Cuando el silencio cuesta demasiado caro

A la mañana siguiente se repetía la rutina en aquel pequeño cuarto escobero donde la taquilla contenía su uniforme.

Graciela se cambiaba en la intimidad del cuarto, quitándose la ropa de calle, quedándose en braguitas y sujetador color carne y poniéndose su uniforme reglamentario. Terminando con la cofia en su cabeza y el pelo recogido en un moño.

Como cada día se presentó ante su señora y esta la inspeccionó de abajo a arriba.

–¡Estás perfecta Graciela! –dijo la señora.

–¡Gracias señora! –dijo ella bajando la mirada en señal de sumisión.

–Verás Graciela, es un tema un tanto delicado por lo que creo que lo mejor sería ir al grano. Ayer fui consciente de que mi hijastro me espiaba a mí y a mi invitada. Pero por no montar un escándalo le dejé seguir mirando…

Graciela sintió como su corazón se aceleraba de repente al oír tan sorprendente declaración de su señora e inmediatamente pensó en si sería despedida, como testigo inocente de aquel desgraciado incidente.

–Entiendo que a su edad es lo normal, sentir curiosidad, ¿no crees? –continuó relatando su señora.

Graciela no contestó, pues no sabía qué decir ni a dónde iría a parar aquella difícil situación.

–¡Tranquila Graciela, no te reprocho nada! También te vi llegar cuando el desaprensivo probablemente hizo en el suelo lo que no debió hacer. Es más te quería dar las gracias por tu discreción, espero que de tu boca nunca salga el relato de lo que ayer aconteció.

–¡Oh señora, yo no vi nada! –dijo rápidamente Graciela–. Es todo lo que saldrá de mis labios –añadió.

–¡Hum, eso es! ¡Has captado perfectamente la idea! En una casa pasan muchas cosas y lo último que nos hace falta es un servicio con la lengua larga, ¿entiendes, verdad?

–¡Absolutamente señora! –dijo Graciela en tono ciertamente militar, acatando las órdenes de su señora.

–Por cierto, ¿no sé si tú viste algo ahí afuera? Me da un poco de vergüenza la verdad, pero a veces una hembra como yo se pone caliente y ansía gozar de todas las maneras posibles, ¿no sé si me entiendes? –dijo la señora levantándose y acercándose a la criada.

–No entiendo señora dónde quiere ir a parar –dijo Graciela que ya había oído demasiado tal vez.

–No sé Graciela, me excitó un poco la idea de ser vista, tanto por mi hijastro como por mi criada curiosa, ¿seguro que no viste nada?

–¿Yo? ¡Nada de nada señora! –dijo Graciela rápidamente.

–¡Hum, sigo pensado que estás preciosa con este uniforme que tan pulcramente llevas puesto! –dijo la señora atreviéndose a acercar su nariz a la oreja de Graciela para oler su ausencia de perfume.

Graciela se sentía terriblemente incómoda por la cercanía de su ama. Pero sabía que lo mejor que podía hacer era aguantar el tipo.

–¿Nunca te has sentido atraída por otra mujer? –se atrevió a susurrarle al oído.

–Verá señora, una ya es demasiado vieja y tradicional para ciertas cosas –dijo Graciela prudentemente.

–¡Hum, lástima Graciela! Pues yo te veo algo especial, tal vez el atractivo de una mujer madura que sabría lo que quiere si se le pone delante. ¿No crees? –volvió a insinuarse tras pasearse por delante suyo y terminar susurrándole en la otra oreja.

–¡Oh señora, de verdad no sé a qué se refiere! –dijo Graciela negando la mayor.

–Está bien Graciela, no pretendía incomodarte. Hoy saldré a medio día, por lo que no será necesario que prepares comida para el señor y para mí, únicamente comerá aquí Gabriel. Pero no quiero que se ponga como un cerdo comiendo, ¿entiendes? Sírvele una ensalada y algo de pollo a la plancha.

–Está bien señora, eso haré –dijo servicialmente la criada.

–¡Ah, una cosa más Paca se ha tomado el día! Al parecer no se sentía bien así que el señor la ha llevado al médico y pasará el resto del día en su cuarto descansando, no la molestes para las tareas, ¿vale?

–¡Oh claro, ayer limpió mucho y sudar tanto puede que no le haya sentado bien! –dijo Graciela preocupándose por su compañera…

Se despidió de la señora y se puso manos a la obra para limpiar. Hoy ya sabía que no tendría un día tan cómodo como el anterior, pero había que adaptarse así que tomó los útiles de limpieza y se pasó gran parte de la mañana limpiando.

Vio la puerta de Paca cerrada y decidió asomarse para ver cómo estaba. Se sentó en su cama y puso la mano en su frente, pues la chica era joven y sentía la necesidad de cuidar de ella.

–Está caliente –pensó, tal vez el sudar y luego ducharse le hizo coger un resfriado.

–¡Oh señora Graciela! –dijo Paca despertándose–. ¡Hoy no me encuentro nada bien! –añadió.

–Tranquila Paca, tú descansa, ¿te apetece un poco de leche y galletas? Ahora te los traigo, debes comer algo para reponerte.

Así que bajó un momento a la cocina y subió una coqueta bandeja con lo prometido, dejándosela a Paca en la mesilla de noche, cerró la puerta y la dejó tomándose el humilde desayuno que le había preparado.

Siguió limpiando y llegó a la habitación del chico, que pasaba sus vacaciones encerrado en su cuarto jugando a videojuegos. Tocó dos veces y esperó permiso para entrar.

–¡Buenos días señorito! Venía a limpiar su cuarto si quiere, o si no quiere pues puedo pasar más tarde.

–¡Oh, Graciela! Pase ya que está, aunque si me lo permite me gustaría quedarme aquí mientras lo hace, pues estoy en medio de una interesante partida.

–¡No es molestia! puedo limpiar sin problemas –dijo Graciela pasando a su cuarto.

Hizo su cama, estirando las sábanas y alisando e bonito edredón estampado, limpió las mesillas después cuando vio entre la cama y estas pañuelos de papel, supo de donde provenían, así que tomó la escoba y los barrió al recogedor.

Graciela no tenía hijos, pero pensaba que era lo normal para un joven de su edad. Buena cuenta se había dado el día anterior, cuando le descubrió espiando a las tortilleras de su madrastra y su amiga.

–¡Oh Graciela, y quería darle las gracias por no decir nada de lo de ayer! –dijo el joven de repente, tal vez siendo consciente de lo que contenían los aquellos pañuelos que ella ahora recogía.

–No fue nada señorito, pero permítame advertirle que tenga más cuidado la próxima vez. Pues si la señora se da cuenta puede contarlo a su padre y no es bueno que ande por ahí mirando esas cosas.

–¡Me da mucha vergüenza que usted me viese hacer algo así! –dijo el joven poniéndose muy colorado.

–¡Tranquilo señorito! Esas cosas pasan, usted es joven y lo que vio le perturbó. Le confieso que yo también eché una ojeada, ¡y quedé ojiplática al verlo! –dijo Graciela a modo de confesión.

–Como usted sabe, ella no es mi madre, es simplemente una guarra que se folla a la amiga en su ausencia –le confesó el señorito sin tapujos.

–Pero señorito, esa forma de referirse a ella no puede sino traerle problemas. Es mejor obedecer y no hacerla enfadar, se lo doy como consejo.

–Si Graciela, ya sé que a veces no la trata del todo bien. Es altiva y orgullosa, y como sabe no me llevo muy bien con ella. Aunque tiene gracia que ayer la pillara con algo que yo ya sospechaba. Dejándose comer la raja por aquella amiga, perdone que le cuente estas cosas pero es que lo que vi ayer me sorprendió tanto que no pude evitar sentir excitación al ver un acto como aquel.

–No importa señorito, yo miro, oigo y callo, pues es lo que se espera del servicio. Pero ha de saber que ella se dio cuenta de que la espiaba, por eso le pido que tenga más cuidado la próxima vez –le dijo en voz baja acercándose a su silla e inclinándose para susurrarle al oído.

–¡Oh, ok Graciela yo… tendré más cuidado! –dijo él mirando su escote descaradamente al inclinarse ella hacia adelante.

–¡Señorito! –dijo Graciela al darse cuenta de su desliz, poniendo la mano en su escote para tapar su canalillo y sus pechos que apuntaba con salirse de donde los tenía guardados.

–Perdone es que no he podido evitar mirar… –dijo el joven poniéndose colorado.

–¡Oh señorito, no se preocupe ha sido solo mi culpa! En fin, guarde en secreto lo que le he contado, si ella se entera de que se lo he contado, ¡me despedirán! –dijo ella alarmada.

–¡Tranquila Graciela, seré igualmente discreto! –dijo el chico sin poder ocultar su rubor.

–¡Muy bien señorito! Le dejo tranquilo, discúlpeme si le he perturbado –dijo Graciela servicialmente.

–¡No pasa nada Graciela! Le pido disculpas de nuevo por mi indiscreción.

–¡No hay por qué disculparse! –rio Graciela.

–¿Usted cree que soy guapo? –preguntó de repente el joven para sorpresa de Graciela.

–¡Oh, pues claro que sí, es usted un joven muy apuesto! –dijo ella para subir su autoestima.

–Es que a veces pienso que no gusto a las chicas de mi edad, ¿sabe?

–Bueno, de tiempo al tiempo. Es cuestión de conocer a la mujer adecuada nada más.

–¡Gracias! ¡Usted es también muy guapa! –dijo el chico.

–¡Oh qué cosas tiene señorito! –rio Graciela–. Yo ya soy mayor –añadió con un lamento.

–Pues yo no la veo tan mayor. ¡Es usted muy atractiva! –insistió el joven.

–¡Está bien señorito, le confieso que aún guardo algún encanto, como ya ha podido observar! –dijo sintiéndose orgullosa por un momento de sus grandes pechos.

–¡Y que lo diga! –rio ahora el joven.

–Bueno pues, ¡ya he terminado! –dijo ella terminando de alisarle la cama.

–¡Oh, gracias por limpiarme el cuarto! –dijo el señorito en un detalle que le llegó al fondo a Graciela, pues la señora era altiva y nunca agradecía nada, en cambio aquel muchacho era súper educado, como su padre.

Graciela siguió limpiando y así llegó al cuarto de su señora. Allí estaba todo por hacer. La cama desecha, su ropa sobre la cama y en el suelo hasta unas bragas de la señora, ¡qué descarada! ¿Acaso no le daba vergüenza dejar allí su ropa? –se preguntó Graciela maldiciendo su suerte.

Eso sí, sus bragas ni las tocó, si es que aquello eran unas bragas sino más bien parecían un taparrabos, con unas finas tirillas que se colarían por la raja del culo y apenas un triangulito por la parte de delante. Se limitó a engancharlas con el cepillo y tal cual las coló en el cesto de la ropa sucia.

Sobre la cama un fino camisón, este también fue para el canasto de la ropa. Pero le pareció tan mono al verlo que decidió ponérselo sobre el uniforme de sirvienta. Luego se miró al espejo y le pareció que era muy bonito.

–¿Qué tal me sentaría a flor de piel? –se preguntó.

Y como una travesura decidió vengarse de aquella ama tan altiva y desnudándose en su cuarto hasta quedarse únicamente con sus braguitas y sujetador color beige, se lo plantó encima de sus pantis negros. Pero como no le gustaba como le quedaban también se los quitó.

Luego se miró al espejo y con aquel sujetador viejo, tampoco le gustó cómo le quedaba, pensó que si el señor fuese su marido le recibiría al natural, así que se deshizo de él y sus pechos colgaron libres, siendo acariciados por la extrema suavidad de la tela.

Entonces decidió maquillarse, en la mesa con gran espejo que había en una esquina del dormitorio. Se puso polvos, se pintó las cejas y los párpados, para a continuación terminar con rojo carmín. Y por si esto era poco se soltó el pelo y se lo cepilló con su suave cepillo de pujas de metal. Así, justo al terminar, se vio bien bonita reflejada en el espejo.

–¿Espejito, espejito? ¿Quién hay más guapa que yo? –dijo imitando al cuento.

Luego sonrió y convino que tendría que lavarse la cara pues parecía una fulana. Pero el juego había sido divertido, así que decidió hacer la cama y justo cuando estaba estirando la colcha tras colocarla con esmero y cuidado, un ruido a su espalda la sorprendió.

Al girarse el corazón le dio un vuelco…

–¿Señorito, qué hace usted aquí? –dijo Graciela con el corazón en un puño.

–¡Vaya Graciela! ¡Qué cambio! ¿No? –dijo el señorito Gabriel sorprendiéndola en la habitación de su madrastra.

–¡Oh señorito, yo no quería hacerlo! Ha sido sólo un juego –dijo Graciela tapándose con el brazo sus pechos y con la otra mano su pubis, aunque estuviese vestida con un camisón, este se trasparentaba y le daba mucho pudor.

Graciela ya se estaba arrepintiendo, pensando en las consecuencias de sus actos si la altiva señora se enteraba de que andaba probándose su ropa.

–¡Tranquila Graciela! Usted me guardó el secreto y yo le guardaré el suyo, ¡no pasa nada! –dijo el señorito Andrés permitiéndose pasar al cuarto.

Graciela vio cómo la devoraba con la mirada, fue testigo del deseo reflejado en el brillo de sus ojos, pues ningún hombre engaña cuando mira con la mirada del deseo, a una mujer experimentada como Graciela.

Especialmente se fijó en su escote y sus pechos, que aparecían ligeramente en la esbelta uve que formaba el camisón anudado en su cintura. Fue entonces cuando reparó en su erección en su pijama.

–¡Oh señorito, he sido yo la que le ha provocado eso! –dijo abriendo la boca como si se declarase inocente de todos los cargos que se le imputaban.

Ahora el pudoroso fue el muchacho quien se tapó su erección con ambas manos una sobre la otra.

–¡Oh Graciela, es que no he podido evitarlo al verla vestida tan sexi! ¿Sabe qué? Le sienta mejor que a esa puta que tiene mi padre por esposa –se atrevió a confesarle.

–¡Hum señorito, gracias! Admito que me siento alagada si he conseguido despertar en usted lo miso que despertaron ayer esas pájaras –dijo mirando su erección–. No sea pudoroso, admito que tienen una buena herramienta ahí bajo el pantalón, ¿me dejaría verla una vez más?

–¿En serio? –dijo él joven.

–¡Sí! –dijo ella secamente.

Le joven apartó sus manos y su erección, que apuntalaba el pijama de algodón como el mástil de una tienda canadiense, quedó apuntándola a ella.

–¡Ay señorito! ¡Qué tentación tiene usted ahí! Le confieso que ayer cuando la vi quedé prendada de su hermosura… me la mostraría una vez más desnuda.

El joven asintió y bajándose el pijama y el calzoncillo mostro su miembro viril a la hembra vestida de raso quien admiró su glande cuando el muchacho se la agarró y tiró de su prepucio hacia atrás.

–¿No me dejaría verla ahora a usted señora? –dijo el chico empalmado delante de la sirvienta.

–¡Oh sí, hagámoslo! –dijo esta y desatando el cinturón mostró sus encantos bajo su camisón. Sus grandes pechos desnudos caídos como dos gotas de agua gemelas, con sus grandes areolas y gordos pezones erectos por la excitación al probarse tan fina lencería. Sus braguitas de encaje allí abajo, tapando su peludito que se salía por ambas costuras de sus ingles.

La mirada del chico quedó prendada con la hermosura de la criada, la miró de arriba a abajo y quedó fijo en su deseo, que no era otro que lo que se ocultaba tras las finas bragas que esta portaba.

Graciela no podía creerse lo que estaba a punto de hacer, pero tal vez tuviese mucho que ver el sueño húmedo que tuvo la tarde anterior.

Se acercó al muchacho y este retiró la mano de su miembro erecto, como intuyendo que esta tal vez desease cogerlo. Y efectivamente ella lo asió como un mango y apretando comprobó su dureza, ¡ciertamente dura! –se dijo para sus adentros.

¿Hacía cuánto tiempo que no empuñaba una herramienta como aquella? ¡Ay demonios demasiado tiempo! Y sentirla así palpitante en su mano la hizo rendirse y abandonar la prudencia…

–¿Le gustaría tocarlos señorito? –dijo de repente Graciela acercando sus pechos hasta rozar el pecho del joven.

–¿Lo dice en serio? –dijo el joven tragando saliva el joven muchacho.

–Tan en serio como que mi mano está asiendo su verga erecta señorito.

El joven llevó su mano temerosa hacia una de sus tetas y la acarició suavemente. Luego, cogiendo confianza rozó su pezón y Graciela soltó una exhaló de pura excitación. Entonces el joven pellizcó su teta entera, no solo su pezón, cuando su pulgar y sus dedos lo hicieron esta protestó.

–¡No tan fuerte señorito! Ha de acariciar los senos suavemente –le reprendió.

El muchacho aprendió la lección y con ambas manos cogió sus enormes tetas y se las juntó, luego se las separó, acarició ambos pezones suavemente con las yemas de sus dedos mientras Graciela le observaba curiosa y le meneaba su verga erecta que la apuntaba allí abajo.

Cuando de repente el muchacho la agarró por la cintura y pegó su verga bien dura a su pubis, chocándose con esta pero estrechando a la madura Graciela en su abrazo.

–¡Oh señora Graciela! –dijo Gabriel empujándola allí abajo con su verga erecta–. ¡Qué hermosa es usted!

–¡Ay Gabriel, no me empujes así que temo que perderé el control si sigues! –dijo sensualmente ella dejándose achuchar por el muchacho.

Sintiendo su verga, ¡bien dura! Allí abajo.

–¿Puedo chupárselas? –inquirió el muchacho sin ser muy delicado en su petición.

Entonces Graciela cogió su cabeza por la nuca y acercándola a sus tetas sintió como sus labios succionadores chupaban sus pezones, primero lo puso en una y sintió una fuerte excitación y luego lo pasó a la otra, sintiendo más cosquillas pero no tantas como el primer atisbo de su lengua en su primer pezón.

–¡Chupe, chupe señorito! Qué me tiene toda aquí caliente, dijo Graciela sintiendo su verga colarse bajo sus bragas, abriendo esta sus muslos para dejarla pasar.

Y entre chupada y chupada, el joven movía su verga entre las piernas de aquella madura caliente, que suspiraba por el deseo que nacía en su cuerpo, largamente dormido, tal vez durante demasiado tiempo.

Graciela estaba desatada, no se reconocía a sí misma en aquella caliente situación. Tal vez fuese el ensueño de la siesta, tuvo que ser eso sí, se dijo a sí misma para justificar lo que hizo a continuación.

–¡Oh señorito! ¡Qué buena erección tiene usted! –dijo Graciela moviendo sus caderas sensualmente con la minga clavada entre sus ingles bajo sus bragas–. Sería una pena desperdiciarla –dijo en voz alta.

Entonces la mujer tomó de la mano al muchacho y lo condujo cerca de la cama de aquel inmenso dormitorio marital de su padre y su madrastra. Lo giró y lo puso de espaldas y suavemente lo empujó empujó hacia atrás haciendo que éste se tumbara.

Entonces ella se subió a la cama y gateando por encima del cuerpo de él se montó sobre sus caderas. Estratégicamente colocada sobre gran verga, apuntándola esta hacia el techo, ella se apartó las bragas a un lado y colocándose sobre su glande descapuchado hizo que la descomunal excitación del muchacho la llenase por dentro.

–¡Uf señorito, qué buena herramienta tiene usted! –dijo Graciela respetando siempre el protocolo.

–¡Oh Graciela, esto no me lo esperaba! –bufó el chico mientras agarraba sus enormes tetas desde abajo, como si se le fuesen a a caer sobre la cara.

Sabía lo que se disponía a hacer, pero no las tenía todas consigo, aunque en estas circunstancias manda el cuerpo sobre la mente y el cuerpo le decía: ¡fóllatelo, fóllatelo! Y claro Graciela hizo caso a su cuerpo y allí mismo se lo folló.

Entró poco a poco y con dificultad, pues aunque la excitación era grande y su lubricación completa, ya no estaba acostumbrada a meterse una verga en su sexo y le costó volver a las viejas costumbres.

Pero poco a poco aquella descomunal minga entró en el sexo peludo de Graciela, que se abrió como un capullo se abre en primavera, para alojar aquel instrumento de deseo. Así, una vez introducida parcialmente, comenzó a cabalgar al muchacho sobre la cama y esto hizo que terminase de entrar y alojarse, no sin dificultad, en su sexo maduro.

–¡Oh señorito! ¡Qué barbaridad! ¡Uf! –profería Graciela mientras no podía creerse que estuviese cabalgando al muchacho secretamente en la alcoba de su altiva señora.

El muchacho desde abajo respiraba aceleradamente y únicamente acertaba a coger sus tetas y sobarlas mientras ella hacía el resto del trabajo, subiendo y bajando su cintura, clavándose su estoque hasta la empuñadura. Sus huevos machacando, mientras se permitía algún movimiento circular de trescientos sesenta grados, para sentirla bien adentro mientras presionaba de arriba hacia abajo.

Más el joven era virgen y no podía aguantar tanto maltrato y sabiéndolo esta, sintiendo la corrida cerca, ¡la sacó justo a tiempo! Justo cuando esta comenzaba a escupir las primeras andanadas en su sexo chorreante, mientras ella se aprestaba con frenesí a frotar su botón secreto, a horcajadas sobre aquella fuente de leche abundante.

–¡Oh! –se quejó el señorito.

Momento en que ella cayó derrotada sobre el muchacho allí echado, mientras se permitía arropar su boca con sus labios negros y carnosos, besuquear aquellos labios sonrosados y blancos mientras ella se corría sobre él y él apuraba sus últimas gotas de leche, que por su blanca minga resbalaban, hasta manchar sus huevos y la base de su pene.

–¡Ay señorito! ¡No puedo creer lo que me ha hecho hacer! –dijo ella descabalgando y fingiéndose la víctima.

Corrió al baño y agarró una toalla, para limpiarse la leche de sus muslos, del bello de su sexo y de sus manos. Acto seguido limpió también al muchacho.

Y mirando con detenimiento su camisón de seda, dio gracias a dios de no haberlo manchado de la blanca leche del muchacho. Se lo quitó y quedó únicamente con sus bragas colora canela y el muchacho se quedó embelesado viéndola ir de aquí para allá con sus hermosos pechos morenos, de areolas oscuras y negros pezones.

–¡Vamos chiquillo! ¡Espabila, no sea que vuelva tu madre o tu padre o los dos! –dijo apremiándole a levantarse y salir del cuarto.

Por su parte este guardaba su herramienta y satisfecho como nunca profería su admiración por la sirvienta.

–¡Pídeme lo que quieras Graciela! –le dijo el señorito.

–¡Muy bien señorito, sólo quiero su silencio, su secreto será mi secreto, pues ahora ambos estamos ahora juntos en esto! ¿De acuerdo?

–¡Oh sí de acuerdo! –dijo el joven señorito…

Mientras salía de la habitación ella recuperaba sus ropas de sirvienta y se vestía a toda prisa, no sin darse un respiro al terminar, sentándose en la mesa donde se había maquillado antes y mirándose al espejo se dijo…

–¡Aún tienes poder sobre los hombres!

Dudaba de si follarse al joven Gabriel había sido una buena idea. Pero había comprado su silencio con su cuerpo y a cambio también se había llevado el placer de follarse a aquel tierno mancebo. Ahora Gabriel le debía su silencio y por el bien de ambos esperaba que cumpliese su palabra…