Todo el tiempo del mundo en la universidad

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Durante los días de clases, las universidades son de los lugares más bulliciosos que te puedes encontrar. Y no es para menos, pues están atiborradas de jóvenes llenos de energía, ansiosos por ya salir al mundo y disfrutar de sus últimos días de juventud (después de todo, a la mayoría les tocará ya entrar al mundo laboral una vez se hagan con su diploma) mientras que a su vez los salones de clase están llenos de profesores tratando de llamar la atención de los mismos jóvenes cargados de hormonas para tratar de dejarles algún conocimiento útil para su futura vida adulta. Y por supuesto, la prestigiosa universidad Packenwood no era ajena a esta clase de bullicio.

O quizá sería más correcto decir, que no debería ser ajena a esta clase de cotidianidad.

Era un medio día de viernes, momento en que se hacía cambio de clase. Los pasillos que llevaban a los alumnos de un aula a otra estaban atiborradas de personas, jóvenes que iban en sus grupos de amigos charlando y bromeando, arrojándose balones o acomodando sus libros en sus casilleros… pero no había nada de ruido, de hecho, hasta parecía que ni siquiera lo que uno podía concebir como “silencio” podía escucharse, probablemente eso que se “oía” era lo más parecido al sonido del vacío que uno podría experimentar, al punto de dejarte escuchar con precisión como tus pulmones se llenaban de aire y tu corazón bombeaba sangre por tus venas.

Pero la ausencia de sonido no era lo único preocupante en esa escena, lo era también la falta de movimiento. El pasillo estaba lleno de alumnos, pero todos ellos estaban tan perfectamente quietos, que ni siquiera parpadeaban o su pecho subía y bajaba como prueba de que estaban vivos. Pero tampoco eran maniquíes o alguna clase de estatua, ya que sus pestañas y cabellos eran tan reales, que ningún artista o máquina podrían replicarlos con tal exactitud.

Y las personas en el pasillo no eran los únicos congelados: el balón que el capitán de futbol le había lanzado a uno de sus compañeros se encontraba flotando en el aire, como si estuviera suspendido por un hilo invisible, solo que ahí no había hilos. Y para hacer todavía más surrealista la escena, había al lado del balón una mosca, al parecer huyendo del esférico, también flotando en el aire, con sus alas totalmente quietas.

Y toda esta dantesca puesta en escena era observada por Luis, un chico que pese a lo que indicaba su tupida barba, todavía era un universitario de veinticinco años. Pero a diferencia de todos sus compañeros, él no estaba quieto como estatua, de hecho su boca se abría y se cerraba como si fuera un pez fuera del agua, y sus piernas temblaban mientras apretaba contra su pecho un pequeño dispositivo plateado.

Logró tragar un poco de saliva para refrescar su garganta y al fin ser capaz de mascullar unas palabras:

—No… no puede… ¡Esto no puede estar pasando!

Y tras decir eso, se dio media vuelta y se echó a correr. Salió del edificio y llegó a los jardines de la institución donde todo seguía justo como lo había visto dentro: Personas paralizadas como maniquís demasiado realistas, objetos flotando y aves que se sostenían en el aire sin siquiera batir sus alas.

En su pánico, alcanzó a ver a dos de las porristas a un par de metros de él, al parecer las dos chicas habían estado jugando y una de ellas, una preciosura rubia con un cuerpo de infarto, había dado un salto y su falda se había levantado dejando a la vista sus leggins de color negro que estaban tan pegados, que remarcaban su culo como si no llevara nada.

Justo Luis estaba reparando en eso, cuando tropezó con una piedra en el camino y cayó de bruces al suelo, presionando el botón de su pequeño dispositivo plateado. En cuanto el botón fue presionado, fue como si alguien le hubiera quitado el mute al mundo, pues el sonido regresó tan de golpe que incluso le hizo un poco de daño a los tímpanos de Luis que ya se habían adecuado al sonido del vacío.

Se apuró a levantar la cabeza y miró en todas direcciones, sorprendiéndose de ver que lo que antes eran maniquíes extremadamente realistas, ahora se movían con naturalidad mientras charlaban y reían, mientras los objetos y aves ya no se mantenían flotando en el aire por algún arte profano.

Se giró para ver a las dos porristas y vio que ambas muchachas le miraban extrañadas, no en el sentido de que se burlaran del pobre idiota que se había tropezado con una piedra, sino en el sentido de que ambas podrían haber jurado que hacía un segundo atrás, no había nadie ahí.

Ignorando las miradas de las dos porristas, las cuales de cualquier forma ya habían dejado de fijarse en él para regresar a lo suyo, Luis se puso de pie y se fue con la cabeza gacha y la espalda encorvada, con dirección hacia su dormitorio. Y mientras lo hacía, levantó la mano para ver aquello que tanto apretaba como si su vida dependiera de ello: un reloj de bolsillo de color plateado, con pinta de ser muy antiguo y con extraños caracteres imposibles de leer para él, en lugar de números.

—Es real… —dijo tragando saliva— Esta maldita cosa es real.

Y empezó a recordar cómo había obtenido ese reloj…

Era poco antes de medio día. El sol brillaba y los pájaros cantaban, lo que lo hacía un día ideal para estar afuera, no dentro de un aburrido salón de clases absorbiendo información que o bien no serviría para nada en la vida laboral o si se requería, en tiempos modernos podría ser buscado en Internet.

Por eso mismo, en ese momento Luis se encontraba afuera, sentado en una de las bancas del campus, claramente saltándose una de las clases.

De momento, su único entretenimiento había sido estar viendo a los alumnos que pasaban enfrente de él yendo y viniendo ya fuera para ir a sus clases, a sus actividades extra escolares o directamente a sus dormitorios por haber tenido la suerte de terminar temprano sus clases.

Soltó un largo y tendido bostezo y mientras se recargaba en el respaldo de la banca y dejaba caer la cabeza hacia atrás, dijo:

—Que aburrido es esto…

—¿Verdad? —respondió alguien a su lado.

Luis de inmediato se sobresaltó, pues no esperaba que alguien le respondiera. Se reincorporó y a su derecha vio sentado al otro lado de la banca a un tipo la mar de extraño. Era claramente un chico, quizá un poco más joven que él, vestía como todo un punk: botas, jeans deshilachados, mancuernas con remaches, una playera negra con el logo de alguna banda de metal noruego que de seguro no conocían ni en su casa… pero había un detalle en ese sujeto que lo diferenciaba de su punk genérico, no solo sonreía, sino que pese a lo caluroso de esa mañana de primavera, llevaba una chamarra negra con la capucha puesta de tal forma, que Luis era incapaz de verle de la nariz para arriba.

Siguió un silencio incómodo que no fue roto hasta que sin perder su sonrisa, el extraño levantó la mano y dijo:

—¡Hola!

—Ho-hola —saludó Luis de vuelta más por puro reflejo que por verdadera cordialidad.

El extraño no pareció molestarse por la actitud de Luis, más bien parecía complacido. Tras quedarse en silencio un momento, el extraño volvió a hablar:

—Entonces, ¿quieres algo de emoción en tu vida?

«Lo que me faltaba —pensó Luis rodando los ojos—, un camello»

—No amigo, yo no le hago a eso.

Sin embargo, el extraño no se lo tomó a mal, más bien se carcajeó.

—No amigo, no estoy hablando de drogas. Yo hablo de diversión de la buena.

—¿He? —preguntó Luis levantando la ceja.

Sin decir nada más, con una velocidad extremadamente rápida el extraño tomó la mano de Luis y en esta depositó algo que a lo que el tacto del universitario le dejaba saber, era algo redondo y de un metal frío. Lo soltó y Luis pudo recuperar su mano, para luego abrirla y ver lo que era:

—¿Un reloj de bolsillo? —preguntó el joven levantando una ceja.

—No juzgues un libro por la portada —replicó el extraño notando el tono de voz contrariado de Luis—. Este pequeño dispositivo le dará a tu vida un pequeño empujón de diversión que ocupas, solo presiona el botón, y diviértete.

Sin dejar de verlo con confusión, Luis bajó la mirada al reloj para volver a examinarlo y constatar que ese cacharro no tenía nada de especial.

—Estoy ansioso por ver qué locuras haces con ese reloj —dijo el joven encapotado, aunque esta vez con una voz más gruesa que la que había estado usando hasta ese momento, lo que en definitiva llamó la atención de Luis, pero cuando este giró la cabeza en dirección de ese joven, este ya no estaba.

Luis se puso de pie y miró en todas direcciones tratando de dar con el extraño sujeto ese, pero por más que miró, no logró dar con él.

—¿Qué cojones? —dijo sin comprender qué diablos había pasado.

Con la cabeza dándole vuelta por el extraño encuentro, Luis decidió mejor ir a su siguiente aula para tomar la siguiente clase. Esperaba que pensar en la aburrida cátedra que le esperaba por parte del profesor de cálculo lo distrajera del extraño evento que acababa de vivir, pero no, su mente seguía en ese extraño reloj aunque ya había entrado a un pasillo lleno de bullicio estudiantil.

“Solo presiona el botón, y diviértete” había dicho ese misterioso tipo. ¿Por qué no darle una probada? Total, ¿Qué era lo peor que podía ocurrir? Así, Luis tomó el reloj de su bolsillo, lo miró un par de segundos y presionó el botón en la parte superior de este, las manecillas se detuvieron y entonces…

Solo hubo silencio.

Luis se obligó a regresar al presente cuando llegó a la puerta de su habitación en el dormitorio de hombres que también estaba en el campus de la universidad. Se detuvo frente a esta, con nervios buscó las llaves en su bolsillo y tras lograr sacarlas, con estas abrió y entró, cerrando la puerta detrás de él y apoyándose en esta mientras empezaba a respirar agitado.

Esperaba poder tener un momento de paz a solas para poder procesar mejor lo que había ocurrido, pero como que no se iba a poder: en la cama estaba acostado un joven delgado y de cabello corto naranja. Ese era Diego y aunque era dos años menor que él, al haber poca cantidad de dormitorios en la universidad, se lo habían asignado como compañero; a Luis no le había importado, era un buen tipo, no era molesto y además…

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Diego bajando el comic que estaba leyendo para observar a su compañero que había entrado tan súbitamente que lo había asustado, y el susto pasó a preocupación cuando lo vio todo agitado.

—¡Sí! ¡Sí! Todo bien —se apuró a decir Luis—. Es solo que me salté unas clases y el prefecto casi me atrapa, ¡tuve que correr para escapar de él!

Diego lo miró con una ceja levantada y luego dijo:

—Ok.

Y regresó a seguir leyendo su comic. Esa era otra de las bondades del pelirrojo: no hacía muchas preguntas.

Con eso arreglado, Luis pudo ir al escritorio, tomar la silla y sentarse en ella mientras enterraba su cabeza entre sus manos y ahora sí podía pensar en lo que acababa de acontecer.

El reloj que ese fulano le había dado, tenía el poder de parar el tiempo.

«Pero eso no puede ser —pensó acicalándose la barba—, ¡parar el tiempo, contradice casi todas las leyes de la física!»

Aunque no era precisamente su mejor materia, Luis se puso a repasar en su cabeza todas las leyes de la física que podía recordar y que le confirmaran que eso era simplemente imposible. ¿No debería salir él volando del planeta al pararse este de golpe? ¿No había alguna ley que dijera que al congelarse todo, incluido los átomos, deberían explotar o algo así? ¿Y qué había de la luz y el sonido? ¿Ese reloj afectaba solo su área inmediata? ¿A toda la ciudad? ¿El mundo? ¿El universo?

—No puede ser… —se dijo en voz baja ahora pasándose la mano por el cabello, todavía en negación por lo que había visto. Quizá sí le había aceptado porro a aquel tipo y en su mal viaje había creído que el tiempo se había parado.

Sí, eso debía ser, era la explicación lógica. Tomó el reloj y lo miró conteniendo una carcajada, de seguro nada pasaría si volvía a presionar el botón…

El sonido de sus propios latidos y sus pulmones llenándose de aire reemplazaron todo el sonido que antes estaba escuchando. Miró en todas direcciones y aunque todo se veía igual, podía sentir que algo no estaba bien. Tomó un lápiz de la lapicera que tenía cerca, lo levantó a la altura de sus ojos y luego, lo dejó caer.

El pedazo de madera efectivamente cayó, pero solo un par de segundos, pues poco a poco fue disminuyendo su velocidad hasta que se detuvo y quedó flotando en el aire, igual que otras tantas cosas que había visto Luis en los últimos minutos.

—No me lo creo —dijo Luis mientras pasaba la mano alrededor del objeto para convencerse de que no había algo ahí que lo sostenía y luego, algo dentro de él explotó—. ¡Es real! ¡Esta cosa es real! ¡De verdad puede parar el tiempo!

Luis mandó al diablo su escepticismo inicial. ¡Que se jodan las leyes de la física! Sin importar cómo pudiera pasar, la verdad era innegable: con un solo botón ese reloj podía parar el tiempo y si no había tiempo, no había reglas. Ese sujeto tenía razón: ahora iba a divertirse mucho. Ahora la pregunta era, ¿Qué iba a hacer?

La respuesta no tardó mucho en llegarle. Se giró para ver a su compañero que yacía en la cama, inmóvil como si fuera un maniquí de diseño perfecto para parecerse a un ser humano; no respiraba y tampoco parpadeaba.

Se levantó de la silla y contempló a su compañero de pies a cabeza mientras se relamía los labios y se le formaba una erección en los pantalones. Diego era alguien en quien se podía confiar y efectivamente Luis le había dicho varias cosas que sabía que no saldrían de ahí, pero una de la que no le había hablado en el tiempo que habían estado como compañeros de cuarto, era de que él era bisexual, y Luis tenía una muy buena razón para “olvidar” comentarle ese importante detalle de su vida a Diego: desde que lo había visto se le había antojado y cómo no hacerlo, si estaba como para comerse con su pelito rojo, su carita todavía de niño bueno y un cuerpo justo como le gustaban, pero siendo Diego heterosexual, prefería que su compañero de habitación se paseara por la habitación en bóxers sin pensar que realmente Luis imaginaba todo lo que podría hacerle a ese culito si la situación se daba, y la situación justo se acababa de dar.

Luis le quitó el cómic de las manos a Diego, el cual se deslizó de entre los dedos del joven como si estos fueran de mantequilla y después, lo arrojó detrás de sí, el cual así como antes pasara con el lápiz, poco a poco fue deteniendo su velocidad hasta quedar suspendido en el aire.

Le acarició el rostro a su compañero de habitación y no solo sintió la suavidad de su piel, también el calor que esta emanaba. Esto le hizo preguntarse otra cosa y no se tardó en ir a averiguarlo. Giró la cabeza de Diego, la cual no opuso nada de resistencia, y con cuidado le abrió la boca para después meter su dedo ahí, confirmando lo que sospechaba: pese a estar congelada en el tiempo, la boca del pelirrojo estaba húmeda y cálida.

Si su polla no estaba lo suficientemente dura, ahora lo estaba. No tardó nada en quitarse los pantalones para dejar su polla libre y esta casi casi se movió por si sola hasta la cara de Diego, para empezar a pasearse por la pecosa piel del muchacho y después bajar hasta sus labios para irlos embarrando del liquido preseminal que ya empezaba a manar como si saliera de una llave de agua.

Luis no lo soportó más y metió su pene dentro de la boca de su compañero de cuarto, el cual al no poder cerrar la boca, no se sentía el agradable vacío que un oral en condiciones podía dar, pero de momento eso a Luis no le importó y se dedicó a explorar con su glande el interior de la boca de Diego: la pasó por su paladar, por su lengua, incluso le acarició un poco la campana y las anginas.

Lo que había logrado hasta el momento se sentía bien, pero Luis quería todavía más.

—Me pregunto si… —dijo y empezó a manipular la quijada y los labios de su amigo hasta que logró que se cerraran alrededor de su polla.

El resultado ya era un poco más agradable y ya se sentía como una mamada más en regla, por lo que Luis empezó a mover la cadera para ya follarle la garganta a Diego y aunque se sentía bien…

—No, no es lo mismo —pensó, sacando su polla del interior de la cavidad bucal del pelirrojo, un poco inclinada así como su dueño.

La sensación no estaba mal, pero hacía falta más participación del otro, faltaba que se la succionaran, que le hicieran cosquillas con la lengua en la punta de la verga, que le agarraran los huevos y jugaran con ellos, que lo miraran con picardía a los ojos.

Luis suspiró y luego dijo:

—Bueno, nada qué hacerle. Por suerte, no es lo único que pudo hacer.

Y bajó la mirada hacia la cadera de Diego.

Momentos más tarde, Luis se las había arreglado para poner el cuerpo de Diego a cuatro patas, con la cabeza agachada y el culo bien levantado. Con esa tarea hecha, le desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas. Se quedó un momento contemplando las blancas nalgas del pelirrojo y las acarició un poco así como que también las pellizcó, constatando que estaban firmes y que realmente hacía un buen uso del gimnasio del campus.

Con esa curiosidad inicial tratada, le abrió las nalgas con las manos y contempló el premio mayor: el ojete de Diego, una pequeña rosca marrón tan estrecha, que se notaba a leguas que nunca había sido usada para otra cosa que no fuera para “salidas”, pero ese día Luis estaba dispuesto a enseñarle los placeres del sexo anal.

Con el tamaño de ese anillo, era claro que su verga no iba a poder entrar ahí, no sin ayuda, por lo que se apuró a ir a su mesa de noche y de uno de los cajones extrajo un pequeño bote de lubricante. Con una sonrisa recordó que Diego la había visto y pensó que la usaba con las chicas con las que salía… una verdad a medias.

Con el bote de lubricante en la mano, llegó hasta la parte trasera de Diego, se untó el dedo índice con a sustancia aceitosa y empezó a introducirla en el recto de su compañero, asegurándose de dejar bien aceitado el orificio para poder entrar sin problemas ahí dentro.

Luego de varios minutos, esa cavidad quedó a su gusto bien lubricada, así que era el momento. Tomó su sable todavía duro por la situación y lo apuntó al ojete de su amigo. El glande entró sin fricción gracias a la lubricación, pero definitivamente ese conducto estaba estrecho y aún con esa ayuda costaría trabajo, pero Luis estaba determinado a triunfar en su empresa. Continuó pujando hasta que pronto toda su carne estuvo dentro de los intestinos del pobre de Diego. Se quedó unos minutos quieto, disfrutando de cómo el recto del pelirrojo le apretaba con la fuerza de un varonil puño, y entonces comenzó con lo suyo, sacar y meter, sacar y meter… La habitación se había llenado con el olor de la vaselina y el sonido del choque de las nalgas de Diego contra el abdomen de Luis, sumado a una ocasional nalgada al culo blanco del muchacho.

Pronto, el fuerte agarre de ese recto hizo lo suyo y Luis terminó sintiendo un fuerte orgasmo que aunado a la sensación de estarse corriendo dentro del culo de Diego, no hizo más que aumentar el placer que estaba sintiendo.

Se quedó así, un momento disfrutando tanto de la sensación como de la victoria de haber conquistado al fin ese culito, y cuando su polla comenzó a ponerse flácida, la sacó de ahí y contempló con algo de orgullo el ano dilatado de Diego y como el semen empezaba a escurrir de ahí, empezando a perlarle los huevos al muchacho.

La sola vista de su “obra de arte” bastó para que poco a poco y aunque estaba exhausta, su verga comenzara a ponerse dura, denotando que así como su dueño, todavía quería algo de acción.

Luis empezó a masturbarse para tranquilizar a su polla. Sí, quería seguir disfrutando sexualmente de su nuevo poder, pero creía que ya había comido mucho “huevo con salchicha”, ahora quería un platillo más tradicional.

Y una sonrisa en su rostro denotaba que ya sabía quién sería su siguiente juguete.

***

En una habitación del dormitorio de mujeres, una bella joven se encontraba sentada en su escritorio leyendo un libro. Delgada y de largo cabello castaño, solo llevaba un vestido floreado que se las arreglaba para exaltar su femineidad. Esa bella universitaria era Andrea, la novia de Diego y así como el resto de por lo menos el campus, se encontraba congelada en el tiempo, por lo que no notó cuando la puerta de su habitación se abrió y por esta entró Luis, con una sonrisa en el rostro que delataba la locura lujuriosa que lo gobernaba.

Se acercó a la muchacha y sin ningún aviso, empezó a magrearle las tetas mientras decía:

—Joder Andrea, pero que ricas tetas tienes. Siempre se me antojaron, pero si no hice un avance contigo fue por respeto a Diego, pero si ya le reventé el culo a tu novio, ¿por qué a ti no?

Ya fuera porque era delgada o porque el tiempo congelado alteraba la física de los objetos, casi sin ningún problema tomó a la muchacha de la silla y la arrojó sobre la cama, quedando ella en la misma posición en la que estaba cuando se hallaba sentada: con las piernas levantadas y abiertas.

Desde ahí, Diego tuvo una excelente visión de las blancas bragas de la muchacha, las cuales no tardó en quitarle para ahora deleitase mirando los rosados labios vaginales de ella coronados por un tímido vello castaño, hasta en sus partes nobles la chica se las arreglaba para mostrarse femenina.

Aunque se podría decir que el tiempo le sobraba, Luis ya no quiso perder ni un minuto más y sin ninguna clase de juego previo o algo, solo sacó su polla de sus pantalones y sin mayor ceremonia la enterró en el coño de la novia de su compañero de cuarto, notando que la muchacha ni era virgen (“bien ahí Diego”) y que no follaba muy seguido, porque ese coño se sentía algo apretado, pero eso último no le importó a Luis, quien siguió follando a la chica, disfrutando de cómo esta mantenía una sonrisa angelical mientras era cogida por alguien que no era su novio, como si fuera una puta barata.

Y con ese pensamiento, Luis soltó una fuerte carcajada. Ahora sus días jamás volverían a ser aburridos gracias a ese maravilloso reloj que su igualmente misterioso benefactor le había entregado.

Esperaba que si podía verlo, así como él estuviera la mar de entretenido.

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