Padre e hija ayudando a su mamá en los negocios

Ayudando a mamá tras los negocios. Padre e hija.

Me llamo Juan, soy padre de una encantadora chica, Cristina. Desde que murió mi esposa hace cuatro años, vivimos solos. La muerte de la madre de Cristina produjo un gran dolor a mi hija. Pasaba mucho tiempo en su habitación, presa de una depresión. Fueron unos meses terribles. Intenté darle todo tipo de tratamientos para que saliera de aquella situación. Aún recuerdo el día en que salió y volvió mi querida hija.

Cuatro años antes.

Estaba echado en mi cama. Pensaba en como podría conseguir recuperar a mi niña, mi querida Cristina. La perdida de mi mujer fue un gran golpe para los dos, pero ella se había hundido en sus pensamientos destructivos y tenía que vigilarla casi todo el día para que no intentara cometer ninguna locura. Ella dormía en la habitación junto a la mía, y en secreto le había colocado un micrófono para escucharla por la noche mientras dormía tras tomarse sus tratamientos. Yo llevaba ya varios meses en que apenas dormía, pendiente de lo que le pudiera ocurrir. Aquella noche escuché su puerta abrirse. Me preocupé pues no sabía qué haría. Pero al momento se abrió la puerta de mi habitación y la observé en silencio, simulando estar dormido. Caminó hasta mi cama y se metió para echarse junto a mí. Se acurrucó junto a mí.

– ¿Estás bien? – le pregunté y guardó unos segundos de silencio. La abracé para darle más seguridad.

– ¡Sí papá! – me alivió escuchar sus palabras – Es que te tengo que confesar algo horrible…

– ¡Cuéntame hija, siempre podrás contar conmigo para lo que necesites! – le dije y besé su cabeza. Ella se agitó entre mis brazos como si se sintiera más segura.

– Creo que el mayor problema que tengo tras la muerte de mamá, es un pensamiento horrible que tuve el mismo día que murió… – sentí en mi brazo la humedad de las lágrima que empezaba a brotar de sus ojos. La abracé con más fuerza.

– ¡Tranquila cariño! – mi abrazo se hizo más fuerte y pegué todo mi cuerpo a ella.

En este punto, me sentí avergonzado por lo que me ocurrió. He de reconocer que Cristina es una chica preciosa, heredó de su madre su belleza y esos ojos que cualquier hombre sucumbiría a su mirada. Pero aquel día descubrí, para mi desgracia y deshonra, que además tenía un hermoso y prieto culo. Cuando ella se agitó entre mis brazos y restregó su culo contra mi polla, no pude evitar sentir un gran placer que mostraba con la erección que me produjo. Tal vez fuera los meses que llevaba sin tener ningún tipo de sexo… Tal vez ella me recordaba a mi mujer y mi mente la usaba como sustituta su madre… O lo peor, mi hija conseguía excitarme por el hecho de ser una mujer tan bonita y excitante con aquel cuerpo, aquel prieto culo respingón, aquellos pechos grandes y turgentes, aquella cintura a la que estaba agarrado, ese perfume que era el mismo que usaba mi mujer… Como fuera, había despertado en mí el deseo sexual hacia mi propia hija.

– ¡Tengo que decírtelo! – parecía nerviosa y yo la acariciaba para tranquilizarla y para sentir su excitante cuerpo – El día que murió mamá, unas horas antes deseaba que se muriera…

– ¡Tranquila cariño! – la tenía entre mis brazos y estaba preocupado por lo que me comentaba, pero mi cuerpo reaccionaba al contacto con el suyo. Mi erección llegó a su grado máximo y mi polla presionaba contra su culo – Esos pensamientos se tienen alguna vez en la vida cuando uno está enfadado con alguien; el que tu madre muriera ese día fue pura casualidad.

– ¡No papá! – quedé extrañado – Ese horrible sentimiento lo tenía desde antes, desde que me di cuenta… – cayó y quedó en silencio. Yo esperaba que siguiera hablando. Se giró rápido entre mis brazos y me miró a la cara con la tenue luz de la habitación – Me di cuenta que te quería.

Mi cuerpo se estremeció al escuchar sus palabras. Sabía que ella me quería, como su padre que era, pero su rostro me indicaba que su amor no era hacia un padre, no, era hacia el hombre que era su padre. No sé cuanto tiempo permanecimos en silencio. Sus palabras me había dejado paralizado, pero mi polla seguía erecta por la excitación de tener a mi hija entre mis brazos.

– ¡Te amo papá! – aquellas palabras brotaron de su boca y mi corazón empezó a latir desbocado.

No me dio tiempo a reaccionar ni a decir nada. Su mano se metió bajo mi pijama rápidamente y empezó a tocar mi polla. No hice nada, ni siquiera me moví al sentir su tacto. Simplemente permanecí excitado y sin poder pensar nada. Al momento sentí que empezaba a eyacular y mi semen se derramó en mis ropas y su mano. Aún me convulsionaba por el placer que había sentido cuando ella levantó la ropa que nos cubría y se marchó corriendo de mi habitación. Me puse de nuevo el auricular que usaba para escucharla en su habitación, mientras sentía la humedad de mi corrida en mi pijama, y la espié para ver qué le podía ocurrir. Por un momento estuvo en silencio, pero al poco la escuché susurrar.

– ¡Sí papá, te quiero y quiero que tomes a tu niña! – suaves gemidos iban brotando de su boca – ¡Sí, come el coño de tu niñita! – parecía que se estaba masturbando mientras pensaba en mí – ¡Qué polla tan grande tienes! ¡Métemela en mi caliente coño! – los gemidos se hicieron más intensos hasta que pararon cuando alcanzó el orgasmo que tanto deseaba.

Aquella noche apenas pude dormir pensando en lo que había ocurrido con mi hija. Me limpié y en mi cabeza se repetía una y otra vez las palabras de mi hija reconociendo su amor por mí, la excitación que sentí al tocar su cuerpo, y por último, el tremendo placer que había sentido cuando me había masturbado hasta conseguir correrme en su mano. Pensaba en sus palabras, en soledad mientras se masturbaba pensando en mí. Estaba tan excitado con todo aquello tan pervertido y excitante, que mi mano empezó a acariciar mi polla mientras pensaba en mi hija. Por la mañana me levanté sin haber dormido apenas. Me fui a la cocina y me senté a tomar un café.

– ¡Perdona papá! – escuché su voz y la encontré parada en la puerta, mirándome con cara afligida – ¡No debí hacer lo de anoche! – la miré con ternura y algo de terror por mis pervertidos sentimientos hacia ella.

– ¡Ven, siéntate con papá y hablemos! – para mi sorpresa, ella se acercó a mí y mis manos actuaron inconscientemente, la agarré por la cintura, abrí mis piernas y la hice sentarse en una – ¡Sabes qué lo que te ocurre no está bien!

– ¡Nunca quise que mamá muriera, eran pensamientos de celos! – me dijo y le sonreí.

– ¡No hija! – le dije y besé su mejilla. Ella me miró con su hermosos ojos y mi corazón se derritió – Esos pensamientos son una tontería producida por un loco antojo… – ahora miraba sus carnosos labios y no podía resistir el deseo de besarla.

– ¡No es antojo, te amo, papa! – me rodeó por el cuello con sus brazos y me miró a los ojos acercando su boca demasiado a la mía – ¡Deseo que seas mi hombre!

Aun no entiendo lo que me pasó. Sus labios rozaron los míos… Una vez, dos veces… Unos suaves besos que conseguían encender mi cuerpo. Nos miramos a los ojos por unos segundos y me abracé a ella como si estuviera desesperado. Unimos nuestras bocas y nuestras lenguas se acariciaban. Me besaba y sentía que en su deseo había amor. Mis manos recorrieron su joven cuerpo mientras nuestro beso se hizo más intenso y eterno.

– ¡Esto no está bien, hija! – le dije separándome de ella con la respiración agitada.

– ¡Lo sé papá! – me dijo dándome otro beso – ¡Pero no puedo evitar sentirme enamorada de ti!

No pude resistirme a los besos de mi hija. Empecé a tocar todo su cuerpo mientras su caliente lengua jugaba con la mía. Mi excitación me hacía temblar por dentro, nervioso y encendido por la lujuria que mi hija había despertado en mí. No sé cuanto tiempo estuvimos besándonos y acariciándonos. La aparté de mí y me levanté nervioso y alterado.

– ¡Tengo que ir a la oficina! – me separé de ella y me fui a mi habitación para prepararme para irme.

La calentura que me producía mi adorada Cristina también me producía un terror incontrolable. Entre en el baño de mi habitación y me desnudé para darme una ducha e intentar acabar con aquella locura. Mientras caía el agua por mi cuerpo, volvieron los sentimientos de deseo hacia mi hija. Mi polla empezó a ponerse erecta de nuevo, y mientras recordaba sus besos y el tacto de su cuerpo, mi mano empezó a acariciar mi polla. Cerré los ojos y agité con más ganas mi polla. No tardé mucho en lanzar todo el semen que se acumulaba en mis huevos, dando unos contenidos gemidos mientras sentía el maravilloso orgasmo que me había producido pensar en mi hija. Sentí botar mi polla y acabar de soltar todo.

– ¡Guau papá! – escuché la voz de mi hija y abrí los ojos asustado – ¡Me ha gustado ver cómo te has corrido! – intenté taparme todo lo posible la polla para que no la viera mi hija – ¡Es demasiado grande para que la puedas tapar con tus manos! – me lanzó un beso y se giró – ¡Ya sé lo que quiero para comer esta noche!

Me sentí aturdido por el descaro de mi hija, pero a la vez me sentía demasiado excitado al verla hablar así. Había pasado de estar deprimida a convertirse en una sensual y pervertida hija… ¿Estaría fuera de su depresión o aquello era otro síntoma más del lío que tenía en su cabeza? Pasé todo el día fuera de casa. Ella había estado sola y temía llegar y encontrarme algún numerito extraño por la situación de mi hija. Cuando llegué, la cena estaba lista. No era muy buena cocinera, pero se había esmerado.

– ¡Papi, tengo la cena en la mesa! – llevaba un vestido bonito y la veía alegre – ¡Espero que te guste, nunca he preparado la cena para mi hombre! – se acercó a mí y me besó en la mejilla.

– ¡Seguro que estará buena! – le contesté e intentaba ver si se encontraba bien.

Tras la cena, me fui a mi habitación para cambiarme de ropa. Cuando me puse el pijama, ella entró en la habitación.

– ¡Venga papi! – me dijo muy sonriente y no pude evitar mirar su cuerpo marcado en aquellos pantalones ajustados y su camiseta que marcaba su generosas tetas – ¡Vamos a ver una película antes de que te entre sueño!

Ella alargó la mano y yo se la agarré. Caminamos cogido de la mano, ella delante de mí, y podía ver su redondo culo agitarse con cada paso que daba. No debía hacer aquello, pero el cuerpo de mi hija había despertado mis deseos más perversos. Nos sentamos en el sofá y durante un buen rato estuvimos viendo la película uno al lado del otro, medio abrazados.

– ¡Venga papi! – escuché la voz de mi hija – Te has quedado dormido… – se puso en pie – ¡Vamos a la cama!

Me agarré a su mano y me dejé llevar hasta mi habitación. Entré y ella se quedó de pie en la puerta mirándome. Me metí en la cama y me tapé.

– ¡Buenas noches hija! – le dije para despedirla.

– ¡Papi, puedo dormir contigo! – me preguntó como si fuera una niña inocente – ¡Tengo miedo de la oscuridad! – sabía que no debía dejarla, pero su cuerpo y mi deseo nublaron mi razón. Destapé la cama y ella corrió a meterse bajo mis sábanas – ¡Qué papi más bueno tengo!

Se puso junto a mí, de lado dándome la espalda. Agarró mi brazo y lo puso bajo su cabeza. Yo pasé mi otro brazo por su cintura y pegué mi cuerpo al suyo. Mi polla empezaba a reaccionar al sentir el cuerpo sensual de mi hija junto al mío, no lo podía evitar.

– Siento que te gusta abrazar a tu hija… – movió su culo contra mi polla para sentir más intensamente la erección que iba aumentando.

– Hija, esto no está bien, pero creo que me estás gustando más de lo que debería gustarme mi hija… – besé su hombro y ella se estremeció al sentir mis labios – No quiero sentir esto por ti… Ni siquiera sé si estoy preparado para sentir algo por una mujer… – mi brazo la atrajo por la cintura y pegué mi polla contra su culo, besé su cuello y me sentía embriagado – ¡Me estás volviendo loco!

Ella giró la cabeza y me ofreció su boca. La besé con pasión mientras mi cuerpo se restregaba contra el suyo. Mi enorme erección presionaba en su culo que empujaba para sentir entre sus cachetes mi endurecida polla. Se giró y quedó frente a mí. Nos miramos un momento a los ojos y después nuestras bocas volvían a estar unidas en aquel inmoral beso. No podía controlarme. Las manos de mi hija me empujaban hacia ella para que no dejara de besarla, mientas mis manos agarraban su culo y se deleitaban en sentir su prieta redondez. Metí las manos bajo sus pantalones y toqué sus nalgas que no tenían bragas. Me tumbé bocarriba y la forcé a que se subiera sobre mí. Sus piernas cayeron a ambos lados de mis caderas. Su incansable boca no dejaba de besarme mientras mis manos seguían amasando su duro culo.

Sus caderas empezaron a agitarse suavemente al sentir bajo su coño mi endurecida polla. Su lengua acariciaba la mía y sentía su aliento con aquellos gemidos ahogados. Se incorporó y quedó sentada sobre mi polla. Mis manos abandonaron su culo y buscaron el filo de su camiseta. Me ayudó a deshacerse de la prenda y ante mí aparecieron sus redondas y turgentes teas. Me agarré a su cintura y acerqué mi boca para chupar, para mamar… para devorar sus tetas.

– ¡Sí papá, sí! – se retorcía sobre mí – ¡Llevo años soñando con esto!

No podía hablarle. Me sentía tan avergonzado por lo que hacía como excitado por su joven cuerpo. Quería parar y marcharme de aquella habitación, pero mi hija me volvía loco de deseo y allí permanecía abrazado a su cuerpo y comiendo sus tetas. El suave roce de su sexo con el mío hacía que mi polla estuviera más dura de lo que nunca había estado. La giré y la eché en la cama. Ella me miraba pidiéndome que le diera más sexo, ofreciéndome sus pechos. Yo dudaba si marcharme, pero su joven cuerpo se retorcía sensualmente y mi mente no podía pensar, mi cuerpo no me obedecía.

– ¡Papá, siento mi coño ardiendo! – aquellas palabras me hicieron perder todo el control.

Agarré el pantalón de su pijama y se lo quité. Ella abrió sus piernas para ofrecerme su coño. Mis manos acariciaron sus muslos hasta llegar junto a su mojada raja. La miré a la cara y su sensual sonrisa me convenció de que cumpliera su perverso deseo. Hundí mi cabeza entre sus piernas y mis labios besaron sus labios vaginales.

– ¡Sí papá! – sus caderas se agitaron y frotaron su coño contra mi boca – ¡Prueba el caliente sexo de tu hija!

Mis dedos separaron sus labios vaginales y mi lengua recorrió todo el interior de su mojado coño. Sus caderas no dejaban de botar. Su boca lanzaba gemidos de placer mientras yo sentía que me condenaba al infierno por lo que hacía. No quería, pero la lujuria de mi hija no me dejaba parar, me excitaba y me animaba a continuar dándole placer.

– ¡Papá, necesito sentirte dentro de mí! – la escuché y dejé de ser su padre.

De rodillas entre sus piernas, me quité mis pantalones para mostrarle mi endurecida polla. Ella alargó las manos y la agarró. Su lengua humedeció sus labios como si quisiera comérsela mientras sus dedos jugaban con mi glande.

– Nunca he tenido sexo… – me asusté al escuchar a mi hija. No quería hacerle daño con mi irrefrenable deseo – ¡Gracias a dios mi primera vez será con mi amado padre!

Me eché con miedo sobre ella. Sentí por primera vez el contacto de su coño en mi polla. La besé suavemente y moví delicadamente mi cuerpo. Mi polla recorrió todo su coño, sin penetración, acariciando su ansioso sexo. Sus erectos pezones se clavaban en mi pecho y, mientras miraba sus hermosos ojos, su boca lanzaba leves gemidos al sentirme duro sobre ella.

– ¡Me gusta sentirte entre mis piernas! – seguía moviéndome y sus caderas se elevaban al ritmo de mis caderas para sentir un contacto más intenso.

Mucho tiempo pasamos abrazados, dándonos suaves besos, mirándonos a los ojos mientras mi polla se deslizaba por su coño. Podía sentir como se iba mojando poco a poco. Mi polla se deslizaba cada vez con más fluidez ayudada por los líquidos que me regalaba. Me levanté de ella y volví a lamer su coño brevemente para después acercar mi polla a su coño mientras permanecía de rodillas.

– ¡Qué bien sabe el coño de mi niña! – mi polla estaba encima de su coño y mis dedos la empujaron hasta que mi glande lo tocó – ¡¿Estás preparada para recibir a papá?!

– ¡Llevo mucho tiempo esperándote! – su voz sensual me llamaba para tomar su virginidad, mientras sus dedos abrieron su coño para mostrarme su vagina – ¡Toma a tu hija!

Empujé con los dedos mi polla hasta que mi glande estuvo en la entrada de su vagina. El calor que brotaba del interior de su coño quemaba la punta de mi polla. La miré a los ojos y ella hizo un gesto para indicarme que estaba lista. Moví mis caderas y mi glande empezó a dilatar su estrecha vagina.

– ¡Uf, sí! – dijo con un gemido.

– ¿Te duele? – le pregunté mientras miré mi glande que había entrado apenas unos centímetros.

– ¡Sigue, poco a poco! – soltó sus labios vaginales y una mano se colocó encima de la unión de nuestros sexos, separando dos dedos para que mi polla quedara en medio – Quiero sentir en mi mano la primera vez que entres en tu hija…

Me moví hacia atrás para sacar de nuevo mi glande y empujé un poco más para intentar penetrarla un poco más. Casi había entrado mi glande por completo y podía sentir como aquel ardiente coño se agitaba alrededor. Un poco atrás de nuevo y presioné para intentar invadir más su vagina. Todo mi glande desapareció de mi vista. Quedé quieto, mirándola a la cara mientras su virginal vagina se acostumbraba a mi grueso glande.

– ¡Es maravilloso! – su vagina se agitaba más alrededor de mi glande y sus dedos acariciaban suavemente mi polla – ¡Dame más, quiero sentirme llena de ti!

Empujé con pasión e invadí una gran parte de su vagina. La miraba a la cara y veía como sus muecas mostraban placer y algo de dolor. La saqué un poco y volví a penetrarla.

– ¡Dios, qué bueno tenerte dentro de mí! – sus caderas se agitaban descontroladas por el placer.

Me eché sobre ella y besé su boca dulcemente. Ella me devolvió el beso y sus manos me abrazaron por el cuello.

– ¡Dámela toda papá! – no podía resistirme a los deseos de mi hija.

Moví mis caderas y sentí como mi glande se hundía por completo en su estrecha vagina. Un gran gemido de placer llenó toda la habitación. Dejé mi polla totalmente hundida en mi hija y la miré a los ojos. Su cara mostraba el placer de sentirse llena, me moví suavemente y mi polla se deslizaba por toda su caliente vagina. Cada lenta penetración que le daba arrancaba un largo gemido de su boca. Sus brazos se aferraban a mi cuello para no hundirse en el pozo de placer que estaba sintiendo. Mis caderas se agitaban cada vez más rápido y su cuerpo se agitaba descontrolado. Veía a mi hija gozar mientras la follaba y aquello me producía tanto placer que sentí la necesidad de correrme. No podía aguantar mucho. Ella se agitaba y gemía mientras su padre intentaba no descargar su semen en ella. Su cuerpo se tensó y empezó a sentir un gran orgasmo. Yo la penetraba rápidamente y sentía que mi semen iba a brotar sin remedio, no quería correrme dentro, pero no podía evitar penetrarla con fuerza mientras ella gemía y se retorcía por el orgasmo que la estaba volviendo loca.

– ¡No puedo más, no puedo más! – su cuerpo perdió toda la tensión que tenía – ¡Dame tu leche! – aquellas palabras me hicieron estallar.

– ¡Aquí la tienes! – le dije.

No sé si caería parte de mi semen en su vagina, pero cuando me puse de rodillas y salió mi glande de su vagina, antes de que pudiera agarrar mi polla, un chorro brotó y cayó por sus labios vaginales y su vientre. Mi mano la aferró y la agitó, otro gran chorro voló hasta sus tetas llenando toda su barriga.

– ¡Sí papa, dale tu leche a tu niña! – sus manos se agitaban sobre mi semen y lo extendía por todo sus cuerpo – ¡Qué caliente está! – llevó su mano a la boca – ¡Y qué bien sabe!

Quedé de rodillas entre sus piernas, mirando su hermoso cuerpo que se agitaba sintiendo los últimos placeres de aquel orgasmo. Mi polla botaba terminando de lanzar todo el semen posible para mi querida hija, mi caliente hija. Ella se volvió, quedando boca abajo con su redondo y duro culo hacia mí. Giró la cabeza para mirarme con un dedo en sus labios.

– ¡Me gustaría sentir a mi padre sobre mí! – levantó levemente sus caderas para ofrecerme su culo en pompa – ¡Te gusta papá!

No dije nada. Me incliné y besé sus cachetes. Mis manos apretaron su culo y el deseo volvió a mí. Besé sus espalda hasta llegar a su cuello y puse mi polla sobre su culo, dejando caer mi cuerpo sobre el suyo. Giró todo lo posible su cabeza y me ofreció sus carnosos labios. La besé y su lengua salió de su boca para buscar la mía y jugar con ella. Mientras nos besábamos, me agitaba sobre su cuerpo y le restregaba mi polla contra su culo.

– ¡Te quiero papá! – se agarró a mis brazos.

– ¡Yo también te quiero! – quedemos abrazados después del placer que habíamos sentido.

De eso han pasado ya más de cuatro años. Mi preciosa hija se ha convertido en una mujer impresionante. Por pervertido que pueda parecer, todos estos años nos hemos convertido prácticamente en un matrimonio, siempre que estemos a solas. Lo único que siempre he añorado de mi relación con mi hija es llenarla con mi semen y que sienta lo que es convertirse en madre. Por esta razón y porque ella debe tener un futuro diferente al de estar toda su vida con su padre, es por lo que he aceptado este “negocio” de conocer a Marta y Enrique. Él parece un buen chico y tal vez consiga enamorar a mi niña. Marta es una mujer bonita, pero lo que más me llamó la atención cuando la conocí, era ese halo de sensualidad que la rodeaba. Sea como sea, tenemos que pasar una semana juntos y espero conseguir que mi hija se enamore de otro hombre y consiga librarse de este amor por su padre. ¡No sé cómo lo conseguiré!

Cuando Cristina y yo entramos en nuestra habitación, se abrazó a mí y me besó.

– Hija, sabes que tienes que conseguir deshacerte de tu obsesión por mí… – vi el odio en sus ojos, ya lo habíamos hablado antes, pero ella siempre se negaba.

– ¡Solo amo a mi hombre, y ese eres tú! – dijo tajantemente – ¡No me importa que seas mi padre!

– ¡Pero hija! – fue al servicio dejándome con la palabra en la boca – ¡Pues esta noche cenaremos con ellos y espero que te comportes como debes! – la amenacé y ella me ignoró.

Cristina pasó casi toda la tarde portándose como la mujer que tanto disfrutaba con aquella incestuosa relación. Tenía que ignorarla mientras estuviéramos con nuestros amigos, intentando que el chico se interesara por ella. No estaba muy seguro de lo que hacer, pero intentaría dedicarme a hablar con Marta, sin prestarle demasiado tiempo a mi hija. Temía la reacción de mi hija, nunca había competido con otra mujer por el amor de su padre, y tal vez pensaría que Marta tendría posibilidades de conquistarme y su reacción podía ser demasiado peligrosa. Aquella noche vería si podría deshacerme de la relación con mi hija que ya había durado demasiado tiempo. La miré echada en su cama, sabía que estaba enfadada y tenía miedo de su reacción.