El amor incondicional entre padre e hijo

Yo siempre me he considerado hetero, incluso ahora mantengo una relación de 4 años con mi novia Ana y me siento muy feliz viviendo con ella, pero siendo completamente honesto… no me permitiría hacerle las mismas cosas a ella que a un hombre. Mientras que tener sexo con mujeres para mí involucraba algo más sentimental, la lujuría y el deseo carnal que experimentaba con un macho se había convertido en uno de mis vicios, un vicio que no podía parar. Pero esto no comenzó de la nada, sino que las oportunidades que se me presentaron en la vida me introdujeron a este mundo de placer.

Verán, mi padre Roberto había caído en una gran depresión. Mi madre lo había abandonado por un amante, y él simplemente se desmoronó. Dormía más de la cuenta, no arreglaba nuestro hogar o siquiera hacía de comer en ocasiones, por lo que a veces me quedaba con hambre, y todo a mi alrededor no eran más montones y motones de basura y ropa sucia. Estaba en un estado tan crítico que no lo vi sonreír en lo absoluto durante varios meses. Todo esto me afectaba, en primera, porque no soportaba ver a mi padre de esa manera y ,en segunda, porque me forcé a madurar rápidamente. Me tuvé que convertir en el padre de mi padre, y asumir el rol del hombre del hogar. Aún así, a esa edad todavía seguía teniendo el cerebro de un niño, y aprovechaba el que mi padre no me prestaba atención para pasar más tiempo afuera de casa, jugando y distráyendome de la situación en la que vivía. Tenía un amigo con el que salía a jugar por las tardes que se llamaba Raúl. A diferencia de mí, él parecía tener una familia estable, y era un chico inteligente y carismático. Lo envidiaba, pero al mismo tiempo sabía que hacerlo estaba mal.

—Oye, ¿y tú papá ya se encuentra mejor? —dijo Raúl mientras jugabamos cánicas en el parque.

—Bueno, pues sigue igual, pero supongo que no hay nada que hacer —respondí suspirando.

—Mmmmm, es que se me había ocurrido una idea, y creo que te hará feliz —dijo entusiasmado.

Raúl era la única persona que conocía la situación de mi padre. Ni siquiera le había contando a mis profesores por miedo a que me separaran de él. Aún en esta situación lo seguía queriendo, y solo quería que fuera feliz nuevamente.

—Le conté a mi papi, ya sabes que él es psicólogo, y me dijo que a lo mejor podría ir a visitarlo.

—¿En serio…? ¿Me lo estás diciendo en serio…?

—Síp —dijo afirmando con la cabeza energicamente—. Me dijo que mañana irá a tu casa cuando termine una consulta.

Abracé a Raúl, y lloré un poco en su hombro. Me sentía muy contento de tenerlo de amigo. La tarde transcurrió como siempre, continuamos jugando un rato más y después me despedí de él.

—¡¿Me prometes que va a venir mañana?! —le grité a la distancia.

—¡Sí, adios! —respondío Raúl con una sonrisa.

Cuando llegué a casa me puse manos a la obra, quería dejarla lo suficiente presentable porque estaba echa un desastre. Trabajé arduo toda la noche hasta que la sala recobró algo de vida, pero lamentablemente no pude hacer mucho con la habitación de mi padre. Estaba sumamente cansado, así que me quedé dormido, pero antes le di las buenas noches con un pedazito de esperanza dentro de mí.

Me despertó el sonido del timbre, revisé el reloj de mesa y pasaban de las 2 de la tarde. Di un sobresalto en la cama y me apresuré corriendo a la sala con el corazón latiéndome a mil. Cuando abrí la puerta, un señor robusto me recibió diciendo mi nombre.

—Hola, Ricardo, he venido a ver a tu padre. Soy Jaime, el padre de Raúl —dijo dándome la mano.

—Muchas gracias, de verdad. Por favor, es por aquí —dije mostrándole el camino a su habitación.

Traía consigo un maletín, supongo que donde vendrían los materiales que necesitaria para la consulta. Vestía una camisa blanca y un pantalón de satín, que le sentaban muy bien por su porte de profesionista. Usaba lentes, pero lo que más me soprendía era su gran barba que rompía con todo lo anterior, con esa pulcritud. Al llegar a la puerta pude dislumbrar a mi padre acostado en su cama desarreglada. Su piel blanca parecía palida, como si estuviera anímico, a pesar de que en realidad había subido de peso drásticamente. Él siempre tuvo una figura esbelta, pero ahora era regordete a causa de los malos hábitos alimenticios.

—Papá, vino alguien que te puede ayudar… —dije nervioso, pero mi padre ni siquiera se inmutó. Alzó la mirada y la volvió a bajar como si no le importara.

Sentí que el corazón se me achicaba, pues me dolía verlo de esa manera. Jaime al ver que se me quebraba la voz hizo ademánes para que lo dejara solo con él, a lo que asentí con lágrimas en los ojos.

Fui a la sala a tranquilizarme, pero sobre todo para hacerme algo de desayunar, o de comer, daba lo mismo, el estómago me rugía como nunca. Me zanqué tres sandwichs y un vaso de Coca-Cola, ya que era de las pocas cosas que sabía preparar. Cuando terminé me senté en el sillón a ver caricaturas en la televisión. Con el leve susurro proveniendo de la habitación, y con el estómago lleno, lentamente fui cerrando los ojos hasta caer en un sueño profundo. En mi sueño, me encontraba en el parque jugando con Raúl como siempre, cuando en un banco reconocí una silueta similar. Era Armando, el amante de mi madre, acostado y mirando al cielo. Impulsivamente me levanté y me dirigí hacía él con rabia contenida, quería decirle unas cuantas cosas. Pero cuando llegué ahí, me percaté de que estaba desnudo por completo. Su cuerpo fornido y velludo resplandecía con el sol, mientras el sudor le resbala por el torso bronceado. Intenté enfadarme con él, pero la situación me había descolocado. Armando me miró directamente con ojos de cachorro, como si me estuviera rogando con la mirada. Su culo blanco, al ser la única parte que no acariciaban los rayos de luz, destacaba con intensidad y me atraía con magnetismo. Armando arqueó las cejas, poniendo una cara triste, y con las dos manos se abrió las nalgas mostrándome su ano rosado. No sé por qué lo hice, pero sin darme cuenta la punta de mi cabeza ya se encontraba entrando lentamente en su interior. Me recorrió una sensación cálida que me hizo temblar todo el cuerpo de excitación. Poco a poco mi falo se fue introduciendo hasta que mis bolas chocaron contra su culo. Él tenía la boca abierta y los ojos cerrados, pero su expresión era de felicidad, lo que me hizo enojar. No quería que ese hombre fuese feliz a mi costa, quería que sufriera. Así que comencé a embestirlo de manera violenta, a lo que solo abrío los ojos como platos y sus gemidos graves se intensificaron. Varios pensamientos daban vueltas en mi mente en ese instante, pero era más fuerte el sentimiento de venganza. Seguí metiéndosela una y otra vez, sin cesar, con los dientes apretados y soltando rugidos de furía. Y de la nada todo se puso blanco. Cuando desperté vi como un líquido blanco escurría por mis shorts. Semen, creo que así le llamaban. Era mi primera vez teniendo un sueño húmedo, y había sido imaginándome teniendo sexo con el amante de mi madre… No sabía qué pensar, estaba exhausto. Me levanté y me dirigí a mi habitación para poder cambiarme de ropa interior, pero pasando por el pasillo escuché ruidos extraños provenir de la habitación de mi padre. Me asomé por un orificio para saber qué ocurría, y cuando visualicé la escena me quedé frío.

Mi padre estaba acostado, con una pierna levantada hacia el techo. Se encontraba desnudo, pero debido a su peso su pene apenas y era visible, como si su panza lo hubiera engullido. Atrás de él Jaime le susurraba cosas al oído mientras sostenía su pierna al aire, haciendo que el culo de mi padre quedara al descubierto. Acomodó su tronco rosado directamente sobre su ano, que se dilató un poco de manera instintiva, como si se estuviera preparando para tragarse todo aquello. Con mucha gentileza Jaime introdujó todo en su interior, a lo que mi padre soltó un gemido parecido a un suspiro y puso los ojos en blanco. No sabía si eso era bueno o malo, pero no podía parar de observar. Y luego, cuando ya estuvo adentro de él, y solo quedaban fuera sus bolas peludas y enormes, mi padre hizo algo que no le había visto hacer en mucho tiempo: sonrió y soltó unas carcajadas. Jaime siguió metiendo su pene suavemente, a lo que mi padre respondía con gemidos y más risas. Empezó a apretujarle las nalgas con las manos… Recorrío cada centimetro de su cuerpo con sus ellas. Le apretó las tetas, le acarició las caderas y la panza, e incluso alzó su brazo para poder olfatear su axila. Jaime estaba follando a mi padre con ternura, y por eso mismo, a él que tanto le había faltado el amor últimamente, lo recibía agradecido. Ante mis ojos Jaime solo estaba haciendo feliz a mi padre, y eso era lo que más importaba. Me fui a mi habitación con una sonrisa en el rostro. Al poco rato mi padre se paró ante mi puerta, tenía el semblante sereno.

—Te invitó a comer pizza, no hay nada en el refrigerador —tenía la mirada un poco pérdida, pero se veía muchísimo mejor. Aparte, era la primera vez en un tiempo que salíamos de casa a hacer algo juntos.

Yo asentí y emocionado me puse mis chamarra. Aquella noche cenamos pizza con pepperoni y yo me fui tranquilo a dormir.

Las visitas de Jaime se volvieron recurrentes, y con cada una de ellas mi padre se ponía mucho mejor, hasta que un día incluso regreso al trabajo y él considero que ya no las necesitaba más. Durante todo ese tiempo crecí y experimenté las cosas de la vida. Tuve una relación con una chica hermosa, le hice el amor. Aprendí a manejar en coche y terminé la preparatoria, y además tenía unos buenos amigos. Con 20 años me sentía pleno. Las cosas iban bastante bien, y solo podía agradecerle a Dios por conocer a un amigo tan bueno como Raúl.

Un día mi padre regresó a casa con la cabeza cabizbaja. Al parecer alguien le había acusado de algo en el trabajo, pero no había pruebas suficientes para hacerlo responsable. Al final, lo habían dejado libre, pero él se sentía fatal. Se recostó en el sillón mientras tomaba una cerveza con la mirada distante. Tuve recuerdos de hace muchos años, y no quería que volviera a ocurrirle eso otra vez. Aquella noche llamé a Jaime, le conté cómo se encontraba mi padre.

—Bueno, pues yo ya no lo puedo atender más por el momento, me encuentro con la agenda saturada.

—Está bien, pero ¿podría decirme al menos que hacer? ¿Aunque sea algo?

Jaime se quedó pensativo ante el auricular, y entonces soltó un resoplido.

—Podría intentar conseguir otro psicólogo. Lo siento, tengo que colgar.

Me quedé con el celular en la mano, sintiéndome impotente. Si Jaime no podría ayudarnos, tendría que encontrar la forma de resolver esto por mi cuenta. Mi padre se fue a acostar temprano, al parecer no estaba de humor. Yo lo seguí y me acosté junto a él, que estaba echo un ovillo mientras abrazaba una almohada. Tenía la cara enterrada en ella, y la sujetaba con mucha fuerza.

—Papá… —dije abrazándolo por la espalda.

Él se echo a llorar. Era un hombre bastante sensible, y eso era algo para que las personas se aprovecharan de él a la miníma. Tenía que volverse más fuerte, pero no sabía cómo compartirle mi propia fortaleza.

—Papá, todo estará bien… Quisiera que fueras más fuerte, pero siempre has sido muy sentimental… —abracé más fuerte su espalda.

—Me recuerdas mucho a tu madre, ella tenía un gran carácter —dijo murmurando.

—Pero mi madre no era una buena persona. Cuando no obtuvo lo que quiso más de tí se marchó con aquel hombre ricachón. Yo nunca me iré de tu lado, eso sábelo…

Mi padré ya no respondió. Sus suaves ronquidos indicaban que estaba surmegido en el reino de los sueños. No quería despertarlo, así que me quede acurrucado a su lado hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse. Desperté a mitad de la noche exaltado, había tenido una pesadilla en la que mi padre y yo teníamos un accidente de tráfico. Él había muerto por el impacto, mientras que yo había perdido todos mis recuerdos y deámbulaba solo en un asilo. Aquel sentimiento de pérdida me dejó anonadado, así que cuando lo vi aún dormido suspiré de puro alivio. Perder a mi padre era una cosa que no quería experimentar nunca en la vida. Me volví a acomodar en la cama, pero esta vez me percaté de algo. Tenía una erección enorme, apenas retenida por lo apretado de mis jeans. Estaba restregando mi bulto sobre el culo de mi padre, lo que me hizo sentirme avergonzado. Intenté apartarme, pero justo cuando lo hice mi padre se fue hacia atrás conmigo, chocando contra mi miembro nuevamente.

—Papá, ¿estás despierto…? —él solo hizo un ruido casi innaudible.

Deslicé mi mano lentamente por su pecho, hasta llegar a su entrepierna. Para mi sorpresa, él también tenía una erección y, no solo eso, sino que además estaba palpitando.

—Papá… —dije respirando mi aliento caliente sobre su nunca.

Mi padre se dió la vuelta y, sin ningún aviso, me besó en los labios. Al principio me quedé estupefacto, pero después me invadió un sentimiento extraño. Era como la primera vez que me enamoré, esas mariposas que sientes en el estómago, pero no era enamoramiento, no, era el amor incondicional que sentía por mi padre. Aquel amor que solo puede existir entre hijo y progenitor. Lo besé de vuelta, intentando transmitirle mis sentimientos. Chupé sus labios gruesos y le metí la lengua, recorriendo toda su boca. Podía sentir la barba apenas rasurada de mi padre picándome el rostro, pero no me molestaba. Nos besamos tan apasionadamente que la saliva quedo impregnada alrededor de sus labios. Cuando terminamos se recostó sobre mi. Su cuerpo irradiaba calidez, como un bebé. Mi erección ya había pasado, pero la de mi padre seguía aún palpitante. La verdad… besar a mi padre se había sentido bien, pero la parte sexual… Como decirlo… Los hombres no me llamaban la atención así, pero quería hacerlo feliz. Supongo que la felicidad conlleva sus propios sacrificios.

—Déjame ayudarte con eso —dije.

Desabroché su pantalón y bajé sus calzoncillos, y abrí su camisa. El cuerpo de mi padre era grueso, ya no tanto como antes, pero aún conservaba algunos de sus kilos. El pene de mi padre palpitó aún con más fuerza, pero el mío estaba flácido en su lugar.

—Por favor, date la vuelta —susurré.

Lo coloqué en la misma posición en la que siempre lo observaba tener sexo con Jaime. Nunca había tenido sexo con un hombre, menos con mi padre, pero de tanto observarlos me sentía confiado. Alcé su pierna y ensalivé mis dedos, pasándolos por su ano suavemente. Mi padre soltó un pequeño gemido. El ano de mi padre estaba algo dilatado, a lo mejor de todas las veces en las que Jaime había metido su grande tronco dentro de él. No era de alardear, pero mi pene era casi del mismo tamaño, 18 cms, aunque no sabía de quién lo había heredado. Mis dedos entraron con facilidad, a lo que él volvió a gemir. Era un gemido varonil, pero agudo al final. Me sentía muy extraño metiéndole los dedos a mi padre, ya que no estaba excitado en lo absoluto, pero no podía detenerme, no ahora.

—Bien, ya estoy listo para entrar…

Cerré los ojos y me imaginé teniendo sexo con una chica. Era la única manera en que podía hacer que mi amiguito se levantara. Poco a poco paso de estar flácido hasta quedar completamente erecto, pero para que esto funcionara no tenía que perder la concentración. Mi pene se introdujo con dificultad al principio, sentí como el ano de mi padre intentaba ajustarse a mi grosor, como si lo arropara. Y entonces… se introdujó todo de un zopetón. Experimenté tal sensación de placer que casi me corró ahí mismo, por lo que solté un grito, que se mezcló al unísono con el propio grito de mi padre. Su culo estaba… ardiendo, y estaba apretado. Era como si mi tronco estuviera dentro de algo blandito, pero a la vez firme.

—Ahhhh, papá, casi me haces que me corra —dije abrazándolo con fuerza.

Mi padre solo se rió, como todas aquellas veces con Jaime, y entonces yo también comencé a reirme, porque lo había hecho feliz. Pero más allá de la felicidad, un nuevo sentimiento se apoderó de mi. No el de veganza, como en aquella pesadilla que tuve con Armando, sino de lujuría. Me había follado el culo de mi padre y me había gustado. Ya no necesitaba imaginarme a una mujer, con su culo bastaba.

—Quisiera saber… —dije jadeando— ¿qué era lo que te susurraba Jaime al oído…?

Mi padre se quedó en silencio un momento, intentando procesar lo que le acaba de decir.

—Ya lo sabías… Bueno, no importa… —respondió metiendo su culo un poco más dentro de mi tronco, lo que me hice soltar un gemido— Me decía cosas sucias, cosas que quería hacerme…

Baje mis manos y acaricié sus nalgas. Me dí cuenta de lo suaves que eran, así que me quedé un rato masajeándolas. Podía sentir mi cabeza sacar más y más liquido, llenando su interior de esa sustancia viscosa. Los pezones se me pusieron duros al recibir todo ese placer, y mi cuerpo empezó a emanar calor. Después pase a su panza, que era como el terciopelo. Acariciar a mi padre de esa manera me excitaba, pero también me hacía querer amarlo. El cuerpo de mi padre era todo lo que me hacía feliz en ese momento.

—Papá, debo confesar… que me haces sacar un lado de mí, un lado salvaje que no conocía… —dije haciendo rebotar mis bolas contra su culo.

—Entonces sacálo, déjame conocerlo…

Me envadía un sentimiento que no conocía, pero que luego descubriría el por qué.

—Te voy a follar como una putita, te voy a follar como si fueras una mujer —dije agarrando con firmeza su cabello.

Empecé a metersela, pero no como lo había hecho esa vez con mi novia, era más salvaje. Mi padre no era tan frágil como ella, él soportaría esto porque era un hombre como yo. Mi tronco se deslizaba con más fácilidad debido a todo el líquido que había soltado, y el ano de mi padre había perdido agarre. Lo estaba follando como si solo fuera un hoyo para mí.

—Cállate, cállate —dije jalándolo del cabello al tiempo que el soltaba más y más gemidos. Parecía como si estuviera llorando, pero llorando de placer.

—¿Quieres que pare? ¿Acaso quieres eso? —y él simplemente negó con la cabeza.

Seguí con las embestidas, cada vez más feroces y violentas. Su ano ahora hacía un sonido, como un splash, cada vez que se la metía debido a todos los fluidos que se mezclaron durante las penetraciones. Aquel sonido solo me hacía querer introducirsela más rápido. Se la saqué, a lo que él soltó un gemido hondo, y su ano palpitó mientras expulsaba todo aquel líquido blanco y espeso, resbalando entre sus nalgas hasta caer en las sábanas.

—Uff… —mi padre suspiró. Los dos estabamos sudados de pies a cabeza, pero yo aún no había terminado.

Me recosté y le señalé mi pene.

—Vamos, siéntante en él.

Mi padre subió a gatas, posicionó su culo sobre mi cabeza y fue introduciéndo entero despacio. Yo solo hice un gesto como de dolor, pero en realidad era de placer. Comenzó a cabalgarlo sin piedad, sacando la lengua mientras su pene rebotaba en mi estómago, soltando un hilo espeso de líquido. Entonces comenzó a masturbarse sin perder el ritmo, como si lo hubiera practicado muchas veces, posiblemente con Jaime.

—AHHHHHHH, RODRIGO, ME CORRÓ —dijo soltando toda su leche caliente sobre mí, quemándome un poco de lo ardiente que estaba. Y entonces se detuvo, con todo el cuerpo temblándole sin parar.

Yo lo seguí follando hasta que ya no pude más. Con un gemido fuerte y agudo rellené todo su culo como un pastel. La leche comenzó a salir por la fuerza de los costados de su ano, cayendo sobre mis bolas y cubriendo todo mi tronco. Los dos nos acostamos, jadeando, pero con una expresión de felicidad en el rostro. Gracias a mi padre, había descubierto el placer de follar con hombres. Lo besé y nos quedamos dormidos juntos, completamente agotados.

Por la mañana, mi padré se veía normal, no como la noche anterior. Antes de que se fuera, lo abracé por la espalda, y él regreso a mirarme y nos besamos. Esta vez, tuve una semi erección, y mi padre también.

—Quiero follarte de nuevo cuando vuelvas a casa —dije con honestidad y sonriendo.

Mi padre se despidió con otro beso y salió por la puerta. Cuando se hubo ido, me encontré con una nota en el sillón.

—¿Y esto…? -era una hoja de cuaderno.

«Ayer me pasé por la noche, para ayudar a tu padre como me habías pedido, pero veo que ya te encargaste tú de eso. Él me dejo las llaves de la casa, y por eso pude entrar, pero no los quise interrumpir. A lo mejor podría pasarme algún otro día y darle una revisión, y tú ayudarme con eso. Claro, solo si lo deseas.»

Volvía sentir mi bulto apretarse contra mis jeans. Claro que lo deseaba…