reparó en que aquel desconocido ni siquiera se planteaba el ponerse un condón, así que se lo recriminó y éste, de mala gana, buscó su cartera y sacó uno. Aunque en la penumbra, Melany no pudo verlo, por sus movimientos intuyó que se lo había enfundado, ahora vendría el coito y Melany lo deseó.

La pasión volvió cuando se abrazaron, cautelosa Melany volvió a palpar su miembro antes de que este la tomara para asegurarse de que se había protegido. Sin más demora le dejó entrar y éste la llenó toda. Y ella, respirando aceleradamente, acusó el esfuerzo de sentir cómo su joya tenía que dilatar a marchas forzadas para dejar entrar al intruso.

El coito de frente les permitía seguir comiéndose la boca y al chico besar sus pechos con su blusa desabrochada. Melany levantó sus piernas y cruzándolas en la cintura del otro, se sostuvo cogida por éste con la espalda apoyada en la pared, sin duda aquella era una deliciosa experiencia tras largos meses de abstemia sexual. Aunque aquel chico seguía mostrándose brusco y sus movimientos empezaron a ser demasiado intensos para Melany, lo que comenzó a no gustarle, por lo que le lo detuvo y se bajó.

Ahora el chico le pidió que se girase y ella, apoyada en los escalones superiores le ofreció su trasero, para que él entrara desde atrás. No tardó en volver a sentir su presión mientras la agarraba fuertemente por la cintura y la penetraba hasta las entrañas.

El chico empezó a empujarla tan fuerte que aquel maravilloso placer empezó a desvanecerse por el daño que le hacía. Ella protestó pero éste pareció no escucharla y siguió embistiéndola como una bestia, la fuerza de aquel chico era tal que no le permitía zafarse de su abrazo y mientras la zarandeaba adelante y atrás, ella se apoyaba en los escalones superiores con ambas manos, por lo que si se soltaba de una, corría el riesgo de estrellar su cara contra el suelo. Así que lo único que pudo hacer fue esperar a que se corriera.

Ya no hubo más placer para ella, le dolían sus penetraciones, le dolían sus caderas por cómo se las agarraba con las manos y sólo deseo que todo terminase pronto. Pero el tiempo pasa despacio en los peores momentos, así que aquellos segundos se le hicieron eternos.

Finalmente aquel chico estalló y resoplando como un asno soltó su carga en el interior de la desconsolada Melany. Hasta aquel momento había sido todo tan idílico que ella no podía creer el giro que habían dado los acontecimientos.

En cuanto este bajó la guardia ella se zafó de sus manos y girándose le dio una bofetada con todas sus fuerzas. Él alto varón, al no esperar aquella reacción de fiera acorralada, cayó de espaldas y chocó contra la pared. Momento en que Melany saltó por la escalera, aún a riesgo de doblarse los tobillos con sus altos zapatos de tacón y emprendió la huida lo más a prisa que pudo.

Accedió a la calle y rompió a llorar, mientras no paraba de andar y de correr a trompicones. A punto estuvo de darse de bruces contra el suelo en un par de ocasiones, pero finalmente salvó la caída y siguió adelante.

Durante el paseo, recordó haber visto una parada de taxis por allí cerca, pero ahora, con los ojos cegados por las lágrimas y el maquillaje, todas las calles le parecían iguales. Por suerte había comenzado a andar en la dirección correcta y tras alcanzar una esquina divisó un piloto verde de un taxi en la oscuridad de la acera.

Corrió hacia éste y se montó a la velocidad del rayo. El taxista, sorprendido por su rápida entrada, la vio en un estado de agitación tal, que no pudo evitar interesarse por ella.

— ¿Le ocurre algo señorita?

— No nada, lléveme al Hotel Inglaterra, ¡por favor rápido! —le dijo Melany entre sollozos.

Aquel hombre emprendió la marcha y respetó sus ganas de silencio. En poco tiempo estuvieron en la puerta del hotel y cuando ella fue a pagar se le cayó el mundo encima, ¡pues su bolso de mano no estaba! Recordó haberlo dejado en la escalera, donde se había liado con aquel cabrón y con la apresurada salida no se acordó de recogerlo de los escalones donde lo había dejado.

Rompió de nuevo a llorar y el taxista no supo qué decirle más que volver a interesarse por ella. Entonces Melany se lo explicó lo mejor que pudo, obviamente omitió los escabrosos detalles de la escalera y le dijo que se lo había dejado olvidado en la fiesta de donde venía.

— No se apene señorita, que sólo hay una cosa en esta vida que no tiene solución —le dijo el taxista entonando la voz como si le estuviese contando una historia en torno a la hoguera—. Este hotel trabaja con mi compañía, si es tan amable de darme su nombre y número de habitación, ahora llamaré a recepción e informaré de la carrera para que se lo carguen en cuenta —le dijo el amable taxista ofreciéndole un paquete de pañuelos de papel que llevaba en la guantera.

— ¡Gracias, es usted muy amable! —respondió Melany sonándose los mocos de una forma tan natural como poco glamurosa—. ¿Y cuál es esa cosa que no tiene solución según usted? —le preguntó tras reponerse.

— ¡La muerte señorita! Tras la muerte no sabemos si habrá algo o no, ante eso solo podemos tener fe, pero tras eso ya no hay solución.

Melany se sintió conmovida por aquellas palabras sencillas de la sabiduría popular, que suele ser la mejor y se sintió reconfortada por sus palabras de ánimo.

— ¡Usted es joven y guapa señorita! Aún le queda mucho por vivir, suba y acuéstese que mañana vendrá un nuevo día y quien sabe lo que traerá —añadió cuando Melany, aún compungida, abrió la puerta para salir.

Melany se encaminó a la recepción del hotel, donde explicó que había perdido el bolso y la amable recepcionista le preparó una nueva llave para su habitación.

Nada más entrar se desnudó y se metió entre las sábanas, donde de nuevo un llanto incontenible acudió a ella. Siguió llorando suavemente por largo rato sin saber muy bien por qué, sintió resbalar las lágrimas por sus mejillas, claras y cristalinas hasta que éstas terminaron por empapar la almohada, se giró y entre sollozos se fue apagando lentamente hasta quedarse profundamente dormida.