Un erótico café con mucha lechita

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Me despertó el movimiento de la cama. En la oscuridad de la habitación pude ver la luminosa dentadura de un hombre de color, un mulato, montado encima mio.

Sentí su respiración agitada, lo escuché decir:

– “You’re my little whore (Eres mi putita.)”

Primero debo explicar a los lectores cómo llegué a esta situación…

Me llamo Rafael (me dicen Rafi), tengo 26 años y soy arquitecto. Delgado y de estatura media, soy de presencia masculina y gay pasivo, no afeminado. Tengo debilidad por hombres musculosos; y uno que pasó buena parte de su adolescencia babeando (y masturbándose) con cuerpos de atletas y gimnastas en revistas.

Mis primeras experiencias las viví con Max en la escuela. Él era capitán del equipo de rugby y mantuvimos una relación secreta de amantes por casi dos años. Empecé dándole sexo oral y terminé entregándole mi culo virgen (en mi casa, en mi cama!) Max, de quién me enamoré perdidamente, me hizo descubrir los placeres del sexo con un hombre.

Soy muy aficionado al ciclismo y formo parte de un club que se reune sábados y domingos a montar bicicleta por algunas horas. Después, religiosamente, vamos a beber café y conversar a un establecimiento local. Una buena rutina para librarse del estrés de la semana. Meses atrás un nuevo miembro se unió a nuestro grupo: Robert, un moreno atlético de espaldas anchas quién no pasó desapercibido por mis compañeras ciclistas.

El sábado pasado, tras casi dos horas y media de pedalear arduamente, algunos de nosotros conversábamos alrededor de vasos de cerveza, agua mineral y tazas de café. Evité posar la mirada en el enorme bulto en los pantalones de lycra de Robert, pero me fue imposible, era un imán para mis ojos, algo irresistible.

– “Alguien quiere otra bebida? Podemos ir a mi apartamento, muy cerca de aquí.”

– “Me apunto” dijo Christopher.

– “Yo también”, agregó Robert.

Fuimos a mi casa a charlar y beber café por un buen rato, hasta que Chris dijo que era hora de irse. Me puso nervioso estar a solas con Robert, uno en cada extremo del sofá, pero pude controlarme.

– “Cuéntame de ti, Rafi” me dijo en su español con marcado acento inglés.

A grandes rasgos le conté mi vida, desde los estudios en la escuela y mi beca, el paso por la facultad de arquitectura de la universidad, mis excelentes notas de graduación dos años atrás, motivo por el que me contrató la sólida empresa para la que trabajaba hoy. Le dije que ganaba un buen sueldo como para mantener el apartamento y vivir con comodidad. En suma, me consideraba un profesional competente y ambicioso, con mucho por aprender.

– “Enamorada, novia, o compañera?” preguntó.

– “No. Libre como el viento. La arquitectura es mi pasión” respondí.

– “Ahora es tu turno , Robert. Dime como llegaste a esta ciudad.”

Me contó que tenia 37 años, había nacido en Kingston, Jamaica, de padre inglés y madre jamaiquina, lo que explicaba su hermoso color de piel. Hizo el colegio allí y después estudió medicina general por casi seis años en Inglaterra, en Manchesterpara ser preciso, tras lo cual viajó a Basel, Suiza, a hacer cuatro semestres de especialización en gerontologia, la rama de la medicina que trata a los ancianos.

Su profesión era muy buscada y meses atrás le ofrecieron un buen contrato en Florida, asi que dejó Suiza y trasladó con su esposa a Fort Lauderdale, su nuevo destino.

Su mujer, Odette, era francesa y estaba por dar a luz a su primer hijo. En efecto, ayer mismo había ingresado a la sala de maternidad y esperaba que la niña naciese en las próximas 24 horas.

Sentado en un extremo del sofá fijé la mirada en el marcado bulto en sus pantalones de ciclista. Obviamente, Robert se dió cuenta y me preguntó directamente:

– «Dime Rafi, te gustan los hombres?”

– “Sí.”

– “Te gusta lo que estás viendo? Quieres tocarlo?”

– “Si lo permites, claro que sí.”

– “Acércate.”

Me senté junto a él y puse mis manos sobre su entrepierna. Sentí su miembro endurecerse bajo mis dedos.

– “Quiero verlo” le pedí mirándolo a los ojos.

Se puso de pie y quitó lentamente los pantalones, dejándome ver una verga gruesa y oscura, rígida y circuncidada.

– “Es enorme. He visto muchas en videos, pero nunca una como la tuya en carne y hueso.”

– “Nine inches (Nueve pulgadas). La circuncisión fue idea de mi madre” respondió con una sonrisa.

Me quedé en silencio sin saber que decir.

– “Rafi, suck my dick (Rafi, chupame la verga)”.

No tuve necesidad de una segunda invitación. Su olor, una mezcla de sudor, hormonas y sexo me embriagó. Incliné la cabeza y puse mis labios sobre la punta del miembro, abrí la boca y empecé a comérmelo.

Lamí y besé el grueso tronco. Lo recorrí de arriba a abajo con la lengua, mientras mis dedos acariciaban y jugaban con su escroto. Sentí a Robert gemir de placer.

La felación es un arte que he practicado y aprendido con el tiempo. Estoy convencido que es una técnica insuperable para hacer gozar y satisfacer a un hombre. Aún hoy recuerdo con claridad las palabras de Max:

– “Rafi, mamas mejor que cualquier hembra que he conocido.”

Los siguiente minutos los pasé comiéndome su enorme verga, chupándola, lamiéndola como si fuese una deliciosa paleta de caramelo.

Sentí su mano sobre mi cabeza empujándola.

– “Eat it all (Comela toda.)”

Lo sentí ponerse tenso y mover las caderas.

– “I’m coming (Me vengo.)”

Segundos después explotó en mi boca llenándola de oleadas de tibio semen que tragué con gusto. Su orgasmo, además de intenso, me pareció interminable.

– “Disculpa lo rápido de todo, pero no aguantaba más. Mi mujer ha tenido un embarazo de riesgo y no hemos hecho el amor por tres meses. Ya te imaginarás como estoy.”

– “Casi me ahogas, pero no te preocupes, para eso estamos los amigos” le respondí.

– “I loved the way you sucked me. Rafi, you’re an artist with the mouth (Me encantó la manera en que me la chupaste. Rafi, eres un artista con la boca.)”

– “El placer fue todo mío. No había probado nunca una tan grande como la tuya. No en vano dicen que los hombres de color son bien dotados.”

Nos reímos juntos.

– “Cuando quieras repetir la experiencia me lo dices y te doy una mamada tan buena como la de hoy.”

– “Nos vemos mañana tras montar bicicleta, te parece? Ahora debo ir al hospital a ver cómo sigue mi mujer.”

Tomé una ducha y con el sabor del semen de Robert en la boca pensé en esa enorme verdad: la búsqueda del placer sexual es un motor, una fuerza que mueve a muchos. Cómo explicar que Max, casado y con un hijo, acabe revolcándose en la cama conmigo cada vez que viene de visita; o que Robert olvide a su esposa embarazada y pida que se la chupe como hoy. Cómo explicarlo? Hombres sí, pero animales también.

A la 7.30am del día siguiente nos encontramos como siempre para nuestra carrera dominical. El coordinador del grupo nos dijo que Robert había llamado para disculparse: no podía estar presente, pues su hija acababa de nacer y era padre por primera vez.

Salimos a pedalear en pelotón, como de costumbre.

El resto del domingo lo pasé tranquilo en casa. A media tarde sonó mi teléfono.

– “Hola, soy Robert.”

– “Hola. Felicitaciones por tu bebé. Todo bien?”

– “Sí, todo muy bien. Puedo visitarte para conversar esta noche?”

Sabia lo que quería decir con eso de ‘conversar’, y no dudé un segundo.

– “Por supuesto. Que hora te conviene?”

– “Las visitas en la sala de maternidad terminan a las 8.30pm, así que estaré por tu casa alrededor de las 9pm. Llevaré algo de comer, si no es molestia.”

– “Perfecto. Tengo una buena botella de Nebbiolo para acompañar la cena.”

– “Nos vemos más tarde, entonces.”

Sospechaba lo que podía suceder entre nosotros esa noche, así que me preparé lo mejor que pude para el encuentro: me rasure brazos, axilas, piernas, pubis (ni un solo pelo en mi cuerpo!), y puse perfume en lugares estratégicos.

Robert llegó cerca de las 9pm con dos cajas de pizza en la mano.

– “Felicitaciones al nuevo papá. Cómo están tú esposa e hija?”

– “Felizmente todo salió OK. Odette dió a luz sin problemas y la bebé está muy bien.”

– “Que se siente ser padre?” pregunté.

– “Pienso que será una enorme responsabilidad, pero aún no lo sé.”

Le ofrecí una generosa copa y nos sentamos a comer, con abundante vino para lubricar la conversación.

– “Muy buena pizza. Tengo curiosidad por saber como hablas tan bien el español.”

– “Lo aprendí con mis muchos compañeros españoles en la universidad y he estudiado la difícil gramática para dominarlo. Me ha costado esfuerzo. Por si acaso, hablo también alemán y francés.

Obviamente estaba frente a un hombre inteligente. Me miró a los ojos y dijo:

– “Espero no haberte defraudado ayer. Fue todo tan inesperado e imprevisto.”

– “Todo lo contrario. Fue una deliciosa experiencia. Jamás había tenido en mis manos y boca una tan grande como la tuya.”

– “No exageres, Rafi.”

Nos reímos mientras comíamos pizza.

Tras algunas copas no resistí ni la tentación, ni el deseo.

– “Quisiera verla otro vez. Me dejas?”

– “Estaba esperando que me lo pidieras.”

Se paró, desabrochó la correa, quitó los pantalones y los boxers. Tenía esa enorme verga frente a mí.

– “Sientate en el sofá y abre las piernas” le pedí.

Me arrodillé frente a Robert, mientras mis dedos recorrían el tronco desde el glande al escroto.

– “Es una maravilla.”

Me incliné para poder aspirar mejor su aroma masculino y besé sus pesados y oscuros huevos.

– “Los tienes hinchados y llenos. No te preocupes, te los voy a ordeñar.”

Abri la boca y la deslicé en su verga. Robert gimió de placer.

Continué comiéndomela con locura por largos minutos. Cuando me dí cuenta que estaba cerca al orgasmo le apreté la base del tronco, una maniobra que evitó que se viniese..

– “Rafi, you’re a hell of a cock sucker (Rafi, eres un gran mamaverga.”

Yo había perdido la cabeza y le pedí en voz alta:

– “Te quiero adentro mío; que me la metas. Vamos a la cama.”

Nos desnudamos. Echados uno junto al otro el contraste de nuestro color de piel aumentó mi deseo: un café con leche erótico.

Le besé el pecho y bajé con mi lengua desde el ombligo hasta la entrepierna donde me esperaba su hermosa verga. Volví a comérmela con gusto.

Me puse boca abajo y le dí un tubo de gel.

– “Con está crema lubricante será más fácil.”

– “I’ll try not to hurt you (Trataré que no te duela.)”

Pasó sus las manos por mis nalgas y piernas.

– “You have the soft skin of a woman. I love it (Tienes la piel suave de una mujer. Me encanta.)”

Lo sentí abrirme las piernas y untarme el esfínter de crema. Entonces me montó y buscó mi ano. Sentí la presión de su verga intentando penetrarme. Instantes después se introdujo en mi.

– “Ahhh, que rico.”

– “You will enjoy it (Lo vas a disfrutar.)”

Me la metió despacio, centímetro a centímetro. Sentí algo de dolor, pero sobre todo un enorme placer.

No sé cuánto tiempo pasó (veinte minutos?) hasta que tuve sus caderas golpeando mis nalgas, con sus nueve pulgadas (veintidós centímetros) de carne atravesadas en el culo. Completo, lleno, feliz.

– “Do you like my dick, Rafi (Te gusta mi verga, Rafi?”

– “Me encanta. Cómeme.”

Nos movimos al ritmo de ese mete y saca, mientras yo mordía la almohada para controlar mis gritos. Gloria absoluta.

Lo sentí gruñir de gozo mientras empezaba a eyacular en mis entrañas. Me vine al mismo tiempo, mojando las sábanas.

– “What a good fuck (Qué buen polvo.)”

– “Me has hecho gozar como si fuese tu hembra” respondí.

– “You are just that tonight. (Eres exactamente eso esta noche.)”

Nos duchamos y caimos exhaustos en la cama. Era casi medianoche y Robert me pidió si podíamos pasar la noche juntos. No pude negarme.

Retomo ahora el hilo de mi relato.

No sé qué hora sería. Me despertó el movimiento de la cama. Tomé conciencia de dónde estaba y lo que habia sucedido: vi la blanca dentadura de Robert y oí su respiración agitada, diciéndome:

– “You’re my little whore (Eres mi putita.)”

Estaba montado sobre mí intentando penetrarme nuevamente.

Me dejé llevar por el deseo, abrí las piernas, y le ofrecí el culo por segunda vez.

Me la metió sin mayor dificultad.

– “Hazme tuyo”, le pedí.

– “I going to fuck you hard, Rafi (Te voy a cojer duro, Rafi.)”

Sentirme toda esa dura verga dentro de mí era algo riquísimo.

Repetimos la locura de pocas horas antes: nos vinimos casi al misno tiempo en un mar de gritos de placer.

Robert era bisexual y mantenía con su esposa uno de esos llamados matrimonios abiertos, modernos y durante los meses siguientes nos fuimos a la cama con regularidad.

Cada sesión de sexo era mejor que la anterior, algo que espero contarles en un futuro relato.

Rafi habia descubierto una adicción, una droga muy difícil de dejar.

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