Necesito demasiado la aprobación de papá

Ahí estaba yo, sentado en la sala de mi casa, frente a mi padre, mirando la manera en que besaba a mi novia, disfrutando de sus cálidos y suaves labios mientras le apretaba los senos y pellizcaba fuertemente sus pezones hasta hacerla gemir de dolor. Ella ahogaba sus gritos en la boca de mi padre mientras yo me retorcía de la rabia, sintiendo aquel dolor en la boca del estómago que solo puede experimentarse cuando los celos, la ira y la envidia corroen tu alma.

Él despojaba a Dany de su ropa mientras ella hacía gestos de repugnancia al sentir la forma en que ese despreciable hombre le tocaba todo el cuerpo, deleitándose con la suavidad de su piel y la dureza de su carne. Ella no quería estar ahí, no quería que un viejo sudoroso y maloliente la tocara, pero no había más remedio, así debían ser las cosas.

Él bajó su boca a los senos de Dany, los mordió con fuerza, pude ver el dolor en los ojos de mi chica, pude ver el asco que ese hombre le inspiraba. “¡Vaya forma de buscar la aprobación de un padre!” Me dijo cuando le supliqué que lo hiciera, cuando le expliqué que las cosas eran así en mi familia, que si queríamos seguir adelante y hacer una vida juntos, el ritual debía llevarse a cabo.

Mi padre sonreía mientras la obligaba a inclinarse sobre el sofá; ella temblaba de pies a cabeza, lloraba entre sollozos ruidosos que agitaban su cuerpo, pero en ningún momento se negó a cumplir los deseos de su profanador, eso era lo que se esperaba de una mujer en mi familia: sumisión ante los deseos de su hombre.

Las lágrimas salían a raudales de sus ojos mientras ese maldito viejo se escupía en la verga y se arrimaba a mi novia. La penetración fue contundente, violenta, repentina. Ella gritó de dolor mientras ese animal se la cogía sin ningún cuidado, simplemente metiendo su carne en mi chica, embistiendo con violencia, mientras las tetas de Dany se balanceaban al ritmo que ese animal le marcaba; pero los minutos pasaron y como siempre ocurría en aquellos rituales, los gritos y gemidos de Dany se transformaron, navegaron del dolor al placer que los obligaba a abandonar el cuerpo de mi chica. Dany Jadeaba mientras ese maldito imbécil se la cogía a su gusto, le tomaba las tetas, la acercaba a él y la besaba, ella respondía moviendo sus labios y jugando con su lengua; maldito anciano cabrón, no pararía hasta haberme humillado tanto como pudiera.

Ella gimió con fuerza mientras su piernas temblaban y su cuerpo era dominado por un incontrolable orgasmo; pero el imbécil de mi padre no había terminado aún, la obligó a arrodillarse y ella comenzó a mamarle el pene sin que él se lo pidiera, mientras ese idiota me miraba con una risa en el rostro, sabiendo que había dominado a mi chica, que lo que él le hizo le había gustado tanto que se había venido mientras se la cogía. Eyaculó en la boca de Dany, pero no dejó que se tragara su leche o la escupiera, me señaló mientras la miraba y ella se acercó a mí, pegó sus labios con los míos, depositando en el interior de mi boca el semen de ese hijo de puta.

El muy cabrón se apartó de mi vista mientras Dany me besaba, desabrochaba mi pantalón y sacaba mi verga, se subía en el sillón, con las piernas a mis costados y se metía mi pene de un golpe, gritando mientras lo hacía, moviéndose frenéticamente sin dejar de besarme; llevé mis manos a sus tetas y las apreté con fuerza; estaba furioso, la tomé de la cadera y comencé a moverme debajo de su cuerpo, penetrándola tan fuerte como podía, haciendo que gimiera como perra en celo. Sin poder controlar la ira que sentía le di una fuerte bofetada, pero ella no dejó de moverse encima de mí; una bofetada más hizo vibrar su rostro y una sonrisa se dibujó en sus labios, era tan puta.

La tiré al suelo y la puse en cuatro, le metí la verga de golpe y me la cogí a mi gusto, con fuerza, haciendo que su cuerpo fuera testigo de la forma en que mis caderas la golpeaban mientras gritaba y se contorsionaba al sentir la llegada de un nuevo orgasmo, al mismo tiempo en que llenaba su interior con abundantes chorros de mi leche; la tomé del pelo y la arrojé en medio de la sala; ella no dejaba de mirarme mientras mi padre se acercaba y ambos orinábamos encima de ella. Maldita zorra, recibió aquello como si fuera un obsequio, lo disfrutaba como nunca antes había disfrutado nada en su vida.

Mi padre se marchó, no sin antes darme una palmada en la espalda y sonreírme: había logrado su aprobación. Saqué de mi pantalón aquella caja negra, me arrodillé a un lado de Dany y la abrí dejando ver un hermoso anillo de oro, una reliquia familiar que llevaba decenas de generaciones con nosotros; pidiéndole con él, que se convirtiera en mi esposa. Ella se llevó la mano a la cara y asintió con la cabeza sin poder contener el llanto. Nos abrazamos sintiendo como la orina se embarraba en nuestros cuerpos, sellando un compromiso que duraría por el resto de nuestras vidas.